viernes, 30 de noviembre de 2012

Luciano, de mal en peor


Antes de que Raúl Castro aprobase enviar al paro a más de un millón de trabajadores, ya Luciano, 39 años, la estaba pasando mal. Ganaba 290 pesos (unos 12 dólares) en una oficina de trámites burocráticos al suroeste de La Habana. Disgustado por tan poca paga, laboraba solo 4 horas en el horario vespertino, pese a que un cartel aclara que dicha oficina, de lunes a viernes, abre de 9 de la mañana a 5 de la tarde.

En un improvisado local, Luciano aprovechaba las mañanas para confeccionar empanadas de harina rellenas con guayaba. Después de mover el rodillo hasta el cansancio, elaboraba 800 empanadillas. Luego se sacudía el polvo blanco, se alisaba el pelo con agua, se cambiaba la indumentaria y, a partir del mediodía, atendía trámites legales.

Siempre se las arreglaba para irse ante de las 4 de la tarde, hora en que lo esperaba un amigo para comenzar a preparar, en un viejo serpentín, un centenar de litros de alcohol destilado con miel de purga, que vendían a 7 pesos (40 centavos de dólar) la botella. Un ron 'cosaco', que provoca náuseas al probarlo, ya tradicional en los barrios marginales habaneros, donde la bebida de calidad es un lujo mayúsculo.

Con esos dos trabajos extras, Luciano se embolsillaba cerca de 90 dólares mensuales, casi nueve veces más que su salario estatal. Por eso, cuando en una reunión su jefe le dijo que quedaba ‘disponible’ -en la jerga oficial llaman así a los despedidos- Luciano se lo tomó con calma.

A partir de ahora, pensó, tendría más tiempo para sus oficios ilegales. Pero en diciembre la policía decomisó el centro clandestino de elaboración de empanadas, asestándole un duro golpe. Por si no bastara, se rompió el serpentín donde preparaban el trago amargo de los olvidados.

"Cuando el mal es de cagar, no valen guayabas verdes", dice un refrán cubano. Su mujer recogió los matules y se fue con los tres hijos para la casa de su madre. En una fiesta, entre licores y bailes eróticos, ligó a un viejo con la cartera abultada.

Luciano no quiere culpar a nadie por su mala suerte. Es lo que lo tocó. En su salvación vino una amiga que en su domicilio ha montado una tienda ilegal, dedicada a la venta de pacotillas traídas de Ecuador, Caracas y Miami. Ella le dio una cantidad de ropa para que la vendiera, se ganara unos pesos e intentara reconquistar a su esposa.

Cuando ya parecía que su desgracia había tocado fondo, fue pillado por la policía con un maletín cargado de artículos sin los comprobantes que justificaran su procedencia. Se lo quitaron todo y le pusieron una multa de 1,500 pesos (70 dólares). A su amiga ahora le debe 200 dólares por la mercancía decomisada.

Sin trabajo ni familia y con deudas. Así y todo, Luciano se considera una persona de temple. Confía que el próximo año su suerte cambie. De momento, peor no le puede ir.

Iván García

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Yenima podrá celebrar sus quince

Quinceañera by Robin Thom.

El dinero llegó justo cuando más Ernesto lo necesitaba. Su hija Yenima estaba a punto de cumplir 15 años. Y no tenía con qué celebrárselos.

Pasada las 10 de la noche de un domingo, por un vecino supo que el número al cual le había apostado 250 pesos (10 dólares) había salido premiado en la "bolita" (lotería local, clandestina). De un golpe ganó 24 mil pesos (mil dólares).

Ernesto es un artesano privado. Cada día dedica doce horas intentando vender zapatos de piel y adornos de cuero. Le va mal. A duras penas gana lo suficiente para alimentar a su familia y comprarle leche y jugo a su madre enferma de cáncer.

Encima, con un saco de deudas a garroteros de la peor calaña. Ya había empeñado lo poco de valor que quedaba en su casa: un televisor chino Panda, un refrigerador de cuando Rusia era comunista y cubiertos de plata de su abuela.

El camino para ganar unos miles de pesos y salir a flote fue aventurarse a jugar a diario en la "bolita". A partir de 1959, todos los juegos de azar están prohibidos. Pero desde hace años, la policía mira para otro lado. Sabe que la "bolita" es la esperanza de los pobres, quienes conservan la vieja costumbre de intentar cambiar su destino apostando a los mismos números.

En Cuba existen bancos clandestinos que mueven grandes sumas de pesos cubanos. Arnaldo, 59 años, es uno de esos banqueros. Siempre ha vivido de la "bolita". Tras veinte años en el negocio, es considerado un tipo solvente. Tiene un par de casas confortables y dos autos americanos de los años 50.

Suele obtener lo que quiere. A cada rato, por debajo de la mesa le pasa un billete gordo a algún que otro policía severo. Un día cualquiera, Arnaldo gana 3 mil pesos (125 dólares). Más de 600 personas, a diario apuestan dinero en su banco.

Entre ellos Ernesto. Esa noche, cuando supo que había sido favorecido por la suerte, se fue al bar de la esquina. Compró tres cajas de cerveza Bucanero y seis botellas de ron añejo Caney. Puso a beber a todos sus amigos.

Al día siguiente pagó sus deudas. Adquirió carne de res y leche en polvo para su madre. Le dio 300 pesos convertibles a su mujer, para los 15 de Yenima. Fue con la familia a cenar a una paladar, y con el resto del dinero compró toallas y sábanas que hacían falta en su hogar.

Dos días después, estaba sin un centavo. Le quedaban problemas por resolver. Pero su hija Yenima celebraría sus quince. Y hasta hacerse un video paseando en un descapotable por La Habana.

Iván García
Foto: Robin Thom, Flickr

lunes, 26 de noviembre de 2012

Alberto cayó en la trampa


Alberto, 41 años, cayó en la trampa. Él había escuchado que el juego de la chapa era pura estafa. Todas las mañanas, en la parada del ómnibus veía a dos negros robustos, que tiraban una manta en el suelo e invitaban a probar suerte.

El juego consiste en tres chapas de refrescos y una pequeña bolita de esponja. Los malandros mueven las chapas a una velocidad vertiginosa, mientras incitan a los incautos a que intenten acertar debajo de cuál chapa está la esponja. Si aciertas, dicen, pagan el doble del dinero apostado.

Alberto notaba que siempre había un pequeño coro de 4 o 5 personas alrededor de los jugadores. Solía mirar por encima del hombro y creía saber dónde se encontraba la esponja. No se decidía. El dinero que cargaba encima era necesario para dar de comer a su esposa y cuatro hijos.

Pero llegó el día D. Una sobrina de su esposa que reside en Miami le envió 150 dólares. Después de recogerlo en una sucursal de la Western Union, tomó el ómnibus P-3 con destino a su casa.

Dentro del propio bus, tres mestizos jugaban a la chapa. Una señora sudorosa y tres tipos con facha de gente seria probaban suerte. Alberto vio que uno de los hombres que jugaba tenía un mazo de pesos cubanos convertibles en la mano y sonreía.

Al parecer, las cosas le estaban saliendo a pedir de boca. Y se decidió a jugar. Pensó que si la fortuna lo tocaba podía duplicar o triplicar su dinero. Con su vista de águila, veía dónde los mestizos que movían las chapas colocaban la esponja.

“Voy 20 dólares a que la esponja está en la chapa del medio”, dijo Alberto con voz de jugador experimentado. “Si está seguro, porque no apuesta más dinero”, lo provocó uno de los que movían las pequeñas chapas.

“Por esta vez, sólo 20", respondió. Ganó y sintió que era su día. Luego subió la parada. Al llegar a su destino, se bajó del ómnibus sin un dólar.

Desolado llegó a su hogar. Tuvo que aguantar la riña de su esposa, quien empacó las cosas y se marchó con sus hijos para la casa de su madre. “Eres un irresponsable”, le gritó al tirar la puerta.

Una parada después de la que se apeó Alberto, se bajaron los estafadores. No eran dos jugadores como él suponía. Los tres tipos serios y la señora sudorosa también formaban parte del tinglado.

En un parque repartieron el botín conquistado y se sentaron relajadamente a beber cerveza. Luego, más tarde, volverían a intentar engañar a otro incauto. Como Alberto.

Iván García

sábado, 24 de noviembre de 2012

Jugar a matar



Ahora mismo, el enemigo personal de Edna es el Xbox. Madre soltera, ella creyó resolver el gran problema de las escasas opciones recreativas para su hijo, pidiéndole a sus parientes en Miami que le enviaran un soberbio y sofisticado equipo de videojuegos.

“Pensaba que mi hijo Michael, de 11 años, podría estar más tiempo en casa. Él era adicto a los videojuegos y en un mes a veces yo gastaba hasta 50 pesos convertibles (60 dólares) para que jugara en el piso de un vecino que alquilaba su equipo a un “chavito” (un dólar) la hora”.

La buena idea se convirtió en algo dañino. El chico se conecta con su Xbox desde que llega de la escuela. No hace vida social. Solo o en compañía de amigos, toma los mandos para jugar compulsivamente en videos ultra violentos que proliferan en el mercado.

A Michael poco le interesa la escuela. En horas de clases, no se concentra en los estudios y se la pasa hablando de la última versión de algún sanguinario videojuego. O escapa hacia la casa, para mejorar sus habilidades asesinas a la hora de matar virtualmente.

El objetivo de Michael es ser el mejor ‘killer’ entre sus colegas del barrio. Edna se ha levantado en la madrugada y lo ha visto atrapado con el Xbox.

Esta adicción de su hijo le preocupa muchísimo. Lo lleva a la consulta de un sicólogo, quien sin éxito intenta desintoxicarlo de la ludopatía virtual. Tanta violencia le está pasando factura a Michael. Se ha vuelto un chico impulsivo y de pocas palabras.

Los videojuegos aún no constituyen un problema grave en Cuba, como suele suceder en otros países. Pero es un fenómeno a tomar en cuenta.

La industria del ocio es un negocio que estremece. Mueve más de 48 mil millones de dólares al año, que dejan sin aire los 8 mil millones invertidos en el cine. Y apunta a gastar más plata. Según tanques pensantes, analistas y expertos en el tema, a la vuelta de un lustro esta industria podría convertirse en la séptima en importancia, sólo superada por la de armamentos, drogas, prostitución, casinos, alimentos y medicinas.

Geográficamente, Cuba está más cerca de Estados Unidos de lo que Fidel Castro hubiese deseado. A pesar de ser una nación embargada comercialmente por los americanos, y desde hace 53 años gobernada de forma autoritaria y sin un puñado de libertades, el último grito de la tecnología estadounidense llega enseguida a la isla.

Tal es el caso de los ordenadores Apple, el iPhone, iPad, Blackberry, Samsung Galaxy o los Xbox de última generación. También llegan los peores y más violentos videojuegos. Muchos niños y adolescentes los consumen a destajo. La adicción a juegos de sangre y muerte ha provocado no pocos sucesos trágicos en Estados Unidos.

En Cuba, la violencia juvenil no llega a esos extremos, pero ha ido aumentando. Debido a las innumerables carencias materiales, siempre habrá que tener un ojo avizor en las consecuencias que en los menores pueda producir la adicción a videojuegos violentos.

Edna no piensa que su hijo sea capaz de coger un cuchillo afilado de la cocina y apuñalear a cualquiera. Pero cuando observa su comportamiento agresivo tiene sus dudas. Nunca se sabe.

Iván García
El blog de Tania Quintero, 3 de enero de 2011.

Foto: Tomada de soitv.

jueves, 22 de noviembre de 2012

"Hacerse el santo"


Santeria white by TimBrighton.

Isabel, 62 años, vive de la religión. Y le va bien. Se ha especializado en 'hacer santo' a los extranjeros. Monta el trono y que vengan los euros. Preferentemente. Pues la mayoría de los “ahijados” de Miranda, son españoles, suecos, alemanes o daneses.

Desde hace tiempo, en Cuba se ha puesto de moda 'hacerse el santo'. Hay dos versiones de cobro: los extranjeros pagan en divisas y los cubanos en pesos. Las dos cuestan bastante dinero.

Las motivaciones para quienes viven en la isla suelen ser por problemas de salud, deseos de prosperar o el simple deseo de vestirse de blanco. La persona se acerca a una santera y le dice que quiere hacerse un iyabó, como se llama esa ceremonia en yoruba.

La santera tira sus caracoles. “Tienes que hacerte Yemayá”, le dice con un mocho de tabaco en la boca. Puede que la sugerencia parta al revés. Es decir, la santera a uno le diga que tiene 'un muerto oscuro' y le recomienda que se haga un iyabó.

Por lo general, a las personas que se les indica 'hacerse santo' tienen un alto poder adquisitivo. Ya sea porque tiene un buen puesto como funcionario del Estado, está casado con una extranjera, tiene un negocio por cuenta propia o vive del robo en su puesto de trabajo.

Entonces la santera o santero que lo consulta pasa a ser su 'madrina o padrino'. Es cuando tiene que abrir la billetera. Comprar animales para "dar de comer a la prenda" bien puede costarle tres mil o 4 mil pesos (110 o 170 dólares). Los gastos no paran. Ropas, dulces y bebidas para la fiesta de santo.

También debe pagar a las personas que le montan el trono cuando usted ya tiene hecho su santo, los músicos que estarán en la fiesta… Quienes disponen de 20 mil pesos (800 dólares) pueden 'hacerse santo' sin problemas.

A los extranjeros y turistas fanáticos de las religiones afrocubanas, les cuesta el doble. Por tradición, a los forasteros en Cuba se les ordeña como si fuesen vacas lecheras. Para ellos todo es más caro.

“Qué carajo, vienen del primer mundo”, señala Fermín, 45 años, un babalao que gracias al negocio de 'hacer santo' posee dos coches rusos y una casa equipada con los últimos artefactos electrodomésticos. Tanto dinero corriendo ha convertido la santería en un próspero negocio.

Aunque existen babalaos como René, 59 años, que respetan sus creencias. En su opinión, muchos santeros han convertido la religión yoruba en una alcancía. “No debiera suceder. En sus ansias por ganar dinero, rompen las normas de estos cultos. Condeno a los babalaos que le faltan el respeto a su profesión”.

Pero muchos santeros en la isla llenan la billetera consultando a extranjeros o cubanos con plata y sugiriéndoles que se hagan santo por cualquier asunto baladí. El grupo Kola Loka pegó alto con su reguetón La estafa del babalao, una sátira sobre la comercialización de la religión afrocubana en la isla y que en el estribillo dice "Padrino, quítame esa sal de encima".

Por cierto, hay un santo que según la lectura que saquen los babalaos al tirar los caracoles, debiera hacerse gratis a los asistentes a una consulta. Se llama Arosohumbe. Varios seguidores de la religión yoruba consultados dijeron no conocer a nadie que se lo haya realizado.

Gratis es una música que no suena agradable en los oídos de los santeros cubanos.

Iván García
Foto: Tim Brighton, Flickr

martes, 20 de noviembre de 2012

Creer está de moda


Cuando hace quince años el hermano de Marisela fue detenido, la familia prefirió buscar los servicios de un santero, un babalao y una espiritista antes que contratar a un abogado. El juicio demoró dos años y cuando llegó, el hermano de Margarita salió absuelto pese a una solicitud fiscal de 10 años de privación de libertad. Ese día, el santero fue encargado de "hacer el trabajo" en la sede del Tribunal Provincial, sito en Prado y Teniente Rey, en pleno corazón de La Habana.

La vista oral había sido convocada para las 9 de la mañana, pero el santero se personó cuatro horas antes con una mochila cargada de "materiales" para realizar el trabajo, todo mantenido en el más estricto secreto. Tampoco se sabe el monto del dinero gastado en los "tres representantes religiosos", pero el vecindario comentó que valió la pena, porque libraron al hermano de Marisela de la cárcel.

Hoy a su hermano se le puede localizar en Estados Unidos, a donde ilegalmente viajó y logró establecerse sin mayores contratiempos. Sin dificultad obtuvo los permisos de trabajo residencia y la ciudadanía. Parece que aún le dura la "protección" que le hicieron.

"No se puede vivir sin creer, menos en un país como Cuba, con tanta envidia y malos ojos. Donde hay tanta chivatería no se puede estar sin resguardo", dice Marisela, de piel blanca, ojos claros y un pelo teñido que una vez fue rubio. En otra época, eran los negros quienes pensaban y actuaban como ella, pero en la Cuba actual cada vez hay más gente blanca suscrita a los cultos afrocubanos.

'Hacerse santo' no es ya una ceremonia exclusiva de los descendientes de esclavos. Ahora uno en la calle se topa con mujeres, hombres y hasta niños blancos exhibiendo orgullosos la vestimenta identificativa de Iyabó, por lo regular mandada desde el exterior y complementada con vistosos sombreros. Se les ve con collares de los orishas de los cuales son 'hijos': Oshún, Yemayá, Shangó, Obbatalá, Oggún, Elegguá... Y pulsos de cuentas verdes y amarillas, evidencia de que 'han cogido la mano de Orula'.

Para Manolo, babalao negro de 76 años, "el fenómeno de los blancos metidos en la santería demuestra el poderío de nuestra raza". Una explicación simplista que no es compartida por Rebeca, psicóloga de 53 años. "Soy de la opinión de que no es un problema de superioridad de una raza sobre otra, porque si uno visita las iglesias católicas y los templos de otras denominaciones religiosas se percatará de que también acuden negros y mestizos", argumenta.

El asunto es más profundo. Según Oscar, investigador aficionado al sincretismo cubano, "el hecho de que muchos blancos acudan a la religión afrocubana tiene que ver con la pérdida de una fe y la búsqueda de otra". Según él, es perfectamente compatible que quien haya practicado toda su vida el catolicismo, como el caso de Marisela y su familia, se refugie en la santería ante una situación urgente o desesperada. "En la medida en que los cubanos dejaron de creer en la revolución, en la que tantas esperanzas habían depositado, comenzaron a buscar nuevos íconos en los cuales depositar su fe", explica.

A partir de 1980, tras el éxodo del Mariel y la participación de miles de cubanos en campañas militares en África, se hizo más notoria la búsqueda de mitos. "Hay que tener en cuenta que con la muerte del Che en 1967, un personaje mítico, se produce una especie de vacío en esa imaginería popular que tan bien retratara el escritor cubano Samuel Feijóo", afirma Rosa María, estudiosa del tema y convencida de que "el ser humano necesita tener siempre algo o alguien en que creer o a quien rogarle o pedirle ayuda en determinadas circunstancias".

Por otro lado, a ojos vista, la masonería ha adquirido una fuerza igual o superior a 1959, año en que un ejército de barbudos entró en La Habana con desgastados uniformes verde olivo, mostrando collares confeccionados con semillas de Santa Juana y ojos de buey, y con llamativos escapularios. Es significativa la cantidad de jóvenes que se han hecho masones o piensan ingresar en esa hermandad.

Alberto, blanco, 40 años, es uno de ellos. Labora en una institución científica y nunca se sintió atraído por la política y luego de meditarlo mucho, se decidió por la masonería. Lo ayudó Julián, negro, 50 años, poseedor de tres M: militar, militante y masón. Una troika -por llamarle de alguna manera- difícil de concebir antes de 1990, cuando el IV Congreso del Partido Comunista propició una cierta apertura al permitir que sus militantes, al mismo tiempo, pudieran pertenecer a una orden religiosa.

Mirta, de 75 años y maestra jubilada, fue una de las que respiró aliviada a partir de esta decisión gubernamental: "Toda mi familia fue bautista y yo tenía que esconderlo con gran dolor de mi alma". Mirta tuvo que aceptar una educación constitucionalmente laica, que en ocasiones era "francamente antirreligiosa, negando a Cristo y pretendiendo que los alumnos colocaran en altares ateos a revolucionarios vivos o muertos convertidos en héroes o mártires".

Nadie se extraña ya cuando al desandar el centro de La Habana encuentra a minusválidos pidiendo limosna para San Lázaro o Babalú Ayé. Al mismo ritmo que la idolatría por la revolución y sus líderes comenzó a desvanecerse, personas con tendencia a la veneración, depositaron su fe en los más diversos cultos. Los testigos de Jehová, otrora perseguidos, reprimidos y encarcelados, predican hoy por toda la Isla. Ha aumentado el interés por filosofías y credos orientales relacionados con Buda, Confucio, Mahoma, Sai Baba o deidades occidentales como el Cristo de Medinaceli o el Señor de los Milagros de Mailín.

Cubanos de disímiles generaciones han decidido ser fieles a dioses de rara impronta. Una señora ciega de 80 años es apasionada al Cristo del Corcovado, de Río de Janeiro, Brasil. Cuando aún no había perdido la visión, todos los 16 de noviembre -día de San Cristóbal de La Habana, santo patrón de la ciudad (Agayú en yoruba), le daba tres vueltas a la ceiba y de ahí se iba a Casablanca, donde se alza un Cristo, copia a menor escala del carioca.

Otra anécdota. A una parada de ómnibus llega un joven con jeans y pulóver con el rostro de Lennon estampado, otra deidad a la que adorar. Lleva colgado un instrumento musical y pasados unos minutos entabla conversación con la muchacha que le dio el último en la cola. Antes de abordar la guagua, saca rápidamente una postal del bolsillo posterior del pantalón y se la entrega a su interlocutora. Ella le da las gracias, pero no tiene tiempo para verla.

Cuando arriba a su destino, la Biblioteca Nacional, la mira con detenimiento. Se trata de una reproducción al óleo del cuadro The back of Christ (Cristo de espaldas), pintada en 1962 por Tomás Fundora, un pintor que la joven estudiante de medicina no sabe quién es. De Fundora es también la oración que aparece al dorso y que en estos tiempos de incertidumbre y desasosiego, la joven a diario le reza un Padre Nuestro.

Nunca más ella volvió a encontrarse con quien le regaló la postal, cortesía de Los Seguidores, una agrupación religiosa independiente. ¿Radican en Cuba o en el exterior? No lo sabe... lo único que tiene claro es que ese día dejó de ser agnóstica. Fue a la parroquia cercana a su domicilio y se inscribió en el catecismo para recibir el bautizo y la primera comunión. Sus padres, militantes del único partido legal, ni siquiera lo saben.

Tania Quintero
Encuentro en la Red, 30 de noviembre de 2001.
Foto: Rezando a Yemayá en los arrecifes del malecón habanero. Tomada del blog Nicanahuac del periódico El Norte de Castilla.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Me considero agnóstico


El míster de la redacción me la ha puesto difícil. En un email en cadena le pidió a sus colaboradores en el continente que escribieran cómo se vive la Semana Santa en sus respectivos países. Joder.

Si de algo puedo alardear es de no saber nada sobre la Semana Santa. Les explico. Procedo de una familia comunista y nunca fui bautizado. Nací con la revolución de Fidel Castro, que ya se sabe, siempre vio con sospecha a los curas.

Sobre todo si no estaban de su lado. O eran guerrilleros de corta y clava, como el sacerdote colombiano Camilo Torres, o de la Teología de la Liberación, a la usanza de los brasileños Leonardo Boff y Frei Beto.

Mi ignorancia sobre el catolicismo se lo debo en lo fundamental a mi familia, que jamás de niño me llevó a una iglesia. También a la ideología anacrónica donde me formé y me hice hombre, y en la cual, creer en Dios, era perder el tiempo.

La revolución necesitaba hombres de nuevo tipo. Que odiasen las religiones y al imperialismo yanqui. Gracias a Dios, no mordí el anzuelo. La unanimidad artificial de criterios, la entente peligrosa con la antigua URSS, los focos guerrilleros por medio mundo, las movilizaciones militares y la obediencia hacia su líder, nunca fueron de mi agrado.

Incluso a pesar de que en estos años, muchos cubanos empezaron a llenar las iglesias, especialmente a partir de la visita del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, en Cuba no se respira ambiente de Semana Santa como en España, México, Perú o Colombia.

Crecí admirando a los basquebolistas estadounidenses Michael Jordan y Larry Bird. En video veía el juego fantástico de “la quinta del buitre” del Real Madrid de los 80. Y por supuesto, me gustaban los geniales chicos de Liverpool. Pero de religión siempre estuve en pañales. Es una de mis asignaturas suspensas.

La primera vez que leí la Biblia fue a los 20 años, cuando estuve enrolado en el servicio militar. Un amigo me la prestó y me dijo: “Lees mucho, pero te falta leer el libro principal de la vida”. Y fue importante para mí.

Pero aún ignoraba de qué iba la Semana Santa. Pensaba que era una práctica de las naciones que profesan el Islam. En la Cuba de verde olivo, las semanas que conocía, eran las de la defensa, o las tantas semanas de odio, que de forma cíclica genera el gobierno contra personas, presidentes o países que critiquen el estado de cosas en la isla.

Hablando francamente, ya siendo un hombre, periodista libre y crítico de la forma absurda que rigen los destinos los hermanos Castro, la Semana Santa siguió siendo un asunto de escasa importancia para mí. Recuerdo que amigos extranjeros, quienes en los meses de marzo y abril visitaban La Habana, me contaban sobre la celebración de la Semana Santa en sus naciones.

Me entraba por un oído y me salía por otro. Creo que tal vez algo existe. Pero he crecido en un país y una familia donde la religión “era un piano lejano que toca lejos en el horizonte”, al decir del escritor cubano Eliseo Alberto.

No sólo desconozco sobre el catolicismo. También soy neófito en materia de creencias afrocubanas. No estoy contento de mi ignorancia. Hubiera querido tener fe en alguna religión. Me voy por el camino más fácil. Al menos, sé quiénes tienen la culpa. Mi madre, refugiada política en Suiza, en su juventud tampoco tuvo apego a ninguna religión. Sus padres, mis abuelos, eran ateos. En los primeros 30 años de revolución, Fidel Castro siempre hizo todo lo posible para que las personas ignoraran la fe.

Nunca es tarde. Para complacer a la tía Candita, que era devota de San Lázaro, y antes de morir le pidió a mi madre "que no abandonara al viejo Lázaro", ahora ella le enciende una vela los 17 de diciembre, el día en que los cubanos lo veneran. Antes de partir de Cuba, el 25 de noviembre de 2003, debajo del colchón de mi cama, me dejó un resguardo y una imagen del santo de los mendigos perteneciente a la tía Candita, fallecida un mes antes de su salida.

Aunque me considero agnóstico, estoy educando a mi hija Melany en el respeto y conocimiento del catolicismo. Fue bautizada a los pocos meses de nacida y ahora, antes de dormir le leo una biblia infantil que le dieron en las clases de catecismo.

No sé rezar, pero por las noches le pido al Señor que la situación de mi país cambie; que los presos políticos vuelvan a sus hogares; que el destino no me depare ir a la cárcel por escribir lo que pienso; ver a mi madre antes que muera en su exilio forzado, y que la democracia y el respeto a las diferencias sean posibles en Cuba. Cuando se traspasa la barrera de los 40 años es triste no tener fe. De cualquier forma, míster, no sé qué voy a escribir sobre la Semana Santa.

Iván García

Foto: EFE. Procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Tomada de ABC.
Publicado el 23 de marzo de 2010 en El Mundo/América con el título Todos los santos son buenos. 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Los fantasmas taciturnos de La Cabaña



Es una vibración personal. Cada vez que visito la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña con motivo de la Feria Internacional del Libro, anualmente efectuada en ese recinto, los muertos del antiguo fortín militar caminan a mi lado como duendecillos incorpóreos.

Desde aquella época, cuando fuimos colonia de España, la mole de grandes piedras que por su privilegiada posición servía de escudo protector a la villa San Cristóbal de La Habana, ha sido plaza de maltratos físicos, dolor y muertes.

Primero fueron los negros esclavos. Se calcula que cientos de ellos murieron en los once años que duró su edificación (1763-1774). Cuando Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959, designó al Che Guevara al frente de La Cabaña.

En los tres primeros meses de revolución, Guevara apretó festinadamente el gatillo. Las cifras de fusilados varían. Unas fuentes los sitúan en alrededor de mil y otras en más de 10 mil.

Lo real es que el propio Guevara lo reconoció, en un discurso pronunciado en las Naciones Unidas, Nueva York, el 11 de diciembre de 1964: "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario".

Después, la Fortaleza se convirtió en un presidio donde apiñados en sus húmedas galeras llegaron a convivir 4 mil reos comunes y presos políticos. En sus patios traseros, a tiro de piedra de un mar azul intenso, se llegó a pasar por las armas a decenas de 'contrarrevolucionarios', de acuerdo a datos del presidio político cubano.

En sus memorias, expresos han contado que cada noche, al unísono del cañonazo de las 9, de fondo se escuchaba la descarga de fusilería y los gritos aterradores de los ejecutados.

Con el paso del tiempo, la orgia de sangre se aplacó. Pero La Cabaña, además de una unidad militar, siguió siendo una cárcel horrenda y atestada de presos. Su mérito indiscutible: tener el mejor paisaje de la capital desde el otro lado de la bahía.

Vino la caída del Muro de Berlín y a la URSS se la llevó el viento de la historia. Castro, envejecido y enfermo, cedió el poder. Entonces La Cabaña se sumó a la danza de los dólares.

La maquillaron y la reabrieron, convertida en un parque histórico-militar. Una instalación turística donde desprevenidos canadienses, nórdicos e italianos, cenan mariscos en sus restaurantes, ven la ceremonia del cañonazo y mueven sus caderas de manera ridícula en discotecas creadas en antiguas galeras. A modo de resumen, entre arrecifes, olor a salitre y la deslumbrante vista nocturna de La Habana, hacen el amor con una jinetera de fuego.

Desde 1992, La Cabaña es sede de la Feria Internacional del Libro, cada año consagrada a un país y a una personalidad nacional. La vigésima, del 10 al 20 de febrero de 2011, se dedicó a los países del ALBA, una alianza diseñada por Fidel Castro y Hugo Chávez, integrada por nueve naciones del continente. Y a los intelectuales cubanos Jaime Sarusky (La Habana 1931) y Fernando Martínez (Yaguajay 1939).

La edición de 2011 también celebró el Bicentenario de la primera independencia de América Latina. Al igual que años anteriores, se vendieron miles de libros y fue recorrida por más de 500 mil de visitantes, habaneros en su mayoría. Asistieron cerca de 200 libreros y personalidades de la cultura de 40 países.

Pero los ilustres huéspedes a las Ferias Internacionales del Libro de La Habana, desconocen el pasado sangriento de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. O si lo saben, tal vez pertenezcan a esos raros ejemplares de la izquierda mundial, convencidos de que las muertes de sus compañeros de viaje siempre se pueden justificar.

Iván García
Foto: ajnunezdiscurso, Flickr
Publicado el 9 de febrero de 2011 en 90 Millas, el blog de Iván cuando en 2009-2011 fue colaborador de El Mundo/América.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Fotorreportaje: un juicio convertido en espectáculo


 
 

La Habana. Enero de 1959. Palacio de los Deportes, hoy Ciudad Deportiva.
Ése sería el escenario escogido por el recién estrenado Gobierno Revolucionario, para celebrar el primer y más masivo juicio que tendría lugar en Cuba, apenas tres semanas después de la llegada de Fidel Castro y sus tropas rebeldes a la capital y se hicieran cargo del poder. De todo el poder. Hasta el día de hoy.
 
 

Los enjuiciados y condenados a muerte por fusilamiento fueron tres antiguos militares del ejército batistiano: el teniente coronel Ricardo Luis Guerra y los comandantes Pedro Martínez Morejón y Jesús Sosa Blanco, el más 'famoso' de los tres. Estaban acusados de innumerables delitos de corrupción, abusos y asesinatos. Un expediente criminal que exigía sentarlos en el banquillo de los acusados. Y juzgarlos, pero sin hacer de su juicio un espectáculo que durante días mantuvo en vilo a toda la isla. Ese despliegue publicitario volvería a repetirse treinta años después, con la Causa No. 1/89, y que condenara a morir fusilados, al general Arnaldo Ochoa, el coronel Tony La Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez.
 
 

El fiscal del juicio a Sosa Blanco fue Jorge 'Papito' Serguera, máximo representante de una "justicia revolucionaria" que fue aplicada a la manera rebelde y guerrillera primero, socialista y estalinista después. Todavía  vigente. A varias de las sesiones asistió Fidel Castro, por aquellos días convaleciente de un fuerte estado gripal. En 1989, él y su hermano Raúl prefirieron no estar presentes y dirigir tras bambalinas el circense juicio. El fiscal del Caso Ochoa fue Juan Escalona Reguera, desde entonces conocido como "Charquito de sangre".
 
 

Los relatos de las atrocidades cometidas por los tres militares enjuiciados fueron estremecedores.
 
 

A los novatos gobernantes, neófitos en política y derechos humanos y sociales, no les importó exponer ante cientos de personas, periodistas y cámaras de televisión, los testimonios de niños y adolescentes. Declaraciones que debieron haberse realizado a puertas cerradas.
 
 
 

Para presenciar el juicio, apoyar la "justicia revolucionaria" y la aplicación del paredón (pena de muerte), ciudadanos de todo el país fueron movilizados hacia la capital. Como se puede apreciar, los trenes se conservaban en buen estado y la gente andaba mucho mejor vestida que ahora.
 
 

Otros viajaron en cómodos ómnibus interprovinciales, todavía pertenecientes a empresas privadas, poco después nacionalizadas.
 
 
 

Los de la capital y provincias cercanas se movilizaron en camiones. Muy alegres. Como si en vez de ir a un juicio, fueran a desfilar por el Paseo del Prado en el carnaval de La Habana.
 
 
 

Junto a los periódicos, convocando a participar en un acto frente al antiguo Palacio Presidencial, pueden verse historietas de Superman y otros personajes. Eran los 'muñequitos' que venían como suplemento del periódico o se vendían por separado.
 
 
 

En el 59, muchos cafés también vendían
periódicos, revistas y billetes de lotería.
 
 
 

Un vendedor aprovecha el numeroso público en el Palacio de los Deportes, para vender Prensa Libre, uno de los periódicos nacionales cerrados en 1960. El de mayor tirada era El Diario de la Marina. Ahora cuesta creerlo, pero en 1959-60, miles de personas salieron a las calles de La Habana, a ritmo de pachanga, para respaldar el cierre de periódicos y revistas. El magnetismo del 'máximo líder' y el entusiasmo por su revolución "más verde que las palmas", nublaron sus mentes y no les permitió analizar de que estaban contribuyendo a instaurar un Estado totalitario. Sin libertad de prensa ni de expresión, entre otras.
 
 
 
 

A falta de internet, facebook y twitter, el medio de comunicación preferido
de Fidel Castro, desde el mismo 1959, fue la televisión.
 
Texto: Tania Quintero
Fotos: Joseph Scherschel, Life.
 
 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Yunia sigue viviendo al borde del suicidio


Yunia Palacios, 30 años, es una suicida en potencia. Se le nota al mirarla. Ella y sus tres hijos viven mal y comen peor. Es una mulata indiada con ligero retraso mental y una vida casi animal.

Su historia es un suplicio. Para los medios oficiales no existen personas como Yunia. Pero las hay. Y aumentan en flecha.

Nació en la empinada y caliente ciudad de Santiago de Cuba. Siempre ha sido infeliz. Lo típico. Hija de padres alcohólicos que la abandonaron a su suerte. A los 12 años embarcó hacia La Habana -el Miami de quienes viven en regiones orientales- y cayó en las garras de un tío que mientras dormía le derramaba semen sobre su cuerpo infantil.

Se escapó. Huir es es su estado natural. Desandando sucia y hambrienta por la Autopista Nacional se tropezó con un hijo de puta, que le triplicaba en años y en maldad. La golpeaba a su antojo y la preñó tres veces.

El tipo, un ratero de baja estofa, fue a prisión por matar ganado. Obedientemente, Yunia iba a visitarlo en la cárcel. Cuando salió, la echó de la casa junto a sus hijos. Bueno, no era exactamente una vivienda.

Vivían en una choza de hojas de palmas y piso de tierra. Dormían en unas colchonetas mugrientas entre cucarachas y ratones. Yunia volvió a pernoctar donde la atrapara la noche. Esta vez con una carga adicional, sus tres niños.

La joven ha acudido a diferentes instancias del gobierno para solicitar un albergue o un cuarto donde vivir. Siempre le daban la misma respuesta: esperar. Desesperada, pensó tirarse desde un puente de 40 metros de alto.

Si se quitaba la vida, pensaba, las instituciones del Estado se harían cargo de los hijos. La sangre no llegó al río. Abogados y periodistas independientes la visitaron y divulgaron su caso en 2009.

Suele ocurrir en Cuba, que una situación al límite se ventila fuera de la isla. Y en ocasiones dan una respuesta oficial. Pero la existencia de Yunia sigue siendo un calvario: las autoridades dijeron que podía residir en casa del padre de sus hijos.

Lo ideal hubiese sido que le hubieran proporcionado un modesto piso o una habitación. “La situación económica”, respondieron los funcionarios. Y tuvo que volver a la choza de su verdugo.

Cuando por las noches el padre de sus hijos le propina violentas palizas, Yunia corre a un pequeño monte rodeado de marabú. Allí, en silencio, piensa en la mejor forma de morir. Cuando el sol calienta y muestra el verdor de la campiña, entre cantos de sinsontes y el rocío del amanecer, Yunia da marcha atrás a su plan suicida. Renace en ella la esperanza.

Comienza a soñar despierta. Vivir un día en una casita con sus hijos y poder comer hasta saciar el hambre. Es todo lo que pide. Su ilusión se viene abajo al regresar a casa. Con las nuevas golpizas, vuelve a rondar en su cabeza la opción del suicidio. Yunia nunca la ha descartado.

Iván García y Laritza Diversent
Blog Desde La Habana, septiembre de 2010.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Soluciones desesperadas



Es difícil acceder a datos estadísticos que informen, o al menos aproximen, qué por ciento de la población de Cuba muere por quitarse voluntariamente la vida. No debe ser una cifra muy baja, si tenemos en cuenta el sufrimiento, el pesimismo y la desesperación que anida en buena parte de la ciudadanía.

Según hemos sabido, las patologías psíquicas más comunes, y probables causas de suicidio en la Isla, serían la depresión, la angustia y la ansiedad.

Elena, 30 años, se deprimía constantemente. Su mejor aliada era la noche, cuando en su cama lloraba sin cesar. Eran tantas sus frustraciones, que a veces no sabía el motivo exacto de su llanto, pero llorar era su único consuelo. Y tratar de dormir su único aliciente.

Más de una vez, Elena deseó morir. Pensaba que así podría dejar atrás aquel dolor, ilocalizable, profundo. Veía la muerte como la solución para acabar con sus penas. Y también con la impotencia de sentirse frustrada, por no poder hacer algo para por sí misma para resolver sus problemas. La resignación se convirtió en una fiel compañera.

Un día, Elena decidió contar a sus amigas más íntimas lo que le pasaba. Y se enteró que ellas también padecían similares cuadros depresivos, y por las noches no podían dormir, por esa contínua sensación de angustia e impotencia.

Elena, al igual que sus amigas, pertenecen a la misma generación de una juventud que ha crecido sabiendo que en Cuba, querer no es poder. Y que lo único que les está dado es soñar. Sueños casi siempre inalcanzables. Y con espanto descubrir, que las aspiraciones personales no se alcanzan simplemente con estudiar y convertirse en un diplomado. Ni que tampoco basta trabajar una jornada de ocho horas y tener un salario mensual. Porque nada de eso satisface las aspiraciones e ilusiones que tuvieron en su adolescencia.

La angustia acabó para Elena cuando en una revista extranjera, leyó que una psicóloga recomendaba a una lectora escribir un diario. Y en un rústico cuaderno escolar, empezó a escribir y volcar todo lo que sentía.

-Es increíble la paz interior y la quietud de espíritu que ahora tengo. Ya no hay motivos para llorar desconsoladamente. Hablar de lo que antes me sucedía, sin sentir vergüenza, me ha ayudado mucho. No importa que aún no haya logrado mis sueños y metas. Expresarme con libertad ha sido una verdadera terapia.

Pero no todos tienen esa suerte. A cientos, tal vez miles de jóvenes, ese tipo de consejos no les llega a tiempo y si les llega, deciden no seguirlos, como hizo Elena. Y se pierden en busca de oportunidades rápidas y fáciles. Prostitución, alcoholismo, drogadicción y delincuencia, entre otros, son los principales males que afectan hoy a la juventud cubana.

De ahí la apatía por los estudios y el trabajo. Alarmante es también la pérdida de valores morales, la ausencia de una actitud cívica así como el desinterés por involucrarse en la resolución de los problemas de su familia, de su comunidad y de su país, aunque discrepen del sistema político.

Tal vez en esas frustraciones e impotencias, esté la causa número uno del suicidio en Cuba. Y uno no puede evitar entristecerse cuando escucha que algún conocido se quitó la vida. Una tristeza que a menudo embarga a Elena.

En 2008, 10 personas se suicidaron en el barrio donde ella reside, en el municipio Arroyo Naranjo, La Habana, 3 más que en 2009, cuando fueron 7 los que se quitaron la vida. Hombres y mujeres entre los 23 y 45 años de edad, incluso un niño de 11 años. Sin contar los casos de intentos de suicidio, no siempre conocidos entre el vecindario. Veremos qué sucede en 2010.

Los motivos de esos suicidios han sido diversos y algunos inexplicables, como el de una persona que se mató porque era la quinta vez que le robaban la bicicleta. No sabemos si los especialistas, post mortem, analizan casos aparentemente tan fútiles.

Pero lo más probable es que este cubano se quitó la vida por un cúmulo de problemas y situaciones, de diversa índole, incluida su salud. Y el robo de la bicicleta debe haber sido la gota que colmó sus pocos deseos de seguir luchando en una sociedad donde desde hace medio siglo, hay que luchar a diario. No ya para vivir, si no para sobrevivir.

A falta de datos oficiales, estas vivencias personales dan una idea de cuán agobiante e insoportable es el ambiente y las condiciones de vida actuales del pueblo cubano. Que no es sólo buscar alternativas y medios para subsistir, es también poder salir del atraso y la pobreza. Sin tener que arriesgar la vida tirándose al mar en una balsa. Y menos intentando o quitándose la vida.

Soluciones desesperadas que para muchos en Cuba, lamentablemente, desde hace tiempo se ha convertido en vías para salir de sus tormentos emocionales.

Laritza Diversent
Blog Desde La Habana, febrero de 2010.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Drama en dos actos



PRIMER ACTO: EL LLANTO DEL VERDUGO

Desde hace tiempo, Jorge González, 47, sufre las mismas pesadillas. Una descarga de fusilería en una noche neblinosa y sin estrellas. Entonces siente el sonido de un tiro que le propinan a un condenado, que es él mismo.

Siempre despierta igual: bañado en sudor y llorando. Otra noche más robada al descanso. Cuando tiene esa pesadilla, Jorge no puede conciliar el sueño y se mantiene en vela hasta el alba. Le ocurre casi a diario, desde que se retiró de la ingrata profesión de verdugo. Matar a semejantes -culpables o no- deja sus secuelas.

La profesión ahora le está pasando factura. De este oficio rara vez se habla. Se piensa en tipos grandes, hoscos y con un cerebro del tamaño de un garbanzo, despojados de sentimientos.

En hombres que al llamado del gobierno para la insensible tarea de administrar la pena de muerte, llegan tarareando una tonada banal, se remangan la camisa y se ponen una capucha negra para ocultar su rostro. Que después se marchan por el mismo sendero hasta su casa, lejos del mundanal ruido, sin familia y acompañado de su perro. A esperar la próxima ejecución. Nada más alejado de la realidad. A falta de testimonios sobre la vida de los verdugos, las personas han inventado leyendas.

Jorge González es la antítesis del verdugo clásico que aparece en libros y filmes. De baja estatura, algo calvo, delgado y con un miedo impostergable ante cualquier suceso trascendente. Jorge, quien confiesa que su pulso no tembló para quitarle la vida a más de veinte personas, se asusta ante una simple cucaracha y le tiene pánico a las lagartijas.

Es educado. Le gusta Ricky Martin y su música alegre. Lee a Goethe y Stendhal. Cuando se habla con él se descubre que no es un estúpido sino un hombre inteligente. Pero los diez años que llevó en un pelotón de fusilamiento lo han trastornado.

En 1982, luego de cumplir tres años y medio de servicio militar en Etiopía, como parte de la ayuda comunista al régimen pro maoísta de Mengistu Haile Marian, Jorge se licenció sin tener muy seguro cuál sería su futuro. Le sucedió lo mismo que a muchos hombres de la guerra: diestros en el manejo del fusil, pero incapaces para la vida civil.

Jorge había sido francotirador en un batallón al mando del general Arnaldo Ochoa, quien años después fuera fusilado por el gobierno de Castro, acusado de traición y narcotráfico. Bajo las órdenes de Ochoa participó en la famosa batalla de Ogadén, donde el general cubano se encumbró por su novedosa forma de proyectar la estrategia militar.

-Siempre admiré al general Ochoa, quien en Ogadén mostró sus dotes. No por gusto esa batalla es materia de estudio en academias militares de Occidente.

En 1989, González pudo haber sido uno de los hombres que en Baracoa, poblado costero en las afueras de La Habana, formaron parte del pelotón encargado de fusilar al general Ochoa.

-No podía traicionarme a mí mismo. Había matado a asesinos, violadores y terroristas. Pero no podía apretar el gatillo contra mi antiguo jefe. Inventé una supuesta demencia y me dieron descanso por seis meses.

Al volver a su especialidad de matar, el verdugo supo en detalle cómo fueron los segundos finales del héroe de Ogadén.

-No es una fábula, es cierto. Ochoa se acercó al pelotón, saludó a cada uno de sus integrantes y les dijo: No teman, muchachos,cumplan la orden. Se negó a cubrirse el rostro. Murió como un valiente.

Lo dice con voz entrecortada. Su mirada se pierde desde el ventanal hacia donde se divisa el mar.

-En aquel momento pensé que era una medida dura, pero justa. Ahora creo que fue excesiva.

En 1992 Jorge dejó de cumplir su macabra faena. Los nervios no le dejaban vivir y decidió licenciarse del ejército. Recorrió varios hospitales psiquiátricos y llegaron a aplicarle electroshocks. Pero su mente no quedó en blanco.

Cada noche, cuando una descarga de fusilería lo despierta sudoroso y llorando, su esposa trata de calmarlo. No lo logra. Desvelado, se sienta en el balcón de su casa y se queda mirando el mar. Con la salida del sol llega el cansancio y con él la sensación de que es el tipo más miserable del mundo. Y acaso no lo sea.

SEGUNDO ACTO: LA ÚLTIMA EJECUCIÓN (2009)

Era una tarde cualquiera del mes de julio. Jorge González, 57, preparó sin prisas y con miedo los detalles de su muerte. Era el último día de su azarosa y atípica vida. Compró un par de libras de pollo en el mercado negro y en la shopping, con 3 cuc, un paquete de café Cubita.

Al mediodía se puso su mejor ropa. Una camisa de cuadros rojos y violetas, regalo de su única esposa, y un pantalón de algodón, viejo y usado, que veintitrés años atrás había comprado en un mercadillo de Addis Abeba, mientras cumplía su servicio militar en Etiopía, como francotirador de tropas de élite.

Había almorzado como nunca. Arroz con pollo con todas la de la ley, y hasta se permitió dos copas de vino Fortín. Se miró al espejo y se encomendó al Señor. Amarró una soga gruesa en el candelabro de hierro de la sala y se la puso al cuello.

Cuatro días más tarde, la policía abrió con un hacha la puerta. Ya el cadáver presentaba síntomas de descomposición.

Jorge González había sido verdugo. Uno de los encargados de administrar las penas de muerte decretadas por el Estado. Según en 1999 me contara, fusiló a más de veinte personas. Violadores, asesinos y algún que otro "traidor a la patria".

Se licenció de las fuerzas armadas y estuvo recluido en hospitales psiquiátricos. Su esposa lo abandonó, aburrida de este tipo bajo y calvo, que se pasaba las mañanas leyendo como un poseso, y por las noches despertaba bañado en sudor y gritando.

Cuando esto sucedía, permanecía más de dos horas sentado en un sillón, sin dirigir una sola palabra. Con la vista fija en el mar azul intenso que se divisaba desde su balcón. Probablemente, la última imagen que atrapó antes de morir fueran las quietas aguas veraniegas del Oceáno Atlántico.

Yo conocí a Jorge González. En el 2000 le dediqué una crónica, El llanto del verdugo. De su suicidio, en 2009, supe mes y medio después. El delirio lo había perturbado. Fue su última ejecución.

Iván García
Publicado en octubre de 2009 en Puntos de Vista, web ya desaparecida.

martes, 6 de noviembre de 2012

Aceite de muertos


Algunos de los cubanos que compran aceite vegetal en el mercado negro, para complementar la magrísima cuota mensual vendida a través de la libreta de racionamiento, consistente en un cuarto de litro por persona, se están absteniendo de hacerlo. ¿Los motivos? Corren rumores sobre el robo de decenas de metros cúbicos del lubricante utilizado en la cremación de cadáveres, por parte del departamento de necrología. “Por si acaso, yo no voy a comprarle aceite a nadie, aunque me lo vendan a mitad de precio. Aunque me salga más caro, tender que ir a la tienda y pagar el litro a 2.40 CUC” (poco más de 3 dólares).

“Es la única garantía que tengo de que estoy cocinando con un producto legítimo. No puedo corer el riesgo de enfermar a mi familia”, expresó Daisy, vecina y cliente fija de los tres o cuatro sitios en el barrio donde se vende aceite vegetal a granel, robado de los diversos centros estatales donde se produce. No quiero ni pensar en la posibilidad de comerme unos plátanos fritos con la grasa destinada para esos asuntos. Dios me ampare”, concluyó.

No se sabe si el rumor tiene alguna base real, o si es una simple bola que alguien echó a rodar, pero, tratándose de Cuba, no está de más tomar precauciones. Todos saben que aquí se ha vendido carne de aura tiñosa con pan, como si fuese de un ave comestible; o pez gato como si se tratara de pescado de mejor calidad; o picadillo (carne molida) de muy dudosa procedencia, entre muchas otras estafas. Los anteriores son conocidos ejemplos del riesgo colateral que enfrentan los que -debido a la carencia de dinero y ofertas- optan por comprar en el mercado negro, a veces a personas sin escrúpulos.

Las adulteraciones y las estafas son constantes y variadas en Cuba. Recuerdo a un amigo que hace varios meses, a un vendedor ambulante compró un jabón y terminó en la consulta de dermatología, con serias lesiones en brazos y piernas. Al no ser suficiente las uñas para calmar la enloquecedora picazón causada por el jabón, tomó un peine se rascó hasta desgarrarse la piel. La necesidad de ahorrar para estirar su magro salario lo hizo tomar la fatal decisión que todavía lamenta.

La falta de una cultura de respeto al consumidor, combinada con una multitud de disparatadas reglas económicas, han enraizado entre nosotros la deshonestidad. “Mientras no haya verdadera propiedad privada, seguirán sucediendo estas cosas. Cada vez estamos peor. El país requiere una reestructuración completa, un total reordenamiento de la escala de valores. Y para eso, hay que ir a una revisión profunda de las leyes”, dijo un abogado que presta servicios en un bufete colectivo de la Habana Vieja.

Con sarcasmo, Daniel añade: “Las ilegalidades seguirán en aumento, y como telón de fondo, el mismo discurso que habla de éxitos más vaporosos que el humo de este cigarro”. Su diploma de licenciado en Historia ha sido un pasaporte a la mendicidad.

“Yo no puedo estar pensando de dónde se robaron el aceite; ni para qué lo utilizan. Mientras no me envenene, todo está bien. Precisamente, en estos días voy a comprar medio litro. El riesgo es parte de mi guerra cotidiana contra la miseria. Mi pensión de jubilado no me da para más.¿Qué son 200 pesos, menos de 12 dólares al mes? Como está la vida en Cuba, eso es como tener un “menudito” en los bolsillos”, resume Daniel.

Así las cosas, cabría pensar que se verán afectadas las ganancias de los que se dedican al negocio de la venta de aceite robado. Pero, dentro de esta tragicomedia, habrá muchos que, víctimas de la necesidad, se arriesgarán a comprar cualquier cosa, siempre que sea más barata, a pesar de las bolas. Los clientes asiduos de los vendedores de aceite en el mercado negro, se debaten entre la necesidad y los escrúpulos. Por el momento, en mi barrio, parece que va ganando la necesidad.

Jorge Olivera Castillo
Cubanet, 1 de octubre de 2012.
Foto: Crematorio de Guanabacoa, diseñado por el arquitecto Osviel Carrillo. La foto fue tomada de Opción para el destino final, de Gabino Manguela, publicado en Trabajadores, el 30 de septiembre de 2012.


domingo, 4 de noviembre de 2012

El alto costo de la muerte en Cuba



El crematorio ubicado en el poblado de Guanabacoa es un edificio limpio y con un trato amable y personalizado. Anabel, 49 años, no tiene quejas. El último deseo de su madre, fallecida de un cáncer terminal, fue que incineraran su cuerpo.

Pero la tarifa del crematorio hizo saltar a Anabel como un resorte. “Hace un par de años, cuando incineraron a mi padre pagamos 50 pesos (2 dólares). Ahora el servicio se elevó a 300 pesos (13 dólares), lo cual me parece excesivo”.

El alza silenciosa en los precios de la asistencia necrológica promete crecer. En una isla donde los rumores son más creíbles que las noticias publicadas por la prensa, con fuerza se comenta el posible anuncio de una disposición estatal para cobrar los velorios, hasta ahora gratuitos.

En su afán de desmontar meticulosamente los engorrosos subsidios oficiales, que según sus asesores lastra el buen funcionamiento de la economía cubana, el presidente Raúl Castro pretende eliminar de golpe y porrazo las ‘gratuidades’, una de las banderas enarboladas hace 52 años por la revolución de Fidel Castro.

En ese futuro diseñado por tecnócratas de verde olivo, se le dirá adiós a la cartilla de racionamiento y un millón 300 mil trabajadores irán al paro. También prestaciones subsidiadas por el Estado, como el cine, espectáculos deportivos y los servicios funerarios tendrán una subida de precio.

La pista la dio el periodista independiente Moisés Leonardo Rodríguez, en una nota publicada en Cubanet. Según Rodríguez, por las asistencias necrológicas se cobrarían entre 1,500 y 1,800 pesos (65 y 75 dólares).

Esa cantidad de dinero equivale a siete veces el salario mínimo de 225 pesos. Fuentes consultadas en la Funeraria Rivero, situada en la barriada habanera del Vedado, confirmaron la noticia. “Además de las cajas de muertos, se cobrarán velas, bombillos y se alquilarán las sillas y sillones. El coche fúnebre también será más caro”, aseguraron empleados de la funeraria.

Durante los años 60, el gobierno de Castro, quien por ese entonces tenía un discurso populista y a favor de los humildes, intervino las funerarias y sus servicios fueron prestados gratuitamente.

Eran otros tiempos. Las urgencias para detener la caída al barranco de la frágil economía cubana han provocado mano dura y medidas draconianas, similares a las terapias de choque aplicadas en sociedades capitalistas.

La noticia del periodista independiente corrió veloz entre los cubanos con acceso a internet. Elena, empleada de una firma alimenticia, comentó que el torniquete estatal para contener la hemorragia de la crisis es demasiado riguroso.

“En un año, es difícil cambiar la mentalidad de personas acostumbradas a vivir con la boca abierta, esperando que el Estado te dé la papilla. La eliminación de golpe de numerosos subsidios, además de traer descontento, pudiera convertirse en una chispa que desencadenara protestas abiertas y masivas. Los casos de Egipto y Túnez son un ejemplo”, subraya Elena.

Otro gran problema observado, es que el gobierno no hace ninguna mención a una subida de salarios, que compense en algo la supresión de subsidios y los precios vertiginosamente disparados.

En un país donde circulan dos monedas, repleto de carencias materiales y donde los salarios de los trabajadores son una burla, ya no sólo es difícil afrontar la carestía de la vida. Ahora la muerte también tiene un alto costo.

Iván García
Foto: Cementerio de Colón en La Habana.

Blog Desde La Habana, 24 de febrero de 2011.

viernes, 2 de noviembre de 2012


Reynaldo Arenas lo aprendió todo solo. Se leyó a los grandes escritores con desesperación, como si conociera la fecha de su muerte. Con los libros de Enrique Labrador Ruiz (1902-1991), para usar expresión habanera, "se despachó con el cucharón de El Bebo".

Arenas halló en las 'novelas gaseiformes' y los 'cuentos cubiches' del autor de El gallo en el espejo, un lenguaje único, un catauro de ironías y una visión escandalosa de la vida en los pueblos del interior de Cuba.

Dejó escrito que la de Labrador es «la obra de ingravidez insular, nuestra profundidad, quizás sin historia, pero auténtica; las novelas del flujo y del reflujo, del hombre sensible que tiene los pies en la tierra, y sabe que no cuenta más que con su propia angustia».

Los dos se tuvieron que ir a morir lejos. Desde un punto cualquiera de esa angustia un escritor me hace llegar este mensaje: "Mándame todo lo que encuentres de Reynaldo y de Labrador. Aquí hacen falta".

Raúl Rivero