lunes, 30 de julio de 2018

El último invierno de los Castro



No hubo noticias este invierno en Cuba. Solo languidez y respiración artificial. En 2018 habría otro presidente, uno con diferente apellido después de mucho tiempo. Pero los cubanos en la isla no se daban siquiera por enterados.

A más de un año de la muerte de Fidel Castro, yo imaginaba estar de vuelta para atestiguar las señales de un inminente giro histórico, los vientos del cambio haciendo chirriar las enmohecidas bisagras de la realidad, algún temblor particular en el rostro de la gente que no tuviese que ver, estrictamente, con la lucha cotidiana por la supervivencia.

Se trataba, desde luego, de un ejercicio de afable cinismo cuya ineludible finalidad era verificar lo contrario, que Cuba seguía siendo ese magnífico espectáculo total, totalitario, donde nunca ocurre nada o donde todo siempre está ocurriendo para nada.

El malecón tenía su peor cara después del ciclón Irma, que inundó esa alegre y envilecida colmena que es Centro Habana, descarnó las fachadas de los inmuebles más recientes o más tercos y redujo a escombros y al vacío la silueta de los edificios antiguos; unos negros enormes, shorts hasta las rodillas, pulóveres fosforescentes, tenis de marca, mosconeaban a las puertas de las ferreterías de Galiano y Reina intentando venderte lozas y herrajes de baño a sobreprecio (no había mejor opción); escaseaban las cervezas Cristal y Bucanero (con suerte, en la tienda Carlos III te permitían comprar cinco de una vez); los habitantes del socialismo tardío bebían, si acaso, cerveza Presidente, bautizada en honor del autócrata dominicano Rafael Leónidas Trujillo y ahora, por obra y gracia del dislate económico y de un tosco sarcasmo histórico, la birra más popular en la Cuba posrevolucionaria; una mujer decía en un almendrón que ella se iría pal Yuma¸ pero no pa Miami, sino pa Nueva Yoln, pallá pal frío, y un hombre le contestaba que él ha vivido en siete países y que en este país no hay respeto como afuera, ni por el dinero ni por ná, aunque aquí también hace mucha falta el baro, eso sí, porque si no, no eres nadie; la gente llenó los estadios para ver el playoff final del béisbol cubano entre Granma y Las Tunas; hacia el mediodía, una gorda preguntaba a todo el mundo en la cola del pan cuántas teleras iba a comprar cada quien (tocaban a dos por cabeza), y si tú pensabas llevarte solo una, ella te daba el dinero para que le cedieras la segunda, y si te acompañaba alguien, la gorda pedía que le hiciera el favorcito de marcar también y que le diera el turno, y así iba la gorda haciendo el milagro de multiplicar los panes que luego revendería en algún rincón hambriento de la ciudad; hacia la medianoche, una mulata altísima caminaba por la Rampa con el vestido a la altura justa para enseñar un blúmer morado sobre unas nalgas descomunales mientras, por delante, ofrecía un triángulo rotundo cuyo vértice inferior no era un vértice ni una playa ni el pétalo de una lila muerta sino la vasta certeza de una acechante oscuridad, honda y sin solución: ella reía con todos, hablaba a todos, incluidos dos policías y, por supuesto, algún turista que pasaba, pero la mayoría del tiempo era como si nadie más, en la Rampa, en la ciudad o en la isla, existiera.

Era el último invierno de los Castro.

II

Vi la televisión durante horas. La Asamblea Nacional del Poder Popular celebró sus acostumbradas sesiones de fin de año. Dilatadas planicies de tiempo televisivo fueron ocupadas por toda suerte de purificaciones y confirmaciones en la fe. Aleluyas y hosannas dirigidos a nuestros dioses barbudos y tronantes, cándidas plegarias en pos de buenas cosechas o precios topados, de menos ciclones y más eficiencia fiscal, tétricas jaculatorias (¡arriba!, ¡abajo!, ¡viva!, ¡muera!, ¡cumpliremos el plan!, ¡no pasarán!) que invocaban a los héroes de la patria y condenaban a los enemigos externos e internos.

El todavía vicepresidente Miguel Díaz-Canel se extendió sobre el rediseño estructural de la educación superior, que desde 2017 se supone un organismo aún más centralizado y, según sus cálculos, más racional y coherente. Mirando la pantalla me pregunté si esto serviría de algo en un país donde la educación es gratuita, pero donde una elevada instrucción no resulta, la mayoría de veces, nada rentable, así que las mejores mentes de las dos últimas generaciones han tomado las de Villadiego y andan por ahí haciendo de este no un archipiélago sino una galaxia de fragmentos desorbitados y enfermos de nostalgia y de ira. Durante horas, el presidente de la Asamblea, Esteban Lazo, otorgaba el turno de palabra siguiendo una secreta pauta coreográfica. ¿Alguien cabeceó en la octava fila? ¿Aquello fue un bostezo? Desde el estrado quizá se preguntaba: ¿Toman notas los parlamentarios en la plenaria o simplemente chatean pasándose papelitos? ¿Sueña este rebaño de androides con ovejas eléctricas, con un Geely chino, o todavía el Lada es lo que camina?

Supe que viviríamos el Año del 60 Aniversario de la Revolución. Y en eso estamos.

El Parlamento informó y los medios repitieron que el Producto Interno Bruto creció en 2017 un 1,6 por ciento mientras que el turismo se expandió un 16 por ciento (alrededor de 4,7 millones de visitantes totales). Marino Murillo, buda oracular del cambio económico en Cuba, repasó a su modo el panorama que se despliega ante nuestras narices. Justificó la parálisis hemisférica de la “actualización económica”. No dio indicios de comprender que una “actualización” congelada (desde agosto de 2017 no se otorgan licencias para emprendimientos por cuenta propia) es sinónimo no de tregua fecunda, sino de franco retroceso. Cualquiera sabe que el reloj de Cuba, aunque sus dueños finjan lo contrario, no se detiene. Y que anda en cuenta regresiva hace por lo menos 30 años. Eso tampoco ha cambiado. A juzgar por ciertas zonas de la literatura nacional, desde hace mucho, la gente del barrio no deja de buscar fugas individuales (corrupción, prostitución, alcohol, emigración) en pleno corazón de un país-trampa. A juzgar por los discursos políticos y por la prensa oficial, no existe trampa ni fuga posible para este “heroico pueblo”; no existe el corazón del país ni, por supuesto, la gente común.

Ahora hemos visto cómo en un gesto primaveral Raúl Castro traspasó por fin sus cargos estatales y gubernamentales al entenado Díaz-Canel, cuya inteligencia personal y probable genio político (cualidad exclusivamente reservada durante 60 años a Fidel Castro) debería aquilatarse hasta aquí, no por su brillantez o su carisma, sino por su capacidad para hacerse opaco, superar con docilidad todas las pruebas y conformarse, por el momento, con el papel de Golem y ventrílocuo sin poder real sobre el destino de Cuba.

Presuntamente, el relevo se efectuó este 19 de abril y no el 24 de febrero, como marca la tradición, debido a las inclemencias del tiempo, es decir, a causa de los lingotazos que diera al país, en septiembre, el huracán Irma. 10 muertos y miles de damnificados, la mayoría de los cuales deberán seguir esperando por una economía que en 2017, digamos, se puso las uñas postizas y fue por eso que creció lo que creció.

Una mujer que perdió todo en el naufragio de su casa dijo por aquellos días a un periodista de un medio oficial que ella no se evacuó, cuando vinieron evacuando, porque no la obligaron. Se sabe que estos trazos sueltos, estas conductas liberales, florecen en las etapas tardías de los grandes procesos artísticos e históricos. Decadentismo le llaman. El periodista memorizó, pero no publicó esas declaraciones.

La decadencia, sospechamos, no implica por sí misma un cambio de época, es el propio orden de cosas tendiendo flácidamente al infinito, tal como lo indica el hecho de que Raúl Castro permanezca, a sus 87 años, como figura tutelar y única fuente de legitimidad al frente del Partido Comunista. A su vez, la sombra siempre vigilante de José Ramón Machado Ventura, el hombre fuerte de la vieja guardia, persevera asombrosamente en sus funciones. De hecho, ofreció este invierno notables pruebas de ser incombustible: alternó con Díaz-Canel en las visitas televisadas a objetivos económicos del interior del país; profirió –como ensalmándose– el discurso de bienvenida en el mausoleo a los cuerpos de cientos de excombatientes del Tercer Frente fallecidos en las últimas décadas; durante unos segundos prodigiosos la televisión nacional lo mostró, deshojados 86 almanaques, escalando a paso doble corto (¿esto lo vi realmente?) la estrecha escalera metálica de una fábrica o de un central azucarero.

A reserva de lo que pueda acontecer en unos años, de los exabruptos históricos o los errores de redundancia cíclica del sistema, Díaz-Canel parece condenado, en lo inmediato, a ser el guiñol protagónico en la comedia de Cuba y poco más, a bailar desnudo, o vestido de civil, entre los lobos.

Puede incluso que tenga el tiempo a su favor, como lo tuvo el ladino Joaquín Balaguer en la República Dominicana. Pero ha debutado huérfano del músculo simbólico y práctico de “los históricos” dentro de la trama del poder doméstico tanto como de la legitimidad internacional que supondría una elección al estilo occidental. Sin el aura romántica del revolucionario ni el sex appeal globalizado del tecnócrata, situado probablemente a medio camino –en ese limbo estrecho de quien resulta aceptable para todos los bandos– entre reformadores y retrógrados, sin iniciativa partidista, sin mando real sobre los jerarcas del Ejército, sin control sobre una economía cada vez más militarizada, el nuevo mandatario ya se ha dado al menos el lujo de presentarle a los cubanos una “primera dama” (así fue citada en televisión nacional) por primera vez en 60 años.

Cuando Díaz-Canel dice que el compañero general de Ejército “encabezará (como hasta ahora) las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”, dice lo único que podía ser dicho con sinceridad en el instante de su desabrida exaltación. Repite el mantra cuya asimilación lo ha hecho elegible para el cargo que hoy ostenta, se presenta al país como el último chivo expiatorio de una era histórica y confirma lo que cualquier cubano, sin siquiera planteárselo conscientemente, sospechaba durante mi reciente viaje a la isla.

El 2018 traería, a lo sumo, un cambio gatopardiano más, como tantos otros en estos años, según el cual se modificaría algún aspecto del régimen apenas lo suficiente para que todo continuase igual.

III

El día de Navidad, alrededor de las 9 de la mañana, a un lado de la terminal de Ómnibus Nacionales, decenas de personas hacen cola encima de un basurero. Hay bolsas húmedas sembradas en la película de fango que cubre los bordes de la calle. Cajas de jugos y grasientos papeles de pizza, viejos trozos de tela y algún vómito seco. Hay basura sobre la acera y debajo de los prehistóricos carros americanos de hasta 15 plazas que deben transportar a los viajeros interprovinciales que se agolpan en los alrededores. El pasaje hasta Pinar del Río cuesta 10 cuc, el doble de la tarifa habitual y una tercera parte del salario medio nacional. La gente pide y da el último, con resignación, durante toda la mañana. Los choferes no tienen apuro porque la cotización sigue al alza y el tiempo navideño está de su parte.

La zona inmediata del Parque de Telecomunicaciones es un pequeño prado de yerbajos despeinados al que le ha florecido una multitud de jabas de plástico que a veces levantan el vuelo empujadas por el inofensivo viento de diciembre. La escena tiene un dejo infantil y romántico que tal vez resulta decisivo para que los pasajeros se metan de una vez, a cualquier precio, en los incómodos almendrones y se marchen en busca de sus seres queridos.

Más allá, en la Plaza de la Revolución, los mudos edificios observan resignados a los turistas que llegan en descapotables. Un policía detecta a un tipo merodeando entre el grupo de europeos. Lo llama y enseguida los dos se alejan hasta una de las casetas de guardia. Resulta cuando menos estúpido ir a 'trabajar' vestido 'impecablemente', según la moda oficial del post-socialismo cubano: jeans raído y elastizado hasta la pantorrilla, tenis planos con arabescos, pulóver con una leyenda dorada (Dolce & Gabanna o Mango o Fuck You), pelado machimbrao con iluminaciones de peróxido, cadena de oro sobre el pecho, pulsera de santo, celular en la mano. El vigilante, desde el otro extremo de la explanada, solo tiene que cazar la fácil incongruencia. Como si le dieran un bolígrafo y la última página de una revista y le ordenaran: “Encuentre al reguetonero”, entre un montón de bailarines de polka.

IV

En enero, solo un par de eventos rizaron el agua estancada de la política cubana. Algún vaivén en las redes sociales provocó el hecho de que tres de los cinco agentes cubanos que estuvieron presos en Estados Unidos y regresaron al país con guirnaldas triunfales hace pocos años no estuvieran, sorpresivamente, dentro del listado final de la nada famosa Comisión de Candidatura –órgano conformado por representantes de organizaciones políticas y de masas tuteladas por el gobierno– que aporta el 50 por ciento de los diputados de la nación. Figuras totémicas del discurso estatal, considerados héroes desde hace dos décadas en la isla, era esperable cierto revuelo tras la exclusión. Hubo comedidos reparos en la modesta esfera virtual que rodea a la isla como una nube invisible que no moja ni empapa jamás a la inmensa mayoría de los cubanos.

El affaire apenas vino a constatar lo que resulta obvio y casi ningún cubano podrá decir de manera articulada, ya por ignorancia, ya por desidia: que la Comisión de Candidatura es un artefacto espurio y antidemocrático diseñado para controlar y reproducir los caminos del poder y, sobre todo, para rematar al interior de la “democracia participativa” cubana –si los sucesivos filtros para las candidaturas barriales no fueran suficientes- cualquier atisbo de azar o de metodología disidente, cualquier vislumbre de diligencia autónoma, originalidad ciudadana o desentumecimiento comunitario.

El segundo acontecimiento notable fue la muerte de un Castro en el último invierno oficial de los Castro. Nos enteramos de que Fidel Castro Díaz-Balart, el primogénito, había saltado desde un balcón solo porque antes había fallado en el intento de volarse la cabeza con un revólver. Presumimos que salió al fin vencedor de su propia guerra, que Fidelito eliminó, al cabo, a su máximo enemigo. Puede que sea irónico, pero si la meta es la victoria total, la imposibilidad de volver a ser derrotado, el suicida siempre se nos adelanta.

V

Caminas por La Habana y sientes que atraviesas un sistema de altas presiones donde la realidad transcurre en sordina, detrás de un cristal turbio. Todo está en orden y el orden es eso que vemos; no hay sorpresa, no hay espanto, no hay desasosiego: todo funciona gracias a una aritmética que nadie nos explicó, pero que cumplimos al dedillo. Nada siquiera para confundir con la esperanza. Todo en perfecto equilibrio, y ese equilibrio es una enfermedad de la que no acabamos de morir.

La calle Ayestarán, un día de enero de 2018, es un tobogán gris que alguien ha colocado horizontalmente para que yo no pueda dejarmeir, deslizándome en el olvido de las circunstancias, y para que los viejos carros americanos y soviéticos bramen ridículamente y continúen excretando ese hollín azul que ensucia la lluvia delgada que trajo el frente frío.

El invierno en Cuba es un fenómeno indeciso. Incurable. Como un personaje de Dostoievski. Solo que los personajes de Dostoievski tienen demasiado frío en los huesos y demasiado fuego en las almas. Los extremos devorándose. Supongo que nuestro invierno, en cambio, es una ciénaga de mediocridad; una mujer casi hermosa y levemente bipolar: si te cubres sientes calor, si te descubres sientes frialdad. Entonces tienes que poner el ventilador en una velocidad intermedia, apuntarlo hacia el lugar de los pies y volver a meterte bajo la colcha. Es un ecosistema frágil: incapaz de asegurarte que no despertarás tres horas después, bañado en sudor, o bien a la mañana siguiente, con una tos perruna.

Por Ayestarán, desde San Pedro hasta Carlos III, hay cuatro bustos de José Martí, tres de un lado, uno del otro, que nos vigilan. No sé si la gente se da cuenta. Martí blanco, con las manos ocultas, tratando de sorprender in fraganti al Martí personal e intransferible que pueda asomar en el transeúnte anónimo, vigilándose a sí mismo con sus ojos ciegos.

Pienso en el asunto del doble. El doble de un hombre de acción, pongamos Fidel Castro, es alguien que acumula demasiada energía potencial en su interior sin que jamás pueda desahogarse porque, de los dos, el que actúa siempre es Fidel Castro. Por eso termina cayendo. La caída es la acción por excelencia de los cuerpos sometidos a la dictadura del reposo. El doble se mira en el espejo y solo ve el reflejo de un reflejo, que es lo que a sus 68 años ha terminado siendo aquel niño de los primeros tiempos revolucionarios, cuando todavía era imberbe y no era nadie más que él mismo. Asomado al balcón, el último Fidelito quizá recordaba aquel instante en que decidió refugiarse en la Siberia de los números y sus derivaciones, a años luz de los reactores nucleares de la política mundial. Pero el doble siempre gravita hacia su centro, siempre cae.

Me detengo para hacer una foto en dirección a la Plaza de la Revolución. Me doy vuelta y veo que en la sede de Argos Teatro anuncian una puesta titulada Sistema. A su manera, la gente siempre sabe lo que le conviene: no es preciso enfrentarse a la máquina, no hay que destruir necesariamente cada una de sus piezas y sus efectos, basta con hacer catarsis una de estas noches o con cambiar individualmente de sistema, con salir de uno para entrar en otro. Intuimos estas cosas y esa intuición se manifiesta todo el tiempo:

-Qué volá.

-Coño, Eddy, qué volá, le digo, varios días después, a un mulato bien parecido y todavía joven.

Eddy es un tipo amable y fortachón que, en su adolescencia, si no recuerdo mal la historia que me contaron, sufrió un accidente en el gimnasio que lo dejó medio imbécil, aunque lo más seguro es que naciera así. Se busca unos pesos botando los escombros que se generan en la cuadra y limpiando los patios de los vecinos. Le pregunto por su familia y él me pregunta qué tal es vivir en México. Le contesto cualquier cosa y me alejo. Entonces me grita:

-Oye.

-Dime.

-Compadre, ¿tú no conoces, no tienes amigas mexicanas a las que les gusten los mulatos?

-Sí, claro, le digo, y me voy.

Sobre la Avenida Carlos III persiste la lluvia invernal, pero en algún punto se disuelve y no llega a tocar el suelo. Un poco más allá, Centro Habana es una ciudadela suspendida, una angustiosa metáfora.

Habría que considerar el caso de un país, este, que no funciona cabalmente como un país sino, al menos en parte, como una colonia de lombrices de tierra que se frotan y se entrelazan y se multiplican coreográficamente a un palmo de distancia de la superficie. Algunas logran emerger; con frecuencia, ensartadas en el anzuelo de algún burdo pescador de orilla. La mayoría terminan más o menos fritas por la luz exterior.

El pescador o el anzuelo puede ser cualquiera, un jubilado mexicano en busca de carnes voluptuosas, un empresario gay europeo, una beca en una universidad extranjera sobre un tema que te aburre, pero que se vende bien porque examina las curiosas particularidades de tu curioso país, un pariente o un exnovio de Miami que hace tres años, antes de marcharse, no querías ver ni en pintura. Y, por debajo de las circunstancias específicas, siempre fluye esa furia silente que tenemos, en Cuba, a causa de la subterránea intemperie a que nos ha sometido el destino. (No tengo claro qué quiero decir con esto último, pero creo que es bueno que lo diga así porque entonces alguien se preguntará qué coño viene a ser nuestro destino y puede que de ahí surja algo positivo, interesante, esperanzador).

Este invierno, los cubanos continuaron yéndose hacia Estados Unidos. Solo que desde la cancelación en enero de 2017 de la política de “pies secos, pies mojados” están obligados a demostrar más concreta y vehementemente que han desertado de un sistema político (y no solo económico) y de toda una racionalidad considerada ilegítima y hasta malvada a la luz del sistema de acogida.

A alguien pudiera ocurrírsele que los cubanos que emigran, o se prostituyen, o se corrompen, o se lanzan de bruces a la locura, o se suicidan, están poniendo todo su empeño en cumplir, individualmente, con el concepto de anti-revolución dictado en los hechos por el gatopardismo oficial de la isla: cambiar todo lo que deba ser cambiado para que Cuba siga como está.

Después de que la sorprendiera, a punto de cruzar hasta Gran Caimán, el cierre migratorio de Obama y de quedarse tres meses varada en Dominica, Yoslaydis llegó en diciembre con su hija pequeña a la frontera de México y Estados Unidos, cruzó el puente internacional de Nuevo Laredo, dijo lo que tenía que decir a las autoridades gringas, pasó 11 días en un campamento de inmigrantes y, para Navidad, ya estaba libre -aunque pendiente de un fallo judicial sobre su status- en la Florida. “Lo peor fue la incertidumbre. Pero todo salió bien. No pongas mi nombre verdadero, que espero un juicio”.

A finales de enero, Juan continuaba detenido allá, pero al menos podía hablar con su madre en Cuba. Al principio de cada llamada, una voz advertía que la conversación telefónica sería grabada.

-Ay, mi cielo, cómo estás.

-Mami, estoy bien. Tranquilo, esperando que me suelten.

-Sí, yo sé. Te extraño.

-Y yo a ti.

-Pero ya estás ahí, en la tierra de la libertad. Eso es lo importante.

-Sí.

-Y todo saldrá bien porque ese es un gran país, y nadie irá a sacarte de la cama en plena noche, a golpearte, a llevarte preso por tus ideas…

-Así es.

-Por no ser comunista, por defender lo que tú crees, los derechos humanos, la libertad de expresión, esas cosas. Ya no hay que tener miedo. Eso compensa.

-Claro, sí, sí.

Juan, de 25 años, nunca militó en grupo disidente alguno, tampoco lo hizo en organizaciones políticas del gobierno cubano. Pero a Esmeralda le aconsejaron que facilitara el trámite de su hijo para acceder a la Ley de Ajuste. Un hijo que se marcha lejos y una madre que improvisa una novela negra para endulzar los oídos del servicio de inmigración estadounidense.

Una ficción desesperada que nadie sabe a ciencia cierta si funcionará. Un gesto turbio y palpitante como un órgano vital. Como algunos días de invierno en que llueve y todo parece igual, aunque nadie pueda asegurarlo.

Texto y foto: Jesús Adonis Martínez
El Estornudo, 9 de mayo de 2018.

jueves, 26 de julio de 2018

La odisea de comprar medicamentos



Cuando el despertador suena a las 3:45 am, ya Ramiro lleva un par de minutos con los ojos abiertos. Ramiro se levanta de la cama y sale de su habitación, va a la cocina y se sirve una taza de café, se fuma un cigarro con la vista puesta entre las persianas de una ventana de madera que da a la calle y ve cómo afuera la luz eléctrica de un poste parpadea.

Son las primeras horas de un martes cualquiera y Ramiro pretende ser uno de los primeros en la cola de la farmacia estatal de su vecindario para comprar los medicamentos del mes de su familia. Un ritual que ha tenido que incorporar de manera forzosa a sus 70 años, pues desde 2016 el sistema de salud cubano ha venido presentando una notoria inestabilidad en el abastecimiento de fármacos a la población.

Después del café y el cigarro, Ramiro se asea, se viste, vuelve a su cuarto y le da un beso en la frente a su mujer, de 76 años, que padece de cardiopatía y duerme enrollada en una sábana. Cierra la puerta y va a la habitación contigua, le da vuelta a la cerradura y echa un vistazo fugaz. Dentro, su hijo de 42 años también duerme, hace más de 20 años que contrajo el virus VIH.

Ramiro sale a la madrugada. Camina unas seis cuadras a oscuras por la calle 16 de la barriada habanera del Vedado. Prende otro cigarro y se entretiene en detectar los ojos brillosos de los gatos que se esconden debajo de los autos estacionados. Cuando llega a la farmacia, a las 4: 05 am, catorce personas ya arman una cola considerable.

Una fila que aún no tiene estructura definida, pues las puertas abrirán sobre las 8:00 am. La gente llega, pregunta quién es el último, marca y se sienta en algún sitio cualquiera, esperando que pasen las horas. Un montón de gente se va agolpando en los alrededores de la farmacia, montones de ancianos desparramados por el suelo encima de trapos y cartones, con los rostros agrietados, desencajados por el mal dormir. También hay jóvenes, adolescentes, y hay entre todos una mujer joven, de 34 años, que ha marcado detrás de Ramiro.

Llegó con un niño en brazos, dormido. El niño no es un niño pequeño, tiene siete años y un niño de esa edad ya no va encima de su madre. A la mujer se le nota el cansancio y el esfuerzo que ha tenido que hacer para llegar hasta aquí. Alguien se levanta de uno de las decenas de cartones que hay desparramados por el suelo y le dice que coloque al niño allí. La muchacha dice gracias y accede. El niño abre los ojos unos segundos y mira a su alrededor, debe haberse preguntado qué hacía en ese sitio desconocido si hacía tan solo unos instantes estaba en su cama, quiénes son todas aquellas personas extrañas que lo miran con clemencia y que están a esta hora, todavía no ha salido sol, sentados en la calle. Pero el sueño lo vence y rápidamente se vuelve a dormir.

La madre y el hijo quedan uno al lado del otro. La imagen es desconcertante: un niño que duerme vestido de pionero -pantalón corto rojo, camisa blanca y pañoleta azul- encima de un cartón y su madre que le pasa la mano por la cabeza en plena madrugada en las afueras de una farmacia. Me acerco y hablamos.

Me cuenta que vive sola, que es divorciada y que tanto ella como el niño son asmáticos crónicos. Que cuando le hacen falta los medicamentos tiene que hacer esto: madrugar y llevárselo consigo, porque el niño sentiría mucho miedo y empezaría a llorar si llegara a despertarse y ella no estuviera en casa. Dice que en un rato ya será de día y lo podrá llevar a la escuela y que podrá terminar con la angustia de los medicamentos sin tener que preocuparse de dos cosas al mismo tiempo: el niño y la cola. Ramiro, que escucha todo, tira un cigarro por la mitad al suelo y lo escacha con la suela del zapato de su pie derecho.

La salud pública es uno de los estandartes de Cuba. Desde 1959 se convirtió en uno de los logros más preciados de Fidel Castro y su revolución al instaurar un sistema de servicios públicos en la isla y brindar ayuda médica a través de brigadas internacionalistas a naciones subdesarrolladas o en en estado de emergencia ante catástrofes naturales.

También, por su prestigio alcanzado a lo largo de los años, la medicina cubana es utilizada como moneda de cambio o de pago en convenios intergubernamentales. Pero después de la década de los 90 y la llamada crisis del “período especial” en Cuba, el sistema de salud comenzó a deteriorarse como todo el aparato institucional. Desde ese entonces, las instalaciones hospitalarias y los servicios acusan un notable deterioro.

Si bien la atención médica sigue siendo gratuita y hasta cierto punto efectiva, y cada ciudadano tiene la posibilidad de acceder mensualmente a fármacos a través de una libreta de racionamiento, el sistema de salud muestra síntomas de una nueva crisis. Meses atrás, el Estado acordó que en cada consulta u operación se le entregara a la población un documento con las cifras estimadas del precio que costaría el servicio brindado.

Una decisión que levantó sospechas en los cubanos, pues temieron que fuera el primer paso de la desaparición de la salud universal y pública en el país, pero el gobierno aclaró que era sólo una campaña desarrollada por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) para crear conciencia de los gastos que realiza la nación en ese sector.

Ahora, con la drástica reducción de las importaciones del petróleo venezolano a la isla, la crisis del sistema de salud se refleja en la falta de medicamentos. La crisis impactó en la industria farmacéutica cubana y provocó que durante el 2016 y 2017 se decretara el paro de varias plantas productoras de fármacos ante la falta de recursos productivos.

Cristina Lara Bastanzuri, jefa del Departamento de Planificación y Análisis de Medicamentos, Reactivos y Farmaco-Epidemiología del MINSAP, le dijo al periódico Granma que las “afectaciones en la industria repercuten directamente en la red de farmacias”. Lara agregó que “nuestra industria tampoco está ajena a las afectaciones del bloqueo norteamericano, que provoca elevados gastos por la no utilización del dólar en las transacciones y tiene que adquirir las materias primas en mercados muy lejanos con largos periodos de entregas, donde los fletes muchas veces son aéreos, lo cual provoca tener que erogar más divisas de lo que cualquier otro país gastaría para poder obtenerlas”.

La industria farmacéutica cubana produce el 63 por ciento de los 801 medicamentos que conforman el cuadro básico de fármacos, el restante 37 por ciento es importado por el MINSAP y el 47 por ciento del cuadro básico está destinado por el gobierno a la red de farmacias.

Rita María García Almaguer, directora de Operaciones del Grupo de las Industrias Biotecnológica y Farmacéutica, explicó a Granma que “la causa fundamental de la inestabilidad en las entregas de medicamentos por parte de la industria al sistema de salud es la falta de financiamiento oportuna para pagar a los proveedores con los cuales se negocia la adquisición de las materias primas, materiales de envases e insumos”.

Desde que la crisis de medicamentos comenzara hace un año, cada una de las 2,148 farmacias del país reservó un día de la semana para la venta de los pocos fármacos suministrados por el MINSAP. La farmacia de Ramiro, por ejemplo, determinó que ese día fuera el martes. Por tanto, desde el lunes los vecinos están pendientes del camión que llega a descargar los medicamentos de turno. El gran problema consiste en que nadie sabe las medicinas que estarán a la venta en la semana y no queda más remedio que ir y hacer durante horas una gigantesca filas sin la certeza de que vaya a servir algo.

“Hay que estar aquí sea como sea, porque son muy pocos los medicamentos y no alcanzan para todos”, dice Ofelia, la señora puntera en la cola. Ha llegado catorce horas antes del horario de apertura. Ofelia es negra, tiene 59 años y es jubilada.

“Hoy tuve que estar más tiempo porque mi esposo está para provincia y tuve que venir yo sola. Normalmente lo que hacemos es dividirnos el día. Yo marco y siempre soy la primera porque vengo desde el lunes por la tarde, luego él me releva por la noche y se pasa la madrugada. Y al final ya por la mañana vuelvo yo y compro y él se va para su trabajo”, dice Ofelia.

Ofelia trajo una manta para cubrirse del frío de la madrugada, una sábana vieja para tender en el piso de vez en vez y tomar un descanso, y una mochila militar que fue propiedad de su hijo. Dentro de la mochila tiene un termo con café, dos potes de comida que ya están vacíos, dos pomos de agua, uno con agua hervida para beber y otro con agua del grifo para enjuagar los cubiertos de la comida y para echarse en la cara y despabilarse en cuanto amanezca. “Ojalá estuviera en mi casa ahora durmiendo, pero hay que estar aquí, no queda de otra”.

Magalys, 29 años, es una de las dependientes de la farmacia a la que pertenece Ramiro. Lleva laborando un año, justo cuando comenzó la crisis de los medicamentos. A través de una ventanilla de cristal, a un costado de la farmacia, Magalys dice que “la cosa ya no está como antes, ha ido mejorando, pero tengo la impresión de que los cubanos son hipocondríacos, ellos mismo se automedican y siempre quieren estar comprando medicamentos como si fuera comida, para guardar, sobre todo dipirona. La dipirona es la reina de las casas cubanas”.

Según cifras del MINSAP, se requiere más de mil millones de tabletas del analgésico dipirona al año para satisfacer las necesidades de la población. La industria farmacéutica debe producir entre 84 y 86 millones de tabletas mensuales para cubrir la demanda.

“En los últimos seis meses la cobertura de este producto ha sido muy inestable, pues nuestras plantas no tienen capacidad para producir ese volumen y las deudas con los proveedores hicieron que se atrasaran las entregas y está prevista ya la cantidad necesaria hasta el mes de junio del 2018”, aclaró Rita María García Almaguer al periódico Granma.

Magalys masca chicle, viste un uniforme blanco ajustado al cuerpo y una bata de enfermera. “La población piensa que nosotros tenemos la culpa, pero nada nosotros somos los últimos en la escalera, eso tiene que ver con la fábrica, aquí en la farmacia solo vendemos”, dice en tono defensivo.

Las dependientes en la farmacia de Ramiro trabajan dos días y luego descansan otros dos. Además, tienen un turno de guardia de 24 horas ininterrumpidas una vez a la semana. Precisamente ahora, Magalys está de guardia. Tiene ojeras y está algo despeinada. “No me gusta que la guardia me caiga de lunes para martes, porque tengo que presenciar todo este panorama: la gente madrugando, vuelta loca por las medicinas. Ojalá ya todo se acabe de estabilizar”.

-¿Y qué les dicen los directivos a ustedes?, le pregunto.

-Que va a mejorar, responde.

-¿Pero hubo un momento peor que éste?

-Sí. Hubo un momento en que en los estantes solo había jarabe para el catarro y condones.

A las 8:00 de la mañana una de las dependientes de la farmacia abre las puertas y un bullicio retumba en la calle. La gente se desorbita, los que están delante se empujan y los que están detrás piden un poco de control. La dependiente grita: “Suave, suave, suavecito pa`que se les dé”.

Debe haber alrededor de cien personas reunidas. La mayoría se puso de pie como si fuesen un ejército y hubieran tocado una alarma de combate. La dependiente comienza a entregar unos tickets que garantizan un mayor orden en la cola, la cual ya dobla la esquina. Un hombre, a mitad de camino de la fila, me comenta que “a veces ni con los tickets uno garantiza comprar lo que busca. Yo he estado dos meses sin tomar mis medicamentos de la presión arterial”.

A un costado de la farmacia hay una hilera de cuatro teléfonos públicos y debajo hay un alargado tubo de hierro que sirve de asiento para los recién llegados. Una señora le dice a otra: “Hoy ya es por gusto coger algo aquí, tenemos que madrugar para no morirnos, esto en este país era impensado”. Su interlocutora le contesta: “No hay manera que uno pueda entender que en las farmacias no haya medicinas y que uno las encuentre en el mercado negro”.

Según el MINSAP, una auditoría nacional que arrancó en febrero de 2017 detectó en las farmacias hechos de corrupción asociados en su mayoría a la venta ilícita de medicamentos y al uso indebido de cuños y recetas.

Ramiro ya está cerca de entrar. Solo le quedan un par de personas por delante. Hay tanta bulla y tanta algarabía que ni podemos hablar. Ramiro me mira con complicidad a cada tanto. Me aparto del tumulto para esperar a que llegue su turno.

Ramiro aprovecha y prende un cigarro. Me toma del brazo y me dice, casi susurrando y mirando hacia sus costados para cerciorarse de que nadie lo escucha: “Yo vengo porque mi chequera no me da para comprar por fuera las pastillas y mi mujer está jodida del corazón, y si no vengo se me muere. Así y todo, siempre en el mes le falta alguna medicina, por suerte a mi hijo que tiene VIH no le faltan, él es un priorizado por el país”.

-¿Y cuando más en peligro él estuvo tampoco le faltaron los medicamentos?

-No, te digo que con eso el Estado si es fino. A ellos no les falta nada.

Meses atrás, García Almaguer en el Granma explicaba que el país había priorizado a los pacientes más graves y a los que requieren un tratamiento sostenido. “Se ha ido trabajando en el programa de VIH y atención al grave, así como de oncología, en los cuales se ha logrado mantener la cobertura y entrega estable de medicamentos”.

Me alejo del gentío. A unos metros observo cómo Ramiro entrega su ticket y entra en la farmacia. Demora siete minutos. Al salir me busca con la mirada y no me encuentra. Le hago una seña con la mano. Me dice que dos de las tabletas que debía comprar para su esposa ya se han agotado. Luego se queda mirando la calle Línea como quien mira al vacío. Un ómnibus le corta el hilo visual y confiesa: “No me gusta lo que está pasando en Cuba, pero yo no cuelgo los guantes por mi mujer”.

Texto y foto: Abraham Jiménez
El Estornudo, 15 de mayo de 2018.
Leer también: El botiquín de la virtud.

lunes, 23 de julio de 2018

Lezama Lima, su vida y sus sueños



Con su novela Paradiso, publicada en 1966, un universo lírico, barroco, pródigo, descomunal, complejo y autobiográfico, el cubano José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976) halló su butaca fija en la historia de la literatura de su país y en la de Hispanoamérica. Y se hizo abrir un sitio aparte entre los autores imprescindibles del idioma español en el siglo XX.

Trabajó en ese libro durante 17 años con la certeza de que lo estaba contando todo. Todo era su vida y sus sueños. Su salida provocó que Octavio Paz le escribiera una carta en la que le dice que Paradiso es un mundo de arquitecturas en continuas metamorfosis y Julio Cortázar le mandó el recado de que esa novela no se lee, "se la consulta, se avanza por ella línea a línea, jugo a jugo, en una participación intelectual y sensible tan tensa y vehemente como la que desde esas líneas y esos jugos nos busca y nos revela".

Paradiso es su Niágara, pero Lezama Lima tenía ya su renombre como fundador de la revista Orígenes, que le dio nombre a su promoción literaria y editó 40 números, así como de otras publicaciones importantes, entre ellas Verbum, Espuela de Plata y Nadie parecía.

A pesar de que su figura alcanza mayor relieve como novelista, sus poemas y sus ensayos conforman la obra de un intelectual universal al que hay leer con pasión y con un diccionario a mano. Estos son sus libro de poesía: Muerte de Narciso, Enemigo rumor, Aventuras sigilosas, La fijeza, Dador y Fragmentos a su imán. Entre sus ensayos están Coloquio con Juan Ramón Jiménez, Analecta del reloj, Tratados en La Habana, Las imágenes posibles y La cantidad hechizada.

Lezama Lima tuvo conflictos y fue asediado por las autoridades de su país. Era un rebelde solitario en su casa de la calle Trocadero 162, en La Habana, una ciudad que amó y en la que tuvo sombras y ráfagas de felicidad.

Pidió que le pusieran en su tumba estos dos versos: "El mar violeta añora el nacimiento de los dioses/ porque nacer aquí es una fiesta innombrable".

Raúl Rivero
El Mundo, 8 de abril de 2018.
Foto de Lezama Lima tomada de Lucia Libri.

jueves, 19 de julio de 2018

El delito de ayudar al prójimo



El polvo de cemento húmedo se desparrama por los balcones del inmueble multifamiliar y termina aterrizando en la acera de una barriada de casas bajas y edificaciones de pocos pisos en el municipio Diez de Octubre.

Un matrimonio que recientemente se mudó para el barrio, tuvo la buena (o mala idea), de reparar la fachada del edificio y la caseta de la azotea que estaba en peligro en derrumbe.

Cuando estaban en obras, por una llamada anónima de un vecino, algo habitual en la Cuba de los hermanos Castro, se apareció un estirado funcionario del Instituto de la Vivienda, el típico inspector corrupto que, maleta en mano, es experto en recitar de carretilla las normativas de planificación física y en desplumar a los incautos.

Irene, la señora que de buena fe intentaba reparar el edificio, dice que “si hubiera sabido que se iban formar tantos problemas, lo hubiera dejado como estaba”.

Manuel, su esposo, cuenta que “como nuestras finanzas lo permiten, queríamos mejorar las condiciones de vida de los que vivimos en el inmueble. Reparamos la caseta, pusimos tuberías hidráulicas nuevas y pintamos todos los tanques de agua de la azotea además de impermeabilizar los techos. Pero no solo nos pusieron una multa de 1,500 pesos -equivalente a 70 dólares- por no tener permiso ni licencia, sino que ahora nos marcamos como 'conflictivos' para el jefe de sector de la policía”.

Según la pareja, sufrieron un interrogatorio de casi hora y media en una dependencia policial, intentando determinar de dónde sacaron el dinero para comprar los materiales de construcción. En Cuba, a las buenas personas no se les premia. Todo lo contrario: se les castiga.

Los vecinos del edificio están insultados. “Le zumba el mango. Este edificio no se pintaba desde que se inauguró en 1957. En el exterior había trozos que se caían a pedazos. El Estado, que en teoría es el dueño de todos los edificios múltiples de Cuba, jamás dedicó dinero ni recursos en reparar o darle mantenimiento. Son los vecinos, de su propio bolsillo, los que han resuelto los problemas”, expresa Osvaldo, residente en el inmueble.

En la Isla comunista de los hermanos Castro, cualquier gesto altruista, sin el permiso del poderoso control estatal, es calificado, cuando menos, como insubordinación ciudadana. Para el Estado verde olivo, los gobernados solo cumplen órdenes. Si consideras que eres miembro de una sociedad civil o actuas por criterio propio, te convierten en un presunto delincuente o en un 'contrarrevolucionario'.

“Cuando trabajaba en Comercio Exterior, en un viaje de negocios descubrí que el vendedor de equipos de refrigeración a varias empresas cubanas, además de coimas elevadas que encarecían el producto, ofertaba equipos de baja calidad. Por mi cuenta gestioné con otro mayorista equipos de mejor calidad, pensando en ahorrarle divisas al país y una mejor eficiencia, y cuando llegué, me sancionaron y expulsaron del trabajo. Pasé a ser 'un caso de la Seguridad del Estado'. Tuve que contar toda mi vida de arriba abajo. Pensaban que había hecho esas compras para beneficio propio. Los jerarcas de arriba estaban disgustados, pues al conseguir otro proveedor, les había jodido sus negocios privados: ellos recibían gabelas de ese fabricante por comprar esos equipos”, detalla Luis Manuel, ex funcionario.

En una sociedad vertical de ordeno y mando, la improvisación o salirse de los protocolos dictados, es una razón de fuerza mayor para abrirte un expediente.

Richel, padre de dos hijos, recuerda: “Hace unos años, se me ocurrió donar un poco de dinero y ropa que se le había quedado a mis hijos a niños con cáncer que están ingresados en el hospital William Soler. Pa’qué fue aquello. Desde la directora hasta un oficial de la Seguridad hablaron conmigo para saber quién me había pedido que hiciera esa donación. Es que en Cuba hasta la filantropía es controlada por el Estado”.

Un empresario alemán casado con una cubana, en una ocasión decidió donar varios paneles solares para instalar en tres edificios cercanos a su casa, pensando que no iba a traer ninguna consecuencia. "Y lo que se armó parece ciencia ficción. Desde funcionarios del partido comunista del municipio hasta oficiales de inteligencia investigando el caso, como si hubiera cometido un crimen. Al final recogí los paneles solares. No podía entender que por algo que permitiría ahorrar electricidad al Estado y dinero a los bolsillos de esas familias se formara tanto lío. Me explicaron que el gobierno acepta donaciones, pero se deben entregar por los canales pertinentes, es decir, el Estado”.

Una institución suiza anualmente dona a Cuba 20 mil toneladas de leche en polvo. “Pero tras detectar innumerables trapicheos y negocios por la izquierda, el proveedor exigió que la entrega se hiciera públicamente. El año pasado le dieron un 'buchito' de la leche donada a varios asilos y escuelas en Centro Habana, el resto desapareció como por arte de magia”, cuenta un trabajador de un almacén de víveres.

Después del paso de un huracán por la Isla, miles de cubanos radicados en el exterior expresan su deseo de hacer donaciones privadas, pero el régimen no las acepta. Y es que en Cuba, regalar al prójimo te convierte en sospechoso.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanos Gurú.

lunes, 16 de julio de 2018

Lo que pasa cuando Díaz-Canel anuncia visita



El miércoles temprano en la mañana, mientras caminaba hacia el policlínico 30 de Noviembre, al pasar por la acera del hogar de ancianos, en Dolores entre 11 y 12, atrajo mi atención el enjambre de empleados que limpiaban y arreglaban la parte exterior. También trataban de esconder viejos problemas que por abandono y negligencia se han mantenido por años.

Así, vi algo absurdo: colocar tres contenedores de basura en la esquina de Dolores y 12 para tapar el hueco hecho por la pala que recoge los desperdicios, que está constantemente lleno de agua y de las inmundicias que vierten ciudadanos insensibles, y donde además, en ese mismo sitio está la acometida que abastece de agua potable al asilo.

Algo parecido sucedía en el policlínico Lawton, en Dolores y 10: estaban chapeando los alrededores y pintando. Quienes por allí transitaban, intrigados, se preguntaban medio en broma qué personalidad (o personaje) vendría a visitar Lawton, pues solo en esas contadas ocasiones se hace como que se arregla algo en este barrio, en esta ciudad, en este país.

El día siguiente le dio la razón a esos escépticos: el jueves llegó la preparada visita, nada más y nada menos, que de una comitiva encabezada por el nuevo presidente no electo, Miguel Díaz-Canel, quien antes de visitar estos centros pasó por el preuniversitario Mártires de Porvenir, a pocas cuadras de allí, en 10 entre A y B.

Los distintos incidentes de esos encuentros dejaron un rastro de comentarios entre los vecinos y testigos. Me dice uno, que lo sabe por experiencia: “Siempre para esas visitas les avisan a los involucrados y se monta un escenario que nada tiene que ver con la realidad”. Por ejemplo, los vecinos de la calle 10, al costado del policlínico, quedaron decepcionados porque nada más se chapeó la mitad de la cuadra por donde iba a entrar la visita.

Una empleada del policlínico, molesta, dijo: “¡Me sentí ultrajada! Estaba en la recepción, y de pronto entró un corpulento escolta y con prepotencia me mandó a quitar los aretes, el reloj, la pulsera y los audífonos, y tuve que guardara el celular porque no podía tirar fotos”. Agregó que ese día en el laboratorio aparecieron todos los insumos que hacía semanas no había.

Otra empleada cuenta que “pintaron corriendo, para ocultar la filtración del techo, pero como no la arreglaron, ya el sábado se veía otra vez”. Una señora considera que “así, escondiendo las dificultades, nada se resuelve, pero si avisan antes es para eso. La gente no protesta porque, aunque está hasta la coronilla, no se quiere buscar problemas”.

Estudiantes del preuniversitario visitado por Díaz-Canel, me contaron que “el día anterior vino una funcionaria de Educación y nos advirtió que no fuéramos a plantear problemas, que por el contrario, si nos preguntaban por algo, respondiéramos que todo estaba bien”. También supe que algunos alumnos de 11º grado ripostaron que no entendían por qué tenían que mentir, si en la escuela hay problemas reales que todos conocen. “Quizás por eso a los visitantes no los llevaron a esa aula, sino a una de décimo grado, donde los alumnos son más dóciles y más tímidos”, comenta una estudiante.

“El baño llevaba al menos dos años desbaratado. Sin puerta ni lavamanos, y se los pusieron en dos días”. confiesa una alumna. “También pintaron por ‘alantico’”, comenta otro. “Bueno, mejoramos algo, ¿no?”, recalca un tercero con picardía, y los demás sonríen.

Gladys Linares
Cubanet, 28 de mayo de 2018.

Foto: Miguel Díaz-Canel durante su visita al preuniversitario Mártires del Porvenir, en la barriada habanera de Lawton. Tomada de Cubadebate.


jueves, 12 de julio de 2018

Hacer pedazos la sociedad cubana



Es una casta privilegiada, distante, en los limbos más altos de una sociedad pobre, ribeteada de miseria y calamidades. Sí, es un grupo humano que vive en la estratosfera de un país en bancarrota y sus viditas transcurren en un espacio real que han conquistado gracias a las ineficacias y torpezas del sistema y por sus ambiciones personales, su decisión empecinada y firme por el confort, la abundancia y el lujo.

Tienen, en cualquier parte del mundo, muchos nombres y apelativos, pero en Cuba hay uno que los clava a todos en un mismo alfiler: son los corruptos oficiales.

Hablo de los centenares de personajes que tienen cargos y mandatos en diferentes zonas del Estado y del Partido Comunista y los utilizan para darle a su existencia, y a las de sus familias, un nivel que los ubica claramente muy por encima del cubano medio, del hombre de la calle, la bicicleta china y la libreta de racionamiento que funciona en la isla desde los primeros años sesenta.

A simple vista, observando sin anestesia sus actuaciones, se pueden considerar como una categoría de ladrones que han sido autorizados y a los que, sin embargo, se les considera personas ejemplares en aquella sociedad en la que el totalitarismo impone sus leyes ciegas, sin matices y radicales.

La burocracia estatal, entonces, se ha visto obligada a crear un mecanismo que trate de controlar el entusiasmo de esa piara de vividores y, a tal efecto ha fundado la Dirección de Enfrentamiento a la Corrupción e Ilegalidades.

El asunto es que la tribu de corruptos, según un informe de un alto funcionario de esa entidad, ha “tenido un incremento cuantitativo permanente, pero sobre todo con una mayor cualificación de su organización, comisión, colectivización e incluso internacionalización.”

En las condiciones actuales, dijo el dirigente, se hace necesario elevar el enfrentamiento al delito trasnacional. No conseguirán eliminar la corrupción, que es parte de la esencia del socialismo, sólo le darán oportunidad a los susodichos de demostrar su creatividad ante los anunciados valladares que propone, con su buena carga de estudiada austeridad, una jerarquía que disfruta sin sobresaltos como el que más, de las franquicias de la corruptela.

Corrupción es una palabra que, según sus orígenes, es una combinación de un verbo y sufijo que quiere decir, más o menos, acción y efecto de hacer pedazos. Eso hacen los corruptos con la sociedad cubana.

Raúl Rivero
Blog de la Fundación Nacional Cubano Americana, 1 de junio de 2018.
Foto: Principales miembros de la élite militar y civil que gobierna Cuba. Tomada del blog de la FNCA.

lunes, 9 de julio de 2018

¿Ajuste de cuentas post mortem?



Ramón Calcines Gordillo fue un comunista de toda la vida. Bajo Batista se desempeñó como secretario general de la Juventud Socialista, brazo del Partido Socialista Popular (PSP), viejo partido marxista-leninista. Fue allí jefe de personajes que más tarde alcanzaron gran preeminencia, como Jorge Risquet y Flavio Bravo.

Al triunfo de la Revolución, se mantuvo en puestos de relieve. En los años sesenta del pasado siglo fue director de la Empresa FrutiCuba, que por entonces hacía honor a su nombre y suministraba a los cubanos de a pie, a precios módicos, jugos y frutas frescas.

Como buen 'pericón', estaba avezado en las peleas de fieras que reciben un nombre eufemístico: luchas internas del partido. No obstante, tuvo ocasión de experimentar en carne propia que, bajo el régimen de Fidel Castro, esos conflictos intestinos dejaron de ser tales para convertirse en verdaderas persecuciones desatadas por el mandón de turno.

Al producirse la purga contra la llamada Microfracción, Calcines fue separado de su puesto en el Comité Central, cosa que destacó un titular del órgano oficial de entonces; también fue expulsado del partido único. No obstante, salió mejor que otros involucrados, pues no tuvo que marchar a prisión.

Sí fue a parar fue a una fábrica como simple obrero. Allí, amén de tener que trabajar por un sueldo modesto, sufrió los vejámenes de la administración empresarial y de “los factores”, cuya “intransigencia revolucionaria” había sido exacerbada por las instrucciones impartidas desde la alta jefatura del régimen.

Al tiempo que cumplía con sus obligaciones laborales, Calcines, haciendo inmensos esfuerzos, cursó la carrera de derecho. Al graduarse, pasó a trabajar en los bufetes colectivos como un abogado más. Gracias a su competencia, su fabulosa capacidad de trabajo y las relaciones personales que mantenía, progresó dentro del foro habanero y llegó a figurar en la docena de los defensores con mayor clientela en el país.

Al propio tiempo, se destacó en las labores sindicales y, en definitiva, avanzando con grandes sacrificios desde abajo, recuperó la condición de militante del partido único. Esto lo satisfizo, pues era un comunista convencido.

Fue precandidato a delegado a uno de los congresos de esa organización política, pero cuando más confiaba en que sus esfuerzos de años le permitirían tal vez volver a figurar en ese órgano supremo (y de allí —¿quién sabe!— reingresar quizás al Comité Central), la despiadada maquinaria del régimen montó en las vidrieras del Ministerio de Educación, en el corazón de la Habana Vieja en la que laboraba, una “exposición de la historia de la prensa revolucionaria”.

¡Qué casualidad!: En lugar destacado figuraba el número del periódico oficial con la noticia de su destitución. Las invocaciones a su condición de militante y precandidato no surtieron efecto alguno. Las gestiones para encontrar al responsable de la muestra o a alguien que tuviera las llaves del local, también fueron infructuosas. “Están de vacaciones”, fue la cínica respuesta. Así terminaron sus ilusiones de rehabilitación.

Después, se conformó con ser director del Bufete Especializado en Recursos de Casación. Allí lo traté y llegué a apreciarlo, porque pese a que jamás renunció a sus convicciones comunistas, predicó con el ejemplo y actuó con honestidad, nunca abusó de su jefatura y se mantuvo receptivo a las ideas de cambio. Esto último lo demostró en tiempos de la glasnost con su lectura impenitente de las Novedades de Moscú, que a menudo salíamos juntos a buscar.

¿Por qué -se preguntará alguien- escribir ahora sobre ese marxista-leninista, fallecido hace ya años? Es que su hijo Rayfe Calcines Blanco se encuentra en las barracas de la cárcel de Valle Grande, lugar que conozco bien por haber estado “hospedado” allí durante mis primeros años de prisión política. Se trata de un hombre enfermo, de buena conducta social, hijo de ese comunista de toda la vida y de una ex fiscal del Tribunal Supremo. Se le imputa un presunto delito de estafa, que más que tal parece el simple incumplimiento de un contrato civil. No es normal que por una conducta de ese tipo se mantenga la prisión provisional, y menos contra alguien que no es un habitual del crimen.

A las reiteradas solicitudes de cambio de la medida cautelar presentadas por su competentísimo defensor, se ha dado la callada por respuesta. En unas semanas se cumplirá medio año de su encierro: el triple del término previsto en principio para la instrucción de un expediente penal.

¿Por qué esa severidad tan inusual? ¿Qué impide que Rayfe Calcines permanezca en libertad hasta el día del juicio? ¿Será que el ajuste de cuentas contra su padre Ramón Calcines alcanza a su familia y continúa muchos años después de su muerte!

René Gómez Manzano
Cubanet, 8 de agosto de 2012.
Foto: Bandera del Partido Socialista Popular.


jueves, 5 de julio de 2018

"Cuando se viaja en Cubana hay que rezar antes de volar"



Cuarenta y ocho horas después del trágico accidente aéreo, la zona donde se desplomó el Boeing 727-200, arrendado por Cubana de Aviación a la compañía mexicana Global Air, sigue acordonada con cintas amarillas y decenas de especialistas de criminalística y expertos de la aeronáutica civil examinan el área.

Algunos peritos visten pantalones o sayas verde olivo y batas blancas, señal de que son militares. Otros van de civil. El acceso a la línea de ferrocarril y campo agrícola donde sucedió el desastre está resguardado por dos patrullas de la policía.

Los investigadores armaron tres casas de campañas que sirven para guardar posibles evidencias y funcionan como una especie de puesto de mando. No es difícil encontrar personas que quieran contar su versión de los hechos.

Luis Antonio, un tunero que hace cinco años reside en el reparto Mulgoba, apunta que “ya he dado tres entrevistas, pa’ Univisión, pa'una agencia china y pa’ EFE”, dice y comienza a contar:

“Trabajo en un vivero relativamente cerca del lugar del accidente. Como era mediodía, la gente se había ido a almorzar. En una cantinita yo traía mi jama: tortilla de cebolla, arroz blanco, potaje de chícharo y boniato hervido. Me senté debajo de un árbol a comer. Al instante siento un ruido tremendo. Cuando me paro y miro pal’cielo veo -y señala con la mano un descampado a su izquierda- que el avión pasa por encima de los árboles. Iba soltando un humo negro y se mecía de un lado a otro como un juguete roto. Cuando cayó se me perdió de vista. El aparato se desplomó contra el suelo más o menos a 200 metro de donde estaba almorzando. Se sintió un vapor de fuego y un estruendo atronador. Me mandé a correr, pensé que aquel bicho iba a explotar”.

Después de la explosión los primeros que se dirigieron al sitio del siniestro fueron vecinos que residen en la calzada que comunica la Avenida Boyeros con el pueblo de Calabazar, trabajadores, estudiantes de técnico medio y preuniversitario que no habían entrado a la escuela y transeúntes que esperaban el transporte público en una parada a tiro de piedra de la Terminal 1, dedicada a vuelos nacionales.

“Había un relajo del carajo, aunque un grupo de personas se lo tomó con seriedad y responsabilidad. Otros, con los teléfonos móviles en mano, filmándolo todo, parecían que iban a una fiesta. Yo me quedé en la parada, pues por las series policiales que pasan en la televisión, sé que el lugar donde ocurre un accidente debe preservarse”, señala Marta, ama de casa que reside cerca del aeropuerto y esperaba la ruta P-12 para ir a Centro Habana.

Ya circulan por las redes sociales y entre los habaneros, decenas de videos caseros grabados con celulares el día del accidente aéreo. Con un morbo que encaja en el perfil de un asesino en serie, por IMO o Bluetooth, se pasan videos con crudas escenas de cuerpos desmembrados o calcinados.

Una joven, sentada en un café al aire libre en la Avenida Boyeros, muestra una filmación donde un ladrón intentaba robarle la billetera a una víctima que viajaba en el vuelo rumbo a Holguín. "Aprovechando el tumulto, el tipo buscaba robar maletas y dinero. Un policía que en ese momento llegó para socorrer a los accidentados, fue el que detuvo al carterista", indica, mientras muestra el video.

Por las primeras imágenes trasmitidas por la televisión nacional y otras que circulan por las redes sociales, decenas de personas contaminaron la zona del accidente. El despliegue informativo, de manera inusual, fue amplio y minuto a minuto.

Según Pedro, custodio de un taller de reparaciones automotor relativamente cerca donde cayó el avión, “la respuesta policial fue algo lenta. Incluso, gente que intentaba ayudar a personas que estaban con vida, por su desconocimiento en primeros auxilios, cargaban a los heridos de manera inadecuada. Los que más rápido llegaron fueron los bomberos, quienes tienen una base en el propio aeropuerto. También enseguida llegaron dos ambulancias, pero creo que los sanitarios no estaban preparados para ese tipo de accidente. Si hubieran llevado a los accidentados directamente para el Calixto García y no para el Hospital Nacional, que no cuenta con todas la condiciones, quizás se hubiera salvado alguna otra vida”.

Llama poderosamente la atención, que en caso de accidentes viales, derrumbes de edificios y destrozos provocados por huracanes, hay ciudadanos que priorizan la grabación con sus móviles antes que socorrer a las víctimas.

Leidis, maestra de primaria, recuerda que “hace dos o tres años, una joven fue alcanzada por un tren por el Café Colón, Arroyo Naranjo, y en vez de auxiliarla, mucha gente a su alrededor estaba filmando. Hace poco, un hombre tuvo un infarto en la calle y se formó tremenda molotera, pero no para ayudarlo, sino para tirar fotos o hacer videos”.

El accidente aéreo del viernes 18 de mayo en La Habana abre nuevas interrogantes al pésimo servicio que brinda Cubana de Aviación, considerada una de las peores líneas aéreas del mundo.

Oscar, ex piloto de Cubana de Aviación considera que “la compañía tiene que llamarse a capítulo y debiera cerrar. Desde hace años Cubana no cuenta con un stock necesario de piezas de repuesto. Si la gente supiera la cantidad de inventos que tienen que hacer los pilotos y el personal de mantenimiento, no montaría en esos vuelos”, subraya y añade:

“El problema no es solo modernizar la flota. Es contar con una base logística adecuada. Algunos accidentes, como el de Sancti Spiritus, hace ocho años, o este como el de ahora, se han producido con aviones arrendados. Detrás de esos arrendamientos hay un misterio que ojalá ahora salgan a la luz con estas investigaciones. Nadie sabe quién ni cómo, los funcionarios de Aeronáutica Civil contratan líneas que casi nadie conoce. Se rumora que existen coimas por debajo de la mesa. El caso es que son empresas muy limitadas de recursos y con aviones desfasados. Por la entrevista a un piloto que trabajó en esa línea aérea mexicana, se ha sabido que volaban con gomas ponchadas y el radar defectuoso. Un piloto nuestro contó en las redes sociales que hace siete años, esa misma empresa, tuvo problemas en un vuelo a Santa Clara. Él hizo su reporte, pero las cosas siguieron como si nada hubiera pasado”.

Cubana de Aviación hace rato está bajo lupa. Uno o dos días antes del accidente del Boeing 737-200, el vicepresidente primero Salvador Valdés Mesa sostuvo una reunión de trabajo con funcionarios del Instituto de Aeronáutica Civil.

En los vuelos nacionales el retraso es habitual. Rolando Rodríguez Lobaina, activista disidente y director de la agencia audiovisual Palenque Visión, recuerda que en una ocasión “el vuelo a Holguín se retrasó más de catorce horas”.

Dania, quien suele viajar con frecuencia en avión a las provincias orientales, subraya que “cuando se viaja por Cubana hay que rezar primero antes de volar. Esos aviones meten miedo. Además de retrasos y maltrato de los empleados, no los limpian. Hace unos meses, regresaba de Guantánamo en un AN-158, me senté cerca del ala y por la ventanilla veo que unos tornillos se han zafado. Se lo digo al sobrecargo y me calma diciéndome, jocosamente, que no me preocupe, que esos tornillos a lo mejor sobraban en el avión. Espero que después de este accidente caigan algunas cabezas”.

El siniestro aéreo sucedió un mes después que Miguel Díaz-Canel ocupara el cargo de presidente. Habrá que esperar si el nuevo mandatario aparte de preocuparse de la suciedad en La Habana, se preocupa también de la existente en la errática empresa área estatal, que necesita una limpieza a fondo. O cubre la basura de Cubana de Aviación con un manto de silencio. Como hasta ahora ha sucedido.

Iván García
Foto: Tomada de 14ymedio.


lunes, 2 de julio de 2018

Llegar con retraso a un vuelo de avión



Destino (18.05.2018)

–Señor, disculpe, no podemos hacer nada por usted –dijo la mujer y le devolvió, por debajo del cristal, el boleto de avión.

La memoria de Armando Fuentes se extravía, o encalla, en el acto inútil de recuperar el billete. En el instante del estruendo.

–No sabría describirte el sonido, nunca había escuchado algo así. Solo te puedo decir que el piso se movió y empezó la locura –y ahora los recuerdos de Armando también estallan, se disparan como esquirlas.

Tras la explosión, la mujer que le había dicho por el cristal que era un irresponsable y le había informado, tranquilamente, que el Boeing 737-200 ya estaba despegando en la pista de la terminal 1 del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, salió corriendo de su casetilla.

Armando se dio la vuelta y percibió el alboroto general antes de que alguien lo arrollara y lo lanzara al suelo. Alcanzó a ver que un joven aduanero, con un extintor en las manos, le pedía disculpas sin detenerse.

El salón se volvió un avispero. Gente que corría hacia cualquier sitio, que se llevaba las manos a la cabeza y que gritaba: “¡Ay por dios, ay por dios, se cayó!”.

Cuando se puso de pie, Armando aún no sabía a ciencia cierta qué había sucedido. El tumulto en la puerta le impedía averiguar por sí mismo qué había sido aquel estallido. Recogió del piso su maletín de mano y se alejó sin premura.

Un tipo decía: “Ese es el Habana-Holguín”. Y otro contestaba: “Se mataron, hermano, ahí no va a quedar nadie”. Fue lo primero que escuchó al salir de la terminal.

A dos kilómetros de allí, una columna de humo se elevaba hacia el cielo gris. Armando escuchó las primeras sirenas y vio pasar raudo un camión de bomberos. Después siguieron decenas de ambulancias, patrullas policiales y carros de Rescate y Salvamento.

–Me quedé en blanco, no sabía qué hacer. La gente se acercaba al lugar donde cayó el avión para ayudar, o por chisme, pero yo no podía moverme. Yo debería de haber estado hecho cenizas en ese momento, y quiero pensar que por alguna razón divina estaba vivito y coleando.

Una hora más tarde seguía en el parqueo de la terminal 1. Armando, sentado en un quicio, miraba al vacío. Luego se dirigió a donde estaban todos.

El Boeing 737-200 –arrendado por Cubana de Aviación a la aerolínea mexicana Damohj– se estrelló el viernes 18 de mayo, con 111 personas a bordo, sobre un terreno de cultivos agrícolas. Luego de 10 días, solo una de tres sobrevivientes iniciales permanece con vida, hospitalizada.

Las autoridades cercaron inmediatamente el área del siniestro. Armando no pudo pasar de la línea del tren vecina. Desde allí solo veía un velo de humo del que emergían vertiginosas ambulancias.

–¿Hay muertos? –preguntó a alguien.

–Puro, no se sabe todavía, pero eso está feo, es muy difícil que alguien se salve de eso ­–respondió un joven que filmaba la catástrofe a distancia.

Armando dio media vuelta y se largó. Caminó sin destino hasta que divisó un teléfono público.

–Llamé a Tito, mi mejor amigo. Le pregunté dónde estaba y si tenía ron. Le advertí que iba para su casa porque yo estaba vivo.

Hombre

Armando Fuentes, 76 años, es un obrero jubilado de la industria deportiva. Vive solo en un apartamento de la calle Perseverancia, en Centro Habana. Tiene dos hijos y es viudo desde hace dos años y medio.

No juega a la lotería (la bolita), pero sabe de memoria qué significa cada número del uno al cien. Cree que la vida es artimética: la suma de buenas acciones más un poquito de suerte.

Tiene una sonrisa limpia y habla pausado. Es un gran conocedor del béisbol profesional cubano antes de 1959. Las tardes de sábado y domingo son para ver los juegos de categorías infantiles en la Ciudad Deportiva. Dice que no hay nada más puro que un niño empuñando un bate, intentando pegarle a la bola.

Sus manos están llenas de callos, pero Armando es un hombre que sueña. Antes iba todos los días al Cerro a zurcir guantes de piel y pelotas de béisbol en los inmensos talleres de la Industria Deportiva.

Ahora es custodio. Cada 48 horas, en las noches, Armando cuida autos, motos y bicitaxis en un parqueo al aire libre. Allí tiene su caseta. En las horas muertas de la madrugada lee los libros que le manda su hermano menor desde Holguín. “Para que el tiempo pase”. Su hermano trabaja en una editorial holguinera cuyo nombre Armando no recuerda.

A principios de abril, la única sobrina de Armando llamó por teléfono. Su madre había fallecido y ella temía que la soledad terminara también con su padre. Le pidió entonces que viajara a Holguín.

Hace más de diez años que Armando no visita aquella ciudad (nororiente de Cuba), el mismo tiempo hace que no monta en avión.

Flashback (06.04.2018)

Aquella tarde estuvo a punto de desmayarse. Venía empapado en sudor y cuando entró en la oficina de Cubana de Aviación lo golpeó el aire acondicionado. Pidió un poco de agua. Una de las empleadas de la aerolínea se la trajo y pronto se recuperó.

La cola tardó cerca de tres horas. Y cuando llegó su turno, le dijeron a través de la ventanilla:

–Quedan cinco pasajes para el día 18 de mayo, pero le voy a hablar claro: Cubana está mandando a la gente en guaguas porque no hay aviones disponibles, así que no se haga muchas ilusiones.

Armando no prestó demasiada atención al asunto. Compró su boleto y se fue a casa.

Percances (18.05.2018)

–Todavía hoy no entiendo nada. Fue como si yo hubiese querido cambiar las cosas, pero ya todo estaba escrito, comenta Armando.

El día anterior, Tito le confirmó que a las 9:30 am llegaría a su casa en su Ford de 1955 para llevarlo al aeropuerto. El vuelo partía a las 12:00, pero ya eran las 10:20 am y Tito no había llegado. Estaba desesperado.

El nerviosismo le provocó otra revoltura en el estómago. Y por eso cuando llegó Tito y se disculpó, tampoco pudieron partir. Armando tuvo que ir al baño.

–Ese día, desde que abrí los ojos, no dejaron de pasarme cosas raras.

Cerca de las 11:00 am salieron y, en la intersección de las calles Reina y Galiano, la goma trasera derecha del Ford se ponchó. Tito, que no tenía repuesto, se quedó en esos menesteres. Armando, contra reloj, tomó la mala decisión de montarse en la ruta P12.

A mitad del trayecto supo que ya no llegaría a tiempo. El ómnibus articulado avanzaba lentamente y se detenía en exceso en cada parada.

–No estaba para mí, así de simple, no estaba para mí.

Se apeó del ómnibus y, sabiéndose sin opciones de volar a Holguín, enfiló hacia el aeropuerto.

Cuenta Armando que, al despertar, no recordaba haber soñado. Abrió los ojos en la oscuridad y sintió la lluvia contra la ventana de madera.

Sudaba sin parar y las sábanas estaban húmedas. El dolor de estómago del día anterior no se había extinguido del todo. Antes de ir al baño, fue a la cocina por un vaso de agua. Tenía los labios y la garganta secos. Luego, en el retrete, supo que sí había estado soñando. Él, Armando Fuentes, vestido de azul, sobre el montículo del Estadio Latinoamericano de La Habana. Era el pitcher de los Industriales y se enfrentaba a Santiago. Las gradas estaban vacías y tal vez el silencio lo ponía un tanto nervioso.

No había nadie allí para ver a Armando lucir el dorsal 92. El bateador, piel blanca, enormes bigotes, franela roja, era el número 83.

Dos lanzamientos. El primero se estrelló contra la tierra antes de alcanzar el home plate y levantó una pequeña nube de polvo. El segundo fue directo a la cabeza de su rival, que cayó fulminado. Armando solo atinó a llevarse las manos a la nuca, lamentándose.

Luego de repasar la pesadilla, fue a sentarse un rato en el sillón de la sala. Miró el reloj de pared y vio que eran las 3:30 am. Encendió y apagó el televisor. Antes de regresar a su habitación se cercioró de que el boleto del vuelo a Holguín continuaba encima de la mesa. Entonces recordó algo más:

–Cojones, qué es esto: 92 es avión y 83 es tragedia –se dijo en voz alta.

Nota.- Una de las irregularidades más frecuentes en Cubana de Aviación es la sobreventa de boletos de vuelo, y en particular de los llamados 'fallos'. “Es una práctica común”, confirma una inspectora del Ministerio de Transporte que pidió no revelar su identidad. Los pasajes son vendidos con meses de antelación a la población debido a la escasez de vuelos nacionales y esto provoca un porciento considerable de cancelaciones.

En la mayoría de los casos quienes se encuentran en 'lista de espera' para los vuelos no se entera de dichos 'fallos', pues funcionarios de Cubana de Aviación venden de manera ilegal esos boletos a precios que rondan los 20 cuc, explica la fuente. De ahí que en varios reportes de prensa algunas personas que estaban en el Aeropuerto en el momento del accidente del Boeing 737-200 hayan aseverado que el vuelo no tuvo 'fallos' y que nadie en 'lista de espera' abordó el avión siniestrado.

Un miembro del departamento comercial de Cubana de Aviación dice sobre la venta de pasajes aéreos 'por la izquierda': “Esa es la mínima de las barbaridades que se cometen”. Y agrega: “En el mundo se les permite a las aerolíneas revender entre 10 y 25 por ciento de los vuelos, dependiendo de las leyes de cada región, porque hay muchas cancelaciones y las aerolíneas pierden mucho dinero, pero a la larga eso es motivo de quejas y parones en los aeropuertos”.

Armando Fuentes no llegó a tiempo a la terminal aérea para viajar a Holguín. Al respecto, la web de Cubana de Aviación aclara: “Su reservación de asiento está garantizada hasta el momento en que se haga el cierre del vuelo. Vuelos internacionales 40 minutos/Vuelos domésticos 50 minutos”. Es probable que su asiento se haya vendido por fuera de la 'lista de espera'.

Texto y foto: Abraham Jiménez
El Estornudo, 29 de mayo de 2018.