lunes, 29 de abril de 2024

Nosotros, los "odiadores"

Todos los regímenes autoritario-totalitarios buscan injuriar a sus enemigos ideológicos. No quiere decir que los demócratas no lo hagan también. Solo que los primeros suelen ser más creativos, diríase crueles a la hora de encontrar el epíteto más repulsivo. Mientras los demócratas tildan a sus contrarios como izquierdosos, zurdos, y comuñangas, los totalitarios nombran a quienes les adversan como cucarachas (nazis), escuálidos y pitiyanquis (¿copyright Hugo Chávez?) y gusanos y escorias (Castrismo).

Para todos, los que disienten de sus dictados son apátridas y “enemigos del Estado”. Por supuesto, al ver a otro ser humano como un insecto, un norteamericano enano —pitiyanqui es un término usado en Puerto Rico en los anos 40 y 50 con el mismo propósito— o sobrante, limalla, lo natural es aplastarlo, darle una buena pateadura o echarlo en el tanque de los desperdicios.

La última palabra usada por los comunistas cubanos para denigrar a los adversarios políticos es el de “odiadores”. Explican que, del lado de acá, es decir en la Orilla Norte, vive el rencor eterno, la venganza, el rechazo ciego y sin fisuras a un país llamado Cuba. Como ellos han hecho de Cuba un Partido-Estado que solo puede existir bajo lo que llaman socialismo —cualquier semejanza con el nazi-fascismo no es pura coincidencia—, todo aquel que roce con el pétalo de la palabra esa concepción del mundo merece el epíteto de “odiador”.

Los “odiadores”, según el dictum castro-canelista, no quieren ni les interesa su Patria. Desean convertirla en un prostíbulo tropical, un estado más de la Unión Americana, una isla de esclavos. Y a sus dirigentes colgarlos de la guásima —si aún queda en pie alguna— más cercana.

Esto, que solo pudiera ser una broma del absurdo tiene, a no dudarlo, seguidores fuera y dentro de la Isla. Nos creen, en verdad, “odiadores profesionales”, o sea, que vivimos por y para hacer daño. El calificativo tiene partidarios porque la propaganda antinorteamericana es muy efectiva en todo el mundo. Con evidentes errores en sus políticas exteriores, y porque siendo la potencia mundial que es, está obligada a ser impoluta, transparente en sus obligaciones morales, los “yanquis” se buscan enemigos, o los enemigos los buscan a ellos.

La otra razón para creer que el Sur de la Florida es la “madriguera” donde pululan ratas y gusanos “platistas” es la desinformación que un estado totalitario puede lograr gracias a ser propietario y rector de todos los medios de comunicación social.

El odio es un sentimiento complejo. Si pudiéramos encontrarle un sinónimo seria animadversión. O antipatía. Pero en la escala de emociones negativas el odio, sin duda, supera la animadversión que no pasaría de ser ojeriza. Y no querer compartir con otra persona, y el rechazo a “conectar”, no va más allá de ser antipatía. Se puede ser antipático y poco animoso sin llegar a padecer odio. Cuando alguien siente odio por una persona o un estado de cosas, vive para destruir, hacer el mayor daño posible. No media raciocinio. Por eso se dice que el odio es ciego… y “amor”, dada la circularidad y la obsesión donde los extremos llegan a tocarse.

Odiar es, en realidad, un enfermizo modo de relación que, paradójicamente, ata a las personas —odiado y odiador— como pocas emociones, quizás solo comparable con otra turbación del espíritu: el enamoramiento —que no es amor.

Quien odia tiene como meta perjudicar al otro; en realidad, a quien único daña es a la misma persona. Por otra parte, el odio encuentra terreno fértil en la miseria y la desesperanza. Un individuo alimentado como debe, con trabajo bien remunerado, techo y diversión es casi inmune al resentimiento. De modo más sencillo: no tiene por qué odiar. No es casualidad que en los países más pobres estén las madrazas de los terroristas impenitentes y de los regímenes totalitarios.

No cabe duda de que hay individuos llenos de rencor y antipatías a ambos lados del Estrecho de la Florida. Pero hay sutiles diferencias entre el odio individual y quizás justificable, y el odio que como política se enseña y cultiva en la mente del ciudadano común desde niño a través de los medios de comunicación social. Bastaría tomar los textos escolares cubanos para darse cuenta de lo que los pequeños deben aprender desde temprano y repetir sin titubear el odio al Gigante de las Siete Leguas, el Imperialismo Yanqui, el saqueador de los recursos del Tercer Mundo —el régimen anda como loco buscando que los “saqueen”.

Odio a los “enemigos de la Revolución” donde quiera que estén y como quiera que piensen. Odio a quienes apoyan el “bloqueo”. Odio a los enemigos de Rusia, de China, Corea del Norte, Irán y cualquier país de Latinoamérica que, por supuesto, odie a los yanquis.

Un recurso, no por manido menos efectivo, es martillar sobre el pasado: ¡nunca olvidar! Los medios de comunicación tienen como misión reabrir heridas antiguas, no dejar que el tiempo las cure. Narran el suceso de hace treinta, cincuenta años como si hubiera pasado ayer. La tarea es actualizar el dolor para mantener activo el resentimiento —“el odio como arma de combate”.

Conocí a familiares de víctimas de acciones desafortunadas que se negaban a participar en eventos donde se “homenajeaba” a familiares “víctimas del Imperio”, y cuya finalidad no era otra que renovar en ellos sentimientos de venganza y no perdón. Terminaron por ausentarse, pues sentían que algo no estaba bien en sus corazones.

Por acá, nosotros, los “odiadores”, mantenemos a flote un país que cada día se escora más por sus rencores, frustraciones y egoísmos. Quienes “odiamos” a la Isla “bloqueada” enviamos todos los años miles de millones de dólares solo en remesas, sin contar la paquetería de alimentos, medicinas y ropa por decenas de miles de toneladas. Desde la “madriguera de los odios” llamada Miami viajan a Cuba cientos todos los días. Nadie en el aeropuerto pregunta por qué, o les hacen un mitin de repudio.

Algunos “odiadores” que viven en Miami tienen prohibida la entrada a su país solo porque escribieron o dijeron algo que disgustó a quienes son los mismos hace más de medio siglo. El fusilamiento de la reputación de cualquier adversario político —sin derecho a réplica– suele ser el inicio de la incitación al odio a la persona, con la consecuente destrucción material, social y espiritual del oponente.

Quienes en la Isla usan el epíteto de odiadores deberían saber que la proyección es un mecanismo de defensa del Yo consistente en pasar el problema propio a otros. Los que han puesto de moda el nuevo término peyorativo hacia el exilio no deberían preguntarse, por evidente, las causas del por qué están perdiendo, o han perdido lo que llaman “Batalla Comunicacional” o de “Ideas”.

Los calificativos negativos funcionan a veces como bumeranes. Una de las razones de la derrota ideológica esta tan clara como el “vasito de leche” que nunca apareció —por cierto, ahora no hay ni leche para los niños menores de 7 años—. No se puede mentir con tanto doblez mientras el ciudadano común ve otra cosa en la calle, y termina formándose el criterio de quienes son los “engañadores”. El cubano de a pie, y por seis décadas, sabe de sobra que acá siempre será bienvenido, y salvo algunas excepciones, quien en verdad jamás lo ha dejado o lo dejará abandonado. Los “engañadores”, que no son de Prado y Neptuno, podrían ser también los verdaderos “odiadores”.

Por eso bien vendría en el futuro parafrasear el poema del autor al que poco favor hizo el odio al nombrarlo Poeta Nacional:

No sé por qué piensas tú/cubano, que te odio yo/si somos la misma cosa/yo/tú. Tú eres pobre, lo soy yo/soy de Cuba, lo eres tú/ ¿de dónde has sacado tú? /Cubano, que te odio yo?/Me duele que a veces tú/te olvides de quién soy yo/caramba, si yo soy tú/lo mismo que tú eres yo.

Francisco Almagro
Texto y foto: Cubaencuentro, 6 de marzo de 2024.

lunes, 22 de abril de 2024

Cuba: 65 años de inmovilismo

En algún momento del verano de 1987, mi madre Tania Quintero Antúnez, 81 años, por esa fecha periodista del sistema informativo de la televisión estatal, se reunió en una oficina del Comité Central del Partido Comunista con el ideólogo Carlos Aldana Escalante, al frente del Departamento de Orientación Revolucionaria, encargado de venderle al mundo una idílica narrativa de Fidel Castro y su autocracia verde olivo.

A Tania, como a la mayoría de los cubanos, solo le llegaba un eco lejano y distorsionado del incipiente movimiento disidente en la Isla. El régimen, bajo las directrices de Aldana, sobrino de un viejo comunista depuesto por los hermanos Castro durante la microfacción de 1968, controlaba con puño de hierro las noticias que circulaban en el país. Cada libro, revista o película que llegaba a Cuba pasaba por el filtro de la censura.

Solo se conocía la versión gubernamental. No se vendía prensa extranjera ni se veían canales foráneos de televisión. A lo más que se podía acceder era a comprar un radio de onda corta y escuchar Radio Martí, la VOA o la BBC en tono muy bajo en un rincón del cuarto. Si un vecino del barrio se enteraba, podía denunciarte. Internet todavía no era una herramienta global, no existían las redes sociales y la telefonía móvil andaba en pañales.

Recuerdo que esa tarde, luego de reunirse con Aldana, mi madre, escéptica por naturaleza, creyó que el gobierno diseñaba una nueva política informativa con mayor autonomía para los reporteros. Eran los tiempos de Gorbachov, la glasnost y la perestroika en la antigua URSS. Todos los fines de semana hacíamos una cola de media hora en un estanquillo y comprábamos el magazine Novedades de Moscú y la revista Sputnik.

En los corrillos de la prensa oficial se pensaba que los aires de cambio llegarían a Cuba. La gente de mi generación era más pesimista. En esa etapa hubo un alevoso compás de espera. Los más ingenuos aseguraban que “el Caballo (Fidel) estaba tomando nota de las reformas en la URSS y que su hermano Raúl era un 'perestroiko' convencido”. Tenía 22 años y me reunía con un grupo variopinto de amistades con inclinaciones políticas y artísticas que ya habían sido advertidos o reprimidos, por actitudes que el castrismo consideraba ‘contrarrevolucionarias’.

Ese tiempo muerto que suele producirse en las dictaduras, sean de izquierda o derecha, donde se vislumbra un oasis de esperanza, como sucedió 37 años más tarde con las doctrinas de Obama y el restablecimiento de relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba, es como la trampa con el queso que le tienden al ratón para atraparlo.

En las reuniones con la prensa, Carlos Aldana y otros funcionarios del DOR, pedían a los periodistas que fueran más creativos y atrevidos en su trabajo. Quienes se lo creyeron como Luis Manuel García, de la revista Somos Jóvenes, con su reportaje sobre una jinetera titulado El caso Sandra; Reinaldo Escobar con sus explosivas columnas en el periódico Juventud Rebelde o mi madre Tania Quintero, realizadora de un audiovisual con entrevistas callejeras acerca de los derechos humanos, tiempo después se quedaron sin empleo.

Entonces yo laboraba como asistente de producción de Puntos de Vista, un espacio de media hora que semanalmente se transmitía por el Canal Tele Rebelde, con opiniones de ciudadanos y especialistas sobre determinado tema. El jefe de esa redacción, Roberto Romay, era un buen tipo. Cuando mi madre le explicó sobre el programa que pretendía hacer, a tono con la votación de condena al régimen en Ginebra, en 1988, por violar los derechos humanos, él pensó que sería un programa de unanimidad política y apoyo al 'comandante', lo acostumbrado en los medios oficiales.

Con antelación, yo había conversado con dos personas que me aseguraron que iban a denunciar en cámara las golpizas y malos tratos que habían sufrido en las duras cárceles de la Cuba profunda. También criticaron la falta de libertades políticas. Fue algo inédito en aquellos tiempos. Cuando Romay vio el video, por poco le da una apoplejía. Por su supuesto, el programa no salió al aire. Al mes siguiente me cerraron el contrato.

A fines de 1988 el régimen prohibió la venta de Novedades de Moscú y Sputnik. Y en las alcantarillas del poder, donde nombraban al Kremlin como el Espíritu Santo, comenzaron a llamar a Gorbachov prostituta, traidor y agente de Washington.

Como ocurrió en los años 70, cuando Fidel Castro condenó las reformas económicas de Deng Xiaoping en China, la breve pausa de incertidumbre terminó. Comenzó la cacería de brujas y la intransigencia. Se reactivaron los actos de repudio a los cubanos que pensaban diferente. Y el disenso era castigado con severidad aunque las personas se disculparan públicamente.

El 29 de octubre de 1987, durante una reunión de la plana mayor del régimen con estudiantes de periodismo, en el anfiteatro Enrique José Varona, el eco de una frase rebotó en la acústica del lugar. “Usted es mi papá”. Una pausa. Y antes de que el estudiante Alexis Triana iniciara su exposición, fue interrumpido de manera grosera por Fidel Castro. Alexis no se amedrentó. “No me interrumpa, déjeme terminar”.

Y sin que se le quebrara la voz, desarrolló su intervención en la cual mencionó el culto de la personalidad y citando a Julio Antonio Mella, pidió autonomía universitaria. Fidel le lanzó una mirada amenazadora a Triana. Se acarició lentamente su barba y dijo: “Patético”. Durante dos horas, Castro habló sin parar y convenció a los estudiantes. O al menos eso aparentaron los jóvenes.

Casi cuatro décadas después, la mayoría de los muchachos que participaron en aquel encuentro se han marchado de Cuba. Alexis Triana fue enviado a la provincia de Holguín a pasar su servicio social, probablemente como castigo por su rebeldía e impertinencia. En su biografía de EcuRed, una especie de Wikipedia local, no se menciona el suceso.

Alexis Triana, recién nombrado presidente del ICAIC, apoya el estrafalario modelo de gobierno en Cuba. Tania Quintero se inició como periodista oficial en 1974 en la revista Bohemia y en 1995 se convirtió en periodista independiente de Cuba Press, agencia fundada por Raúl Rivero. Desde 2003, a raíz de la Primavera Negra, reside en Suiza con el status de refugiada política.

La dictadura cubana no es original. Repite sus actos, según el contexto y la ocasión. En 1959, Fidel Castro juró ante los medios internacionales que no era comunista, que restituiría la Constitución de 1940 y realizaría elecciones libres. Mintió públicamente. Nunca cumplió su juramento.

En estos 65 años, las autoridades han utilizado el discurso del cambio como un señuelo en un intento por apaciguar el descontento popular. Posteriormente trazan su hoja de ruta con falsas reformas. En el neocastrismo, excepto Raúl Castro, Ramiro Valdés, Machado Ventura y Guillermo García, el resto de los dirigentes y funcionarios son desechables.

Cambiar de muebles es muy fácil. Se quitan unos y se ponen otros. Cuando uno renueva el mobiliario de su casa o lo cambia de lugar, trata de dar una perspectiva nueva. El régimen cubano hace lo mismo. Mueve algunas fichas. Pero todo sigue igual. 65 años de inmovilismo.

Iván García
Foto: Tres ancianos juegan ajedrez en el Paseo del Prado de La Habana. Imagen de Idania Cárdenas tomada de Havana Times.

lunes, 15 de abril de 2024

28 años de un crimen que sigue impune

El sábado 24 de febrero de 1996, desde muy temprano en la mañana, mi apartamento en el barrio de la Víbora, a veinte minutos en automóvil del centro de La Habana, estaba vigilado por agentes de la Seguridad del Estado y afiliados de la represiva asociación de combatientes.

La línea telefónica estaba cortada y en las dos esquinas de la casa había un auto patrullero. Al filo del mediodía hubo un apagón de cuatro horas. Esa mañana se conmemoraba el 101 aniversario del Grito de Baire y los vecinos hacían cola en la carnicería para comprar por la libreta de racionamiento media libra de mortadella por persona.

Sobre las dos y media de la tarde, según contó posteriormente la prensa oficial, las estaciones de radar de las fuerzas armadas detectaron tres objetivos aéreos desconocidos dentro de los límites de la frontera, los cuales tenían desconectados el código respondedor, mientras realizaban un vuelo paralelo a las costas cubanas. A las dos y cincuenta y siete de la tarde, cuenta la versión del régimen, el controlador de vuelo del ATC de La Habana informa a los pilotos de las aeronaves que estaban penetrando en una zona militar peligrosa, activada, y que su vuelo corría peligro.

Ante la advertencia, José Basulto, líder de Hermanos al Rescate contesta: "Estamos conscientes del peligro cada vez que cruzamos el área sur del paralelo 24, pero estamos dispuestos a hacerlo en nuestra condición de cubanos libres". En un operativo fulminante, dos aviones cazas, un MIG-23 y un Mig-29, pulverizan a dos avionetas desarmadas que habían despegado del aeropuerto de Opa Locka en Miami.

Tras el ataque perdieron la vida tres pilotos estadounidenses de origen cubano, Carlos Costa, Mario de la Peña y Armando Alejandre Jr. y el residente cubano Pablo Morales. En el noticiero de televisión de esa noche, la dictadura de Fidel Castro ofreció una versión diferente. El pretexto del derribo de las avionetas era el lanzamiento de proclamas antigubernamentales y el apoyo a ‘grupúsculos contrarrevolucionarios’ de la disidencia interna.

Posteriormente, tras una exhaustiva investigación de la Organización de Aviación Civil Internacional, se determinó que las avionetas fueron derribadas en aguas internacionales. Y que las autoridades de Cuba no cumplieron los protocolos de aviso establecidos, tampoco intentaron desviar las naves fuera de las zonas de peligro, ni ordenaron a los pilotos que aterrizaran en un aeródromo designado.

Tras conocerse el informe, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución 1067, con trece votos a favor, ninguno en contra y la abstención de Rusia y China, que condenó el uso de armas contra aviones civiles y llamó al régimen de La Habana a cumplir con las leyes internacionales.

La responsabilidad directa del crimen recae sobre el general de Ejército Raúl Castro, quien posteriormente confesó que se trató de una operación premeditada y personalmente dio instrucciones precisas para que las avionetas fueran derribadas: “Túmbenlos en el mar cuando se aparezcan”, dijo. El senador estadounidense Patrick O’Leary ha contado que en un encuentro en el Palacio de la Revolución de La Habana, Castro II le confirmó que él había dado la orden de derribar los dos aviones civiles.

A pesar de la confesión, el senador demócrata consideró que con el autócrata caribeño se podía negociar un nuevo trato en las relaciones diplomáticas. El derribo de las avionetas por parte del régimen cubano fue un intento de dar un golpe de autoridad sobre la mesa.

Pongamos el suceso en contexto. Con la caída del Muro de Berlín y el desaparición del comunismo soviético, el socialismo de corte marxista en la Isla entró en una etapa de indigencia. El PIB cayó un 35%, se descapitalizaron las industrias, regresó el arado manual y los bueyes a la agricultura, apagones de doce horas diarias y el hambre comenzaron asolar a la población.

Enfermedades provocadas por la desnutrición como la neuritis óptica y por la falta de productos de aseo, la sarna y los piojos se multiplicaron entre los cubanos de a pie que hacían una comida al día y apenas consumían carne o pescado.

La gente huía de Cuba como fuese. Secuestraban aviones, lanchas o remolcadores. Y se lanzaban a cruzar el peligroso Estrecho de la Florida en cualquier cosa que flotara. El 5 de agosto de 1994 miles de habaneros se tiraron a la calle gritando libertad y abajo la dictadura. La disidencia interna se fortalecía, igual que el periodismo sin mordaza.

Cuando comencé a escribir en la agencia Cubapress, en diciembre de 1995, sólo en La Habana funcionaban tres agencias de prensa independiente. El manager político de una camada de jóvenes intelectuales con inquietudes democráticas fue un brillante abogado, erudito y de hablar pausado que residía un apartamento de puntal alto en la calle San Mariano, casi esquina Heredia, en la barriada de La Víbora.

Se llamaba Jorge Bacallao Pérez. Falleció en 2001. Había coincidido con Fidel Castro cuando estudiaron Derecho en la Universidad de La Habana. Desde el mismo 1 de enero de 1959 fue un opositor silencioso y un valioso asesor. En casa de Bacallao conocí a los abogados disidentes René Gómez Manzano, Pedro Pablo Álvarez y Leonel Morejón Almagro, un joven jurista que pocos meses después de la crisis de los balseros en el verano de 1994, comenzó a gestionar un proyecto independiente de corte ecologista llamado Naturpaz.

Almagro fraguó la idea de un evento que aglutinara a la oposición pacífica en la Isla. Lo bautizó como Concilio Cubano. Precisamente el 24 de febrero de 1996, debió realizarse ese encuentro. Pero nunca llegó a ocurrir. La policía política detuvo a la mayoría de los participantes. Concilio fue una iniciativa que pretendía buscar consenso entre la disidencia local. Generó entusiasmo en curtidos opositores como Gustavo Arco Bergnes, Elizardo Sánchez Santacruz y Jesús Yánez Pelletier. También tuvo el apoyo de disidentes como Martha Beatriz Roque Cabello, Félix Bonne Carcassés, Vladimiro Roca Antúnez, Oscar Elías Biscet y Oswaldo Payá Sardiñas.

Hermanos al Rescate, un escuadrón de aviadores y organización humanitaria fundada en 1991 por José Basulto con la intención de rescatar en altamar a los balseros que trataban de emigrar de Cuba, salvándole la vida de decenas de balseros en el Estrello de la Florida. También apoyaban a la disidencia a liberarse de la dictadura a través del uso de la no violencia. Hermanos al Rescate siempre fue una prioridad para los servicios de inteligencia en Cuba, que lograron infiltrar en sus filas al menos a dos agentes, Gerardo Hernández y Juan Pablo Roque.

El paciente trabajo de Morejón Almagro en Concilio Cubano logró algunos éxitos. El primero, fue el consenso de una mayoría opositora. El segundo, apoyo internacional más allá del exilio en Miami. Días antes del 24 de febrero, Begoña Rodríguez, quien pertenecía a un partido político español, llegó a La Habana para participar en el evento que organizaría Concilio Cubano.

El viernes 23 de febrero, oficiales de la Seguridad del Estado detuvieron a Begoña. Cuenta mi madre Tania Quintero, quien durante dos décadas había sido periodista estatal y en ese momento pertenecía a la agencia de prensa independiente Cuba Press, fundada en septiembre de 1995 por el poeta y periodista Raúl Rivero, que al día siguiente, al pasar a recoger a Begoña para asistir al encuentro, que a falta de local Leonel Morejón iba a celebrarlo en el Parque Almendares, supo de su detención.

“A la mayoría de los disidentes y periodistas independientes nos habían cortado el teléfono y por eso desde la casa de una vecina llamé a la Embajada de España y al funcionario de guardia le informé de la detención de Begoña. Media hora después, por ese mismo número de la vecina, el consejero político de la embajada me localizó para darme la noticia de que fuerzas aéreas cubanas habían derribados dos avionetas de Hermanos al Rescate, que la situación era complicada y no se sabía que podía pasar”, rememora Quintero.

Tras el derribo de las avionetas llegó la repulsa internacional. Tanto Washington como la Unión Europea impusieron sanciones a Cuba. Bill Clinton firmó la Ley Helms-Burton. Aunque mantuvo inactivo el capítulo III. Con esa acción desproporcionada, el régimen castrista intentó enviar un mensaje intimidatorio a la oposición y a un amplio segmento de cubanos molestos por las penurias y falta de futuro.

Recuerdo que era comidilla en los barrios limítrofes a la costa norte de La Habana las proclamas que lanzaban los aviones de Hermanos al Rescate. En algún momento del otoño de 1995, un amigo que residía en la populosa barriada de Cayo Hueso, guardaba como si fuesen trofeos, varios carteles con consignas contra la dictadura que cayeron en la azotea de su edificio.

El derribo de las dos avionetas fue un intento de acallar por la fuerza el descontento ciudadano. Un crimen de Estado.

Iván García
Fotomontaje tomado de Diario Las Américas.

lunes, 8 de abril de 2024

La Habana en que vivió Cabrera Infante

No conozco, de tantos libros que hablan sobre la capital cubana de los años 40 y 50, uno como La Habana para un Infante Difunto, de Guillermo Cabrera Infante, premio Cervantes 1997, nacido en Gibara en 1929 y fallecido en Londres el 21 de febrero de 2005.

La Habana para un Infante Difunto comienza con el autor relatando las primeras impresiones del primer sitio en que residió en la capital, una habitación con balcón de una cuartería (falansterio, él la definió) donde el baño era colectivo, en la calle Zulueta 408, en La Habana Vieja.

Refería que en la puerta principal del inmueble un rótulo decía: “Se alquilan habitaciones, algunas con días gratis. Apúrense mientras quedan”. Un amigo, con quien estudiaba el Bachillerato, bautizó al lugar como “la Casa de las Transfiguraciones”.

Describía Cabrera Infante la fascinación que sintió al subir por vez primera la amplia escalera de mármol, el largo corredor del piso alto, las habitaciones con puertas abiertas, y cortinas de tela para lograr cierta privacidad, además de la impresión que le causó ver el chispear de los cables de los tranvías. Señala la fecha, 25 de julio de 1941, como el comienzo de su adolescencia.

Siendo un muchacho pueblerino, cuenta con detalles otras emociones que sintió al ver el chispear de los cables de los tranvías; el letrero con luces de neón en color rojo y azul de la Droguería Sarrá, en la esquina del domicilio; el ambiente nocturno y la profusión de otras luces que había por los alrededores del Prado y el Parque Central, el lumínico de la bañista con la trusa Janzen.

Recuerda a un viejo amigo comunista de su padre, Eloy Santos, “El Guagüero”, que era cobrador del pasaje en el ómnibus. De paso, Cabrera Infante nos proporciona una posible etimología de la palabra guagua. Según el escritor, fue Eloy Santos quien lo llevó al primer cine de la ciudad, el San Francisco, en Lawton, y unos años después, lo inició en la vida sexual al conseguirle una prostituta.

Por la habitación de Zulueta 408 pasaron otras personas de filiación comunista como Carlos Franqui, quien al igual que el padre de Cabrera Infante, trabajaba en el periódico Hoy, del Partido Socialista Popular, además de personas de su pueblo natal y amistades de la familia. El segundo lugar en el cual vivió Cabrera Infante con su familia fue en Monte 822, que describe como “un pasaje con accesorias”. Su habitación se hallaba en el primer piso, al cual se ascendía por una escalera de caracol. Esta vivienda se hallaba muy cerca la Plaza de los Cuatro Caminos y al lado del cine Esmeralda.

Allí mismo después lograron cambiar a un cuarto más espacioso, aunque con baño y cocina colectiva, donde tuvo algunas aventuras amorosas. Da una amplia descripción del ambiente y los vecinos del lugar, y sobre todo de las mujeres con las cuales tuvo algunas relaciones eróticas, al igual que hace respecto a lo que pasó cuando regresó con su familia por segunda vez a Zulueta 408, después de la segunda mudanza.

Tiempo después, al mejorar su situación económica, Cabrera Infante pasó a residir en un buen apartamento en la esquina de G (Avenida de los Presidentes) y 27, en El Vedado. El apartamento contaba con un balcón posterior desde veía el Hotel Palace, donde residían unas jóvenes que fueron sus amigas y amantes.

En el libro, Cabrera Infante se refiere ampliamente a los cines a los cuales concurría. Es bueno resaltar que su posterior labor como crítico de cine, guarda una estrecha relación con esta etapa de su vida. Cabrera Infante, que iba al cine no solo por su afición a las películas, sino también por asuntos de amor, cuenta además de sus visitas a las distintas posadas habaneras de esos tiempos.

El cuadro que presenta en toda su minuciosa narración es formidable. Ayuda a entender y volver a ver cómo se desarrollaba la vida en la capital cubana y a comprender mejor esa época. De todos los sitios de los que habla Cabrera Infante en La Habana para un Infante Difunto, no queda casi ninguno. De las casas solamente está en pie el edificio de G y 27, las otras se derrumbaron o fueron demolidas. Los cines desaparecieron o son locales con otras funciones, y las posadas están convertidas en viviendas de tránsito para personas sin hogar.

La Habana para un infante difunto y Tres tristes tigres, con el excelente retrato que hacen de la ciudad en que nací y que tanto ha cambiado para mal, me traen recuerdos conmovedores. Son una guía para ver o imaginar lugares que hoy, en su mayoría, ya no existen.

Jorge Luis González
Cubanet, 21 de febrero de 2024.
Foto: Estado en que se encuentra el inmueble donde el escritor vivió, en Monte 822, muy cerca del antiguo Mercado de Cuatro Caminos, en el centro de La Habana. Realizada por el autor y tomada de CubaNet.

lunes, 1 de abril de 2024

Gabriel Calaforra, cubano sabio y universal

Me enteré de su partida por el obituario que Diario de Cuba publicó el domingo 3 de marzo: "Muere en La Habana el abogado, políglota y exdiplomático cubano Gabriel Calaforra", y que a continuación pueden leer:

El abogado y políglota cubano Gabriel Calaforra Domínguez murió el 3 de marzo en su casa en La Habana a los 90 años, informaron en red sociales artistas cercanos al intelectual. Nacido en Camagüey en 1933, se graduó en Derecho Internacional en la Universidad de La Habana e ingresó al Servicio Diplomático cubano. De 1960 a 1965 fue encargado de Negocios de Cuba en Copenhague, Dinamarca. Trabajó en la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAL). Durante esa época conoció al periodista independiente Yndamiro Restano y empezó a militar en Armonía, un movimiento de estudio de la socialdemocracia europea que aspiraba a activar la iniciativa civil.

El 26 de diciembre de 1992 recibió la visita en su casa de tres agentes de la Seguridad del Estado, que durante un minucioso registro encontraron un boletín del movimiento donde aparecía un artículo que comparaba a Fidel Castro con Hitler. Con el objetivo de interrogarlo, fue trasladado a Villa Marista, donde permaneció 37 días, contó Calaforra a Verónica de la Vega en una entrevista publicada en 2015 en Diario de Cuba.

"En casi 30 años en los que el profe abrió las puertas de su casa a tertulianos de diversa procedencia (en el Morning Monday Club), se transmitió más conocimiento que en cualquiera de las instituciones de Educación Superior cubana", escribió Abel González Fernández en su cuenta de Instagram al despedir al autor de Misión en Dinamarca.

"A Gabriel lo escuché hablar 13 idiomas distintos, aprendidos en las oficinas diplomáticas de Dinamarca o Japón, en el interior de un barco francés dedicado al comercio internacional, o en la frialdad de alguna biblioteca municipal. Su generosa existencia, anclada en una biblioteca babeliana [sic], un club de té exóticos, el ejercicio impecable de la traducción cosmopolita y una vocación inmensa para escuchar y para propiciar el debate será recordada por los artistas, intelectuales, disidentes, practicantes del budismo zen, karatekas, aprendices de sánscrito, periodistas, diplomáticos, vecinos (un ágora genuinamente democrática) que frecuentamos su casa. Le debo mi vocación curatorial y mi visión afectiva del patrimonio de Calaforra. Descansa en paz amigo del alma", concluyó González Fernández.

Para el artista Yornel Martínez, egresado del Instituto Superior de Arte (ISA), "una publicación en Facebook no es un epitafio digno para despedirse de un amigo. Luz en tu viaje, querido Gabriel Calaforra. No es suficiente decir que fuiste diplomático, políglota y un estudioso de la cultura asiática. Fuiste también el maestro generoso al que acudíamos en busca de algún libro, de una conversación o un buen consejo. Los lunes, tu casa fue un oasis para gente inquieta, artistas, escritores, amigos… Tu grandeza ética e intelectual nos influyó a muchos. Me preciaré, siempre, de haberte conocido, al menos un rato en este samsara".

El artista exiliado Hamlet Lavastida escribió en Facebook: "Adiós amigo, siempre abriste tus puertas a la libertad, la cultura y la educación. Un gran abrazo siempre, Gabriel Calaforra, la calle Lealtad siempre será ese refugio para los que soñamos una Cuba libre de toda esa legendaria opresión, esa obsesión del poder político por ensuciarlo todo".

La editorial Gente Nueva le publicó Mongolia (1980), India (1985) y Marco Polo (2010). Del libro El mundo de los vikingos (2014) se puede leer una reseña en EcuRed.

"Con su hablar pausado y ademanes que evocan los caballeros de un pasado desterrado en Cuba", en agosto de 2015, Calaforra contestó a Verónica Vega cuando le preguntó si se sentía preparado para el momento de la muerte: "No he preparado nada porque hay un proverbio chino que dice: 'La caja de muerto no tiene gaveta', así que no hay nada que me pueda llevar. No sé qué me voy a encontrar del lado de allá, pero creo que tengo buenas conexiones y adonde caiga, ya sea Mahoma, o Buda, o Cristo… me tire un cabo. Y si me toca ir al infierno no será por mucho tiempo".

Al ser consultado acerca de la juventud cubana y el compromiso con el futuro de su país, dijo: "Los jóvenes que vienen aquí, a mi casa, sí. Pero comprometidos con el país, aclaro, porque uno de los errores de este Gobierno ha sido confundir la identidad de la nación con un sistema político. La patria es la patria, sea cual sea el Gobierno. Pienso que Cuba está ahora mismo como quien tiene un cáncer terminal. La operación será difícil, la recuperación dolorosa, pero hay que operar. Alguien dijo una vez que somos un pueblo culto, lo cual no es exacto. Sí se ha dado instrucción, y eso es una base. Yo confío en el cubano, creo que cuando estén creadas las condiciones, sabrá triunfar".

En el Taniapress que el 20 de agosto de 2015 envié a una veintena de amigos, sugerí la lectura de "Vivimos en un caos controlado", título de la entrevista que Verónica Vega le hiciera a Gabriel Calaforra. Y añadí: "Es el padre de Jorge Calaforra, el que empezó con Antonio Rodiles en Estado de Sats, cuya sede entonces era en su casa de Centro Habana, eso fue en 2010, cuando mi hijo Iván García conoció a Jorge y a Rodiles".

Correo que el 8 de agosto de 2011 le mandé a los periodistas independientes Iván García, Luis Cino y Laritza Diversent. En Asunto decía Estado de Sats no es disidencia ni 'light', y era una respuesta de Jorge Calaforra a unas declaraciones de Martha Beatriz Roque Cabello:

Me llamo Jorge Calaforra y junto con Antonio G. Rodiles, dirigimos este proyecto. Y soy tan responsable como él de lo que estamos haciendo. Mi familia nunca ha pertenecido al Partido Comunista, ni tenemos ninguna relación con el actual gobierno. Sin embargo, pienso que Cuba no tendrá un futuro próspero si no se les incluye en un diálogo nacional.

Mi padre, profesor, Gabriel Calaforra, conoce como 10 idiomas, es especialista en Asia, nunca obtuvo nada del gobierno cubano, aparte de su salario. Soy de Centro Habana, y recorro La Habana, generalmente a pie o en almendrones. Muchos han visto la casa de mi padre, abierta cada lunes desde 1996 a todo el que quiera venir a conversar y a aprender, y saben que no hay nada de lujos.

Niego rotundamente las acusaciones de Marta Beatriz Roque, de que este proyecto se realiza para continuar el poder de nadie, niego rotundamente que seamos disidentes, ni que hayamos sido fabricados por las mentes del gobierno cubano o de la Seguridad del Estado y niego rotundamente que Antonio y yo tengamos algún privilegio o ganancia del actual gobierno.

Pienso que los problemas de Cuba son muy graves, y se deben tanto al gobierno cubano, como a las élites batistianas, como a la política norteamericana, creada generaciones atrás (lo que no quiere decir que todos tengan el mismo grado de culpa). Las generaciones nuestras han heredado un conflicto creado por los mismos actores que mantienen el poder a ambos lados del Mar Caribe. Conflicto que ninguno de ellos está interesado en solucionar, y que que está destruyendo a la nación cubana.

Los cubanos viajan de Miami a La Habana, y nadie se molesta ni se repugna en recibirlos, muchos jóvenes cubanos lo que quieren es irse a Miami, o a donde sea, pero fuera de Cuba. Necesitamos un diálogo para resolver los problemas del país, y los jóvenes quieran vivir y desarrollarse en Cuba. Y eso es lo que estamos tratando de hacer. Darle voz a los jóvenes para que trabajen para su futuro, y que no esperen que ningún Dios, ni del Partido, ni norteamericano, les planifique su futuro y decida por ellos.

No sé por qué la Seguridad del Estado no bloquea el lugar. Deben tener una oficina de atención al público, allí podrá preguntarles directamente a ellos. Usted puede estar convencida de que el método más eficiente que usa la Seguridad del Estado, no es precisamente el de dar golpes. Tengo muchas otras dudas sobre su texto, y estoy en claro desacuerdo con algunos de sus planteamientos y métodos, pero este ataque infundado a Estado de SATS beneficia, conciente esté usted de eso o no, a terceras personas; y de continuarlo sobre la base de descalificaciones, solo les aumentaría ese beneficio.

Si usted estuviera en desacuerdo con lo que se plantea en los videos, o en nuestros artículos, o quisiera aportar ideas para resolver los problemas del país, entonces la invitamos a participar en SATS. Le saluda atentamente, Jorge Calaforra.

Sobre el fallecimiento del camagüeyano sabio y cubano universal que fue Gabriel Calaforra Domínguez (1933-2024), salieron notas en CubaNet y CiberCuba.

Tania Quintero