lunes, 30 de marzo de 2020

La Habana se ruraliza


Cada vez es menor la parte de La Habana que semeja la capital de un país: los exclusivos y excluyentes Miramar, Vedado y Nuevo Vedado, donde reside la élite privilegiada, en mansiones enrejadas; las Habana Vieja (las dos, la engañifa de Eusebio Leal para captar dinero de los turistas extranjeros, y la de los cubanos de a pie), y Centro Habana, que aún conserva algo de lo que fue, a pesar de las cuarterías ruinosas, los derrumbes y los edificios apuntalados o en “estática milagrosa”.

El resto de la ciudad, la mayoría de los municipios, donde se concentra la mayoría de la población, se ha ido haciendo más periferia, ruralizándose, convirtiéndose en una especie de favela, donde se vive como se puede.

Si uno recorre Arroyo Naranjo, San Miguel del Padrón, Guanabacoa, Cotorro, La Lisa, Marianao, y zonas de Diez de Octubre, Boyeros, El Cerro y Habana del Este, tendrá por momentos la impresión de estar en el campo. Coches y carretones tirados por caballos; patios y jardines cercados con cardón espinoso, oxidadas planchas metálicas o trozos de fibrocemento; rústicas casas de tablas, con techos de tejas que arrancará el próximo ciclón; platanales, gallinas y patos en los jardines; corrales de puercos en los patios; parques convertidos en yerbazales, fogones de leña en los parterres… A eso, súmele el fango cuando llueve, debido a los baches en la calle, los salideros y las aceras destruidas por las ruedas de camiones y tractores.

Eso, por no mencionar el cinturón de los 'llega y pon' que rodea la periferia capitalina, Indaya, Cambute, Guncuní, Los Mangos y otros barrios marginales, o “barrios insalubres”, como prefieren llamarlos los mandamases, tan dados a los eufemismos con tal de no llamar a las cosas por su nombre.

De nada valen los intentos de Planificación Física por imponer cierto orden en medio del caos urbanístico. En vez de eso, lo que hacen, desalojando y demoliendo, es ponerlo todo peor: generar corrupción, cometer abusos con los más necesitados que no tienen para sobornar a los inspectores, agravando aún más el déficit de viviendas.

Muchos culpan de la ruralización de La Habana al influjo de los orientales, o “los palestinos”, como algunos despectivamente los llaman. Se refieren al incesante aluvión de personas procedentes de las provincias orientales (Guantánamo, Santiago de Cuba, Granma, Las Tunas y Holguín) que emigran hacia la capital buscando mejorar sus condiciones de vida, y que no ha logrado ser contenido con el Decreto 217/97, ese aberrante engendro jurídico que convierte en inmigrantes ilegales, sujetos a ser arrestados y deportados a sus lugares de origen, a personas que no tengan un permiso oficial para mudarse dentro de su propio país.

Los orientales que no tienen problemas para residir en La Habana son los que vienen para servir como agentes de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) o a trabajar en contingentes de la construcción y que si es preciso, como ocurrió durante el Maleconazo el 5 de agosto de 1994, tienen que fungir de represores parapoliciales en brigadas de respuesta rápida.

Culpar a nuestros paisanos del interior por la decadencia capitalina es un chovinismo ridículo que solo hace dividirnos a los cubanos más de lo que lastimosamente ya estamos. El castrismo es el culpable de que la mayor parte La Habana, más que ruralizarse y afearse, se haya convertido en una gran villa miseria.

Los guerrilleros que nos impusieron esta penitencia que ya dura 61 años, hoy son una claque de vejestorios, retranqueros, egoístas, aferrados al pasado, a su poder y a sus privilegios. Son ellos los culpables del desastre, no los vecinos de nuestros barrios -vengan de donde vengan, no importa su acento cantarín- que comparten las mismas vicisitudes, y que al igual que nosotros, los habaneros, se las arreglan como pueden para sobrevivir.

Luis Cino
Cubanet, 17 de enero de 2020.
Foto: Vivienda en Ciudad Jardín, Arroyo Naranjo. Tomada de Cubanet.


lunes, 23 de marzo de 2020

Aumenta el consumo de drogas entre jóvenes cubanos



La primera vez que Abdel fumó marihuana lo hizo para no desentonar con sus amigos. Recuerda que después de bajar dos litros de whisky barato, partieron rumbo a una casa en la playa con media docena de muchachas, que tras acordar un pago de veinte pesos convertibles para cada una, armaron una orgía espectacular.

El joven no procedía de una familia disfuncional. Creció y fue educado esmeradamente por unos padres que siempre estuvieron a su lado mientras estudiaba saxofón y piano en un conservatorio estatal. En raras ocasiones, Abdel bebía un par de cervezas o una copa de vino tinto. Ni siquiera fumaba cigarrillos. "En la escuela de música sufrí bullying por mi comportamiento atildado y bitongo”, rememora.

Luego de graduarse se integró a una banda de jazz y comenzaron a llegar los éxitos y contratos en el exterior. También las fiestas después de las descargas donde se ingería alcohol a lo grande, se fumaba marihuana colombiana y al final inhalaban varias rayas de cocaína. “Cuando estábamos en el extranjero era más fácil conseguir la cocaína. Pero en La Habana un integrante del grupo conocía a varios ‘puntos’ que vendían drogas. No importaba el precio del gramo de melca, 90, 100 o 120 cuc. Económicamente las cosas nos estaban saliendo bien. Por puro complejo de manada, para no ser diferente, me sumé a las descargas que cada vez se hacían más frecuentes”, cuenta Abdel.

Hace cinco años la banda se desintegró. Abdel comenzó a tocar como solista. Pero ya no tuvo el mismo éxito. El consumo de drogas le pasó factura. “Dejé a un lado la creación artística. Llegaba tarde a las presentaciones y pasado de tragos. Me volví adicto a las drogas. Me cuesta mucho superar la adicción”, confiesa.

Estuvo ingresado en una clínica antidrogas, pero al año volvió a recaer. Ahora su padre lo lleva a la consulta de un especialista que utiliza un método de rehabilitación novedoso. Abdel reconoce que todo depende de él. "Si no pongo de mi parte nunca podré superar la adicción. Lo peor de esta enfermedad es el daño que provoca a tu familia y seres queridos. Al final no tengo nada. Incluso vendí mis instrumentos musicales para comprar drogas. Iniciarse en ese camino destructivo es fácil, lo difícil es salir de ese infierno”.

Iraida, especialista en rehabilitación, apunta que el alcohol y las drogas crean “una dependencia brutal. No distingue clase social. Igual en sus redes caen personas de bajos recursos, familias disfuncionales que gente de alto poder adquisitivo, intelectuales y ciudadanos que han recibido una buena educación. El mejor tratamiento contra los estupefacientes y el alcohol no garantiza que los pacientes vuelvan a recaer. Muchos llegan tarde a la rehabilitación, cuando el daño físico y síquico ya es irreversible”.

Según la especialista, en Cuba ha aumentado dramáticamente el número de casos. “Veinte o treinta años atrás, los adictos a las drogas eran pocos. El alcoholismo predominaba. Ahora en cada municipio habanero hay una clínica de día para atender casos de drogadicción y alcoholismo y siempre está llena. De acuerdo a un estudio, uno de cada tres adictos a las drogas duras (cocaína, LSD y otras), acuden algunas vez a recibir un tratamiento de desintoxicación. Por lo que el número de casos que no reciben tratamiento médico se puede multiplicar por dos”.

Joel se ha convertido en dependiente del alcohol. Vive en un barrio pobre donde residen familias oriundas de las provincias orientales que ilegalmente residen en La Habana. “Desde que tú te levantas ves a la gente enganchada a la botella de ron. El desayuno es alcohol, en el almuerzo sigue el alcohol y en la comida más alcohol. Todo gira alrededor de una botella de alcohol. Cuando terminé el noveno grado, dejé la escuela para ayudar a mi mamá, que es soltera y tiene que criar ella sola a mis tres hermanos".

Se puso a trabajar en una panadería donde todas las madrugadas empinaban el codo. "Cuando iba a la discoteca comencé a alternar el alcohol con la yerba (marihuana). También consumía pastillas, parkisonil, metilfenidato o anfetaminas, cualquiera que diera un vuele rico. Hasta preparábamos cocimientos con hojas de campana. Terminé enganchándome al cambolo, una mezcla de cocaína con bicarbonato que acaba con tu vida. Estuve preso dos años, me cogieron con cinco pitos de marihuana y cuatro de cambolo. La policía me acusó de vender drogas. Hice tratamiento de desintoxicación, pero a estas alturas de mi vida, no tengo fuerzas ni ganas de dejar las drogas”, revela Joel.

En diez meses de 2019, las autoridades cubanas incautaron más de mil 490 kilogramos de estupefacientes, informó a la prensa oficial el coronel Juan Carlos Poey Guerra, jefe de la dirección antidrogas del Departamento Técnico de Investigaciones del Ministerio del Interior (MININT). El 93% de esa droga fue incautada por recalo. Los carteles de drogas sudamericanas y mexicanas, cuando son interceptados por patrullas guardafronteras, tiran las pacas de cocaína en aguas internacionales.

De acuerdo a un ex oficial del MININT, “esas pacas tienen balizas que les permite identificarlas posteriormente. Cuba, al estar situada en el corredor marítimo donde se trasiega con miles de toneladas, muchas de esas pacas llegan a nuestras costas. La mayoría la ocupa el MININT, pero un número que no podemos precisar, la persona que se adueña de ella la vende en las redes clandestinas de drogas. Estamos hablando cocaína pura y marihuana de calidad. Un pescador costero saca su cuenta: una paca que venda lo saca de la pobreza para toda la vida. También se han dado casos de oficiales del MININT que no queman toda la droga incautada y venden una parte de la misma”.

Iraida, especialista en desintoxicación, explica que en Cuba cada vez es más frecuente que los consumidores de drogas duras y blanda se inicien en edades más tempranas. "No tengo cifras a mano, pero la incidencia de jóvenes que beben alcohol o prueban sicotrópicos y marihuana es alta”, y pide a las familias mayor atención a sus hijos. “A veces pasamos por alto pequeños detalles como la hora que llega a dormir, su comportamiento en el hogar o desconocen con quiénes ni dónde se reúnen. Cualquier señal puede servir para atajar una futura adicción”.

A veces todo comienza con una fiesta entre amigos. Pregúntenle a Abdel, el músico habanero.

Iván García
Foto: Tomada de Cubadebate.
Leer también: Drogas en Cuba, de la prevención al enfrentamiento; Más tráfico y consumo, admite la Aduana; Las drogas no tienen cabida; La batalla contra las drogas es interminable; Por uno pagan todos; El alcoholismo, una epidemia silenciosa; Alcoholismo y juventud; Escalada del alcoholismo en Cuba y El elixir de la revolución y El alcoholismo en las provincias orientales.

lunes, 16 de marzo de 2020

Siguen las colas y el desabastecimiento



Una mañana cualquiera, un desvencijado camión ZIL 130 de la era soviética aparcó al costado de un mercado en una estrecha calle colindante con la Avenida Santa Catalina, en el populoso barrio de La Víbora, al sur de La Habana, para descargar bolsas de yogurt saborizado y dos cajas de costillas de cerdo que desprendían un olor desagradable.

David, un viejo enclenque a quien le tiemblan las manos debido a un incipiente Parkinson, estaba recolectando latas vacías de refrescos y cervezas que recoge de la calle, y cuando vio parquear el camión en el mercado, marcó en la cola donde un grupo de jubilados y amas de casa esperaban que abriera aunque nadie supo precisar qué venderían.

Un hombre que por su sordera habla a gritos, le dijo a David que ese camión solía traer yogurt y huevos. El rumor se esparció por el vecindario y la cola aumentó considerablemente. “No hay huevos en toda La Habana”, afirmó una señora con una jaba en su mano. “Si fuera solo en La Habana. No hay huevos en toda Cuba. En Bayamo, donde vivo, hace meses que no hay huevos en venta libre”, comentó un anciano.

La cola iba creciendo y el administrador del mercado demoraba la apertura. La gente comenzó a protestar. “Oye, ya son las diez de la mañana (en teoría, las tiendas y comercios abren a las nueve y media) acaba de abrir”, protestaban varias mujeres. “Hasta que no revise la mercancía no abro”, contestó el administrador, un mulato con voz intimidante y pinta de estibador del puerto.

Cerca de las once abrió el mercado. Cuando le llegó el turno a David, solo quedaban costillas de cerdo y yogurt. “¿Y los huevos’”, preguntó. “¿Qué huevos?”, respondió el dependiente. “Dicen en la cola que el camión descargó huevos”, señaló David. “Abuelo, déjese de sonsera y no le haga caso a los chismes callejeros, que el hambre tiene a la gente viendo fantasmas”, alegó el vendedor.

En la cola se producen reproches. “Son unos descarados, cogen los huevos y los venden por la izquierda”, expresa alguien en la fila. El bullicio crece dentro del mercado hasta que sale el administrador y manda a callar a la gente. “O se comportan bien, señores, o cierro el mercado”. Fin de la disputa.

David regresó a lo suyo, a recoger y escachar latas. A las dos de la tarde, luego de amontonar en la sala de su reducido apartamento los sacos con materia prima, caminó medio kilómetro hasta la panadería e hizo otra cola, esta vez de una hora, para comprar pan suave en venta libre. Su única comida de ese día consistió en arroz blanco, frijoles colorados y la mitad de una costilla de cerdo que compró en el mercado. Suele desayunar pan con aceite y ajo.

Los ancianos en Cuba son los que peor soportan la crisis económica casi estacionaria que desde 1989 sufre el país. Los precios de los alimentos se han quintuplicado. Pero sus pensiones apenas crecen y son devoradas por la inflación.

Debido al estrafalario horario de los establecimientos, los jubilados y amas de casas son quienes por lo general hacen las colas, incluso de madrugada. Y la mayoría se la pasa vigilando los alimentos que llegan a la bodega, carnicería, agromercado u otro mercado estatal.

Justina trabajó muchos años en un taller de costura. Ya está jubilada y su tarea principal es comprar los mandados y cocinar. Con la reducción actual de las entregas de gas licuado, afirma que es imposible cocinar para tres personas durante 32 días con solo un balón. “Antes el Estado me entregaba una balita de gas licuado cada doce días y si se me acababa, lo compraba en venta libre a cien pesos la balita. Pero han dicho que ya no piensan volver a vender gas licuado liberado. Ni haciendo magia se puede cocinar con un solo balón durante un mes. Cuando uno cree que las cosas en este país no pueden estar más malas, se ponen peor”.

En Cuba, más de un millón 700 mil clientes utilizan gas licuado. En el sector privado, más de 800 mil domicilios cocinan con ese tipo de combustible.

Susana, profesora y madre de dos hijos, dice que tendrá que inventar para cocinar. “Soy madre soltera y mi salario de mil pesos es insuficiente. Gano un dinero extra vendiendo ropa y dando repasos, pero ni así llego a fin de mes. Con este problema del gas la cosa se pone fea. Si usas muchos equipos de cocción eléctrica la cuenta de la luz se dispara. La respuesta del gobierno a los problemas siempre es la misma: la culpa la tiene el bloqueo. Se limpian las manos como Pilatos y miran hacia otro lado. No son autocríticos, no asumen su mala administración. Que no metan más cuentos, la televisión los delata, mira lo gordos que están. Seguro que a ninguno les falta gas ni comida en sus casas”,

Cada día que se pasa entre colas, desabastecimientos y nuevas medidas regulatorias de la Casa Blanca contra el régimen, como la disminución de los vuelos charter, contribuye a aumentar el descontento social en un sector importante de la población. Héctor, ingeniero, culpa a Trump, al exilio duro de Miami y a la anacrónica dictadura castrista de la situación del país. “Los políticos de origen cubano en Estados Unidos se la pasan promoviendo restricciones, pidiendo que la gente no envíe dinero a Cuba, buscando la forma de que el pueblo se tire a la calle. Y ellos en la yuma sin arriesgar el pellejo. También considero que este gobierno debiera renunciar, porque no han sabido crear bienestar ni riqueza. Estamos en medio de un fuego cruzado”.

A principios de enero, por las redes sociales se supo que un misterioso movimiento, autodenominado Clandestinos, había vertido sangre de cerdo en bustos de José Martí y en afiches de Fidel Castro. Pero su cruzada comenzó con el pie izquierdo. Tanto el gobierno como buena parte de la oposición en la Isla, condenaron el vandalismo a Martí. Los cubanos de a pie, se enteraron de los hechos sin demasiados comentarios y con más dudas que certezas.

“Ese grupo actúa de una manera rara. Leí en las redes sociales un manual que emitieron y me parece una auténtica chapucería. Creo que esos tipos no radican aquí. O es una jugada de la Seguridad del Estado, para justificar una represión contra la disidencia. Denigrar a Martí, el único prócer que es el héroe de los cubanos de las dos orillas, es una mala estrategia. Después han querido enmendar la plana. Pero a mí me sigue siendo sospechosa una supuesta banda que pone la imagen de un filme que validaba los actos violentos, casi todos terroristas, ejecutados por el Movimiento 26 de julio. No dan la cara y utilizan esas caretas cursis tomadas de un serial televisivo español. Me parece que es una tomadura de pelo y no una organización seria”, explica Carlos, sociólogo.

Miguel, chofer de ómnibus urbanos, considera que las acciones de Clandestinos han “provocado tensión en las calles. Ha aumentado la presencia policial por las madrugadas. La otra noche, un policía me preguntó para que yo quería una lata de esmalte rojo que había comprado en la tienda”.

Reinaldo Escobar, periodista independiente y jefe de redacción de 14ymedio, apuntaba que ahora "todos los que crían y venden puercos son individuos altamente sospechosos". Miriam Celaya, también periodista independiente, en Cubanet escribía: "Me niego verticalmente a aplaudir o a encumbrar fantasmas. Eso es Clandestinos hasta tanto se demuestre lo contrario. Por naturaleza, recelo de rostros enmascarados que evocan a los Tupamaros, a los etarras y a otras denominaciones de nefasta recordación y equívocas causas. En todo caso, prefiero la resistencia frontal y a cara descubierta contra el castrismo porque tengo la terca convicción de que el derecho a tener una Cuba libre, democrática, plural e inclusiva no es ni debería ser, un asunto clandestino, sino todo lo contrario"

El primer mes del año 2020 no ha terminado y en Cuba se ha disparado la incertidumbre. A las largas colas y el desabastecimiento crónico se suma la escasez de gas licuado. Y como novedad, un grupo fantasmal inició una cuestionable campaña contra la autocracia verde olivo. Habrá que esperar a ver qué pasa.

Iván García
Foto: Una de las muchas colas que a diario hacen los habaneros. Tomada de Cubanet.
Leer también: Largas colas para comprar artículos de aseo personal y El ron es lo único que nunca falta en Cuba;

lunes, 9 de marzo de 2020

¿Por qué el derrumbe en el que murieron tres niñas no es un accidente?



Los derrumbes parciales o totales en La Habana, en la mayoría de los casos, no son accidentes. En la mayoría de los casos, ocurren en un inmueble que previamente ha sido declarado inhabitable irreparable por uno o varios especialistas del Estado, lo cual significa que dicho inmueble representa un peligro para la vida y debe ser demolido y que existe un dictamen técnico, o varios, por lo general son varios, registrados en instituciones estatales, porque un inhabitable irreparable suele pasar años y hasta décadas recibiendo las mismas evaluaciones antes de que sus habitantes sean albergados o trasladados a nuevas viviendas.

En La Habana, a fines de 2015, había más de 34 mil familias con anuencia de albergue, es decir, más de 34 mil familias residiendo en inmuebles cuyo estado constructivo representaba un peligro para sus vidas.

Ese 27 de enero, tres niñas murieron a causa del derrumbe de un balcón en el consejo popular Jesús María, del municipio La Habana Vieja, y la prensa oficial cubana dijo que se trataba de un triste accidente. El portal digital Cubadebate basó su nota en una entrevista con una vecina del lugar, quien explicó que el balcón que se desprendió y cayó encima de las tres niñas formaba parte de una vivienda que estaba siendo esporádicamente demolida, luego de un derrumbe parcial que sufriera el año anterior.

Cubadebate destacó, en negritas, lo siguiente: "Colocaban una cinta perimetral para evitar que las personas pasaran por los bajos del edificio". No precisó cada qué tiempo iba la brigada de demolición.

La vecina citada solo dijo que acudían "cada cierto tiempo", que tumbaban tres ladrillos y se retiraban, que siempre colocaban una cinta amarilla para impedir el paso por el área, pero que "la gente es negligente" y la cortaba. Si la vecina dijo algo más que contrastara esa visión, Cubadebate no lo incluyó.

El momento más osado de la nota fue cuando refirió lo que varios vecinos habían afirmado. A saber, que "esto se podía haber evitado", aunque por lo narrado antes de ese momento, lo que se interpretaba era que para evitar la muerte de las tres niñas hubiera bastado con que la gente no cortara la cinta amarilla que colocaba la brigada de demolición luego de ir a tumbar tres ladrillos cada cierto tiempo.

De acuerdo con Cubadebate, si hay responsables en esta historia son quienes cortaban la cinta amarilla.

No soy una experta en el asunto. He estado cubriendo el tema de la vivienda desde 2015. He entrevistado a personas afectadas, especialistas, fuentes oficiales. He reportado sobre barrios vulnerables a inundaciones por lluvias o penetraciones del mar y sobre edificios declarados inhabitables e irreparables en La Habana y Santiago de Cuba. También reporté sobre los efectos del tornado del 27 de enero de 2019 en municipios como Regla y Diez de Octubre.

Mi acercamiento al tema de la vivienda ha sido siempre como periodista. Sin embargo, desde que leí la noticia de Cubadebate sobre el derrumbe del balcón de una vivienda que estaba siendo demolida, presuntamente porque había sido declarada inhabitable e irreparable, una de las primeras preguntas que me hice fue si el balcón estaba, o no, apuntalado.

Cuando se va a demoler un inmueble, el apuntalamiento o aseguramiento de la estructura es uno de los pasos básicos. Incluso, no es raro encontrar en La Habana historias de demoliciones que tardan en ejecutarse por falta de madera para apuntalar. Durante la fase de recuperación del tornado de 2019, encontré varias familias damnificadas que enfrentaban este problema, aunque en la prensa se pueden localizar reportes de años anteriores.

El arquitecto Yoandy Rizo, consultado sobre este punto, confirmó que sí, que es necesario apuntalar el balcón de una vivienda que va a ser demolida o se encuentra en peligro de derrumbe, pero que no hacerlo es una negligencia tan absurda como común. "Esta realidad que todos consentimos, es una amenaza latente y progresiva que expone a un riesgo innecesario no solo a operarios sino también a vecinos y transeúntes. Cuando ocurre un derrumbe total o parcial en un edificio es porque el edificio ya ha dado suficientes señales de que lo va a pasar, así que no hay excusas para este tipo de evento", agregó Rizo.

Aunque las primeras fotografías del derrumbe ya son de por sí bastante reveladoras, en la noche del 28 de enero El Estornudo visitó el lugar de la tragedia, justo cuando la comunidad realizaba una vigilia por las víctimas, y pudo hablar con varios vecinos que confirmaron que el balcón de la vivienda ubicada en el número 102 de la calle Vives no estaba apuntalado.

Sergio Gutiérrez, vecino del número 104, una de las personas que ayudó a rescatar los cuerpos de las niñas de debajo de los escombros, contó que desde noviembre del año pasado había comenzado la demolición a mandarriazos de la vivienda ubicada en los altos del número 102, colindante con la suya, y que el balcón nunca se apuntaló. Lo que restó de balcón, por el doblar de la calle, se apuntaló tras el derrumbe del 27 de enero. Sobre las señalizaciones también le pregunté a Gutiérrez, y su respuesta fue que no recordaba que se hubieran colocado cintas amarillas durante ni después de las acciones de demolición.

María Karla Fuentes (11 años), Rocío García (10 años) y Lisnavy Valdés (11 años) no perdieron la vida en un accidente. Los responsables del derrumbe del 27 de enero, al igual que ellas, tienen nombres y apellidos. Lo único fortuito en este caso fue que María Karla, Rocío y Lisnavy estuvieran paradas debajo del balcón en el instante exacto en que se desplomó, no que el balcón se desplomara en una zona residencial bastante transitada y próxima a la escuela primaria donde las tres niñas estudiaban.

Decir que sus muertes fueron un accidente es decir que el único responsable fue el azar y que ninguna de las instituciones estatales que debieron estar implicadas en el proceso de ese inmueble de la calle Vives –como la Dirección Municipal de Planificación Física, la Dirección Municipal de la Vivienda o la empresa contratada para demoler, que usualmente es Secons– tuvieron responsabilidad en sus muertes.

Culpar al azar implicaría reconocer que las personas encargadas de la demolición de ese inmueble hicieron correctamente su trabajo y que deberían continuar haciéndolo como lo han venido haciendo hasta ahora. Si nadie cometió ningún error, si no hubo negligencia, no hay nada que cambiar.

Hacer justicia pasa por determinar responsables. Mientras tragedias de este tipo se consideren accidentes, historias similares van a repetirse una y otra vez, hasta que no quede en la ciudad un edificio en mal estado en pie. No son más cintas amarillas lo que necesita La Habana.

Si en La Habana se pretendiera colocar cintas amarillas en cada sitio donde existe peligro de derrumbe, necesitaríamos miles de kilómetros de cintas amarillas y las familias vivirían sorteando cintas amarillas en el baño o la cocina, pues hay quienes comen, duermen y ven televisión en viviendas que están en peligro de derrumbe.

Si algo necesita La Habana, y el país todo, son viviendas dignas, y justicia.

Mónica Baró
El Estornudo, 10 de febrero de 2020.
Foto: Altar por las tres niñas fallecidas. Tomada de El Estornudo.

lunes, 2 de marzo de 2020

A un año del tornado en La Habana



Pasadas las dos de la tarde, en la polvorienta Calle Quiroga esquina a la Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, se escucha el pitido de una olla eléctrica. Enrique, 65 años, jubilado, se levanta del quicio donde está sentado a sazonar los frijoles negros. Sube por una escalera de concreto y llega hasta un pequeño apartamento pintado de azul y blanco, ubicado a un costado de la Iglesia de Jesús del Monte. Abre con dificultad la puerta que “el albañil tuvo que hacer magia para encuadrarla pues es de latón y venía con defectos de fábrica, como las ventanas”.

En el apartamento donde vive Enrique con su esposa y dos nietos se nota la chapucería. El repello de las paredes es desigual. El piso de losa presenta desnivel y el techo filtraciones. Aún así, Enrique considera que su vida ha dado un salto cualitativo. “Es verdad que la cacareada cultura del detalle que pregona el presidente Miguel Díaz-Canel no se cumple en la construcción de viviendas. Las casas y edificios que se construyen en Cuba tienen un montón de defectos, o como la mía, te la entregan a medio hacer. Yo tuve que terminar de azulejear la cocina y el baño. Pero el cambio ha sido tremendo. Viví toda mi vida en una casa de madera construida en el siglo XIX. Las tablas estaban renegridas y podridas. Ahora vivo mil veces mejor. Es verdad que este gobierno hace cosas mal hechas o a medias y hace promesas que nunca cumple. Pero con los afectados del tornado se pusieron las pilas”, afirma.

En menos de un año, brigadas estatales y de cooperativas constructoras levantaron y repararon cientos de edificaciones devastadas por el tornado que azotó La Habana en la noche del 27 de enero de 2019 y que en solo 16 minutos mató a cuatro personas, hirió 195, arrasó más de 1,600 árboles y 7,761 viviendas, de las cuales 761 se derrumbaron total o parcialmente. Los municipios por donde pasó el fuerte tornado fueron Diez de Octubre, Guanabacoa, Regla, San Miguel del Padrón y Habana del Este.

El Estado vendió a mitad de precio materiales de la construcción, herrajes de plomería y tanques plásticos para almacenar agua. Enrique opina que la atención médica y la alimentación que por esos días les dieron a los afectados fue bastante buena. "Claro, las familias que tenían más poder adquisitivo resolvieron los problemas más rápido. A los pobres, como siempre, todo se les pone gente más difícil”, dice, antes de alertarme que no me apoye en la pared, “porque la casa está pintada con lechada y se te queda pegada en la ropa”.

Si usted camina por la Calle Quiroga hasta Reyes, en la barriada de Luyanó, notará que el polvo irrumpe en la zona. “Cuando hay viento es peor. Se forma una polvareda que pa’qué. Ya los vecinos hemos hablado con el delegado del Poder Popular para que una pipa de agua limpie las calles. Es que mucha gente todavía está construyendo y guardan la arena, cemento y recebo a la intemperie”, explica Mirta, ama de casa, que tiene a su vivienda solo con el repello.

Ella cree que para el verano, “si Dios quiere, pueda terminar mi casita. Pero la cosa se ha puesto mala. Ya el gobierno no tiene el embullo de hace un año. Ya por aquí no vienen los pejes gordos a ver cómo marchan las obras. Se ha perdido el interés. Muchas brigadas de constructores no vienen a trabajar pues el transporte ha empeorado por falta de combustible. La ‘situación coyuntural’ está dificultando que podamos terminar nuestras casas", aclara Mirta.

La percepción que tiene la mayoría de los afectados por el tornado, es que al principio, las autoridades se esforzaron seriamente para dar respuesta a las múltiples situaciones ocasionadas por el tornado. Odette, dueña de una dulcería particular, piensa que se pudieron hacer mejor las cosas. “A pesar del burocratismo existente en casi todas instituciones, las ayudas, reparaciones o construcciones de viviendas funcionó ágilmente, sobre todo en los primeros seis meses. Después no fue lo mismo. Aún hay personas de bajos recursos que no han podido regresar a sus hogares".

Ovidio, delegado del Poder Popular en el Consejo Jesús del Monte, asegura que más del 90 por ciento de los afectados terminaron de reparar su casa o están construyéndola. “Solo tres o cuatro casos no se han resuelto y se ha demorado el papeleo para que el Estado subvencione sus materiales de la construcción, al no tener dinero para comprarlos. Otros, irresponsables, alegaron que los materiales que les dieron eran insuficientes y lo vendieron en el mercado negro. Ahora culpan al gobierno por no poder reparar sus casas. Pero fue culpa de ellos”.

Los vecinos de Luyanó no olvidan la ayuda entre los propios vecinos, de la iglesia y de numerosos ciudadanos que les llevaron ropa, alimentos, artículos de aseo, medicamentos, dinero... “Me quedo con eso. Se vivió una cooperación entre cubanos que hacía tiempo no se veía. Vinieron artistas, músicos y deportistas famosos cargados de cosas. Compatriotas de Miami que entregaban personalmente a cada familia cientos de dólares. Los dueños de negocios privados preparábamos comida y la repartíamos gratuitamente. Los dulces que confeccionaba se los regalaba a niños y ancianos. Es duro perder el techo, no tener un centavo y que nadie te tienda la mano. Lo mejor que dejó el tornado fue la solidaridad entre los cubanos”, recuerda Odette.

Un párroco de la Iglesia de Jesús del Monte coincide en que fue "una auténtica movilización espontánea de personas que llegaron a los lugares afectados para ayudar al prójimo. La iglesia católica también aportó su granito de arena. Dio comida a los más necesitados y medicinas que estaban en falta a enfermos que las necesitaban”.

Curiosamente, la Iglesia no ha recibido ningún mantenimiento. Ni siquiera una mano de pintura. Sigue sin la cruz. ¿Y no había aparecido la cruz como en aquellos días se dijo?, le pregunto. “No, fue una falsa alarma. No se sabe dónde fue a parar”, responde. El jubilado Enrique escucha la conversación. Él piensa que la fundieron y vendieron como chatarra. "Era de bronce y pesaba unos cuantos kilogramos. Seguro necesitaban el dinero".

El cura sonríe. Mueve la cabeza de un lado a otro. “Ya pondremos otra cruz, un nuevo campanario y pintaremos la iglesia. Lo primero era ayudar a los más afectados. Y en todo momento Dios estuvo con ellos”.

Enrique mira en la distancia y asienta con su cabeza. Mientras, desde la explanada de la Loma de Jesús del Monte, dos alumnas de secundaria observan la espectacular vista de La Habana que desde allí se divisa. Cerca, al costado de la parroquia, varios niños juegan fútbol y dos jóvenes se conectan a internet a través de sus teléfonos móviles.

Iván García

Foto: En muchas casas de Luyanó todavía está crudo el repello. Tomada de Los vecinos de Luyanó siguen tragando polvo.

Nota.- El lunes 27 de enero medios nacionales y extranjeros recordaban el primer año del paso de un devastador tornado por La Habana. En horas de la tarde de ese mismo día, el derrumbe de un balcón en la barriada habanera de Jesús María provocaba la muerte de tres niñas cubanas. Al día siguiente, 28 de enero, un sismo de 7,7 grados se sentía al sureste de Cuba y en otras islas del Caribe.