Todos los regímenes autoritario-totalitarios buscan injuriar a sus enemigos ideológicos. No quiere decir que los demócratas no lo hagan también. Solo que los primeros suelen ser más creativos, diríase crueles a la hora de encontrar el epíteto más repulsivo. Mientras los demócratas tildan a sus contrarios como izquierdosos, zurdos, y comuñangas, los totalitarios nombran a quienes les adversan como cucarachas (nazis), escuálidos y pitiyanquis (¿copyright Hugo Chávez?) y gusanos y escorias (Castrismo).
Para todos, los que disienten de sus dictados son apátridas y “enemigos del Estado”. Por supuesto, al ver a otro ser humano como un insecto, un norteamericano enano —pitiyanqui es un término usado en Puerto Rico en los anos 40 y 50 con el mismo propósito— o sobrante, limalla, lo natural es aplastarlo, darle una buena pateadura o echarlo en el tanque de los desperdicios.
La última palabra usada por los comunistas cubanos para denigrar a los adversarios políticos es el de “odiadores”. Explican que, del lado de acá, es decir en la Orilla Norte, vive el rencor eterno, la venganza, el rechazo ciego y sin fisuras a un país llamado Cuba. Como ellos han hecho de Cuba un Partido-Estado que solo puede existir bajo lo que llaman socialismo —cualquier semejanza con el nazi-fascismo no es pura coincidencia—, todo aquel que roce con el pétalo de la palabra esa concepción del mundo merece el epíteto de “odiador”.
Los “odiadores”, según el dictum castro-canelista, no quieren ni les interesa su Patria. Desean convertirla en un prostíbulo tropical, un estado más de la Unión Americana, una isla de esclavos. Y a sus dirigentes colgarlos de la guásima —si aún queda en pie alguna— más cercana.
Esto, que solo pudiera ser una broma del absurdo tiene, a no dudarlo, seguidores fuera y dentro de la Isla. Nos creen, en verdad, “odiadores profesionales”, o sea, que vivimos por y para hacer daño. El calificativo tiene partidarios porque la propaganda antinorteamericana es muy efectiva en todo el mundo. Con evidentes errores en sus políticas exteriores, y porque siendo la potencia mundial que es, está obligada a ser impoluta, transparente en sus obligaciones morales, los “yanquis” se buscan enemigos, o los enemigos los buscan a ellos.
La otra razón para creer que el Sur de la Florida es la “madriguera” donde pululan ratas y gusanos “platistas” es la desinformación que un estado totalitario puede lograr gracias a ser propietario y rector de todos los medios de comunicación social.
El odio es un sentimiento complejo. Si pudiéramos encontrarle un sinónimo seria animadversión. O antipatía. Pero en la escala de emociones negativas el odio, sin duda, supera la animadversión que no pasaría de ser ojeriza. Y no querer compartir con otra persona, y el rechazo a “conectar”, no va más allá de ser antipatía. Se puede ser antipático y poco animoso sin llegar a padecer odio. Cuando alguien siente odio por una persona o un estado de cosas, vive para destruir, hacer el mayor daño posible. No media raciocinio. Por eso se dice que el odio es ciego… y “amor”, dada la circularidad y la obsesión donde los extremos llegan a tocarse.
Odiar es, en realidad, un enfermizo modo de relación que, paradójicamente, ata a las personas —odiado y odiador— como pocas emociones, quizás solo comparable con otra turbación del espíritu: el enamoramiento —que no es amor.
Quien odia tiene como meta perjudicar al otro; en realidad, a quien único daña es a la misma persona. Por otra parte, el odio encuentra terreno fértil en la miseria y la desesperanza. Un individuo alimentado como debe, con trabajo bien remunerado, techo y diversión es casi inmune al resentimiento. De modo más sencillo: no tiene por qué odiar. No es casualidad que en los países más pobres estén las madrazas de los terroristas impenitentes y de los regímenes totalitarios.
No cabe duda de que hay individuos llenos de rencor y antipatías a ambos lados del Estrecho de la Florida. Pero hay sutiles diferencias entre el odio individual y quizás justificable, y el odio que como política se enseña y cultiva en la mente del ciudadano común desde niño a través de los medios de comunicación social. Bastaría tomar los textos escolares cubanos para darse cuenta de lo que los pequeños deben aprender desde temprano y repetir sin titubear el odio al Gigante de las Siete Leguas, el Imperialismo Yanqui, el saqueador de los recursos del Tercer Mundo —el régimen anda como loco buscando que los “saqueen”.
Odio a los “enemigos de la Revolución” donde quiera que estén y como quiera que piensen. Odio a quienes apoyan el “bloqueo”. Odio a los enemigos de Rusia, de China, Corea del Norte, Irán y cualquier país de Latinoamérica que, por supuesto, odie a los yanquis.
Un recurso, no por manido menos efectivo, es martillar sobre el pasado: ¡nunca olvidar! Los medios de comunicación tienen como misión reabrir heridas antiguas, no dejar que el tiempo las cure. Narran el suceso de hace treinta, cincuenta años como si hubiera pasado ayer. La tarea es actualizar el dolor para mantener activo el resentimiento —“el odio como arma de combate”.
Conocí a familiares de víctimas de acciones desafortunadas que se negaban a participar en eventos donde se “homenajeaba” a familiares “víctimas del Imperio”, y cuya finalidad no era otra que renovar en ellos sentimientos de venganza y no perdón. Terminaron por ausentarse, pues sentían que algo no estaba bien en sus corazones.
Por acá, nosotros, los “odiadores”, mantenemos a flote un país que cada día se escora más por sus rencores, frustraciones y egoísmos. Quienes “odiamos” a la Isla “bloqueada” enviamos todos los años miles de millones de dólares solo en remesas, sin contar la paquetería de alimentos, medicinas y ropa por decenas de miles de toneladas. Desde la “madriguera de los odios” llamada Miami viajan a Cuba cientos todos los días. Nadie en el aeropuerto pregunta por qué, o les hacen un mitin de repudio.
Algunos “odiadores” que viven en Miami tienen prohibida la entrada a su país solo porque escribieron o dijeron algo que disgustó a quienes son los mismos hace más de medio siglo. El fusilamiento de la reputación de cualquier adversario político —sin derecho a réplica– suele ser el inicio de la incitación al odio a la persona, con la consecuente destrucción material, social y espiritual del oponente.
Quienes en la Isla usan el epíteto de odiadores deberían saber que la proyección es un mecanismo de defensa del Yo consistente en pasar el problema propio a otros. Los que han puesto de moda el nuevo término peyorativo hacia el exilio no deberían preguntarse, por evidente, las causas del por qué están perdiendo, o han perdido lo que llaman “Batalla Comunicacional” o de “Ideas”.
Los calificativos negativos funcionan a veces como bumeranes. Una de las razones de la derrota ideológica esta tan clara como el “vasito de leche” que nunca apareció —por cierto, ahora no hay ni leche para los niños menores de 7 años—. No se puede mentir con tanto doblez mientras el ciudadano común ve otra cosa en la calle, y termina formándose el criterio de quienes son los “engañadores”. El cubano de a pie, y por seis décadas, sabe de sobra que acá siempre será bienvenido, y salvo algunas excepciones, quien en verdad jamás lo ha dejado o lo dejará abandonado. Los “engañadores”, que no son de Prado y Neptuno, podrían ser también los verdaderos “odiadores”.
Por eso bien vendría en el futuro parafrasear el poema del autor al que poco favor hizo el odio al nombrarlo Poeta Nacional:
No sé por qué piensas tú/cubano, que te odio yo/si somos la misma cosa/yo/tú. Tú eres pobre, lo soy yo/soy de Cuba, lo eres tú/ ¿de dónde has sacado tú? /Cubano, que te odio yo?/Me duele que a veces tú/te olvides de quién soy yo/caramba, si yo soy tú/lo mismo que tú eres yo.
Francisco Almagro
Texto y foto: Cubaencuentro, 6 de marzo de 2024.