viernes, 28 de noviembre de 2014

"No me veo en otro lugar que no sea Cuba"



Después de participar en un taller sobre periodismo de investigación organizado por Institute of the Americas, del 10 al 14 de noviembre en San Diego, California, Iván García estuvo cuatro días en Miami. Durante su estancia en esa ciudad, una reportera del Diario de las Américas, periódico de la Florida del cual es colaborador desde enero de 2013, le hizo una entrevista, publicada con gran destaque en la edición impresa y en la digital. También fue entrevistado por Radio Martí.

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Para Iván García, periodista independiente cubano que escribe para Diario las Américas desde La Habana, “en Cuba ha habido un cambio” en el tipo de represión que aplican los agentes del régimen contra quienes disienten de la oficialidad.

García que reseña la cotidianidad de su país con una mirada cruda, admitió que la estrategia del Gobierno cubano respecto a la disidencia “es difícil de entender. A algunos sí los reprimen muy duro, como a los del grupo de Martha Beatriz Roque, a los que están en provincia que no tienen ni qué comer, ésos son los que peor la pasan, precisamente porque son los menos notorios”.

“Pero a gente como Yoani (Sánchez) o a mí, que escribimos para periódicos reconocidos, no podemos decir que alguien nos reprime, mucho menos desde 2013 cuando abrieron los permisos para viajar”.

García reconoció que para ejercer de manera independiente se ve “obligado a obviar muchas de las normas del periodismo, pues ante la gente con la que busco la información para mis historias no puedo presentarme como un periodista. Salgo y converso con jineteras, vendedores de drogas, gente de la 'otra Habana'. Hago otro tipo de periodismo porque Cuba es un país diferente”.

Lo que sí reconoce es que el cambio de actitud del Gobierno hacia quienes como él escriben sobre Cuba para medios independientes en el exterior, incluso para medios como Radio y TV Martí, es algo que se ganó el periodismo independiente desde etapas anteriores a la suya, donde las consecuencias eran recibir golpizas y cumplir años de cárcel.

“Muchas de las cosas que ellos han ido permitiendo, que pudieran parecer como una apertura y que el régimen se anota como cambios, es algo que el periodismo independiente y los opositores en Cuba venían pidiendo desde los años 90”, puntualizó.

La reforma migratoria adoptada en 2013 por el régimen de La Habana permitió a muchos de los disidentes viajar al exterior, igual que a la mayoría de los ciudadanos cubanos. No obstante, para algunos, los frecuentes viajes de miembros de la oposición fuera de la isla, significa que el Gobierno ha conseguido desestimar su papel.

“Eso se debe a que los opositores tienen que encontrar el modo de fortalecerse políticamente, porque casi dos años después de que comenzó la gente a salir, de lo único que se oye hablar cuando alguien regresa es de los lugares que conocieron y lo que pudieron comprar”.

Para García, la disidencia “no ha sido capaz de abrirse un espacio político internacional, cuando el Gobierno sí lo está ganando con aparentes cambios. Me parece que en política, dos años son un buen tiempo y no creo que se haya logrado nada. Me siento con derecho a preguntar y cuestionarlo porque pienso que esa disidencia me representa”, señaló.

El reportero, que ha sido objeto de críticas por exponer al desnudo la situación política y la degradación social de su país, aseguró que en Cuba hay mucha gente decepcionada.

“De los Castro la gente está muy cansada. También del embargo, que en Cuba llaman 'bloqueo', porque el Gobierno lo usa como pretexto de que por eso nada funciona. Pero tampoco confía en los disidentes. Posiblemente las que más méritos tengan sean las Damas de Blanco y, sin embargo, todo el tema de las divisiones que ha habido entre ellas, ha dañado la imagen del grupo”.

“Lo otro que ocurre es que la sociedad está fragmentada, hay tres generaciones que abandonaron el país, existe un gran vacío intelectual en todas las especialidades, en todas las ramas del saber y las ciencias. Y la gente seguirá apostando por la emigración mientras las cosas vayan mal económicamente”, amplió.

Sin embargo, tras ese análisis desesperanzador, García consideró que “Cuba está abocada a un cambio. No tengo la verdad absoluta, pero creo que el país pasará de un régimen totalitario a una sociedad donde la democracia va ir entrando poco a poco”, comentó.

Y aseguró “que cualquier presidente estadounidense, demócrata o republicano, tendrá que tratar de negociar con Cuba, cuando ya no estén los Castro. Para entonces habrá que ver si ha surgido un disidente que pueda asumir el liderazgo político, con una posición seria, ya en democracia, porque en estos momentos hay muchas mentiras”.

Para García, la disidencia de los años 90, que estuvo encabezada por opositores como Vladimiro Roca, Martha Beatriz y Félix Bonne, entre otros, además de haber envejecido “ya no cuenta con el apoyo del Gobierno de Estados Unidos, entiéndase recursos y dinero, porque en Washington apostaron por las nuevas generaciones”.

“Un problema de los cubanos es que no respetamos la memoria histórica, escalamos pisoteando cadáveres y eso no debiera ser, porque antes que nosotros estuvieron ellos e, incluso, hubo otros antes que fueron fusilados por el régimen”.

La realidad de Cuba, más allá del cambio de régimen y la necesidad de una reestructuración política, según García, “requiere de una recuperación social que tardará unas cinco o seis generaciones, porque el sistema de valores no existe y eso se puede apreciar hasta en la pobreza de vocabulario de los cubanos más jóvenes”.

“La depauperación en Cuba da lugar a que una muchacha se vaya a la cama con un hombre por una cerveza y sea aplaudida. Eso realmente es lo que no sabemos cómo se podrá superar. También está el hecho de que la adoración por el dinero desvíe a la gente de cosas tan importantes como denunciar la violación de sus propios derechos”, precisó.

García aseguró que ha sido testigo cada vez con más frecuencia de la cantidad de cubanos, fundamentalmente jóvenes, que se involucran en los preparativos de un viaje para llegar de forma ilegal a Estados Unidos, esperanzados en recibir los beneficios de la Ley de Ajuste Cubano.

“Hay que revisarla, para mí ya no tiene ningún sentido. Lo que debe mantenerse es el estatus de refugiado para los verdaderos perseguidos políticos, pero no para los que se acogen a la Ley de Ajuste y al año están viajando a la Isla, de donde supuestamente se tuvieron que marchar por problemas políticos”, denunció.

“Lo mismo ocurre con la ley que ampara a quienes logran llegar a tierra y envía de vuelta al país a los cubanos que son interceptados en el mar (conocida como política de "pies secos, pies mojados"). Me parece algo patético, además de todas las muertes que ha ocasionado. El Estrecho de la Florida es el cementerio más grande del mundo”.

Pero a pesar de que García ve el futuro de su país con incertidumbre y que su viaje a Estados Unidos constituyó el primero al extranjero en toda su vida, concluyó: “No me veo en otro lugar que no sea Cuba, creo que es el lugar que me corresponde. A pesar de todo, me gusta mi país”.

Iliana Lavastida Rodríguez
Diario las Américas, 25 de noviembre de 2014.
Foto: Iván en la redacción del Diario las Américas, el lunes 17 de noviembre de 2014. Difundida vía Twitter con este pie: "El gran @DesdeLaHabana que nos ilustra con sus crónicas desde Cuba nos visitó en la redacción".

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Barrios de La Habana (III y final)



Justo frente al solar de La California, en la calle Crespo, Mario, 32 años, un santiaguero que de manera ilegal reside en la capital, se las ingenia para desmarcarse de la policía y vender cigarrillos de marihuana a 5 pesos convertibles (6 dólares).

“Esta yerba es ‘yuma’ (extranjera, colombiana en este caso) y te arrebata como ninguna”, asegura Mario, un mulato que viste un desahogado bermuda y sandalias de cuero. Los presuntos clientes pasan de la droga y le dicen que ellos buscan diversión con buenas hembras, “no muy caras”. “Tengo un montón de ‘niñas’ para chuparse los dedos”, indica. Y arrastra al grupo a casa de un proxeneta que controla a varias chicas.

Así es el barrio de Colón. Usted puede encontrar lo que busca y legalmente no se vende. Desde melca, marihuana criolla o foránea, leche en polvo, hacerse santo, comprar pacotilla, alquilar el 'cable' (antena satelital) por diez dólares o pasar una noche con un par de lesbianas.

Aquí, al igual que en otras barriadas del centro de la ciudad, la gente camina y piensa dos veces más rápido que el resto de los habaneros. Colón forma parte del municipio Centro Habana, cuna de jineteras, chulos y ‘pingueros’ clase A que hoy viven de su verga en Europa.

De acuerdo a estadísticas oficiales, en Colón residen alrededor de 24 mil personas. Claro, las cifras no recogen los clandestinos. Es el barrio ideal para los inmigrantes de provincias orientales que llegan a La Habana con ganas de comerse el mundo. Haciendo cualquier cosa. Desde vender tamales, proponer putas o pedalear 12 horas en un bicitaxi.

El distrito limita al norte con el Malecón; al sur con el barrio de Los Sitios; al oeste con la calle Dragones y al este con el célebre Paseo del Prado. Fue en 1863, cuando se termina de derribar la muralla que bordeaba la zona portuaria y la fortaleza militar de La Cabaña, que La Habana puede expandirse libremente. Pero desde 1836, comenzó a perfilarse el barrio actual.

Según se cuenta, en 1876 al barrio Nueva Cárcel empezaron a llamarle con el apellido del descubridor de la isla. Cerca del mercado de abasto público de la zona existía la única estatua interior conocida de Cristóbal Colón. Por aquel entonces, el barrio era asiento de negociantes y tabaqueros. También de prostíbulos y vida libertina. Años después, surgieron comercios y grandes almacenes indispensables en la vida habanera.

Se incrementó el número de bares, cafés y restaurantes. También se edificaron varios hoteles y el Alhambra, sede del teatro vernáculo cubano, exclusivo para hombres

En el barrio de Colón predominan negros y mestizos. Los cultos sincréticos son la Regla de Ocha o Santería, paleros que consultan con huesos humanos introducidos en un caldero y plantes de abakuá.

La santería en el barrio es un negocio. Desprevenidos europeos o latinoamericanos, pasan por Colón a hacerse santo (Ifá). A un extranjero, un Ifá le puede costar 10 mil dólares. Con puros habanos, rumba y ron peleón. Hacerse santo también se ha puesto de moda entre los cubanos. A ellos les cuesta un poco más barato, entre 4 y 6 mil dólares, que no es poco dinero.

El barrio de Colón se ha convertido en una postal o un documental propagandístico. Muchos turistas sienten curiosidad por ver a los negros bailar guaguancó pasándose un afilado machete por la punta de la lengua.

Ya era famoso en los años 30, cuando en las noches calurosas y estrelladas en el solar de La California tocaba Chano Pozo, el genio de las tumbadoras. El alma de Chano aún vaga errante por la zona. Cuando negros y mestizos rompen los cueros en sus cuarterías derruidas, en la acera de enfrente, el autor de Manteca se sienta satisfecho a ver su relevo.

Colón es parte intrínseca del habanero del siglo XXI. Música, sincretismo religioso e ilegalidades. Violencia a discreción, putas baratas o caras, según el bolsillo, y drogas.

Los incipientes carteles capitalinos de drogas surgieron aquí. Ni las sucesivas redadas policiales, ni la vigilancia severa de policías especializados con sus uniformes negros y sus enormes pastores alemanes han detenido la venta de estupefacientes.

A cualquier hora usted puede ver personajes como el santiaguero Mario expendiendo marihuana. Si lo desea, lo conecta con un chulo. O lo lleva a la puerta de uno de los ‘burles’ (casas ilegales de juego) que funcionan en la zona. Los residentes de Colón son comodines. Hacen de todo.

Iván García

Foto: Una de las tiendas habaneras donde se pueden comprar artículos religiosos utilizados en la santería cubana. Tomada del blog Habana por dentro.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Barrios de La Habana (II)



Por mucho tiempo, Roldán vivió de 'lo que se caía del camión'. Término usado por los marginales de corta y clava de Atarés y El Pilar para encubrir la palabra robo. Cada noche, Roldán y su pandilla, vestidos de negro, estaban a la caza de camiones cargados de jabones y detergentes que salían de la fábrica Sabatés, una de las más grandes de la isla, situada en la barriada habanera del Pilar.

“En 4 minutos, el tiempo que el vehículo demoraba en llegar a la calle Manglar, hurtábamos entre 10 y 15 sacos de detergente y varias cajas de jabones”, años después cuenta Roldán. Además de desvalijar en marcha los camiones que salían de Sabatés, los ‘ninjas’ saqueaban almacenes de la zona. “Entrabamos por el techo. Por varias tejas previamente zafadas, con una soga bajábamos. Luego subíamos sacos de arroz, frijoles o cajas de pescado en conserva, cualquier cosa que después pudiéramos vender. Era como una película. Qué tiempos aquellos”, recuerda Víctor, ex 'ninja'.

Al día de hoy, Atarés y El Pilar, siguen estando entre los barrios más marginales de La Habana. Los que trabajan duro suelen ser quienes peor viven. En sus calles angostas, repletas de huecos, pululan antisociales que viven del ‘invento’, el juego de apuestas y el ‘bisne’.

La gente por estos lares no se suele andar con chiquitas. Las discrepancias se zanjan a puñetazos, machetazos o a tiros. Rodney, un negro flaco y alto, solía portar una pistola casera, fabricada con un percutor de revólver que se disparaba con un inyector acoplado. “Aquí es más fácil tener una pistola que una computadora. Una vez, en un registro policial en el solar donde vivo prácticamente se ocupó un arsenal, hasta escopeta de dos cañones había”.

Los relatos pueden asustar, pero ni Atarés ni El Pilar son 'zonas de guerra'. Claro, tampoco es aconsejable deambular de noche si usted no es del lugar y tiene pinta de tener la billetera repleta. Antiguamente eran dos barrios limítrofes, a partir de 1976 los unieron en uno solo, Pilar-Atarés, ahora denominado 'consejo popular'. Sigue siendo un distrito mayoritariamente negro y pobre, con poco más de 20 mil habitantes. Pertenece al Cerro, uno de los 15 municipios de La Habana.

Sus límites parten de la famosa Esquina de Tejas, donde confluyen cuatro arterias esenciales de la ciudad: Calzada del Cerro, Monte, Infanta y 10 de Octubre. Un cartabón de varias cuadras que llega hasta la calle Matadero por un lado y Cristina por el otro. Este territorio toma su nombre de los barrios extramuros de la antigua capitanía El Horcón.

Fueron creados en 1851. El nombre Pilar tiene su origen en una parroquia situada en la zona cuya patrona era Nuestra Señora del Pilar. Atarés proviene del Castillo ubicado en su demarcación, construido en tiempos del Capitán General Conde de Ricla, descendiente de Pedro de Atarés, originario de Aragón, España.

Se cuenta que al fundarse la parroquia en 1816 y hasta 1835 todos los vecinos y viajeros, sin distinción de clases y sectores sociales, se reunían a bailar, cantar y beber entre juegos de azar y ventas de mercancías. Esas fiestas se realizaban en honor a la Virgen del Pilar, los 12 de octubre.

Algo quedó de esas costumbres. Años después, en Atarés nació una de las comparsas más célebres de Cuba: Los Marqueses de Atarés. Mientras, en El Pilar en 1943 se construía la Escuela Normal de Maestros de La Habana (en la otrora prestigiosa escuela pedagógica actualmente funciona un instituto tecnológico de comercio).

Otro sitio importante fue la Sociedad del Pilar, edificada en 1848. Cuando Pedro Sánchez, un octogenario nacido en el barrio, pasa por las ruinas que han quedado de la popular Sociedad, desvía la mirada. “Sin exagerar, allí se daban los mejores bailes de La Habana y ensayaban músicos de la talla de Benny Moré y Enrique Jorrín”.

Hasta su muerte, en 1987, el violinista, compositor y director de orquesta Enrique Jorrín, mundialmente conocido por haber sido el creador en la década de 1950 de La engañadora, el primer chachachá, fue uno de sus vecinos más ilustres.

Jorrín no fue el único músico famoso del barrio. También en El Pilar vivió Félix Chapotín (1907-1983), el "Armstrong del son cubano". Su hijo Elpidio, quien durante muchos años vivió con su padre y su familia frente al Parque La Normal, es uno de los más importantes trompetistas cubanos.

Estos barrios habaneros no suelen ser visitados por turistas. Como antes de 1959, su gente mantiene la pasión por jugar la ‘bolita’ (lotería). Y cuando arranca la temporada de béisbol, acuden al antiguo Stadium del Cerro, hoy Latinoamericano, a tiro de piedra de sus hogares. Casi todos son fans de Industriales, el equipo-insignia de la capital.

Por las noches, los adultos sacan pequeños bancos de madera y sentados en las puertas de sus casas, comparten historias de épocas pasadas o juegan dominó. Mientras, los 'ninjas' van a lo suyo. Ver qué pueden hurtar del próximo camión.

Iván García

Foto: Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, situada en la manzana comprendida por las calles Estévez, San Jacinto, Castillo y Santa Rosa, en la barriada de El Pilar, municipio Cerro. Tomada de Palabra Nueva.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Barrios de La Habana (I)


Todos los barrios de La Habana tienen su sello propio. Sus casas y trazados diferentes. Hasta sus olores. Por un tiempo, para René, vecino de la calle Font, a tiro de piedra del viejo matadero, el olor nauseabundo de las reses era un distintivo de su Lawton natal.

Si le preguntas a Gabriel, desde hace 15 años viviendo en Boston, Estados Unidos, el olor del alcohol emanado de la destilería de la Calle B, el convento de Santa Clara de Asís y los 'pitenes' (juegos) en las cuatro esquinas con una pelota verde de esponja, son cosas que nunca podría olvidar.

Cada cual tiene su Lawton particular. Con una población de cerca de 25 mil habitantes, Lawton es uno de los barrios fundacionales de La Habana moderna. Pertenece al municipio 10 de Octubre, el más poblado de la capital, con 250 mil habitantes. Les cuento su breve historia.

Se dice que a unos 6 kilómetros del centro de la ciudad, se encontraba la finca de Don Fernando Batista. Hacia mediados del siglo 18, su secretario personal, de apellido Lawton, lo convenció para que vendiera sus terrenos a la compañía de ferrocarril. Con la comisión que ganó adquirió una finca en los terrenos que colindan con la actual Calle B.

De 1849 a 1864 fue autorizada la urbanización de diez repartos, por ese entonces conocidos como Barrio de Concha. Entre ellos estaba Lawton, que en 1859 se inscribió como Reparto Ferrer. Para los años iníciales del siglo XX, aquellos terrenos que había comprado el pícaro Lawton, secretario de Don Fernando, adquirieron un valor inusitado debido al trazado diseñado por la compañía de tranvías.

En los años 20, en el actual paradero de ómnibus de Lawton, se funda la empresa de tranvías de La Habana. Luego, en la década de 1940 la zona prosperó con la construcción de la Avenida Dolores, que parte en dos el populoso y amplio barrio.

Sus casas, por lo general, eran de pisos bajos y estilo ecléctico. En sus buenos tiempos, Lawton era un mosaico abigarrado de viviendas donde convivían obreros, bodegueros, pequeños empresarios y un sector de clase media en las alturas del reparto Vista Alegre o el Quinto Distrito.

Camilo Cienfuegos, uno de los comandantes de la guerrilla de Fidel Castro, fallecido en un accidente de aviación en octubre de 1959, era de Lawton. Su hogar hoy es un museo. Entre los 'lawtoneros' ilustres se encuentran el trovador Santiago Feliú, el periodista e historiador Ciro Bianchi y el disidente Oscar Elías Biscet.

Al igual que el resto de distritos habaneros, tras la llegada del ciclón verde olivo, Lawton ha pagado factura por la desidia y el descuido estatal en el mantenimiento de sus edificaciones. Sus aceras y calles están repletas de huecos y baches. Y debido a grandes salideros en las cañerías, el agua se pierde sin llegar al grifo. Las carencias habitacionales, que afectan todo el país, han provocado un auténtico caos urbanístico.

Ya muchas fachadas perdieron su diseño original. Los amplios ventanales de madera o hierro forjado han sido sustituidos por impresentables ventanas de aluminio chino o toscamente confeccionadas por herreros privados, a veces sin cristales, lo que convierte a muchos domicilios de Lawton en Frankesteins arquitectónicos.

Vecinos como Demetrio llevan veinte años intentando reparar su casa. Habita en una vivienda a medio hacer, rodeado de hormigón. Gente que se las apaña como puede para mejorar su calidad de vida destruyendo sin piedad los valores urbanísticos. Pero no queda otra. El Estado no vende materiales de construcción a precios razonables y a estas alturas nadie espera que lo haga. Para impedir que los techos se desplomen, las personas buscan soluciones por su cuenta.

No es ésta una barriada de hoteles, restaurantes, discotecas o centros nocturnos de calibre. Los jóvenes de Lawton tienen que desplazarse a otros municipios si quieren bailar y divertirse. De lo contrario, arriesgar el pellejo y asistir a los bailables del Parque de la Policía, conocido así por estar en las inmediaciones de una unidad policial, donde a ratos la fiesta termina entre trompadas y navajazos.

Lawton también tuvo -y todavía tiene- sus locos célebres. Como Pedrito, que imitaba a los salseros de moda y murió de beber en exceso 'chispa de tren', un alcohol apto para piratas. O El ruso, viejo ex presidario extraditado hace unos años desde Estados Unidos que va de puerta en puerta pidiendo comida o dinero a cambio de enseñarte a hablar inglés.

Hubo varios dementes antigubernamentales. Uno de ellos, Germán, antiguo policía de Batista, andaba con una carreta cargadas de piedras y a toda voz gritaba insultos contra los hermanos Castro.

Para los jóvenes, los "héroes" son los dueños de los ‘burles’ (casinos ilegales de juegos), los proxenetas peinados con exceso de gel, y las jineteras que regresan de Roma o Madrid cargadas de euros y pacotillas.

En Lawton, como en otros lugares de La Habana, por las noches se habla de béisbol y política mientras se juega dominó en short, camiseta y chancletas hasta altas horas de la madrugada. Cuando se puede, se hace una 'vaca’ (colecta) para comprar una botella de ron decente. No faltan quienes prefieren planificar salidas ilegales o tramar fechorías. Ni los moradores dedicados a chismorrear y contar fábulas.

Iván García
Foto: De cuando la Virgen de la Caridad paseó por las calles de Lawton, en diciembre de 2011. Tomada de Cubanet.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Siguen los negocios clandestinos



Ha pasado un año desde que Manuela tuvo que cerrar su negocio de cine 3D tras el ucase del gobierno prohibiendo la exhibición de filmes con la nueva tecnología.

Ya no se anuncia con un cartel lumínico en el garaje de su casa. Discretamente ha pasado a la clandestinidad. “No tengo la clientela que tenía antes, pero sigo operando. Los usuarios, por lo general niños y jóvenes, me llaman y contratan el servicio. Tengo tandas de hasta 12 personas. Cobro igual, un peso convertible por filme y un peso convertible por un refresco de cola y un tazón con rositas de maíz”, apunta Manuela.

Daniel también mantiene activa su sala 3D los fines de semana. "Tengo que recuperar los 3 mil dólares que invertí en una pantalla plana de 70 pulgadas en 3D, dos equipos de climatización y la adaptación de una habitación para cine”.

En el otoño de 2013, el régimen de Raúl Castro prohibió los cines 3D y las ventas de ropa al detalle. Medidas tremendamente antipopulares.

En las esquinas, las colas o en viejos taxis, la gente discrepaba de esas medidas. En el caso de la ropa, tenía un marcado carácter monopolista.

Los negocios privados de prendas de vestir crearon un gran número de compradores, gracias al buen trato, mejor calidad, precios y condiciones de pago. En Cuba no hay nada más parecido a un atraco que las tiendas estatales en moneda dura.

Venden con gabelas que flotan entre el 240 y 450%. Además de impuestos abusivos, un porcentaje alto de la mercancía es de pésima factura. En los centros comerciales de La Habana aun se venden antiguos televisores de pantalla plana de 32 pulgadas en 700 cuc, unos 800 dólares. Lavadora automáticas chinas en más de 500 y en 900 dólares refrigeradores sudcoreanos fabricados en 2009.

Los compradores no tienen otra opción. A ello súmele la poca profesionalidad y mal trato de los dependientes. Según Erasmo, jefe de un almacén, algunos equipos son obsoletos y su venta comercial es de poco movimiento.

“En nuestros almacenes hay electrodomésticos que llevan años sin venderse, entre ellos televisores chinos ATEC ensamblados en Cuba, con tecnología de hace 30 años, que se venden a 270 cuc. Lo lógico sería que se oferten a precios de costo. Resulta irrentable que equipos viejos ocupen tanto espacio en un almacén. Pero el concepto de buen negocio es una asignatura desaprobada por el gobierno”, indica.

Cuando usted recorre una boutique del hotel Habana Libre, en el corazón del Vedado, o el centro comercial Comodoro, en Miramar, mueve la cabeza de un lado a otro al mirar los precios descaradamente abusivos.

En esas tiendas, un jean y un par de tenis pueden costar el salario anual de un médico o un ingeniero. Esos precios absurdos obligan al cubano de a pie a recurrir a tipos como Norberto, que ofrece una amplia variedad de ropa, calzado, perfumería y jabones de las marcas Palmolive y Camay, las más consumidas en la isla antes de 1959.

Según Yoana, oficinista, “puedes pagar hasta en tres o cuatro plazos, de acuerdo al costo de artículo y además te lo llevan a tu casa”.

En La Habana han ido aumentando las personas dedicadas a vender mercaderías por debajo de la mesa, sin pagar un centavo al fisco. Noel, economista, considera que “es una estupidez del Estado no legalizar esas actividades. Vuelven a tropezar con la misma piedra. Cinco años atrás, vender una casa o un auto eran ilegal, pero la gente lo hacía por la izquierda".

En su opinión, las ventas y servicios privados no se frenan con prohibiciones, por el contrario, deben regularse. "Pero ocurre que los comercios estatales no pueden competir en calidad y precio con los particulares. Por eso recurren a la guillotina fiscal y al cierre de negocios”, afirma Noel.

No son las únicas ventas clandestinas. También se vende queso, yogurt, leche, pescado, mariscos y carne de res, robado a empresas del Estado.

A pesar de las rigurosas normas aduaneras vigentes desde el pasado 1 de septiembre, continúa la venta de pacotilla, artículos de aseo, teléfonos inteligentes, tabletas, ordenadores y electrodomésticos, con facilidades de pago. Casi todo procede de Quito, Panamá o Miami.

Y aunque el lumínico de colores verdes y rojo anunciando el cine 3D ya no está en la puerta del garaje de Manuela, si usted llama con antelación puede reservar una tanda dominical con su familia.

Ver filmes en 3D, en una sala climatizada, tomando refresco y comiendo rositas de maíz, a muchos cubanos les gusta. Incluso si lo prohibe la ley.

Iván García
Foto: Viendo cine 3D en una sala privada en 2012, cuando aún no estaba prohibido. Tomada de Cubanite.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Trabajar para el Estado



Cuando usted le pregunta a Santiago por qué no inicia una pequeña empresa privada de construcción y acabado, responde con una sonrisa un tanto cínica.

“Es el peor de los negocios. Las estructuras del empleo privado en Cuba están diseñadas para que no prosperen las personas si se rigen por las normas en vigor. Es más labor de subsistencia que otra cosa. Desde luego, un tipo emprendedor puede hacer dinero. Pero siempre haciendo trampas financieras, evadiendo el fisco y pagando sobornos a los inspectores. No veo otra forma de prosperar. Pero si tienes un trabajo estatal, puedes utilizar los materiales que te asignan para negocios personales”, apunta Santiago.

Mientras Joan, albañil particular que cobra 8 pesos convertibles el metro cuadrado de piso o azulejos, depende de que su cliente tenga comprado los materiales para hacer la faena, Santiago en sus obras constructivas a privados incluye la cerámica, pintura, cemento cola y hasta barnices.

“La cerámica y otros materiales de acabado tienen precios por las nubes en las tiendas estatales por divisas, además de su baja calidad. Los particulares no tenemos capital ni existe una norma legal para importar materiales de otros países con precios inferiores a los de Cuba. Los jefes de brigadas constructivas que trabajan para el gobierno desvían los recursos del Estado y pueden ofrecer precios competitivos”, afirma Joan.

Reparar a fondo una casa puede costar entre 4 y 6 mil cuc, cifra que equivale al salario de quince años de un profesional de calibre en la isla. Junto a su esposa y tres hijos, Ricardo demoró 12 años en remodelar su vivienda.

“Es que dependes de muchas cosas. La remesas de los parientes en el extranjero, lo que se pueda hurtar en el trabajo hasta de la suerte, si te sacas el premio gordo en la ‘bolita’ (lotería clandestina). Luego de terminar las obras, debes adquirir muebles nuevos y electrodomésticos, cuyos precios son elevados”, explica Ricardo.

Repasemos los precios de algunos materiales de construcción. En una tienda de la calle Infanta, Centro Habana, un metro de losas de piso de cerámica cuesta 17 cuc. No lejos de allí, en el 'mall' de Carlos III, un saco de cemento cola vale 7.50 cuc, un inodoro 145 cuc y 15.50 el metro de azulejos.

Aún más caros cuestan en las tiendas al oeste de la capital. En el centro comercial Palco, a tiro de piedra de Punto Cero, complejo de residencias donde vive la familia de Fidel Castro, el metro de losas de pisos cuesta 33 cuc.

Los altos precios gravados por el régimen de manera escandalosa, obligan a los cubanos que deben reparar su casa a recurrir al mercado negro.

Es ahí donde entran en juego tipos como Santiago. Un experto en acabado que aprovecha su posición en una firma constructora del Estado para desviar recursos y hacer dinero.

“Todo lo obtengo en mi empresa. Es una cadena de negocios irregulares donde todos se 'mojan'. El gerente y el almacenero cobran su gabela por debajo de la mesa en cada contrato. Cuando he trabajado en el extranjero, solo cobro el 30% del salario que paga el empresario que nos ha contratado. En cada obra que emprendemos en Cuba, recibo los materiales con un descuento del 20%, ésa es la ganancia del jefe de almacén".

Santiago sigue relatando. "Con esos recursos, me apropio del 35% para uso particular. No me da negocio venderlo. Es más rentable utilizarlo en obras de acabado de clientes particulares. Hay un segmento de mercado, entre los que se encuentran artistas de éxito, funcionarios corruptos, cuentapropistas boyantes y personas que reciben dólares o euros, con posibilidades de reparar sus casas con materiales de primera calidad”.

Eulogio, economista jubilado, afirma que en cualquier obra constructiva emprendida por el Estado, se desvía una gran cantidad de recursos. “Fui el inversionista en la reparación del hospital Miguel Enríquez, en la barriada de Luyanó. Con la cantidad de cemento, losas y pinturas robadas, se hubieran edificado tres hospitales de 800 camas”.

Por su parte, Santiago considera que mientras el particular se encuentra asfixiado por gravámenes elevados y precios minoristas de escalofrío, un trabajador estatal obtiene los materiales sin invertir un centavo ni pagar impuestos. "Es cierto que corres riesgos. Si te pillan vas a la cárcel. Pero en las empresas del Estado roba todo el mundo".

Iván García
Foto: Obreros "trabajando" para el Estado en la construcción de viviendas. Tomada de El Nuevo Herald.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Huérfanos de estrellas



No se lo pueden estar pasando bien luminarias del voleibol en la Isla, al conocer que la selección femenina está de vuelta a casa con el peor resultado posible en un deporte antaño de vanguardia.

En el Campeonato Mundial que se juega en varias ciudades italianas, el sexteto cubano tuvo un desempeño de lágrimas. Perdieron todos su partidos, sin obtener siquiera un solo punto.

Solo ganaron un set ante Azerbaiyán. La caída ha sido demasiado ruidosa como para no tenerla en cuenta. No es saludable vivir de la nostalgia. Pero el voleibol en Cuba después que Fidel Castro se hiciera con el poder, ha escrito páginas con letras góticas.

Hagamos un poco de historia. Cuando Castro se alió al comunismo soviético, una ideología estrafalaria que prometía estándares de vida superiores al capitalismo desarrollado, las competencias deportivas formaron parte del mapa propagandístico de la Guerra Fría.

Cada medalla olímpica o mundial era algo más que una proeza atlética. Detrás escondía todo un simbolismo, que intentaba demostrar la supuesta superioridad del sistema totalitario marxista sobre las sociedades democráticas y de libre mercado.

En los años 60, de Europa del Este llegaron entrenadores para adiestrar a los deportistas cubanos en modalidades un tanto exóticas para los fanáticos locales, como el hockey sobre césped, polo acuático o lucha grecorromana.

El voleibol recibió preparadores soviéticos, húngaros y del estado gamberro de Corea del Norte. No era un deporte desconocido en Cuba. Antes de 1959, se practicaba en el circuito universitario y en clubes atléticos de La Habana o Manzanillo.

Pero nunca se habían obtenido resultados de primer nivel. En la Isla prevalecía el béisbol, deporte nacional, el boxeo, un poco de atletismo y algo de baloncesto y fútbol.

Las autoridades cubanas calcaron el modelo deportivo de la antigua URSS. Una pirámide eficiente que se iniciaba desde edades tempranas y las futuras estrellas se pulían en escuelas deportivas.

Hay que estrujarse demasiado la memoria para recordar el nombre de un científico notable, un economista ilustre o un inventor nacional. Es difícil que Cuba tenga una patente o innovación tecnológica de interés, pero sobraban los campeones olímpicos y las estrellas del músculo.

Había tantos que asombraba, al ser una nación pobre y del Tercer Mundo. Se producían en serie. Como una fábrica de golosinas infantiles. Entre los deportes que más destacaron se encontraba el voleibol femenino.

Ya para 1978, en el Campeonato Mundial efectuado en la entonces Leningrado, Cuba se coronó campeón mundial. Era una generación de ensueño: las dos Mercedes, Pomares y Pérez, Imilsis Téllez con Ana María García y compañía.

Pero lo que estaba por venir era aún más asombroso. Un auténtico Dream Team. Uno se frotaba los ojos viendo los saltos espectaculares y remates fortísimos de Mireya Luis, Magalys Carvajal, Regla Torres y Regla Bell.

Es como si en un mismo equipo jugaran Cristiano Ronaldo, Messi, Ibrahimovich y Thomas Muller. El comentarista deportivo René Navarro las bautizó como las Morenas del Caribe. Eran mágicas. Cualquier epíteto o metáfora se quedaba corto. Había que verlas jugar. Ganaron tres campeonatos mundiales y tres oro olímpicos seguidos.

El maestro de esas generaciones doradas se llamaba Eugenio George, fallecido hace unos meses en La Habana, y considerado el entrenador del siglo XX por la Federación Internacional de Voleibol.

George supo combinar la capacidad física de las morenas cubanas, fuerza en el remate, saltabilidad, ritmo de juego, defensa en la net, con la técnica exquisita de las europeas o las magas del Oriente japonés.

Para ser más gráfico: era lo más parecido a la anarquía brutal de los formidables jugadores de baloncesto de la NBA. Las cubanas no defendían el campo como las asiáticas, pero en el ataque eran imparables, con saltos que superaban por 50 centímetros la media mundial.

Pero con el retiro de George, la economía insular que comenzó hacer agua por todas partes y la marcha de los mejores prospectos a ligas europeas, el voleibol femenino comenzó su declive.

La caída de un imperio siempre es dolorosa. Sobre todo si es ridícula. El actual equipo cubano es una ristra de jugadoras sin excesivo talento conducidas por un preparador mediocre llamado Juan Carlos Gala.

Quizás solo Melissa Vargas, de 15 años, se salva del desastre. Las autocracia verde olivo también tiene cuota de culpa, con sus discursos baratos de conceptos vacíos y salarios miserables a deportistas que dedican muchas horas a su profesión.

No se sabe si algún día el voly para mujeres pueda tan siquiera rozar los grandes triunfos. Es más fácil destruir que construir. Pregúntenle a Fidel Castro que sepultó la ganadería, el azúcar y la producción de café en Cuba.

Iván García
Foto: Melissa Vargas (Cienfuegos, 1999) mide 1,92. Tomada de DeporCuba.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Nos estamos quedando sin cromos



Ahora mismo, en la temporada otoñal del béisbol en Cuba, todos se preguntan por qué los estadios están vacíos. El clásico entre Santiago de Cuba e Industriales, que antaño se jugaba con las gradas hasta la bandera, fue una versión descafeinada de aquellos encuentros a colmillo afilado donde la tensión flotaba en el terreno y las tribunas.

Olvídense de esos juegos calientes que daban las sensación de una autentica guerra civil deportiva. Les cuento que en el último clásico celebrado en el viejo estadio del Cerro, con capacidad para 55 mil fanáticos, asistieron menos de 6 mil espectadores.

Se pudiera pensar que la crisis económica estacionaria que se alarga por 25 años es una de las probables causas. O el caótico servicio de transporte urbano provoca que los fans prefieran ver el partido de béisbol apoltronado en el sofá de su casa.

No lo creo. No hay experiencia más exultante para aquellos chiflados por el deporte de la bola y los strike que estar tres horas y media sentados en las gradas hablando de béisbol, comparando estadísticas de peloteros de diferentes generaciones y previendo jugadas y estrategias para demostrar sus conocimientos profundos del deporte.

Más que ego es una especie de sedante. El ritmo lento y sabroso de un juego de pelota da para hacer amigos, charlar sobre las últimas noticias de lo que acontece en la MLB, y hasta ligar una chica de esas que obligan hacer silencio a su paso y asisten al estadio con la intención de jinetear algún pelotero de postín.

Pero la calidad de la pelota cubana, en franca caída libre, donde nadie sabe cuando tocará fondo, es el gran culpable de que la afición se aleje de los estadios.

Y lo peor es que ya se perdió una franja amplia de jóvenes entre 15 y 30 años que se gastan horas discutiendo del futbol europeo, el impresionante arranque goleador de CR7 o esperan con ansiedad el clásico Real Madrid-Barcelona el próximo sábado 25 de octubre, que no les gusta la pelota.

Otros, aquellos que no están para perder el tiempo viendo partidos francamente malos, con jugadores bisoños, managers conservadores y pitchers con herramientas de béisbol escolar, optan por seguir solo los juegos de la Gran Carpa y la actuación de jugadores cubanos.

Nos estamos quedando sin cromos. El desguace es considerable. Del equipo nacional al último Clásico Mundial, decidieron ser peloteros libres, ganar salarios de varios millones y administrar sus finanzas el 50% de esa novena.

Mire usted, José Dariel Abreu, Yasmani Tomás, José Miguel Fernández, Erisbel Arruebarrena y Andy Ibáñez, además del que debía ser el jardinero central, Rusney Castillo, castigado por intento de salida del país y los lanzadores Odrisamer Despaigne, Misael Siverio, Diosdanis Castillo y Raisel Iglesias hicieron mutis.

No se marcharon jugadores de bulto. No. Eran peloteros anclas, tipos que invitan asistir a los estadios a pesar de la billetera y la nevera vacía. Suponga usted que para la próxima temporada de la MLB, Miguel Cabrera, Mike Trout o Nelson Cruz abandonen sus equipos y se enrolen en la liga de Japón.

No se puede negar que hay jugadores con un plus para atraer a los fanáticos. La gente sigue equipos, pero también peloteros. A nadie, excepto un fan incorregible, le gusta ver una nomina repleta de novatos y que pierden más juegos de lo que ganan.

Y es lo que viene acontecido en el béisbol nacional. Las estrellas o los prospectos en ciernes brincaron el charco. Algo queda en el saco. Pitchers de calibre como Freddy Asiel Álvarez o Norge Luis Ruiz.

Bateadores especiales como Alexander Malleta, Rudy Reyes, Alexander Bell o Yosvani Peraza. Quizás para los scout lo más interesante es ver jugadores noveles o en pleno desarrollo que pintan para grande.

Tocando a la puerta del equipo nacional están Roel Santos, Luis Yander la O y Lourdes Gourriell Jr., segundo en jonrones con cuatro y colíder en impulsadas con 19.

Los tres con menos de 23 años. Hay otra camada que viene detrás en edades comprendidas entre los 17 y 21 años con buenas maneras. Pero aun deben madurar, corregir defectos técnicos y tener horas de vuelo.

A la ausencia de estrellas se debe sumar que los tres grandes, Alfredo Despaigne, Frederick Cepeda y Yulieski Gourriell, por su compromiso en la liga japonesa no se incorporaran a sus equipos hasta después del 24 de noviembre.

La pelota en la Isla es la más joven del mundo, con un promedio de edad de 24 años. Un poco en serio, un poco en broma, un aficionado comentaba en el estadio del Cerro que se ha convertido en una liga de desarrollo, sucursal de la MLB.

Si usted se da una vuelta por el Latinoamericano observará a muchos fanáticos hacer cábalas de hasta cuándo seguirán jugando en Cuba los talentos más prominentes.

La ausencia de grandes estrellas convierte a la mayoría de los partidos en un bostezo. Es una de las claves de por qué las gradas están vacías. No es problema de dinero. La entrada a los estadios en Cuba sigue costando el ridículo precio de un peso. O cinco centavos de dólar.

Iván García

Foto: José Dariel 'Pito' Abreu cuando vestía la camiseta de los Elefantes de Cienfuegos, su provincial natal. En 2013 abandonó la isla y hoy juega en Grandes Ligas, con los Medias Blancas de Chicago. Tomada de Cubanet.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Lo que queda de los Panamericanos Habana '91


Lo más recordado del verano de 1991 en Cuba, tal vez sean los XI Juegos Panamericanos, celebrados en La Habana entre el 2 y el 18 de agosto de ese año.

No sé si “celebración” sea el vocablo más acertado cuando el suceso provocó tanta angustia para el pueblo cubano. Casi medio millón de personas trabajaron sin descanso en las obras de construcción de las instalaciones deportivas que habrían de acoger a los deportistas de 39 naciones.

A pesar de la crisis económica y política, en pleno 'período especial', el país se movilizó durante largos meses, porque había que regalarle a Fidel Castro el espectáculo soñado para celebrar su cumpleaños 65.

No importaba que el socialismo se estuviera desmoronando o que, como consecuencia del corte de suministros de alimentos y combustible provenientes de Rusia, en las cocinas de los trabajadores no existiera ni un pedazo de pan viejo para llevarse a la boca.

El gobernante, fanático de los deportes, deseaba un poco de circo y no vaciló en malgastar las finanzas del país, en ruinas, en una pelea de gladiadores donde el pueblo sería el verdadero objeto de sacrificio.

Miles de horas de trabajo obligatorio, no remunerado en ocasiones; millones de brazos de mujeres, niños, hombres y ancianos levantando estadios, hoteles y otras edificaciones que, al pasar los pocos días de fiesta, no servirían para nada más.

Millones de dólares dilapidados en cientos de kilómetros cuadrados de abandono y desolación; miles de familias, por más de una década, padeciendo hambre y enfermedades a causa de la desnutrición con el fin de satisfacer el antojo de uno solo.

Transcurridos 23 años, cuando muchos cubanos atraviesan el túnel de la Bahía con destino a la zona este de la capital y observan lo que fueran campos deportivos, plazas, monumentos e inmuebles hoy cayéndose a pedazos, en primer lugar dan gracias, al cielo por estar vivos a pesar de tanta locura.

Y en segundo lugar al Comité Olímpico Internacional, por no haber permitido, en años recientes, que celebraran una olimpíada en Cuba, porque a sus hogares habría arrojado más penurias que las que uno alcanza a ver donde quiera que mire.

En su discurso de inauguración de la Villa Panamericana, en julio de 1991, Fidel Castro dijo una verdad innegable cuando señaló: “Por eso decimos que habrá dos épocas en la historia de nuestra arquitectura: antes de los Panamericanos y después de los Panamericanos”.

La desolación captada por nuestra cámara, irónicamente, no le dejan mentir.

Texto y fotos: Ernesto Pérez Chang
Publicado el 24 de septiembre de 2014 en Cubanet con el título Circo sin pan.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Dos historias de prostitutas habaneras (II)



La primera vez que Yamilé se acostó con un hombre por dinero tuvo sensaciones encontradas.

“Me bañé tres veces. Como si quisiera corregir mi pecado. Pero luego con los 150 dólares que me dejó encima de una mesa de la habitación, a mi familia pude comprarle carne de res, pollo, pescado, queso y jamón. Tenía 19 años, un cuerpo de de campeonato y un rostro de modelo, pero con más necesidades que un forro de catre. Dejé a un lado el puritanismo y comencé a vivir a mi manera”, cuenta Yamilé diecisiete años después de haberse iniciado como prostituta.

Ya se sabe que la prostitución es el oficio más viejo del mundo. Los expertos pueden ofrecer mil teorías diferentes que motivan su práctica, pero en todas se puede encontrar el rastro del dinero.

En Cuba siempre hubo mujeres de vida alegre. Bayús legendarios y prostitutas sonadas. Pero la revolución de Fidel Castro aportó nuevos modus operandi.

Una ramera sueca cobra el sexo por hora. Y punto. Un segmento amplio de prostitutas cubanas tienen dos metas: una, cazar extranjeros de bolsillos amplios; dos, salir de la Isla vestidas de blanco, enganchadas al brazo de cualquier forastero.

Se les conoce con el término de jinetera. Una palabra que engloba algo más que sexo tarifado. Es ahora mismo una auténtica cultura nacional.

Jinetear es sinónimo de oportunismo y pillaje. Se puede jinetear a un pariente de Miami para que te envíe 300 dólares junto con la última versión de iPhone. O a un amigo para que pague media docena de cerveza clara.

Las jineteras en Cuba ya son tantas que asustan. Están en todas partes y al final de una noche de tragos y farras siempre se termina llamando a un par de ellas para montar un trío o un cuadro lésbico.

Existe un catálogo de precios. Desde las ‘matadoras de jugadas’ a 5 cuc la noche, hasta las refinadas que visten como funcionarias y se hartan de canapés y mojitos en cualquier recepción oficial.

Unas son más instruidas que otras. De manera desvergonzada, Fidel Castro reconoció en una entrevista que las jineteras cubanas estaban entre las más cultas del mundo.

Yamilé está en ese grupo. “Soy abogada, pero apenas he ejercido. Solo dos años de servicio social en un bufete destartalado en la Habana del Este. Una amiga de la Universidad fue la que me propuso salir a putear con ella. Tuvimos éxito. Era una mezcla de placer, visitar lugares vedados para la gente común, escapar de las doces horas de apagón y comer carne de res o caguama, todo un lujo para jóvenes de familias humildes”, acota.

Pero la belleza física tiene un plazo de caducidad. Ella lo sabía. “Entre ligues y ligues, mi plan fue iniciar una relación de pareja más o menos seria con algunos de mis ‘novios’. Calculé que un italiano apuesto y con cultura, podría ser el candidato. Pero el tipo me timó. Me creó un mundo perfecto. Una tarde de 2006 salí rumbo a Roma. Mi sueño era casarme, tener hijos y sacar de Cuba a mi familia”.

La primera decepción de Yamilé fue que su pareja vivía a mil millas de Roma. Ni siquiera tuvo tiempo para pasear por la ciudad vieja, romancear en una trattoria o visitar la Capilla Sixtina.

“Al llegar al aeropuerto de Fiumicino, el hombre que supuestamente conocía me lo cambiaron por otro. Era un vulgar proxeneta. Fuimos a parar a una villa de un pueblo italiano perdido. Casi todas las noches me llevaba toda clase de clientes. Eso sí, con buena pinta. Hice orgías con prostitutas de otras nacionalidades. Sabía hasta dónde podían llegar las personas que se dedican al negocio de la prostitución. Me tomé las cosas con calma. Él me amenazaba con matarme si llamaba a la policía o le contaba las cosas. Siempre te enganchan con el mismo cuento: cuando termines de pagar los gastos invertidos en ti, eres libre. Pero esa cuenta nunca se salda”, acota Yamilé.

Dice que una docena de cubanas que ella conoce se prostituyen en Italia. “Algunas escogieron ese camino. Otras fueron engañadas como yo. A fines de 2012 pude escapar hacia Cuba”.

Con algunos euros ahorrados montó una peluquería. “Quisiera ejercer como abogada. Pero aquí no vale la pena trabajarle al Estado. Estoy pensando emigrar temporal o definitivamente. La vida allá afuera no es tan bella o idílica como muchos cubanos suponen. Pero si trabajas duro y seriamente, se puede prosperar. Las cosas en Cuba están cada vez peor. Ya tengo 36 años, una edad en la que no puedes aspirar a vivir de la prostitución. Es un oficio de vida limitada”.

Iván García

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Dos historias de prostitutas habaneras (I)



A sus 78 años, con una sola comida al día y la nicotina estampada en sus dedos, por la cajetilla y media de cigarros que a diario se fuma, Sonia (nombre ficticio), aún conserva un atisbo de aquella belleza exótica que deslumbraba a los hombres ansiosos de una noche de juerga, sexo y alcohol.

Ahora mismo, con una espumadera remueve medio kilogramo de maní en una cazuela tosca y ennegrecida. En una antigua mesa de cedro, más de cien cucuruchos de papel blanco esperan ser rellenados.

Es su rutina diaria. “Este es un negocio de centavos y fluctuante. Cuando el maní lo puedo comprar a 10 o 12 pesos la libra, gano hasta 100 pesos diarios. Ahora la libra no baja de 18 pesos. Pero igual necesito ese dinero para mi sustento, que se resume en una comida caliente, pan de corteza dura y dos cajetillas de cigarro fuerte”, dice sin dejar de preparar el maní.

Como muchos ancianos, Sonia sufre los vaivenes y el rigor de las nuevas medidas económicas dictadas por el gobierno de Raúl Castro. No hay malla de seguridad que protege a los cubanos de la caída, después de 50 años donde el régimen fue el amo y señor de la vida de la gente.

Absolutamente todo dependía del Estado. Desde un carretel de hilo hasta un reloj despertador. Lo que el gobierno no te otorgaba era delito. “Ha sido muy duro para los más viejos. Me quedé sin palabras cuando una noche vi en la televisión al superministro Ramiro Valdés, decir que los cubanos nos habíamos acostumbrados a que el Estado nos lo diera todo. O es un sinvergüenza o un cínico. O las dos cosas. Nunca quisimos depender del Estado, fueron ellos quienes nos hicieron dependientes del Estado”, aclara Sonia con cierta dosis de rabia reprimida.

El olor a maní tostado inunda la pequeña sala de su apartamento en el barriada habanera de Lawton. Su casa es una copia fiel del promedio de las casas en Cuba. A gritos pide ser reparada. Necesita algo más que una mano de pintura.

“Tengo filtraciones en el techo y el baño. La cocina está en ruinas. Los muebles los heredé de mis padres hace 45 años. Todo es viejo y feo. Y lo peor es que con mi pensión de 198 pesos (8 dólares) y los pesos que me busco vendiendo maní, jamás la podré reparar”, cuenta Sonia.

“Yo fui prostituta. Ninguna mujer nace para serlo. Hubiera querido ser doctora o abogada. Pero donde nací, en el batey de un central azucarero en la provincia de Camagüey, esas aspiraciones para una joven de familia pobre era una fantasía”, confiesa la anciana.

Con 17 años llegó a La Habana. Había terminado el 6to. grado y quería hacer dinero para enviárselo a sus padres. Era atractiva y tenía buena figura y pensó que tal vez podía ser corista de un cabaret famoso como Tropicana o Montmrtre.

Pero para una chica ingenua y confiada, las grandes ciudades suelen ser un arma de doble filo. La primera vez que llegó a capital, todo la deslumbraba: las escaleras eléctricas de elegantes tiendas por departamentos y los edificios de muchos pisos. Descubrió que la calidad de vida era muy superior a la del resto del país.

"La Habana era una ciudad muy coqueta y con una agitada vida nocturna. Caí en manos de un tramposo. Un tipo apuesto que me metió en la mala vida. No abusaba de mí y tampoco me flagelé la primera vez que me acosté por dinero con un señor. Putear en Pajarito, en el barrio de la Victoria en Centro Habana, no era mi proyecto de vida. Pero tenía un cuerpazo que desquiciaba a los hombres. Me sobraban clientes", recuerda.

Entre sus clientes, había funcionarios del gobierno de Batista, militares y peloteros de la Liga Cubana Profesional. También gringos que venían de visita a La Habana. "A eso me dedicaba cuando triunfó la revolución. La noche del 31 de diciembre de 1958 andaba de parranda por varios clubes del Vedado con un cliente adinerado. Bebí tal cantidad de cerveza y champagne que la resaca el primero de enero de 1959 fue monumental", nos cuenta.

La guerra en el centro y oriente de la Isla a ella le sonaba como algo distante. Tal parecía que La Habana no quedaba en Cuba. "Es verdad que de vez en cuando aparecía un revolucionario muerto en la ciudad. Pero igual que ahora ocurre con los opositores, la mayoría de las personas tomaban distancia con aquéllos que se oponían a Batista”, rememora Sonia.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, como miles de prostitutas, Sonia se enroló en proyectos educativos. “No te puedo decir cuando esto (el proceso) comenzó a joderse. Pero la idea de rehabilitar a miles de putas fue buena. También nos adoctrinaban. Muchas nos vestimos de milicianas".

Otras estudiaron y se convirtieron en profesionales. Sonia empezó a trabajar en un taller de confección de ropa. "Allí conocí a mi esposo, que falleció hace tres años. No pude tener hijos. Me siento muy sola. Espero que Dios no demore en llevarme con él, porque ya estoy sobrando en este mundo. En este país no hay espacio para viejos”, dice con los ojos húmedos.

La conversión no le impidió preparar 150 cucuruchos de maní tostado y salado. Si logra venderlos todo, compraría frijoles negros y un pedazo de pollo, su comida preferida. "Ah, y una cajetilla de cigarros fuertes. Los de moneda dura son mejores”, subraya.

Desde niña, a Sonia la educaron que la mejor comida de la semana se deja para el domingo. Y hoy es domingo.

Iván García