lunes, 29 de julio de 2019

Los helados de los chinos cubanos en Puerto Rico



Después de descubrir este reportaje en el San Francisco Chronicle, sobre los chinos cubanos que después de la revolución fidelista emigraron a Puerto Rico -sobre todo a partir de 1968, el año del acabóse-, a mi memoria vinieron los helados que hacían los chinos del puesto que quedaba a media cuadra de mi casa, en la esquina Romay y Zequeira, Cerro, La Habana. Además de frutas frescas, vendían chicharrones de viento y tripitas, mariquitas, boniato fritos, manjúas y frituras de bacalao. El cartuchito más barato costaba 3 centavos y 10 centavos el más caro.

Los chinos no le echan leche a sus helados, pero gracias a su técnica de batido, consiguen que sean muy cremosos. En mi infancia (1942-1952) los chinos de mi barrio los elaboraban de coco, mamey, guanábana, anón, chocolate y orejones (melocotón, albaricoque y otras frutas secas). Además de los chinos del puesto que hacían helado, en mi cuadra (Romay entre Monte y Zequeira) había un 'tren de lavado', como le decían a sus lavanderías y tintorerías. Tanto los chinos del puesto como los del 'tren de lavado' no esperaron que la revolución arribara a su décimo aniversario para irse de Cuba. Igual hicieron muchos bodegueros, carniceros, dueños de cafetines, puestos de fritas, guaraperas y otros timbiriches que había por toda La Habana y por toda la Isla.

Antes de 1959, quienes viviamos en el tramo de Monte, desde la Esquina de Tejas hasta el Parque de la Fraternidad, solíamos ir a pie a las numerosas tiendas situadas en Monte, Reina y Galiano. A veces se regresaba en guagua, pero si uno iba acompañado y aprovechaba para merendar en el Ten Cent de Monte o Galiano, regresaba a su casa caminando. En la década de 1960, el transporte público en la capital todavía era bueno, pero hasta que en 1979 me mudé a la barriada de La Víbora, en 10 de Octubre, seguí con la costumbre de rara vez coger una guagua para desplazarme a los actuales municipios de El Cerro y Centro Habana.

Como ya conté en Harry Potter y la revolución escatimada, durante 19 meses trabajé como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular, en Carlos III y Marqués González y casi siempre iba y venía a pie, aunque en ocasiones me daban 'botella' los choferes de Blas Roca (Fiallo), de Joaquín Ordoqui (Pancho) y de Lázaro Peña (Adalberto). Con Lázaro, su mujer Zoila (Tania Castellanos) y su hijo Lazarito (Lachi), muchas veces regresé en su auto, pues ellos vivían en el edificio situado en Infanta y Manglar, a pocas cuadras de mi domicilio. En ese mismo edificio residía Bola de Nieve.

Recuerdo que en 1963, desde Belascoaín y Desagüe me dirigía a pie a mi casa y al bajar por Desagüe y acortar por El Pontón, veo un puesto de viandas con un chino. Entro y descubro un cartel hecho a mano que decía Helado de Limón. Cada bola costaba un medio (5 centavos) y tenías que llevar donde echarlo, porque no tenía papel, vaso ni barquillo. En la cartera llevaba una libreta, la saqué y con las hojas del medio el chino me hizo un cucurucho donde cupieron cuatro bolas de helado de limón. Fueron los últimos helados chinos que tomé en La Habana.

Volviendo a Puerto Rico. En la heladería King's Cream, la primera que chinos de origen cubano abrieron en Ponce, además de helados de coco, guanábana, limón, tamarindo y chocolate, también ofrecen de piña, fresa, fruta de la pasión (parcha), naranja (china), almendra, maní y maíz, como pueden ver en Tripadvisor.

En Cuba, los chinos no solo hacían sabrosos y baratos helados, también comida criolla. Cuando en mi casa queríamos comer carne con papas, mis padres me mandaban con una cantina a una fonda china en Castillo casi esquina a Monte. Siempre compraba lo mismo: arroz blanco, frijoles colorados, carne de res con papas y plátanos maduros fritos. No recuerdo cuánto costaba, pero con un peso alcanzaba para comer tres personas.

Los cubanos de mi generación estamos en deuda con los chinos, japoneses y coreanos que emigraron a Cuba en siglos XIX y XX. Algunos lograron hacer fortuna, pero la mayoría trabajó durísimo para poder salir adelante y mandarle dinero a los suyos en sus países de origen.

Muy pocos aprendieron bien el idioma, pero se aclimataron e integraron y unos cuantos se casaron con cubanas, que cuando eran negras dejaron un novedoso mestizaje: el de los mulatos-chinos. Como Lucrecia López Vega, descendiente de chinos y africanos. Hace dos años, cuando Lucrecia cumplió 95 años, en mi blog le dedicamos un post.

Tania Quintero

Foto: María Lao, hija de inmigrantes chinos cubanos que en Ponce, abrieron King's Cream. Su hermano Mario Lao abrió una segunda heladería en San Germán, también en Puerto Rico. Tomada de San Francisco Chronicle.

lunes, 22 de julio de 2019

El castrismo tiene cuerda para rato


Después de la presentación del locutor, Fidel Castro desplazaba sus seis pies y dos pulgadas y más de 225 libras hasta la tribuna, entre aplausos, consignas y una muchedumbre que rítmicamente coreaba Fi-del, Fi-del, Fi-del.

Vestido con su sempiterna casaca militar y botas negras de cuero, el dictador se alisaba la barba, achicaba sus ojos y miraba a la multitud en la distancia. Luego, con su gorra verde olivo sudada en la visera, ladeaba la cabeza y a menudo apoyaba los dedos índice y anular en su mentón.

Tras el baño inicial de masas, hacía un gesto leve con su mano para que la gente hiciera silencio. Entonces arrancaba a hablar. La mayoría de sus más de 2,500 discursos eran improvisados.

Sus alocuciones, extensas, sobrepasaban la hora y media, aunque el 26 de septiembre de 1960 en las Naciones Unidas habló durante 4 horas y 29 minutos. Solía recurrir al uso de estadísticas comparativas, las cuales le permitían remarcar las bondades y diferencias del ‘exitoso’ socialismo de corte soviético que, sin previo aviso, había instaurado en la Isla una tarde de abril de 1961.

Manejaba las utopías y augurios como un auténtico maestro. Sus promesas incumplidas se recopilan por decenas, igual que sus groseras mentiras. Prometió que la ganadería estatal produciría tanta carne de res, leche y queso que Cuba se convertiría en una potencia exportadora de alimentos.

Sin sonrojarse, en su primer año de gobierno declaraba que no era comunista y que organizaría elecciones democráticas. Sabía cómo manipular al populacho.

El castrismo no es una teoría con base científica o una determinada metodología. Tampoco una doctrina filosófica o ideológica. Es una sarta de palabras sueltas que se pueden leer en las miles de intervenciones de Fidel Castro, atornilladas por la propaganda del partido comunista como un mantra político a seguir.

Castro siempre tuvo segundas intenciones ocultas. Le gustaba parecer desparpajado, irreverente y nacionalista. Su mesianismo lo llevó a despilfarrar el erario público y exportar la subversión a rincones de América Latina.

Estaba convencido que era más inteligente y listo que el resto de los cubanos. Usurpaba funciones de expertos ganaderos, agrícolas e industriales a la vez que llevaba a cabo sus delirantes proyectos sociales y económicos.

Cualquiera de sus teorías se convertían en un cúmulo de improvisaciones que a golpe de talonario público se establecían como preceptos dentro de la economía de comando que él mismo creó.

Dejó una lista de directrices políticas que no se debieran repetir, como administrar por decreto mediante un gobierno paralelo sin respetar al parlamento ni tener en cuenta las opiniones contrarias.

Fidel fue pura improvisación. Por tanto, el castrismo original tiene un cimiento endeble. Si es que lo tiene. Se basa en una abrumadora maquinaria burocrática que aparenta seguir al pie de la letra las ordenanzas oficiales. Pero al ser un sistema demencial, provoca descontroles que son aprovechados para robar y lucrar.

Los que pretendan desmontar al castrismo, tendrán primero que barrer hasta el último resquicio del pernicioso burocratismo. Un burocratismo que según cálculos extraoficiales, podría estar conformado por más de dos millones de personas que como sanguijüelas chupan al Estado.

Los burócratas cubanos no tienen una ideología definida. Son papagayos, repetidores de las consignas de moda. Se alimentan de transgresiones y actos delincuenciales que han aprendido a camuflar de legalidad.

Con el tiempo, los burócratas se han convertido en un quiste mafioso. Cuando el régimen ha ordenado una batida contra la ineficiencia y el burocratismo, se atrincheran y se resisten a cambiar, a pesar de cantar La Internacional.

La democracia los dejaría en el paro. Un gobierno transparente y una economía de mercado sería un veneno eficaz una para una burocracia que vive del robo, el lucro y la malversación.

A la potente burocracia criolla se suma el entorno que rodea a los caciques del partido y ministros de turno. Personajes a quienes el sistema castrista les garantiza cierta calidad de vida a cambio de lealtad.

El poder es tentador, sobre todo en países autoritarios como Cuba, donde casi nadie rinde cuentas, las huelgas y manifestaciones están prohibidas y no se celebran elecciones libres y democráticas al estilo occidental.

Dentro de una autocracia, el poder es un juego de ganar-ganar. La prensa no le critica ni les canta las cuarenta. La gente echa pestes del gobierno, pero en voz baja. Y encima, cuentan con el acompañamiento de los servicios especiales, que más que proteger la Seguridad Nacional se han transformado en la guardia pretoriana del propio poder.

Desarmar un tinglado dictatorial de sesenta años lleva tiempo. Serían necesarios grupos opositores reconocidos por la ciudadanía, capaces de convocar movilizaciones callejeras. Pero la disidencia cubana no cuenta con lo uno ni lo otro.

Para eliminar al castrismo no basta con la muerte de su fundador ni de su hermano sustituto. Tal vez, en algún momento, a los poderosos empresarios militares les molesten las absurdas reglas de juego y decidan comenzar a socavar el status quo. O en la Isla surja una agrupación opositora, amplia y cohesionada, que mire hacia adentro, hacia la gente de a pie y empiece a tender puentes con sectores populares y artistas e intelectuales jóvenes.

A corto o mediano plazo, en el panorama nacional se vislumbran dos posibilidades, una mala y otra buena.

La mala, es que en las actuales circunstancias, a pesar de una economía que hace agua y una crisis sistémica, al castrismo le queda combustible para maniobrar y mantenerse a flote.

La buena, es que las sociedades de corta y clava no funcionan y terminan capitulando.

Pero, ¿cuándo sucederá? Es la pregunta que cada día al levantarse se hacen los cubanos.

Iván García
Foto: Tomada de Diario Las Américas.
Leer también: Castro el matón y Castro el cobardón.

lunes, 15 de julio de 2019

Lichi



Eliseo Alberto de Diego (La Habana 1951-Ciudad de México 2011) es el escritor cubano más joven que ha muerto en el exilio. Su obra, reconocida muy temprano en más de medio mundo, le dio renombre como poeta, como novelista y como un cronista excepcional de la realidad de su país de origen y de la vida de la nación que lo acogió como un hijo, donde vivió dos décadas y de la que se hizo ciudadano en el año 2000.

El luto no tiene geografía, es una punzada leve y permanente que provoca, por ejemplo, la ausencia de alguien querido y necesario. Entre los lectores de buenos versos, entre los seguidores de las alternativas y los caminos del exilio y la historia de Cuba, Lichi Diego tiene una legión de gente que guarda esa categoría de duelo progresivo.

Para llegar a entender el corazón de aquel cubano simpático, conversador, afectuoso y cálido hay que leer estos tres libros de poesía: Importará el fuego, Las cosas que yo amo y Un instante en cada cosa. Y habrá que entrarle a las páginas de novelas La fogata roja, La eternidad por fin comienza un lunes, Caracol Beach, La fábula de José, Esther en alguna parte y El retablo del conde Eros. No pueden faltar estos dos libros de periodismo: Informe contra mí mismo y Dos cubas libres.

Otros títulos trascendentales de no ficción y un trío de piezas de literatura para niños son En el jardín del mundo, Del otro lado de los sueños, Breve historia del mundo y un libro publicado después de su muerte en México que se llama La novela de mi padre. Reflexionando sobre el exilio y la forma especial de acercarse a la lejanía y al cariño que llegó a sentir por su patria, Lichi decía:

“El regreso es imposible, siempre se va. Uno va y va y va. El regreso es una metáfora, un recurso literario. Yo he sido muy crítico con Fidel y con el gobierno de mi país, Yo, además he recibido numerosas críticas de parte del gobierno cubano, críticas hasta insultantes, pero yo no escribiré nunca nada que le haga daño a Cuba. Antes de eso, mejor me corto la lengua y los brazos. A mí me gusta decir, y estoy dispuesto a demostrarlo que nadie ama más a Cuba que yo. La pueden amar como yo muchos, millones, no digo que no, pero más no, porque eso es humanamente imposible.”

Raúl Rivero

lunes, 8 de julio de 2019

"La patria es un plato de comida", le gustaba decir a Eliseo Alberto



A Raúl Castro, a Miguel Díaz-Canel y su Consejo de Estado y Ministros, a los dirigentes del Partido Comunista, a los diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular y a todos los que actualmente desde provincias y municipios, están al frente de los destinos de Cuba, no solo hay que exigirles democracia, libertad de prensa, viviendas, transporte público, aumentos de salarios y pensiones y derecho a huelgas y manifestaciones callejeras pacíficas, también que acaben de resolver el gran problema que el país siempre ha tenido y tiene: la escasez crónica de alimentos.

En sesenta años de revolución, los dirigentes castristas no han sido capaces de mantener llenas las bodegas, tiendas, farmacias y ferreterías, como estaban cuando llegaron al poder en enero de 1959. En más de un discurso, Fidel Castro aseguró que Cuba iba a tener abundancia de carne, leche, queso, malanga y frutas, entre otros alimentos.

Varias décadas después, ha ocurrido lo contrario. Cada vez hay menos viandas, hortalizas, legumbres y frutas. La cuota de carne de res, unas onzas per cápita, definitivamente desapareció en 1992. Hace poco, en el blog de la Fundación Nacional Cubano Americana, Raúl Rivero escribía:"La carne de res vive en el olvido y la de puerco tiene ahora el precio del faisán de la India". Aquel jamón viking que en los 80 vendían por la libre y mi madre le decía "jamón de agua", comparado con el picadillo de soya, la pasta de oca, el fricandel, la masa cárnica, el perro sin tripa y el cerelac, entre otros inventos culinarios creados en los 90 por los 'gurús del castrismo', era manjar de reyes. La leche de vaca fresca, mantequilla, queso crema y yogurt ofertados a la población en lecherías cercanas a sus domicilios igualmente se esfumaron. Con sus altas y bajas, el pollo y el huevo más o menos sobrevivieron.

Hay niños que nunca han comido camarones, langostas, pargo, cherna, rabirrubia... Jóvenes que nunca han probado frutas como el anón, chirimoya, guanábana, tamarindo, mamoncillo, ciruela, plátano manzano, níspero, marañón, canistel... Hasta las naranjas y mandarinas se han esfumado y un limón puede costar cinco pesos.

Tengo 76 años y en mi infancia, el picadillo -carne de res de segunda que en tu presencia molía el carnicero- era comida de pobres. Hoy, después del paso del picadillo de soya, bodrio que los burócratas del Ministerio de Comercio Interior oficialmente le llamaban "picadillo extendido o texturizado" y era una mezcla de harina de soya, sangre y vísceras de váyase a saber cuáles animales, ya solo los cubanos de la tercera edad recuerdan al verdadero picadillo, al cual además de ají, tomate, ajo, cebolla y sal, se le echaban pasas, aceitunas y alcaparras (en la bodega de la esquina de mi casa, en Monte y Romay, un cucurucho de papel con pasas, aceitunas y alcaparras costaba 5 centavos).

Comida de pobres eran también las latas de sardinas en aceite o tomate de España, Portugal o Marruecos. O el bacalao de Noruega, cuyas pencas veías colgadas en todas las bodegas. O los camaroncitos secos, que por unos centavos podías comprar o pedir fiado al bodeguero, que lo anotaba en un cuaderno hasta que lo pudieras pagar. En las casas más humildes no faltaba el maíz, para preparar tamales en hojas o en cazuela, en guiso con carne de cerdo o seco, en harina, que algunos comían con un poco de leche y azúcar o con enchilado de masas de cangrejo. O como postre, en pudín o majarete. Hoy aquellas comidas de pobre son un lujo, al alcance de unos pocos.

La implantación de la libreta de racionamiento, en marzo de 1962 marcó el inicio de la "distribución equitativa" de los escasos productos perecedores y no perecederos existentes en los almacenes estatales. Pero también marcó el inicio de la desaparición de los alimentos tradicionalmente consumidos por los cubanos. Alimentos comprados con pesos, la moneda nacional, que entonces tenía el mismo valor que el dólar. Alimentos que adquirías en la bodega, el puesto, la carnicería o el Mercado Único o de Cuatro Caminos, el más abastecido que había en La Habana.

La solución no es el avestruz, la jutía o el cocodrilo, animales que dudo formen parte de la dieta de una élite verde olivo a la cual jamás le ha importado lo que comen o dejan de comer los cubanos de a pie. Una élite que no necesita la libreta de racionamiento, que no sabe lo que es hacer cola para comprar un pan incomible, ni tener que estar rompiéndose la cabeza a ver qué le cocinas a tus hijos o pasándole un email a un pariente en Estados Unidos para que te mande unos dólares que te permitan sobrevivir un mes a ti y los suyos. Una élite cuyos descendientes viven a todo trapo, como se ha visto en fotos y videos subidos a las redes sociales. Es lo que trajo el barco fidelista.

La solución es una agricultura, una ganadería y una pesca rentable y, sobre todo, sostenible, donde los principales protagonistas no sean los burócratas de los ministerios y empresas, si no los agricultores, ganaderos y pescadores individuales o agrupados en cooperativas por ellos mismos organizadas. Y que sus producciones se distribuyan como siempre se distribuyeron, directamente a puestos y mercados, con sus propios camiones, sin intermediarios, para que lleguen pronto y en buenas condiciones a los consumidores.

Una isla con un clima y una tierra fértil que a lo largo de sesenta largos y angustiosos años, ha sido dirigida por un ejército de barbudos con méritos históricos, guerrilleros y revolucionarios que nadie les niega, pero incapaces de administrar una nación que cuando a partir de 1959 la tuvieron bajo su mando, era desarrollada y en numerosos renglones alimentarios, poseía mejores resultados que otras naciones del continente.

Barbudos que crearon una dinastía y conviritieron al archipiélago cubano en una finca particular. Barbudos que han envejecido en el poder y les importa más el mausoleo donde van a ser enterrados que el porvenir de una población a la que desde el principio supieron adoctrinar, controlar, vigilar, atemorizar, reprimir, encarcelar...

Y en vez de obreros convocando a huelgas exigiendo sus derechos laborales y de ciudadanos manifestándose libre y pacíficamente por calles y plazas, por legado han dejado a miles de cubanos que han preferido huir de la tierra donde nacieron. Que han preferido tirarse al mar en una balsa, morir ahogados o devorados por tiburones. O escapar y morir congelados en el tren de aterrizaje de un avión. O cruzar selvas, ríos y fronteras peligrosas, en busca del futuro que los barbudos le han negado -y le siguen negando- a cientos de hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, que prefieren emigrar y morir en cualquier parte del mundo antes que protestar en su país.

Cuando un pueblo pierde sus tradiciones culinarias por falta de alimentos, pierde su alma, su aché. "La patria es un plato de comida", le gustaba decir al periodista y escritor Eliseo Alberto (La Habana 1951-Ciudad de México 2011), a quien tuve la suerte de conocer y tratar a mediados de la década de 1970 en la ciudad donde los dos nacimos.

Tania Quintero
Foto: Menú típico cubano: arroz blanco, potaje de frijoles negros, bistec de palomilla (carne de res) con ruedas de cebolla fritas o crudas por encima y plátanos maduros fritos. Ese menú actualmente es un lujo en Cuba, pero antes de 1959, era comida de pobres. Muchos cubanos lo comían a diario, a veces sustituyendo el arrroz blanco y los frijoles negros, por moros y cristianos o congrí; el potaje de frijoles negros por frijoles colorados; los plátanos maduros por tostones, mariquitas o papas fritas; el bistec de palomilla por uno hígado de res. Antes de 1959, al menos en La Habana, la carne de cerdo se comía en masas frita solo con sal, asada con adobo criollo, guisada con papas, maíz o quimbombó o con arroz amarillo, pero no tanto en forma de bistec como ahora. En los puestos de fritas un pan con bistec de res costaba 15 o 20 centavos. Cualquier plato solía acompañarse de ensalada de tomate, pepino, col o lechuga, aguacate, yuca con mojo o boniato hervido. La foto fue tomada de El Nuevo Herald.

Sobre el tema gastronómico sugiero leer:

¿Salimos a comer algo?; La Habana difunta para un Infante premiado; Ocurrió en Calimete; Leopoldo, el fritangueroEl puesto de fritas de mi barrio; Mis vivencias con la comida china; Comiendo para sobrevivir; El dilema de comer pez gato; De cuando nos comimos los gatos; Lo que el viento se llevó; Lo que se fue perdiendo en Cuba; La papa, estrella ausente; Ajo, cebolla y ají; Ajiaco criollo, de aliado a enemigo; Congrí oriental y Moros a la habanera; Cinco frutas desaparecidas en Cuba; El marañón, una fruta perdida; Érase una vez un naranjal; La fresa, fruta prohibida para los cubanos; Las manzanas de Alquízar; Las frutas exóticas del delirio; Discurso pronunciado en 1966 por Fidel Castro, donde anunció el cultivo de uvas, fresas y espárragos en Cuba; La cosa está mala; Cuando los cerdos pastan en las nubes; Ironías del destino; Lo peor siempre fue la escasez y Hay que tener familia en el extranjero.

lunes, 1 de julio de 2019

República repudiada por decreto oficial



El Capitolio Nacional, situado en el Kilómetro Cero de La Habana, recupera su esplendor. El ala norte y sur de la institución fue remozada con esmero. Y decenas de operarios colocan láminas doradas compradas en Rusia en su enorme cúpula central de 91 metros de altura.

La aburrida y monocorde Asamblea Nacional del Poder Popular, única en el mundo que no elabora leyes y solo aprueba por unanimidad las normativas que bajan desde el ejecutivo autocrático, ya ocupa varias oficinas en el Capitolio.

En algún momento de 2020 o 2021, la otrora Cámara del Senado y de Representantes funcionará como sede de la Asamblea Nacional, aunque tendrán que recortar la abultada nómina de parlamentarios, pues el hemiciclo de la Cámara de Representantes solo contaba con 200 asientos y el Senado 54 y actualmente el número de diputados es de 605.

Eusebio Leal, el historiador de la ciudad que se caracteriza por su oratoria exuberante, es un personaje contradictorio. Los residentes de la Habana Vieja aprueban su gestión en la recuperación de obras históricas y apertura de nuevos espacios públicos, mientras sus adversarios lo tildan de tracatán educado. Pero ha sido Leal el factor principal que además del maquillaje dado a un trozo de la zona colonial, ha influido en la recuperación de la memoria histórica de la capital en todos sus aspectos: desde la urbanística hasta la republicana.

Una fuente cercana al historiador cuenta que el hecho de que el Capitolio vuelva a ser sede parlamentaria, es un premio a la tenacidad de Eusebio Leal, quien con angustia observaba el deterioro del inmueble. Es cierto que la renovación de ese epicentro geográfico de La Habana intenta ocultar la miseria a su alrededor así como el derribo de desvencijados edificios vecinales para sustituirlos por hoteles de lujo.

Según los conocedores del tema, Eusebio Leal, de puntilla, intenta introducir el reconocimiento al Día de la República, una fecha borrada de un manotazo por Fidel Castro. Algún que otro historiador oficial, hablando con la boca pequeña o publicando un artículo en páginas interiores de medios intelectuales, reconocen ciertas virtudes del 20 de mayo y su primer presidente Don Tomás Estrada Palma.

Pero todavía la descomunal maquinaria propagandística del Partido Comunista ignora nuestra fecha republicana. Al preguntarle a Odalys, empleada bancaria, 29 años, si conoce el significado del 20 de mayo, responde: “No, no sé qué pasó ese día. Es que son tantas las fechas que se celebran que uno se vuelve loca”.

Tres estudiantes sentados en el Parque Córdoba, en La Víbora, que matan el tiempo conectados en sus teléfonos móviles al diario deportivo Marca, de España, dicen que para ellos la fecha más importante de Cuba es el 1 de enero de 1959, cuando triunfó la revolución. “Luego le siguen por importancia el asalto al Moncada, el 26 de julio, el 2 de diciembre, desembarco del Granma, el 8 de octubre, cuando mataron al Che, y el 10 de octubre”, explica Daniel, alumno de 12 grado. ¿Y el veinte de mayo?, le pregunto. “Ah, sí, pero esa no es importante. Fue cuando surgió la república mediatizada”, contesta Daniel.

Como si fuera un reflejo condicionado, cuando usted habla con personas nacidas después de la llegada al poder de Fidel Castro, la inmensa mayoría desconoce o minimiza el significado del 20 de mayo. Ernesto, habanero residente en Hialeah, confiesa que en su primer 20 de mayo en Miami fue que supo de la importancia de esa efemérides. "Allí casi todos los cubanos colocan banderas en la fachada de sus casas y en los carros. La prensa de Florida hace un recuento histórico de ese día y cubanos de éxito visitan la Casa Blanca y charlan con altos funcionarios o el mismísimo presidente. Pero en Cuba casi nadie sabe lo que pasó ese día”.

Ciento diecisiete años después, no quedan testigos vivos de aquella mañana de sol brillante cuando el Generalísimo Máximo Gómez izó la bandera de la estrella solitaria en el Castillo de los Tres Reyes del Morro. En una nota del colega Jesús Hernández, publicada hace tres años en Diario las Américas, contaba que “la fecha escogida fue el 20 de mayo por ser el día posterior al 19, cuando el Apóstol de la Independencia, José Martí, murió en combate, para cumplir con aquello de muere un hombre, nace una nación”.

Relataba Hernández: "Entonces, el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana, sitial de los 65 capitanes generales españoles que gobernaron a Cuba, acogió a distinguidos visitantes, embajadores y altos oficiales del Ejército Libertador para presenciar el nacimiento de la República. Nadie imaginó el 20 de mayo de 1902 que un siglo después de haberse establecido la República, los cubanos tendrían que seguir luchando por sus derechos cívicos y humanos. Y es que la desdicha que Cuba sufre hoy no es superior o menor a la que el país confrontó antes, pero el presente que se vive duele más que el pasado porque lo vivimos, lo medimos con desconfianza, incertidumbre e inclusive provecho”

La historiografía oficial ha querido ignorar nuestro día de la independencia. Sepultar 57 años con políticas más o menos erradas, dos dictadores por el camino y no pocas desigualdades, pero con un crecimiento económico impresionante, una Carta Magna democrática y una capital entre las más hermosas de América.

Cientos de empresarios cubanos fundaron negocios boyantes. Una legión de arquitectos, médicos, pedagogos y abogados sobresalían en sus respectivas profesiones. La música cubana vivió su década de oro. Benny Moré encendía el Alí Bar, la Lupe armaba su puesta en escena en el club La Red. El Caballón, Bebo Valdés, acompañaba al piano a Nat King Cole en Tropicana y una negra inmensa con voz de mezzosoprano, la Freddy, cantaba boleros en el bar Celeste.

La revolución de Fidel Castro pretende demonizar el pasado. No era perfecto. Pero teníamos República.

Iván García
Foto: Sello conmemorativo por el centenario de la bandera cubana. Tomada de Lighthouse Stamp Society.