lunes, 20 de diciembre de 2021

Un mensaje y una canción



"La Navidad no es una fecha, es un estado de ánimo" (Mary Ellen Chase, educadora, Estados Unidos 1887-1973).

Lo que dice la letra de la canción, interpretada por Gloria Estefan (Gloria Estefan - Wikipedia, la enciclopedia libre), es lo que anhelan los cubanos de dentro y fuera de la Isla:


A los lectores del blog y a sus familias, deseamos que 2022 les traiga salud, dicha y esperanza.

Iván García Quintero y Marco Antonio Pérez López

lunes, 13 de diciembre de 2021

Mis recuerdos de Raúl Rivero



Ha muerto en Miami, a los 75 años, mi amigo el poeta y periodista Raúl Rivero. Y como pasa siempre que muere alguien a quien uno quiere mucho no acabo de interiorizar la triste noticia, tal vez para no tener que aceptar que es cierta, y resignarme a que se siga despoblando el mapa de mis afectos.

Rivero no era un amigo cualquiera. A él le debo no solo sus enseñanzas de periodismo y de la vida, sino también su confianza y el haber contado con su apoyo y sus consejos en tiempos muy difíciles, cuando se requería algo más que valor para proclamar el disenso y enfrentarse al régimen.

La primera vez que vi a Raúl Rivero fue en 1999, en el Barrio Chino de Centro Habana, en casa de una opositora llamada Estrella, que brindaba su minúsculo apartamento para que en él radicara Cuba Press, la agencia de prensa independiente que Rivero había creado en 1995.

Allí, en casa de Estrella, alrededor de una decena de periodistas de Cuba Press, y también los de Habana Press, la agencia que dirigía Jorge Olivera, hacían cola para leer sus reportes por teléfono para que fueran transcritos en el exterior y posteriormente publicados.

Recuerdo que llegué muy nervioso. Desde hacía años conocía y disfrutaba los poemas de Rivero. Y luego de que en 1989 rompió con el oficialismo y en junio de 1991 fue uno de los firmantes de la Carta de los Diez, lo admiraba todavía más, por su honestidad y valentía.

Así, pueden imaginar cuan intimidado me sentí cuando me vi frente al poeta, en la sala de Estrella, con su enorme humanidad descansando en un sillón que parecía a punto de deshacerse bajo su peso. Me sorprendió su afabilidad. Simpatizamos enseguida.

Me inspiró tanta confianza que, luego de una larga tirada hablando de literatura, la primera de las muchas que tendríamos por delante, me atreví a pedirle que valorara lo que yo escribía desde hacía un año para Nueva Prensa Cubana y hasta alguno de mis cuentos.

Rivero aceptó y así se convirtió en mi primer editor. Y también, sin petulancia ni alardes de didactismo, en mi maestro, el mejor que he tenido. Sin dejar de ser exigente y severo cuando tenía que serlo, Rivero mostró una infinita paciencia conmigo, que quería ser García Márquez, Tom Wolfe, Hunter Thompson y Kapuscinki, todos a la vez. Por suerte, me convencí pronto de que tenía que hacer mi estilo, y que imitar el modo de escribir de Raúl Rivero era definitivamente imposible.

A finales del año 2002, con Rivero y Ricardo González Alfonso, participé en la creación de la Revista De Cuba, el primer medio independiente impreso que hubo luego de que el régimen castrista en 1960 pusiera la prensa a su servicio.

La revista, que fue una iniciativa de Rivero, luego de vencer numerosos obstáculos, pareció un sueño hecho realidad. En el consejo de redacción estaban varios de los más importantes periodistas independientes de aquella época: Tania Quintero, Miriam Leiva, Oscar Espinosa Chepe, Jorge Olivera e Iván García, entre otros. Y éramos como una familia.

Solo logramos hacer dos números de la revista. La Seguridad del Estado arrasó con aquel sueño durante la ola represiva de marzo de 2003. Raúl Rivero fue uno de los 75 encarcelados. Condenado a 20 años de prisión, lo enviaron a la cárcel de Canaleta, en Ciego de Ávila.

Nunca dejamos de intercambiar cartas durante el tiempo que estuvo en prisión. Yo, que le enviaba en mis cartas poemas de Ana Akhmatova, Evgueni Evtuchenko y traducciones de canciones de Bob Dylan para convencerlo de que era poesía de la buena, me proponía darle ánimo, pero en realidad era Rivero, y también Ricardo, quienes, tras los barrotes, me daban ánimo a mí, advirtiéndome que aquel por duro que fuese no era el fin de los tiempos.

La presión internacional consiguió que el régimen, bajo una licencia extrapenal, excarcelara a Rivero en noviembre de 2004. Cuando nos despedimos, antes de su partida hacia España, Rivero me aseguró que algún día volveríamos a trabajar juntos. Y como los poetas tienen algo de profetas, sus palabras se cumplieron: luego de que en septiembre de 2016 nos reencontráramos en Miami, por invitación suya, ambos volvimos a trabajar en la revista de la Fundación Cubano-Americana.

Raúl, mi amigo el poeta, ha muerto, pero yo me niego a aceptar que ya no esté en el mundo de los vivos. ¿Cómo no va a estar, qué puede borrar su recuerdo, sus poemas? Si me parece oírle jaranear y ver su sonrisa jodedora destinada a aquellos que lo dan por difunto.

Luis Cino
Cubanet, 7 de noviembre de 2021.
Foto: Raúl Rivero y Luis Cino, a la izquierda.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Promesa a Raúl Rivero



Ya estaba cayendo la noche, cuando después de presagiar cómo sería el futuro de Cuba sin los hermanos Castro, le pregunté al poeta y periodista Raúl Rivero qué le gustaría hacer cuando la democracia aterrizara en la Isla. Estaba fumando un cigarrillo en el balcón del apartamento que compartía con Blanca Reyes, su esposa. A ratos miraba al horizonte donde se distinguían las chimeneas de algunas industrias y, a lo lejos, las Tetas de Managua (dos lomas a unos veinte kilómetros al sur de La Habana)

Expulsó el humo del cigarro, apuró su taza de café fuerte y respondió: “Dirigir un periódico en una Cuba libre, escribir poesía de vez en cuando, jugar billar con mis amigos y escuchar boleros de Olga Guillot”. Era el verano de 2001 y desde hacía seis años formaba parte de Cuba Press, agencia de prensa independiente fundada por Raúl Rivero el 23 de septiembre de 1995.

Una mañana fría de diciembre de 1995 por primera vez subí los 57 peldaños hasta el apartamento de Raúl y Blanquita, en un tercer piso, en Peñalver entre Francos y Oquendo, en la barriada habanera de La Victoria. Las manos me temblaban. En el bolsillo del pantalón llevaba las dos notas deportivas que Raúl me había pedido. Días antes mi madre, Tania Quintero, ex periodista oficial y ahora independiente, le había preguntado si yo podía escribir para Cuba Press. “Sabe de deportes, también domina los temas sociales”, le comentó Tania. Raúl, lacónico, contestó: "Dile que escriba un par de cosas, luego veremos".

Aquella mañana me recibió en short, chancletas de cuero y camisa de cuadros. Nos sentamos en viejos sillones de madera pintados de blanco. Con un plumón rojo en su mano derecha comenzó a revisar las notas. Subrayó media cuartilla y cambió los títulos. Al final me dijo: “Escribe una crónica a la semana sobre temas sociales, que me interesan más. En el periodismo libre que está surgiendo en Cuba se abusa del columnismo político y los artículos de opinión. Quiero historias en tercera persona de los aseres del barrio, los burles (casas ilegales de juegos), las jineteras y toda esa lacra marginal que los medios estatales ignoran y jamás mencionan. Es un terreno virgen que debemos explotar. Además, me haces un resumen de noticias deportivas que si te parece bien se titularán Minideportivas de Cuba Press. ¿Estás de acuerdo?”.

A Raúl no le importaba si me acostaba a las cuatro de la madrugada o me tomaba media caja de cerveza diaria. Los viernes, sin falta, tenía que entregar los trabajos. Te dejaba hacer. No te censuraba ni te cortaba las alas. Tenía una capacidad sin límite para poner títulos, cortos, de dos palabras, tres a lo sumo. En los días previos a la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, el Washington Post me pidió un texto con opiniones callejeras. Lo redacté y con su toque original, Raúl lo tituló Papa por la libre.

Una noche de diciembre de 2002, en víspera de Navidad, Raúl y yo veníamos en un taxi desde la casa de Ricardo González Alfonso, quien junto con Raúl había fundado la Sociedad de Periodistas Manuel Márquez Sterling y con la colaboración de Luis Cino, habían lanzado el primer número impreso de la Revista De Cuba. Ricardo residía en la Calle 86 entre 7ma. y 9na., Miramar, al oeste de la ciudad. Las circunstancias eran tensas. El dictador Fidel Castro, un día sí y otro también, comparecía en cadena de la radio y televisión nacionales, amenazando con encarcelar a disidentes y periodistas independientes. Raúl Rivero vio venir la ola represiva que se avecinaba.

Nos bajamos en el Barrio Chino, en Centro Habana, y fuimos a un bar. Raúl pidió un trago doble para mí y otro para él. Me extrañó. Hacía tiempo no bebía. “Este hijo de puta (Fidel Castro) me quiere preso, no me queda la menor duda. Me preocupan tu madre y tú. Quiero que se vayan. Nos van a meter presos a todos”.

Quería saber mi opinión. Coincidí con él que mi madre, que acababa de cumplir 60 años, debía marcharse cuando comenzaran las detenciones. A Raúl le preocupaba si ella tendría tiempo de exiliarse con mi hermana y mi sobrina de ocho años. Intentaba calmarlo. "Quizás no lleguen a tanto", Raúl. El poeta estaba convencido de lo contrario.

Le argumenté que mi razón para quedarme en Cuba no era fanatismo. "No soy un héroe Raúl, mi mujer está embarazada y vamos a tener una niña. Ni siquiera se lo he dicho a mi madre. Tú eres uno de los pocos que lo sabe. Tengo que enfrentar lo que venga. Quiero ver crecer a mi hija en el país donde nací, donde nacieron mis padres y mis abuelos", le confesé, citando una frase suya.

Raúl era de lágrima fácil. Intentó contener la emoción y solo atinó a decirme: "Cojones, esa noticia hay que celebrarla". Estaba de acuerdo que nada ni nadie podía impedirme estar al lado de una hija. "Tu madre te entenderá y lo agradecerá’.

En marzo de 2003, durante la conocida Primavera Negra, había sido sancionado a 20 años de prisión. Cumplió año y medio. Gracias a la presión internacional, la dictadura se vio obligada a excarcelarlo en noviembre de 2004, alegando problemas de salud. Había perdido veinte kilos de peso. A inicios de 2005 fui a su casa, a despedirme de Raúl y Blanquita. La cuadra estaba tomada por la Seguridad del Estado. Después del saludo inicial me dijo: “Nos vamos a España. Es un destierro, el régimen me ha dejado sin opciones. Parquearon el avión en la prisión de Canaleta para que me marche del país. Ojalá no sea un viaje solo con boleto de ida”.

El 17 de septiembre de 2016 nos reencontramos en una cafetería de Miami, ciudad a la que se fueron a vivir tras jubilarse Raúl como columnista del periódico español El Mundo. Residían en un apartamento cerca del Teatro Manuel Artime, en la Pequeña Habana.

No quería publicidad. Ni reconocimiento. Solo le importaba un espacio para escribir sus soberbias crónicas. Recuerdo que ese día le pregunté: "¿Cuando Cuba apueste por la democracia te espero en La Habana?". No vaciló en responder: "Ya no me importa si podré jugar billar con mis amigos o dirigir un periódico. Todos los días sueño con mi patria. Nadie sabe cuánto la extraño". Siempre pensó que sobreviviría al castrismo. No pudo ser.

No te preocupes, Raúl. Desde La Habana, un grupo de periodistas independientes reportaremos el final de la dictadura. Te lo prometo, poeta.

Iván García

Foto: Raúl Rivero, como camisa oscura, e Iván García, en una cafetería de Miami el 17 de septiembre de 2016.