lunes, 27 de enero de 2020

El rey y el vagabundo


La foto no tiene desperdicio. Podría ganar el Pulitzer de este año. El rey Felipe y la reina Letizia caminan sobre los adoquines de la Habana Colonial. Los siguen enguayaberados funcionarios y guardaespaldas, todos de blanco, para diferenciarse del borbón, que va de guayabera azul cielo. A su lado Letizia, sonriente, veraniego escote, zapatos que parecen elegantes alpargatas hechas a la medida. Y de pronto… ¡un perro!

Un indiscreto cánido colado en la instantánea, justamente detrás del Rey que lo ignora, no puede verlo, y algo dice a la Reina con ceño arrugado, como harto del calor y de tanta cola… no la del perro, el mejor amigo, tal vez el único amigo en este lugar. Un funcionario o un agente de la policía política -sutil diferencia-, hace un mohín de disgusto. ¿Va a estornudar o a vomitar? ¿Será a causa del perro intruso, escapado, no perdonado, de la misma naturaleza del holocausto zoonótico?

Cualquier entretenido se preguntaría que hace un rey español por primera vez en Cuba en visita oficial después de 500 años. Pues es fácil. O mejor, lo ha dicho el monarca entre mojitos y comida furtiva en un restaurante privado de la Habana Vieja a los empresarios afincados en la Isla: “No ignoramos las dificultades a las que hacéis frente y que tenemos muy presentes. Nuestras autoridades están trabajando para aliviar su impacto sobre vosotros”. Compete al Rey, jefe de Estado, velar por los intereses españoles en la Siempre Fiel, como hicieron sus mayores durante cuatro siglos y medio.

Los en contra de la visita hablan de traición a la disidencia, y que los reyes han lavado la cara política a la dictadura. Y si bien eso está entre los efectos colaterales, el objetivo principal de su Majestad era asegurar la presencia económica en Cuba; como un cobrador, pero sin frac sin chistera, decirle a los exsúbditos que en España no están muy abundantes para olvidar sus deudas. Sin duda, la aprobación del título III de la Helms-Burton ha puesto a muchos “gallegos” a temblar: hay una justificación adicional por parte de la Isla para demorar los pagos ante el recrudecimiento del llamado bloqueo.

Otra idea deslizada por el Felipe VI es la revitalización de las llamadas Cumbres Iberoamericanas, un foro social de presidentes que en los últimos años ha languidecido por ser, precisamente, hispano-descendientes -la debilidad institucional, el poco fijador democrático.

La última, la Cumbre XXVI, celebrada en Guatemala en 2019, tuvo la presencia de 14 mandatarios, apenas la mitad de los convocados. Siendo la Corona y España los creadores de esta suerte de Commonwealth hispanoamericana o Mancomunidad de Naciones hispanoparlantes -como hubieran deseado muchos intelectuales cubanos en el Siglo XIX- toca al Rey ir al país más díscolo, aquel que sería capaz de “ponerle malo el dao”, y convencerlo, dinero en mano, que es hora de retomar el camino de la cooperación trasatlántica.

Pero Felipe VI o Pedro Sánchez hubieran escogido otro momento: el contraataque foro-paulista ha tenido su primera importante baja en Bolivia, y se acerca, peligrosamente, la pacificación de Chile, el aborto de la insurrección en Colombia, el probable segundo aire de la oposición desleal venezolana, el apagamiento de la insurrección castro-chavista en Ecuador y Perú.

Justamente en las mazmorras del Santiago de Cuba irredento, allí donde el Almirante Cervera hizo galas de obediencia y sacrificó los últimos buques de la otrora Armada Española, ha ido el Rey, que nada lo quiere saber, de José Daniel Ferrer. Difícilmente podrá el gobierno español, por demás bien girado ahora a la izquierda, reparar los daños colaterales hechos al barco de la monarquía española con esta visita que, sin ton, pero con mucho son, no ha recibido más que críticas de las fuerzas democráticas.

Por la parte cubana todo pudo ir mejor, excepto por el perro o los que caminan erectos. El borbón hizo a lo que vino: calmar a los empresarios y traer turismo rosa: las revistas del corazón tienen fotos para rato.

También será muy difícil creerle a la disidencia cubana después que el próximo Alto Representante de la Unión Europea ha visitado el país varias veces y no ha dicho una sola palabra de los arrestos y el desastre socio-económico de la Isla. Josep Borrell es, junto a Sánchez, artífice de este tour real, y son en parte responsables de lo que suceda después de otorgar este cheque en blanco moral al régimen de la Habana.

Poniéndonos en los pies del que hace de presidente, la visita es de una necesidad vital para el desgobierno. No hay lado para el que se vire, que accedan a prestarle dinero. Se lo regalan. Es preferible para evitarse el viaje a la Feria de la Habana, a sudar otra vez bajo 30 grados de temperatura.

Donación de 25 millones para saneamiento y acueductos de los municipios al este de la ciudad -ya habían recibido 51 millones en 2018 para lo mismo-; 50 locomotoras rusas; luces donadas, de uso, por Turín para iluminar Galiano, una de las arterias comerciales que la Involución lleno de sombras chinescas. Y hablando de China, 112 millones, otra vez, para saneamiento y regadíos, a cada cual según su necesidad de higiene.

Aun así, el personaje del presidente tuvo que hacer una escena difícil, la más complicada de su carrera actoral. Fue en el Palacio de los Capitales Generales: enfrentarse como un hombrecito, autoestima mambisa por el piso, al discurso de un rey español que le daba lecciones de libertad y democracia cinco siglos después, sin pedir perdón por el genocidio de Valeriano Weyler en el Siglo XIX.

Aunque el Designado vivió el Obamazo en el Gran Teatro de La Habana en 2016 y nada sucedió entonces, ahora no tiene un máximo líder para cargar las tintas contra el borbón, tras oírlo decir que “es en democracia como mejor se representan y se defienden los derechos humanos, la libertad y la dignidad de las personas y los intereses de nuestros ciudadanos”. No, no hay nadie para escribir algo así como El hermano Felipe o Los Dólares que nos amenazan (esto último para desgraciarle la jugada de las Tiendas Hernán Cortes II).

La foto del Designado, muy cerca del atril del Rey, tampoco tiene desperdicio: ¿será el mismo indiscreto reportero del diario español El País? Quien hace el protagónico parece ajeno, perdido, poker face. El Rey y la Reina no se imaginan cuánto ha tenido que hacer este hombre para que la ciudad parezca digna de sus altezas reales.

Nunca pudieran entender cuanto perro hubo que matar, y cuantos “deambulantes crónicos” (vagabundos) esconder. ¡Vete, Canelo, vete, sale de la foto!, grita alguien por allá detrás. El rey y un perro vagabundo.

Un perro vagabundamente digno: sin casa, pero sin amo. Todo me lo han echado a perder esta gente, suspira él. Y le ordenan no despedir a sus majestades en Santiago de Cuba. Abrumado por el desencanto, a un tiro de piedra, prefiere irse a Caimanera. ¡Ay Miguel! ¡Tan lejos de España, tan cerca de Donald Trump!

Francisco Almagro
Cubaencuentro, 26 de noviembre de 2019.
Foto: Tomada de Cubaencuentro.

lunes, 20 de enero de 2020

El color de la felicidad



Los primeros secretarios del Partido Comunista en Ciego de Ávila, Holguín, Matanzas, Las Tunas y Camagüey estuvieron durante muchas semanas esperando ansiosamente una llamada de La Habana. El lugarteniente de Raúl Castro, José Ramón Machado Ventura, iba a llamar a uno de esos bellacos para darle la buena nueva de que su provincia había sido elegida sede de las celebraciones por el aniversario 66 del asalto al cuartel Moncada, la escaramuza que dio el pistoletazo de salida el 26 de julio de 1953 a la revolución de Fidel Castro.

Los caciques comunistas de cada provincia cubana que no ha sido recientemente la “sede del 26” temían que les fuera a tocar a ellos recibir el mes que viene a Raúl con todos sus generales y ministros, pintar a la carrera el hospital provincial y la calle central de cada pueblo, en caso de que la comitiva de La Habana fuera a pasar por allí, y preparar un gran acto popular en la “Plaza de la Revolución” de la capital provincial con pioneritos y federadas, cederistas y estudiantes universitarios, cortadores de caña y médicos internacionalistas, a cada uno de los cuales habría que escribirle un discurso y darle un “módulo de ropa”, y encima, también habría que organizar una gala dizque “cultural” en el vetusto teatro local, que también habría que pintar, con declamadores y repentistas, un coro y una orquesta, un grupo de niños disfrazados de campesinos felices bailando el zapateo o el changüí o el sucusucu, y quizás hasta una pareja de bailarines profesionales interpretando esmeradamente, como si estuvieran en Sadler’s Wells, una coreografía con la música de “Julito el Pescador”. Los bailarines no son un problema, siempre se pueden traer de La Habana, pero la pintura está perdida y habría que pedírsela prestada a otra provincia o a las FAR. Y a las FAR hay que devolverle inmediatamente todo lo que presta, esa gente no fía.

Finalmente, fue Federico Hernández Hernández, el primer secretario del Partido Comunista en la provincia despectivamente llamada Granma, quien recibió la llamada de Machado Ventura, su provincia había sido elegida “sede del 26”, aunque el Gran Inquisidor no le explicó por qué, si en realidad no hay nada que distinga a Granma de, por ejemplo, Cienfuegos o Camagüey o Mayabeque, todas exhiben orgullosamente el mismo rampante subdesarrollo. El Buró Político del Partido, al hacer el anuncio oficial, no mencionó nada que Granma hubiera hecho recientemente para merecer ese supuesto honor, solo que fue allí donde se inició la primera guerra por la independencia de Cuba, y también que fue en Bayamo donde se celebró el último acto por el 26 de julio en el que habló Fidel antes de sufrir la extraña enfermedad que lo apartó del poder.

Aparentemente, en opinión del Buró Político, esos dos eventos, el Grito de La Demajagua y el letárgico discurso de Fidel en la Plaza de la Patria de Bayamo el 26 de julio de 2006, tienen la misma significación en la historia de Cuba. Hernández Hernández, al recibir la llamada de Machado Ventura, agradeció el honor que el Buró Político había conferido a su provincia, dijo que el pueblo de Granma estaría a la altura de su compromiso con Fidel y Raúl, y, tras un breve momento de vacilación, preguntó cuánta pintura y cemento le iban a dar. Machado Ventura le respondió que nada. Hernández Hernández tuvo que llamar al Ejército Oriental, y consiguió un poco de cemento y lechada, y Danza Contemporánea de Cuba prometió prestarle algunos bailarines. Todavía no ha conseguido la ropa para los oradores, pero el cacique granmense puede darse por dichoso.

Los secretarios del Partido en las provincias de Matanzas, Ciego de Ávila y Villa Clara también fueron llamados por Machado Ventura, pero para decirles que estaban despedidos, o, en la lengua oficial cubana, que habían sido “liberados de sus funciones” y que se les destinaría “a otras tareas”. La culpa la tiene Fidel, que no pronunció su último discurso en ninguna de esas provincias. Si lo hubiera pronunciado en, digamos, Santa Clara, quizás sería esa ciudad este año la “sede del 26”, el defenestrado Julio Ramiro Lima estaría ahora buscando pintura para colorear los edificios del Parque Vidal, y el granmense Hernández Hernández estaría en su casa viendo documentales sobre Machu Picchu o el elefante asiático en Multivisión.

Desdichadamente, el 26 ya no es lo que era. Antes era una ocasión para que la provincia elegida pretendiera que la pobreza, la corrupción y la incompetencia que asolaban al resto del país la habían mágicamente esquivado a ella. A un habanero, viendo en televisión cuán magnífica era la vida en la “sede del 26”, Guantánamo, por ejemplo, le daban ganas de hacer sus maletas y mudarse a Baracoa o Maisí, donde el socialismo cubano sí había dado exuberantes frutos, no como en la capital, hundida en una montaña de escombros y basura. Al año siguiente, un guantanamero, viendo en televisión los relucientes hospitales y escuelas de Pinar del Río, “sede del 26”, pensaría que allí sí la Revolución había cumplido sus promesas, no como en su propia provincia, donde todavía la mayoría de la población se bañaba con cubos de agua. A Fidel le entregaban una lista de los asombrosos avances económicos y sociales de la provincia escogida, que el Comandante mencionaría, sin esquivar siquiera los más pequeños detalles, durante un interminable discurso.

El 26 de julio de 2006, en Bayamo, Fidel no omitió siquiera una cifra, no se saltó un solo número, con la excepción, comprensible, del número de granmenses que guardaban prisión por motivos políticos, o que habían sido arrestados e interrogados por la Seguridad del Estado, un indicador en el que tal vez Granma no se había destacado tanto como provincia más gusana. Granma, informó el Comandante a la nación, tenía en aquel momento 454 salas de video y una banda de concierto en cada municipio, además de dos infantiles y dos en prisiones. Las escuelas de la provincia tenían 7460 televisores y 5054 computadoras. Las academias de arte Carlos Enríquez, de Manzanillo, y Oswaldo Guayasamín, de Bayamo, habían graduado 171 estudiantes. Se habían completado 350 kilómetros del Acueducto de Manzanillo, y 6.7 kilómetros de la Circunvalación Sur de Bayamo. Tras el paso de un huracán por la provincia, se ufanó Fidel, se había dado a las víctimas 215 331 tejas de zinc y 25 233 colchones.

Granma tenía la tasa de mortalidad infantil más baja del país, 4 niños por cada mil nacidos vivos, era mejor nacer allí que en Dinamarca. El desempleo en la provincia había pasado en solo cuatro años, del 2002 al 2006, de 10.7% a 1.6%, un descenso particularmente abrupto, considerando que en esos años no había cambiado en lo más mínimo el sistema económico de la provincia, no se había descubierto oro en la raíz de la Sierra Maestra ni petróleo en el Golfo de Guacanayabo y Manzanillo no se había convertido en el Hong Kong del Caribe. “Las cosas que aquí señalo son difíciles de creer”, admitió Fidel. En efecto, ni él mismo se las creía.

En el 2012, una desatinada decisión del Buró Político del Partido eliminó la competencia entre las provincias por ser la “sede del 26”. En aquel momento, Machado Ventura dijo que era injusto comparar los índices económicos y sociales de cada provincia, puesto que “ninguna es igual a otra”, algo a todas luces falso, puesto que la pobreza de los habitantes de Sandino es exactamente igual a la de los habitantes de Yateras, la apatía y desilusión de los vecinos de Remedios no es mayor que la de los vecinos de Jiquí.

La “sede del 26” pasó a ser rotativa, a cada provincia le va a tocar alguna vez, por catastrófico que sea su estado, algo que quitó a los secretarios provinciales del Partido su único recurso para evitar ser escogidos, no destacarse demasiado, tener menos computadoras o menos graduados de arte, o menos bandas de música, que las provincias rivales. Por supuesto, ninguno de ellos hubiera querido que Fidel, y luego Raúl, creyera que su provincia era notablemente desastrosa, y ser fulminantemente “liberado” de sus funciones, todos los secretarios del Partido de las provincias quieren ser ministros o miembros del Buró Político, que se los lleven a La Habana y les den casa.

Además, ser la “sede del 26” tenía algunas ventajas años atrás, cuando Machado Ventura podía darle pintura, cemento y cerveza a granel a la provincia escogida. Algunas calles eran reparadas, algunos hospitales que llevaban diez años en construcción eran terminados, algunas escuelas eran pintadas, y sus estudiantes también, del color de la felicidad. Si el 26 salía bien, si Fidel quedaba satisfecho con las celebraciones, el secretario del Partido en la provincia podía comenzar a hacer sus maletas para partir hacia La Habana, o al menos, hacia una provincia más importante que la suya. Pero era un riesgo, Fidel podía notar algo que le desagradara, y ahí mismo se acababan los sueños del cacique local de ser ministro. Algunos secretarios del Partido prefirieron cortar por lo sano, renunciaron a la ilusión de una carrera en la capital y se mantuvieron en sus puestos durante años sin que sus provincias jamás ganaran la “sede del 26”. Y con la pintura que consiguieron pintaron sus propias casas.

El del 26 de julio era un ritual necesario para Fidel, que había abolido la celebración del 20 de mayo, y que había reducido el 10 de octubre a casi completa insignificancia. Fidel necesitaba un día dedicado a la celebración de su propia revolución, no la de Céspedes o la de Martí, y terminó dándose tres, el 26, pero también el 25 y el 27, sin ninguna razón, solo para magnificar el asalto al Moncada como el acontecimiento más importante de la historia de Cuba, más significativo y conmovedor que la proclamación de la República, más que La Demajagua, más que Dos Ríos. Incluso, más que el mismo triunfo de la revolución de 1959, el Primero de Enero.

El triunfo de la revolución, calculó Fidel, fue un acontecimiento confuso e inglorioso, la huida de madrugada de Fulgencio Batista, no el heroico asalto final al Palacio Presidencial de La Habana o al campamento militar de Columbia con el que el Comandante quizás había soñado, una sangrienta batalla que dejara para la historia imágenes imborrables que pudieran ser reproducidas en cuadros, esculturas, portadas de revistas, libros de textos. Puesto que no tenía nada mejor para representar el triunfo de la revolución, la propaganda castrista recurrió a las imágenes de la entrada de Fidel a La Habana, ocho largos días después de la huida de Batista, las imágenes del populacho rompiendo parquímetros el día primero no eran tan inspiradoras como hubiera sido deseable. Además, el triunfo de la revolución coincidía, lamentablemente, con las fiestas de Año Nuevo, no hubiera sido fácil arrastrar a la multitud a un acto político, la gente habría ido de muy mal humor un día de fiesta a escuchar la muela del Comandante, sus peroratas antimperialistas y sus lecciones de historia.

El Primero de Enero era muy inconveniente, pero el Moncada era perfecto. Militarmente, había sido un desastre, un plan mal elaborado y aún peor ejecutado. Fidel no se había cubierto de gloria, se las había ingeniado para escapar dejando atrás a muchos de sus compañeros, y había sido finalmente capturado sin oponer resistencia. Pero si Fidel logró salir de aquella escaramuza con vida, más de sesenta jóvenes murieron en el Moncada, en combate, o ejecutados tras su captura. El Moncada proporcionaba incontables anécdotas de insensato heroísmo, un panteón de sublimes mártires que habrían sido torturados y asesinados con mefistofélica crueldad.

La propaganda del Partido, la historiografía servil y Marta Rojas convirtieron el Moncada en el Gólgota cubano, el antiguo cuartel fue transformado en la basílica mayor de la revolución, dedicada no al culto de Abel Santamaría y sus compañeros asesinados por el coronel Chaviano, sino del gran superviviente, Fidel.

El Moncada estaba en Santiago, una ciudad fiel, no corrupta y traicionera como La Habana, era posible contar con la lealtad de sus habitantes, y que iban a aplaudir a Fidel con rugoso delirio aunque el Comandante se pasara tres o cuatro o seis horas contando tejas de zinc y colchones. Santiago fue llamada “Ciudad Héroe”, ridículamente, como si fuera Stalingrado, y la “cuna de la revolución”, solo para acentuar la diferencia entre ella y la capital, a la que Fidel detestaba, y temía. Finalmente, el asalto había ocurrido en medio del verano, era perfectamente posible ofrecerle a la gente un largo feriado de tres días al final de julio, lo recibirían como un regalo, con jubilosa gratitud, y de todas maneras, muchos cubanos estarían de vacaciones en esa época. No es que se fueran afectar demasiado los planes de producción por los tres días feriados. En verano los cubanos no trabajan aunque no estén de vacaciones.

Desde que Fidel se enfermó, el 26 perdió lustre, aunque Raúl, inevitablemente, lo mantuviera como la principal celebración nacional. Los bailarines que mandan de La Habana no son los mejores, esos están en Sadler’s Wells, los niños del sucusucu ya no lucen tan felices, y la ceremonia política misma ha sido trasladada a las primeras horas de la mañana, para que Raúl pueda regresar a su casa a almorzar. Como Raúl detesta hablar en público, y además, no sabe hacerlo, Machado Ventura ha sido encargado de pronunciar el discurso central del acto del 26, con excepción de los aniversarios quinquenales, que se celebran en Santiago, como el del año pasado, el aniversario 65, del que Raúl no se pudo zafar, pronunció un insufrible discurso con la absoluta convicción de que sería el último que daría en Santiago, cuando llegue el aniversario 70 él estará muerto y todos los santiagueros también.

Poner a Machado a dar el discurso del 26 fue una decisión fatal, no hay nadie menos adecuado que el Gran Inquisidor para arengar a la nación, nadie en el gobierno cubano es más impopular e inspira más visceral aversión, lo mismo entre los ciudadanos sin poder que entre los miembros del Buró Político. En vez de poner a Machado Ventura a hablar, casi sería mejor que le dieran el discurso a Laritza Ulloa para que lo leyera en el Noticiero de Televisión.

Pero Raúl quiere hacer sufrir a los cubanos, ha convertido a Machado Ventura en el orador principal de Cuba, le ha encargado pronunciar los discursos centrales ya no sólo del 26, sino de también de los congresos de las llamadas “organizaciones de masas”, la red de grupos satélites del Partido, la FMC, la CTC, los CDR, la FEU, eventos sin ninguna importancia que sólo sirven para identificar “cuadros” con los imprescindibles vicios de intelecto y carácter, los que más alto griten en el congreso, los que más elocuentemente adulen al dueño del país, para ser promovidos a cargos más altos en sus provincias o, incluso, en La Habana, con casa.

Notablemente, al supuesto presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, no lo han dejado pronunciar el discurso central en el congreso de ninguna de las “organizaciones de masas”, y mucho menos el del 26, que parece reservado para un representante de la generación estúpidamente llamada “histórica”. Sólo lo dejaron hablar en el congreso de la UPEC, porque Machado Ventura se negó, dijo que primero muerto, que prefería que lo “liberaran” y que le fueran asignadas “otras tareas” como ver la programación vespertina de Multivisión, que él no le había dedicado su vida a la revolución para que le hicieran eso.

Seguramente será Machado Ventura el orador principal de este 26 de julio en Bayamo. Su discurso será exactamente igual al que pronunció dos años atrás en el 26 de Pinar del Río, lo único que tiene que hacer es cambiar las cifras de mortalidad infantil, desempleo y médicos internacionalistas de una provincia por los de la otra, puesto que a la sección sobre la solidaridad de Cuba con la sangrienta Venezuela de Nicolás Maduro y a la dedicada a recordar a Fidel no hay que cambiarles ni una letra.

Hernández Hernández, el cacique granmense, también tendrá que decir algo, pero no ha podido empezar a ensayar su discurso porque todavía no se lo han mandado desde La Habana. De momento, Bayamo es un hervidero de rumores, algunos claramente disparatados. Algunos dicen que Yomil y el Dany van a dar un concierto. Otros dicen que no, que Descemer Bueno. Hay incluso un rumor de que van a dar pescado. También se dice que la Seguridad del Estado va a hacer una recogida de miembros y simpatizantes de la UNPACU y otros grupos opositores activos en la provincia, no van a dejar que ni uno solo de ellos se acerque a la Plaza de la Patria de Bayamo el 26 de julio. Este último no es un rumor, es verdad. Hay una lista. Abel no murió para esto.

Juan Orlando Pérez
El Estornudo, 25 junio de 2019.
Foto: 26 de julio de 2019 en Bayamo. Tomada de Cubasí.
Leer también, del mismo autor: El discurso y El problema es la gente.

lunes, 13 de enero de 2020

Crisis económica en Cuba no afecta a la Seguridad del Estado



Hace poco más de un año, un tren cargado con contenedores de cerveza, latas de atún y bolsas de leche en polvo se descarriló en una zona del municipio Boyeros, muy cerca de la Universidad José Antonio Echevarría.

Además de los investigadores y peritos del Departamento Técnico de Investigaciones, oficiales del Departamento de Seguridad del Estado (DSE) confirmaron que el accidente había sido intencional, para robar alimentos, y no contó con la participación de ‘elementos contrarrevolucionarios’.

En los diversos incendios acaecidos en tiendas e instituciones de Comercio Interior en el país y en la central telefónica de Santa Clara, capital de la provincia Villa Clara, a 270 kilómetros al este de La Habana, también los servicios especiales corroboraron que no fueron siniestros planificados.

En Cuba, en cada centro de trabajo, ministerio e instituciones, un oficial del DSE supervisa cualquier manifestación disidente. En las embajadas cubanas en el exterior, misiones de trabajo en el extranjero o en un buró de turismo, dentro o fuera de la isla, en sus nóminas tienen funcionarios de inteligencia capacitados en la búsqueda de información y reclutamiento de agentes.

La inteligencia y contrainteligencia verde olivo está en todas partes. No es un mito. Y de todo se ocupa: desde investigar en una terminal de ómnibus urbanos cómo se roba el combustible hasta indagar en una escuela preuniversitaria las interioridades de los nuevos teams juveniles que han surgido en el país. Y al igual que en China o Rusia controlan el tráfico de internet y las redes sociales.

Según un ex oficial de la Dirección General de Inteligencia (DGI), “los servicios especiales buscan reclutar a las mentes más brillantes entre los estudiantes universitarios. No importa la carrera que cursen. Tienen bajo su mando a brigadas de informáticos y especialistas en software y nuevas tecnologías. Si un informático en Cuba logra penetrar un sistema operativo, por ejemplo de Apple, Microsoft o desencriptar WhatsApp, ponle el cuño que la Seguridad intenta reclutarlo. A pesar del atraso tecnológico de la sociedad cubana, cuentan con herramientas avanzadas para trabajar en la red. Los nuevos convenios con Rusia y China, les ha permitido no quedarse atrás en el sector de las nuevas tecnologías. Y ahora mismo están más capacitados de lo que la CIA supone”.

La capacidad de análisis y de recolección de información de los servicios especiales cubanos se encuentra entre las mejores del mundo. La cantidad de recursos que utilizan son ilimitados.

El ex oficial jubilado cuenta que a finales de los años 80, la DGI tenía en plantilla “a miles de espías de todo tipo en el mundo y los utilizan como agentes dobles o agentes de provocación o influencia. Las embajadas cubanas, como las de otros países, son auténticos nidos de espías. Y las misiones internacionalistas posibilitan introducir agentes para recopilar información concreta de opositores, empresarios o comprar a funcionarios corruptos”.

Preguntado si las conjeturas del gobierno de Donald Trump sobre la presencia de agentes de inteligencia en Venezuela, Bolivia y Ecuador son infundadas, el ex oficial asegura: “Estados Unidos es el mayor recolector de información del planeta, ya sea por vías tecnológicas o humanas. Y, por supuesto, saben de primera mano (los americanos, rusos y chinos también lo hacen), que los cubanos aprovechan las misiones en el exterior para además de buscar información, venido el caso, subvertir el orden establecido”.

Diversos libros, documentos desclasificados y oficiales de inteligencia que desertaron han contado el alcance y capacidad de penetración de los servicios especiales cubanos en America Latina y los Estados Unidos.

Una doctora que prestó servicio en Venezuela, explica “que desde que llegas a Maiquetía, el aeropuerto internacional de Caracas, las autoridades cubanas te retienen el pasaporte para intentar frenar una posible deserción. Leí el artículo del New York Times sobre los médicos cubanos en Venezuela y es verdad que en todas las brigadas hay personajes sospechosos que nadie sabe de dónde salieron que controlan el trabajo de las misiones y advierten lo que debemos hacer en cada caso. Al igual que en Cuba, inflábamos la cifras de pacientes que atendíamos y las estadísticas. En mi caso específico, que trabajé en una zona donde la oposición a Maduro era muy grande, el compañero de la Seguridad de la brigada siempre quería información y detalles sobre las personas que yo atendía”.

Personas consultadas para este artículo que cumplieron misiones en el exterior afirman que siempre hubo presencia y control de la Seguridad del Estado. “Ellos no conviven con nosotros. Llegan un día y merodean por tu puesto de trabajo. Tienen autorización para estar en cualquier sitio. Todos los que han trabajado en misiones en el extranjero saben que hay oficiales de la Seguridad supervisándonos. Lo que hacen uno no lo sabe. Pero es evidente que además de controlar las posibles deserciones, se dedican a buscar otro tipo de información. Donde más notoria es la presencia de oficiales de la Seguridad es en Venezuela. Están en todas partes”, asegura un técnico de la salud que prestó servicio en varias misiones médicas.

El ex oficial retirado de la inteligencia afirma que “debido a los nexos con sindicatos, lideres e intelectuales de izquierda, la presencia de los servicios de espionaje cubanos es bastante activa en el continente. En Bolivia y Ecuador, gracias a la connivencia cuando gobernaba Evo Morales y Rafael Correa, la Seguridad tuvo una fuerte presencia y bases operativas instaladas. Venezuela es punto y aparte. Las directrices de muchas operaciones políticas y de inteligencia pasan por La Habana. Pero en países como Canadá, España y Estados Unidos también la inteligencia tiene una participación activa, sobre todo en el mundo académico. Cualquiera se preguntará para qué el gobierno cubano necesita tanta información. La respuesta es simple: para venderla al mejor postor”.

Dentro de la Isla, la Seguridad del Estado tiene un esquema de trabajo que abarca a todos los organismos, empresas o proyectos emprendidos por el régimen. Hay secciones para enfrentar a la disidencia y también para fiscalizar a cada uno de los ministerios.

Probablemente la sección con mayor número de oficiales es la que controla a los gobernantes. Excepto Raúl Castro, todos los funcionarios en Cuba están bajo vigilancia. Desde un ministro cualquiera hasta el propio presidente.

Iván García
Foto: La sede del Departamento de Seguridad del Estado, más conocida como Villa Marista, radica en San Miguel y Mayía Rodríguez, Reparto Sevillano, en el municipio habanero de Diez de Octubre.
Leer también: Columna vertebral de la represión.

lunes, 6 de enero de 2020

De las ilusiones perdidas



Desde que en enero de 1959 llegó al poder, Fidel Castro se empeñó en desbaratarlo todo.

Eliminó muchas costumbres y creó otras. Arbitrariamente cambió fechas: los carnavales ya no se celebrarían en febrero, sino en julio. Y los niños no tendrían más juguetes el 6 de Enero, si no también en julio, en un artificial Día de los Niños por él creado.

¿Qué había ocurrido en julio para ser escogido el mes más importante del calendario revolucionario cubano? Nada más y nada menos que el asalto a un cuartel militar, en Santiago de Cuba, con víctimas mortales en uno y otro bando, el 26 de julio de 1953. Un hecho sangriento se convirtió en el centro de tres días de festejos. Desde entonces, el 25, 26 y 27 de julio es el feriado más largo de los cubanos.

A partir de marzo de 1962, cuando el gobierno implantó dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales, los padres que deseaban mantener la tradición de los Reyes Magos se las vieron negras, a no ser que tuvieran familiares en el exterior, fueran habilidosos en la fabricación de juguetes o les quedaran algunos de su infancia.

Un año antes, en abril de 1961, el propio Fidel Castro había proclamado el carácter socialista de la revolución. Y para que la niñez cubana volviera a tener con qué jugar, la solución fue estatal y equitativa: todos los menores de 0 a 13 años tenían derecho a un juguete básico y dos adicionales. Una vez al año, en el mes de julio: por la libreta de "productos industriales" y en la tienda asignada por el Ministerio de Comercio Interior (MINCIN).

El método inventado por los burócratas del MINCIN peor no pudo ser: había que llamar por teléfono a la tienda que a uno le correspondía, casi siempre cercana al domicilio. Desconozco las cifras de entonces, pero en la década de los 60, era bajo el número de hogares con teléfono, por lo que una gran cantidad de personas teníamos que acudir a vecinos con conexión telefónica. Y a su amabilidad, toda vez que uno podía pasarse horas tratando de comunicar para reservar un turno de compra.

A cada tienda le asignaban equis número de clientes e igual cantidad de juguetes básicos y adicionales. Una muestra de ellos, con sus correspondientes precios, había que mostrarlos en las vidrieras con una o dos semanas de anticipación, para que niños y padres tuvieran idea de lo que en ese comercio podían adquirir.

A nosotros siempre nos tocó comprar en La Casa Mimbre, en Monte entre Romay y San Joaquín, Cerro, al doblar de nuestra casa. Mis dos hijos nunca tuvieron los juguetes deseados, porque el turno telefónico de compra nunca lo conseguí para el primer ni segundo día, sino para el tercero o el cuarto, cuando ya habían sido vendidos los juguetes más atractivos. Solía ocurrir que en otras tiendas quedaban los juguetes que mis hijos querían, pero como no era la asignada, teníamos que conformarnos con nuestra mala suerte.

Pese a lo desastroso del sistema 'rinrin' , el MINCIN volvería acudir a él en los años 70, para hacer reservaciones en restaurantes, cafeterías y pizzerías de la capital.

Ya no existe la libreta de productos industriales ni hay que llamar por teléfono para un turno con derecho a comprar tres juguetes por cada menor de edad registrado en las antiguas Oficodas, oficinas de control y distribución de alimentos.

El límite ahora es la moneda dura: los niños cuyos padres poseen cuc (pesos cubanos convertibles) o dólares, serán los que tendrán juguetes de Santa Claus o de los Reyes Magos. O de los dos. Los otros, tendrán que conformarse con verlos en las tiendas recaudadoras de divisas.

Tania Quintero
Publicado el 6 de enero de 2014 en mi blog.
Foto: Portada de Carteles, revista fundada en La Habana en septiembre de 1919, el último número salió el 31 de julio de 1960. Tomada del blog My Cuban Traumas.