lunes, 29 de enero de 2024

La gente de los derechos humanos en Cuba

Cuarenta y un años después que Ricardo Bofill Pagés y Martha Frayde fundaran el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH), en el otoño de 2017 conversé con la periodista independiente Tania Díaz Castro en su casa del reparto Jaimanitas, al oeste de La Habana.

“Yo me integro en 1987. Bofill contaba que él y su pequeño grupo fundaron el Comité el 28 de enero de 1976, como homenaje al natalicio del Apóstol, en el domicilio de la doctora Martha Frayde, en el Vedado. Por ironías del destino, esta inolvidable y valerosa mujer había sido amiga personal de Fidel. Poco tiempo después, Martha, Bofill, Adolfo Rivero Caro, Elizardo Sánchez, Edmigio López y Enrique Hernández, entre otros fueron a parar largos años a la cárcel, por distintas acusaciones, inventadas, como era y es costumbre del castrismo. Así respondió el 'comandante' a la solicitud de aquellos intelectuales a una revisión de la situación de los derechos humanos en Cuba”.

“En un momento dado fui una especie de secretaria de Bofill. En mi casa de Centro Habana recibía una decena de denuncias diarias de personas a las cuales las instituciones del régimen transgredían sus derechos. En 1987, junto a Bofill, Rivero Caro y Samuel Lara, fuimos al hotel Comodoro a reunirnos con una comisión de la ONU, que la dictadura autorizó a visitar Cuba, para exponer nuestras denuncias. De forma espontánea, en las afueras del hotel, habían más de mil ciudadanos que se llegaron hasta allí a entregar sus acusaciones, a pesar de que en esos años la represión era feroz”, rememoraba Díaz Castro.

En su opinión, Ricardo Bofill y Armando Valladares, “fueron piezas claves para que el tema de las violaciones de los derechos humanos por parte del régimen fuera conocido en el mundo. Ellos y otros, plantaron la semilla que luego ha germinado en cientos de periodistas, activistas y grupos independientes de la sociedad civil cubana”. Seis años después de aquella conversación, Tania Díaz Castro, espera la muerte rodeada de libros, recortes de periódicos viejos y media docena de gatos. Vive de las ayudas y la caridad de parientes y amigos del exilio.

En el verano de 2016 visité a Ricardo Bofill Pagés en su casa de la Pequeña Habana, en Miami. Sus amigos me alertaron que ya estaba muy mal de salud. Encontré frente a mí a un anciano nervioso y frágil con la mirada perdida. Cuando lo abracé comenzamos a llorar. El 12 de julio de 2019 falleció a los 76 años, pobre y olvidado.

La trayectoria de Ricardo Bofill, entrando y saliendo de prisiones de máxima seguridad sin renunciar a sus ideas, confirmó que los individuos, a contrapelo de lo que afirma la desprestigiada ideología comunista, sí juegan un papel clave en la historia. Las duras cárceles de la Isla no fueron una novedad para Bofill, profesor universitario de Filosofía. Estuvo preso desde 1967 hasta 1972, tras ser enjuiciado en el proceso conocido como la 'microfacción', que permitió a los hermanos Castro aniquilar a un grupo de viejos comunistas acusándolos de connivencia con Moscú y propaganda enemiga.

Cuando Bofill comenzó a denunciar las groseras violaciones a las libertades políticas y de expresión por parte de la autocracia verde olivo, el apoyo al régimen era mayoritario en Cuba. La población conocía muy poco de la intervención de Castro en la guerra civil de Angola ni el envío de una brigada de tanques rusos a Siria durante la batalla de Yom Kipur contra Israel.

El principal aporte de Ricardo Bofill al pensamiento político cubano fue diseñar y asumir una resistencia pacífica frente a la dictadura, cuando aún los familiares de las víctimas lloraban a sus parientes fusilados en La Cabaña. “Hay que acabar en Cuba con la tradición del ojo por ojo, diente por diente”, solía repetir el activista a todo el que quisiera escucharlo.

Me cuentan sus allegados que en la prisión Bofill conoció de primera mano los atropellos contra las personas que pensaba diferente del guión oficial. Estaba convencido que más tarde o más temprano, la democracia aterrizaría en la Isla. El régimen intentó linchar su reputación con una feroz campaña mediática que resultó contraproducente: los cubanos de a pie supieron que habían hombres y mujeres, aislados y perseguidos, que acopiaban denuncias de los abusos del Estado y las distribuían en las agencias de prensa extranjera y embajadas occidentales.

También repartían de forma clandestina la Declaración Universal de los Derechos Humanos (aunque Cuba es una de las naciones que firmó la Declaración en 1948, actualmente es ilegal su posesión y distribución). En la calle, a ese grupo de activistas se les conocía ‘como la gente de los derechos humanos’.

Bofill fue un precursor. La oposición pacífica en la Isla no ha podido ser aniquilada a pesar del éxodo de disidentes y activistas y las razias represivas de la policía política. El activismo a favor de la democracia y el respeto por los derechos humanos llegó para quedarse en Cuba. Fidel Castro pudo derrotar militarmente a la brigada de Bahía de Cochinos y las guerrillas anticomunistas que se alzaron en el macizo montañoso del Escambray. Pero no pudo acallar a la disidencia.

Es cierto que la oposición no tiene el poder de convocar a miles de personas para protestar en las calles o iniciar una huelga general como hizo el grupo Solidaridad de Lech Walesa en la Polonia socialista. Pero ha tenido éxitos silenciosos. Antes que el régimen diseñara reformas económicas, la ilegal oposición ya demandaba aperturas de pequeños negocios y la derogación del absurdo apartheid en el ámbito informativo, tecnológico y turístico que convertía al cubano en ciudadano de tercera categoría.

Ningún intelectual o amanuense estatal alzó su voz exigiendo reformas. Nadie dentro del gobierno se atrevió a escribir un artículo pidiendo transformaciones inmediatas de corte económico y social. La aburrida prensa oficial jamás publicó un editorial o una nota sobre los cambios que el país pedía a gritos. La Iglesia Católica, en alguna carta pastoral, abordó en tono mesurado ciertas aristas.

Los seguidores de Castro tampoco se cuestionaban que sus compatriotas no tuvieran acceso a la telefonía móvil, dependiera del Estado si alguien quería viajar al extranjero o perdiera sus propiedades si decidía marcharse de Cuba. Quien levantó la voz públicamente fue la disidencia interna y la prensa independiente que con sus textos comenzó a desmontar la precariedad y la atroz ineficiencia del castrismo.

Un grupo de destacados juristas, como René Gómez Manzano, Julio Ferrer Tamayo y en particular Laritza Diversent Cambara, abrieron un nuevo camino para enfrentar al régimen utilizando sus propias leyes. En la primavera de 2008, detrás de un corral de cerdos, en una casucha de madera improvisada, en la localidad de El Calvario, al sur de La Habana, una abogada de 28 años disertaba sobre la necesidad de que el régimen de los hermanos Castro ratificara la firma de los Pactos de Derechos Civiles y Políticos de la ONU.

Diversent explicaba que si las autoridades cubanas estampaban su rúbrica, se verían obligados a cumplir y establecer múltiples derechos civiles y políticos que allanarían el camino hacia una futura democracia. Pero tenía tres factores poderosos en contra: pobre, negra y mujer. Además, madre soltera a los 18 años. Fue una proeza que se graduara de abogada entre tantas calamidades.

Esa campaña iniciada por Laritza fue respaldada por diversos grupos opositores. La dictadura, en su soberbia, jamás ratificó esos Pactos. Juristas independientes como Laritza Diversent y Julio Ferrer tampoco desistieron en denunciar las arbitrariedades de la maquinaria legal y abrieron una oficina, Cubalex, que se dedicó a asesorar a cientos de personas a los que el gobierno transgredía sus derechos.

Aquella mujer pobre y negra labró un camino exitoso dentro la disidencia en Cuba. Con una paciencia asiática preparó diversos cursillos dirigidos a adiestrar a opositores y periodistas independientes en el conocimiento de las leyes. Participó en foros internacionales denunciando los atropellos del régimen cubano. Siempre documentando cada abuso. En sus testimonios desmontaba el barniz de aparente democracia del que tanto gusta alardear a los gobernantes de la Isla. Y mostraba la realidad tal cual es: una dictadura dura y pura.

Sus conocimientos jurídicos la convirtieron en enemiga de la Seguridad del Estado. Una mañana de 2016 desmantelaron su oficina de asesoría legal, encarcelaron a Julio Ferrer y le abrieron un expediente punitivo a Laritza. La única puerta que le quedó abierta fue la del destierro. Hoy reside en Estados Unidos, desde donde, al igual que muchos exiliados, no ha dejado de denunciar los abusos de la dictadura en materia de derechos humanos.

Si algo no ha faltado en la disidencia cubana son programas políticos reclamando democracia. Ahí están, entre otros documentos, La Patria es de Todos de Martha Beatriz Roque Cabello, René Gómez Manzano y los fallecidos Félix Bonne Carcassés y Vladimiro Roca Antúnez; el Proyecto Varela de Oswaldo Payá Sardiñas; La Demanda por otra Cuba de Antonio Rodiles; Emilia de Oscar Elías Biscet y D’Frente de Manuel Cuesta Morúa.

Pero todo comenzó con Ricardo Bofill y Martha Frayde aquel 28 de enero de 1976 en La Habana.

Iván García
Foto: Dra. Martha Frayde (La Habana, 15 de agosto de 1920-Madrid, 4 de diciembre de 2013). Tomada de "Diez mujeres cubanas que cambiaron la historia", publicado por Jennifer Veliz en Fonoma Blog el 8 de marzo de 2023.

lunes, 22 de enero de 2024

El futuro de Cuba pasa por rescatar al ciudadano

Después de diez días sin recibir agua potable en una barriada al sur de La Habana, un grupo de personas comenzaron a sonar los calderos vacíos para mostrar su descontento. Además del déficit de agua, esa noche hubo un apagón de cinco horas y se interrumpió el servicio del gas de la calle.

El calor era de espanto. La gente reprochaba en voz alta la ineficaz administración de los servicios públicos por parte del régimen. Las críticas se centraban en Díaz-Canel. “Es el peor gobernante que ha tenido Cuba en toda su historia. Un dirigente que se cree doctor en ciencias, pero ni siquiera puede garantizar la alimentación del pueblo y el funcionamiento del transporte, salud pública, abasto de agua y suministro de electricidad”, comentaba iracundo un vecino.

El ambiente era tenso. Llamaban a la empresa eléctrica y Aguas de La Habana y nadie respondía. Aunque las quejas subieron de tono, la sangre no llegó al río. Al filo de la madrugada llegó la luz y los vecinos se marcharon a sus casas.

Al día siguiente, los inquilinos que residen en un edificio de apartamentos reunieron 8 mil pesos, equivalente a 33 dólares, el salario mensual de un cirujano de calibre, y pagaron un camión de agua para que llenaran la cisterna del inmueble.

Un vecino de la cuadra llamó de forma anónima a la policía y al gobierno municipal para denunciar la “ilegalidad”. El chofer de la pipa fue sancionado con una elevada multa y separado de su puesto de trabajo. La delación fue más allá. Denunció al jefe de sector y “otros factores" (autoridades) que durante el apagón, varias personas, mencionando sus nombres y apellidos, “criticaron a la revolución y al presidente”.

Un agente policial residente en el barrio filtró el nombre del chivato. Un tipo igual que la mayoría de los cubanos que compra en el mercado informal para sobrevivir, devenga un salario de miseria y sus dos hijos se han marchado de Cuba en busca de un futuro diferente.

La primera reacción de algunos fue darle una paliza. Otros hablaron con él. ¿Qué ganas con delatar a tus vecinos? ¿Por qué lo hiciste? Desde luego no fue por principios. El informante no cree en el manicomio castrista. No es militante del partido comunista. No ocupa un cargo importante. Y ni siquiera le pagan por sus chivatazos.

Anteriormente había denunciado la compra de un apartamento por un cubano residente en la Florida. Si un inquilino reparaba su casa, llamaba a las autoridades y avisaba que se estaban violando las normas urbanísticas. Ese tipo de comportamiento es frecuente en sociedades autoritarias. En la Rusia estalinista, el komsomol Pavel Kuznetzov, de solo doce años, denunció a sus padres por ‘actividades contrarrevolucionarias’.

En la Isla el régimen incita a la delación. Las autoridades ofrecen números telefónicos para que los ciudadanos denuncien las ‘violaciones’ en los agromercados, negocios privados o el pago por encima de la tarifa decretada en los taxis colectivos. Funcionarios del Estado dicen que sin “la ayuda del pueblo, ni el gobierno ni las fuerzas del orden pueden solucionar los disimiles problemas de la sociedad”.

Yislén, psicóloga, opina que las motivaciones de esos chivatazos van desde la frustración y la envidia hasta el oportunismo. "Han sido más de seis décadas de adoctrinamiento. A veces la delación es un reflejo condicionado. Cuando lees comentarios en sitios de la prensa oficial como Cubadebate, muchas personas se quejan que en sus barrios o provincias les quitan la luz mayor cantidad de horas que en otros cercanos. O le piden a las autoridades que haya más apagones en La Habana. No son capaces de reclamar que no haya apagones para nadie ni de exigirles al gobierno que le dé una solución al déficit energético. Consideran que si yo sufro largos apagones, los demás también tienen que sufrirlo”.

Miguel, dueño de un bodegón que vende bebidas y alimentos, cuenta que “hay pensionados y trabajadores estatales que me han denunciado a las autoridades por los altos precios. Creen que las MIPYMES somos culpables de la crisis económica y la inflación. Esas personas jamás han comprado ni un caramelo pues sus bajos salarios no se lo permiten. He hablado con algunos y les he explicado que comparando los precios al cambio del dólar contra el peso en el mercado informal, los emprendedores, por lo general, vendemos más barato que en las tiendas MLC del gobierno”.

“Les digo que el segmento de mercado de las MIPYMES son los reciben remesas o ganan mucho dinero. No comprenden que nosotros no somos el problema, si acaso somos la solución para una fracción de la sociedad. Es muy difícil cambiar la forma de pensar en un país tan adoctrinado como el cubano. Las quejas debieran hacérselas al gobierno y reclamarle al Estado salarios justos y soluciones a la devaluación del peso y la crisis económica”, apunta Miguel.

Un ex oficial del DTI (Departamento Técnico de Investigaciones), considera que “la chivatería se ha convertido en un estilo de vida en Cuba. En los más de veinte años que trabajé como investigador policial, recibí innumerables denuncias. Incluso he visto delatar a una persona por una causa inventada simplemente porque le caía mal o se acostaba con su mujer”.

Los opositores políticos y periodistas independientes sufren con mayor rigor la delación. Recuerdo que un vecino del barrio tomaba nota de las matriculas de los autos que visitaban mi apartamento. Registraba en los latones de basura para averiguar lo que comía y guardaba las etiquetas de los jabones y frascos de champú, para probar ‘mi alto nivel de vida’. Estaba al tanto del reloj contador de mi apartamento, para ver si cometía fraude en el pago de la electricidad. Lo peor, supe años más tarde, que lo hacía por pura afición. No por encargo de la Seguridad del Estado.

Pero, por suerte, cada vez quedan menos soplones. Los que quedan suelen ser mayores de 60 años, personas frustradas que dieron sus mejores años en nombre de ‘la revolución de Fidel Castro’ y ahora viven olvidados, algunos rozando la indigencia.

Se debate mucho entre los cubanos de las necesarias y urgentes reformas económicas que permitan salir de la crisis sistémica que ha empobrecido al país. No existe ninguna garantía que con economía de mercado y el auge de negocios privados, el régimen castrista apueste po la democracia, la libertad de expresión y recuperar valores cívicos. Pero ante todo, debemos rescatar al ciudadano.

Iván García
Foto: Uno de los agentes de la Seguridad del Estado que vigilaba a la periodista independiente Luz Escobar, actualmente viviendo en España. Tomada de El Estornudo.

lunes, 15 de enero de 2024

Loar a dictadores y genocidas (III y final)

Según el escritor español Rafael Alberti (1902-1999), todos los grandes poetas se han comprometido con algo o con alguien. Él se comprometió con la ideología comunista, lo cual lo llevó a afiliarse a ese partido y a defender a ultranza su convicción política. Visitó la Unión Soviética en varias ocasiones, y cuando regresó del primer viaje que hizo en 1932, ya no era el mismo. En opinión del periodista Julio Merino, “se fue a Moscú siendo solo un poeta comunista y volvió siendo un propagandista comunista con un Dios llamado Stalin”.

Eso antes ya lo había hecho notar Luis Cernuda, quien afirmó: “Rafael se fue a Moscú siendo un Poeta Grande y ha vuelto siendo un poeta menor. ¡Allá él!”. Y en sus Estudios de poesía española contemporánea, el autor de La realidad y el deseo dijo de él que si con Marinero en tierra se hizo grande, con Consignas, su primera obra comunista, se rebajó hasta hacerse “un escritor superficial acomodado en un formalismo hueco”.

Como ha hecho notar Andrés Trapiello, quien con su importante libro Las armas y las letras aportó una mirada libre, minuciosa y completa sobre la literatura en la Guerra Civil española, a Alberti se le ha “blindado” no tanto por sus méritos como poeta, sino por sus ideas. Eso ha dado lugar a que, desde hace varios años, su actividad política en el conflicto bélico que enfrentó a republicanos y franquistas sea objeto de una viva polémica.

Bajo la poderosa influencia de la Rusia bolchevique, varios integrantes de la Generación del 27 experimentaron un proceso de radicalización ideológica. Ir al encuentro del pueblo pasó a ser su preocupación común. Estimulado por esos sueños de cambio, Alberti escribió poemas de tema político a favor de la República, aunque no faltaron quienes le criticaron su discutible calidad literaria. Asimismo, durante la Guerra Civil se dedicó a labores de agitación propagandística. Sin embargo, nunca llegó a pelear en el frente, razón por la cual no llegó a disfrutar de la admiración de los soldados. Algo que sí logró Miguel Hernández, a quienes los combatientes respetaban por haberse incorporado a las trincheras y lo consideraban un poeta del pueblo.

Alberti siempre permaneció en la retaguardia. Eso, según Trapiello, le permitió llevar una vida desahogada mientras el pueblo sufría los bombardeos enemigos. Esa actitud suya y de otros intelectuales defensores de la causa republicana provocó críticas. Uno de sus detractores más implacables fue Juan Ramón Jiménez, quien arremetió sin ambages contra aquellos escritores a los que calificó de “señoritos, imitadores de guerrilleros”, que exhibían por Madrid “sus rifles y sus pistolas de juguete” mientras vestían “monos azules muy planchados”. Jiménez hizo explícita la antítesis que la actitud de ellos representaba frente a la de Miguel Hernández, al que caracterizó como el único militante auténtico del grupo de poetas que apoyó la defensa de la República.

Cuando la causa republicana estaba perdida, Alberti organizó muy bien su partida de España. Él y María Teresa León tuvieron el privilegio de salir por avión desde el aeropuerto de Monóvar, Alicante, el mismo del cual partieron los máximos dirigentes del Partido Comunista. De acuerdo a lo que cuenta en su diario el escritor y diplomático chileno Carlos Morla Lynch, Alberti pudo incluir a Miguel Hernández en una lista de refugiados que debían ser acogidos en la embajada de Chile, pero no lo hizo, dejándolo desamparado y a merced de los vencedores. El autor de Viento del pueblo acabó en una prisión franquista, donde murió en 1942, cuando apenas tenía 31 años.

El primer lugar de destino de la pareja fue Francia. Pero allí fueron asediados bajo el estigma de ser “comunistas peligrosos”. Tras serles retirados sus permisos de trabajo, cruzaron el Atlántico y se refugiaron en Argentina, donde residieron hasta comienzos de la década de los 60. Durante su estancia en aquel país repartieron su vida entre un departamento en la zona de Recoleta, en Buenos Aires, una estancia en Córdoba llamada “El Totoral” y asiduas visitas a Punta del Este y a Chile. Finalmente, en 1963 trasladaron su residencia a Roma.

Muerto Franco, Alberti y María Teresa regresaron a España en 1977. El poeta fue elegido diputado al Congreso por el Partido Comunista, aunque no tardó en renunciar al puesto para dedicarse a su labor literaria. A causa de sus ideales republicanos, declinó ser postulado al premio Príncipe de Asturias, pero en 1983 el gobierno español le concedió el Premio Cervantes.

Alberti fue un huésped asiduo de la Unión Soviética, que para él era “el mejor país del mundo”. En su libro La vieja Rusia de Gorbachov, Félix Bayón expresa: “En 1932 estaba en todo su apogeo la deskulakización de Stalin, su lucha forzada y sangrienta por la colectivización de la tierra, que costó la muerte o el destierro a más de 10 millones de supuestos kulaks (pequeños campesinos prósperos)”. Ese mismo año Alberti visitaba la Unión Soviética, pero por supuesto no quiso darse por enterado de que miles de ciudadanos, principalmente campesinos, vivían bajo el terror de la escasez y la depuración.

También se encontraba allí de visita en 1937, cuando el dictador desató la Gran Purga. Pero difícilmente iba a tener ojos para la sangrienta ola de represión cuando él y María Teresa vivieron una experiencia inolvidable: pasaron más de dos horas con el líder soviético, al que calificaron de “sencillo y paternal”. El poeta dejó sus impresiones de aquel viaje en un artículo fechado en la capital rusa el 22 de marzo y titulado “Mi Moscú de 1937”. Este es el párrafo con que concluye aquel texto:

“¿Qué queréis, camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés, tiendas, almacenes. También he recorrido el Metro. Moscú se ensancha, crece, se perfecciona. Estáis alegres. Vivís cada vez mejor. Llega la primavera... Pero, cuando regrese a Madrid, permitidme que diga a sus defensores, a todos mis compañeros, que el Moscú de 1937, el mío, el que yo he visto y sentido, es el que, emocionado y con un solo pensamiento, abre todas las mañanas los periódicos para leer las crónicas de [Mijaíl] Kolzov o [Ilya] Ehrenburg y los telegramas venidos de allá lejos: de los frentes heroicos de la Libertad”.

El fallecimiento de Stalin en 1953 dio lugar a que Alberti escribiese un extenso y elogioso poema-lamento en homenaje a su admirado camarada. Se titula “Redoble lento por la muerte de Stalin”, y cuando se divulgó recibió juicios adversos por considerársele un tributo excesivo. Alberti lo inicia con la divulgación de la noticia: “va pasando la voz, nos va llegando/ tristemente la voz que nos lo anuncia./ José Stalin ha muerto”; para después pasar a referirse a la grandeza del dirigente, a quien califica de “padre y maestro”: “Se ha detenido un pensamiento./ Un árbol grande se ha doblado./ Un árbol grande se ha callado”. Y en la última parte, concluye con la idea de la muerte fecundante: “No has muerto./ Hablan por ti sus talleres,/ el hombre y la mujer nuevos./ No has muerto./ Sus piedras llevan tu nombre,/ sus construcciones tu sueño./ No has muerto./ No hay mares donde no habites,/ ríos donde no estés dentro./ No has muerto./ Campos en donde tus manos/ abiertas no se hayan puesto”. Creo que esas estrofas son suficientes para hacerse una idea del poema. Quienes deseen leerlo en su totalidad, no tienen más que buscarlo en la red.

En todo el poema no hay la más mínima alusión crítica a los crímenes cometidos durante la etapa en que Stalin estuvo al frente de la URSS. Tampoco la hubo en la obra que Alberti publicó en los años posteriores. A diferencia de otros intelectuales de izquierda, la revisión crítica de la actuación del líder hecha en el XX Congreso no conmovió la entereza de sus ideas ni su ceguera respecto a los abusos perpetrados por el dictador. Se negó a reconocer que este fue directamente responsable de masacres como la de los kulaks, durante las campañas de colectivización de los años 30; del Holodomor ucraniano de 1932-1933; de la Gran Purga de 1937; de la matanza de 22 mil oficiales militares y prisioneros de guerra polacos en el bosque de Katyn en 1940; de las deportaciones masivas de varias nacionalidades, que llevó a cabo a lo largo de sus tres décadas en el poder.

Precisamente unos pocos meses antes de que Alberti escribiera su poema, se cometió una de las matanzas que hoy apenas se recuerda. Es la conocida como la Noche de los Poetas Asesinados. Lleva ese nombre porque la noche del 12 al 13 de agosto de 1952, trece de los más destacados escritores, artistas, músicos y actores judíos de la Unión Soviética fueron ejecutados en secreto. Un decimocuarto acusado evitó el fusilamiento porque murió poco antes. Una decimoquinta era una destacada bioquímica y fue considerada demasiado vital “para el Estado”. Gracias a eso, se libró de la muerte a cambio de tres años y medio de prisión, seguidos de cinco de exilio en Kazajistán.

Varios de los detenidos formaban parte del Comité Judío Antifascista, una organización no gubernamental que había sido fundada en abril de 1942 con el apoyo de las autoridades soviéticas. Su objetivo era concientizar a los países occidentales para que incrementasen el apoyo político a la Unión Soviética contra la Alemania Nazi, así como para recaudar fondos y apoyo internacional para el esfuerzo bélico soviético. Miembros del Comité realizaron una gira por diversos países occidentales, y en Estados Unidos fueron recibidos por el propio Albert Einstein.

Asimismo, en Nueva York participaron en un multitudinario acto de apoyo a la Unión Soviética, que congregó a más de 50 mil personas, y en el cual habló el actor y cineasta Charlie Chaplin. El resultado de aquella gira se materializó en la recaudación de más de 30 millones de dólares, además de equipos médicos, ambulancias y medicinas. El Comité fue además una herramienta de la cual se aprovechó el régimen estalinista para hacerse un lavado de cara en el extranjero.

En 1947, la Unión Soviética dio su voto favorable a la Resolución 181 de las Naciones Unidas, que aprobó la creación del Estado de Israel. Eso no significaba que Stalin fuese amante del pueblo judío. De hecho, era un profundo antisemita y décadas atrás había ordenado a Jruschov avivar el antisemitismo en Ucrania. Suyas son estas espeluznantes palabras: “Hay que darles palos a los buenos trabajadores de la fábrica para que les den una buena paliza a esos judíos”.

Pero al aprobar la creación de Israel, albergaba la esperanza de que el naciente Estado de Israel se aliara a la Unión Soviética en la guerra fría que sostenía contra Estados Unidos. Algunos historiadores sostienen que esa votación favorable también estuvo motivada por el deseo de Stalin de que, una vez creado ese Estado Judío, muchos de estos abandonarían la URSS y se irían a Israel, de modo que así podría deshacerse de ellos. Pero Israel eligió como aliado a Estados Unidos de Norteamérica, lo cual provocó que Stalin pasara a considerar a todos los judíos como traidores y “cosmopolitas desarraigados”. El antisemitismo que antes se escondió tras la esvástica nazi, pasó a guarecerse tras la hoz y el martillo.

A fines de 1948 el Comité Judío Antifascista fue disuelto y comenzó la caza de brujas contra sus integrantes. Según revelaron años después los archivos soviéticos, en diciembre del 1947 Stalin ordenó a Viktor Abakúmov, ministro de Seguridad, el asesinato de Salomón Mijoels, quien era el Director Artístico del Teatro Estatal Judío de Moscú y miembro del Comité Judío Antifascista. El 13 de enero de 1948, los agentes de Abakúmov atropellaron a Mijoels en la ciudad de Minsk, Bielorrusia, simulando el asesinato como un accidente de tránsito.

Los líderes y activistas del Comité fueron objeto de apresamiento. Las detenciones estuvieron firmadas por orden directa de Stalin. Los arrestos se realizaron entre septiembre de 1948 y junio de 1949. A los quince detenidos se les acusó falsamente de espionaje y traición, así como de muchos otros delitos. Uno de ellos fue conspirar para instaurar un estado judío en Crimea, desde donde supuestamente Estados Unidos invadiría luego la URSS. Después de los arrestos, los prisioneros fueron torturados, golpeados y aislados durante tres años antes de que se les acusara formalmente. Uno de ellos, que era sindicalista e historiador, llegó a decirle al tribunal militar que, después de cada paliza, “estaba dispuesto a confesar que era el sobrino del Papa y que actuaba por órdenes directas suyas”.

El llamado juicio duró seis semanas. Desde el principio fue una parodia, ya que el veredicto estaba decidido de antemano. A los acusados, la mayoría de los cuales eran poetas y figuras literarias para quienes el Comité significaba una causa y no una profesión a tiempo completo, se les negó un abogado defensor. Incluso Alexander Cheptsov, el juez militar que presidía el caso, se quejó de la escasez de pruebas, pero los altos mandos del régimen estalinista desestimaron su reclamo.

Todos los inculpados fueron declarados culpables. Como ya apunté, esa fatídica noche de la historia se conoce con el nombre de la Noche de los Poetas Muertos porque varios de los asesinados eran escritores judíos en hebreo y en yiddish. Dos años después de la muerte de Stalin, comenzaron a filtrarse los primeros datos de aquel crimen. El caso fue reabierto por el régimen de Kruschev y la condena fue anulada. Pero para los trece miembros del Comité Judío Antifascista que murieron fusilados, ya era tarde.

Como ocurrió con los otros crímenes perpetrados por su adorado camarada, resulta cuando menos curioso que Alberti tampoco supiera nada del asesinato de aquellos trece judíos. ¿No oyó nunca mencionar los nombres de Peretz Markish, David Hofstein, Itzik Fefer y Leib Kvitko, quienes al igual que él también eran poetas? Cabe preguntarse, como se hizo en Cartas a la Directora (El País, 26 julio de 1985): ¿tendría esa ceguera u olvido algo que ver con el Premio Stalin por él recibido?

En esta serie de tres trabajos me he ocupado de autores hispanoamericanos que dedicaron poemas a mayor gloria de Stalin. Pero aunque fueron contados, también hubo quienes tuvieron el valor de criticarlo. Huelga decir que hacerlo dentro de la propia Unión Soviética podía costar la vida. El caso que mejor lo ilustra es el de Osip Mandelstam (1891-1938), a quien se considera uno de los grandes poetas rusos del siglo pasado. Escribir un poema contra Stalin le costó que lo denunciaran y arrestasen en mayo de 1934. Se le condenó a tres años de destierro en los Urales, pero Nikolái Bujarin intercedió ante Stalin para que le permitiese cumplir la condena en Vorónezh.

Poco tiempo después al propio Bujarin lo ejecutaron y Mandelstam fue arrestado de nuevo en 1938. Se le condenó a cinco años que debía cumplir en el campo de trabajo forzado de Kolymá, pero ese mismo año murió en un campo de tránsito. Como recordó su esposa Nadiezhda, Mandelstam le comentó: “Este es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso”.

En el invierno de 1934 cuando paseaban por un parque de Moscú, Mandelstam le leyó a su amigo Boris Pasternak un poema escrito por él tras haber presenciado las ejecuciones masivas de kulaks y la terrible hambruna de Crimea. En un artículo publicado en el diario ABC, Eduardo Jordá relata que “cuando Pasternak oyó el poema, se quedó petrificado. Nadie, en ningún sitio, se había atrevido a escribir nada igual. Y enseguida, casi temblando, le pidió a Mandelstam que se olvidara de todo lo que acababa de suceder: «Lo que me ha recitado usted —balbuceó— no tiene relación alguna ni con la literatura ni con la poesía. No es un hecho literario sino un acto suicida que no apruebo y del cual no quiero tomar parte. Usted no me ha recitado nada y yo no he escuchado nada, y le pido que tampoco se lo lea a nadie más»”.

Mandelstam, sin embargo, hizo oídos sordos al consejo de Pasternak. En lugar de lo que este le pidió encarecidamente, cometió el acto suicida de leerlo ante un grupo de nueve amigos y conocidos aquel mismo invierno. La Unión Soviética era ya un estado totalitario en el que se habían instaurado las delaciones y las escuchas de la policía política. Una de aquellas personas, cuyo nombre no figura en los archivos de la NKVD, predecesora de la KGB, se apresuró a denunciar a Pasternak. Gracias a eso, la policía secreta supo de la existencia del poema e incluso se hizo con una copia del mismo. Se titula “Epigrama contra Stalin” y en opinión del citado Jordá, es una de las cumbres de la poesía política del siglo XX. Y agrega: “Por eso me permito transcribirlo, en la inmejorable versión del escritor cubano José Manuel Prieto”. A continuación, este cronista sigue su ejemplo.

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.
Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
solo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
a uno al bajo vientre, al otro en la frente,
al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de osetio.

Voy a finalizar este trabajo con un ejemplo más cercano en el tiempo y con más vinculación con los cubanos. Hoy el nombre de Stefan Baciu (1918-1993) solo lo recuerdan quienes pertenecen a generaciones anteriores, pero en las décadas de los 50, los 60 y los 70 se le conocía en toda Latinoamérica. Poeta, ensayista, memorialista, periodista, crítico de arte, traductor, profesor universitario, fue un hombre que se dedicó a promover la literatura de su país en el extranjero. Fue además un gran conocedor de la escrita en Latinoamérica.

Optó por el exilio a fines de los años 40, cuando renunció a su cargo de agregado de prensa de la legación de su país en Berna, Suiza. Lo hizo como protesta por la política represiva del gobierno socialista que se había instaurado en Rumanía, a donde nunca más regresó. Tras algunos años en Europa, en 1949 Baciu arribó con su esposa a Brasil, donde trabajó como periodista, escritor y comentarista de política internacional. Entre 1953 y 1962 fue redactor del diario Tribuna da Impresa. Asimismo, fue secretario general de la Asociación Brasileña del Congreso por la Libertad de la Cultura y dirigió la revista Cuadernos Brazileros. Por esos años se dedicó a viajar por distintos países de Latinoamérica, para recopilar información sobre sus literaturas.

Su encuentro con el poeta francés Benjamin Peret en 1955 le dio a Baciu la idea de preparar la Antología de la poesía surrealista latinoamericana, que tuvo amplia circulación y de la cual se hicieron dos ediciones. El escritor rumano dejó una extensa obra, compuesta por libros de poesías, memorias, traducciones y ensayos, además de una gran cantidad de artículos y estudios publicados en varios idiomas. A él se debieron también traducciones al español de autores rumanos como Lucian Blaga y Marin Sorescu, así como de los poetas jóvenes. Asimismo, impartió cursos de literatura hispanoamericana en la Universidad de Seattle y luego pasó a ejercer la docencia en la Universidad de Honolulu, donde vivió hasta su muerte.

De acuerdo a referencias que aparecen en sus escritos, Baciu conoció en México a Ernesto Guevara y a Fidel Castro. En su trabajo periodístico establecía cuatro categorías de entrevistas y al referirse a una en particular expresó: “En la segunda categoría solo cabe uno: mi ex amigo Fidel Castro Ruz, entrevistado por mí en tres ocasiones, entre 1956, cuando apenas era un líder anónimo, y marzo de 1959, siendo el jefe de una revolución victoriosa. Fue cuando me di cuenta de que detrás de su ‘humanismo’ los Osmany Cienfuegos, Che Guevera y Compañía, estaban preparando el comunismo”.

La cita pertenece a su libro Cortina de hierro sobre Cuba (1961), en el que plasmó las impresiones de su estancia en Cuba. A diferencia de otros testimonios de esa etapa, en el suyo Baciu dejó una imagen crítica de la Revolución Cubana. Escribió además un poema con el que voy a poner punto final a este trabajo. Se titula “Yo no canto al Che”, y al mismo pertenecen este fragmento:

Yo no canto al Che
como tampoco he cantado a Stalin;
con el Che hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón de La Cabaña.
Yo no canto al Che,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Che (los cantores de Stalin),
yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 17 de noviembre de 2023.
Foto: Rafael Alberti y María Teresa León en uno de sus viajes a la Unión Soviética. Tomada de Cubaencuentro.

lunes, 8 de enero de 2024

Loar a dictadores y genocidas (II)

En septiembre de 1937, el poeta y dramaturgo español Miguel Hernández (1910-1942) viajó a la Unión Soviética,donde permaneció del 1 de septiembre al 5 de octubre. como parte de la delegación oficial que el gobierno de la II República Española envió para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Visitó Moscú, Leningrado, Kiev y Járkov. Sus impresiones de aquella estancia en “la patria espiritual de los trabajadores” las plasmó en tres poemas: “España en ausencia”, “Rusia” y “La fábrica-ciudad”. También escribió un artículo titulado “La URSS y España, fuerzas hermanas”, al cual pertenece este fragmento:

“En los pueblos de la URSS como en los de España late un sentimiento familiar, fraternal de la vida, cegado en otros países, y en los del dominio fascista sobre todo, por un resentimiento de castrados incapaces de convivir con sus semejantes y sólo capaces de hacer arma mortífera de sus calamidades y defectos (...) En los trenes, en las calles, en los caminos, donde menos se esperaba, el pueblo soviético venía hacia nosotros con los brazos tendidos de sus niños, sus mujeres, sus trabajadores. España y su tragedia tienen una resonancia profunda en el corazón popular de la URSS; y yo he traído de allá una emoción y una decisión de vencer, exasperada por el entusiasmo que vi reflejado en cada boca, en cada mirada, en cada puño de aquellos habitantes que aprendieron desde lejos gritándola nuestra dura consigna de no ser vencido: ¡No pasarán!”.

En Járkov visitó sus enormes fábricas de tractores, a las cuales dedica un impresionante poema titulado: “La fábrica-ciudad”, que más tarde incluyó en su libro El hombre acecha (1937-1938). En ese texto expresa su admiración por la potencia industrial soviética que ve desarrollarse ante sus ojos. Eso lo adelanta en la breve nota que agrega debajo del título: “(En una ciudad de la URSS –Jarkov– he asistido al nacimiento multiplicado, numeroso, rápido del tractor)”. Es, ya digo, un hermoso poema, del cual extraigo estos versos: “Id conmigo a la fábrica-ciudad: venid, que quiero/ Contemplar con los pueblos las creaciones violentas,/ La gestación del aire y el parto del acero,/ El hijo de las manos y de las herramientas./ La fábrica se halla guardada por las flores,/ Los niños, los cristales, en dirección al día./ Dentro de ella son leves trabajos y sudores,/ Porque la libertad puso allí la alegría”.

Al igual que ese texto, “Rusia” pasó a integrar su libro El hombre acecha. Se trata de una oda a la Unión Soviética, en la que el poeta, como apunta Josep Esquerrà i Nonell, “trata de abarcar con su ideal mirada la extensa tierra que recorre, «nación del trabajo y la nieve», la patria del comunismo, última utopía cristiana y esperanza para la España en guerra, necesitada de ayuda internacional”. Por el interés que tiene en cuanto al tema de este trabajo, reproduzco las estrofas cuarta, quinta y sexta:

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.
Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

A propósito de ellas, en su artículo “Miguel Hernández en el país de los soviets” el antes citado Esquerrà i Nonell sostiene que “Hernández, como una gran parte de los poetas, artistas e intelectuales de su tiempo, creyó en la persona de Stalin llevado por sus ideales revolucionarios. Tal vez otros atraídos por Stalin sean menos inocentes aun que el propio oriolano, que emprendió su primer y último viaje a la «gran patria socialista» en medio de una guerra espantosa en el que las llamadas democracias europeas aislaron a España internacionalmente. Recordemos, por ejemplo, las no tan ingenuas composiciones escritas a posteriori como ‘Oda a Stalin’ de Pablo Neruda, compuesta en 1953, ‘Redoble lento por la muerte de Stalin’ de Rafael Alberti, o ‘Stalin, Capitán’ del cubano Nicolás Guillén, solo por citar tres ejemplos bien significativos. Y es que la postura de Pablo Neruda o Nicolás Guillén, pese a toda la admiración que me despiertan como poetas, tiene, en este caso, más de emocional que de ideológica. Es decir, su adhesión al comunismo tiene una raíz más religiosa que política, si examinamos con detenimiento el caso”.

Algo a destacar es que, a diferencia de Neruda, Alberti, Guillén y otros de los que cantaron a Stalin, la admiración por él de Hernández respondía a una integridad ideológica que mantuvo hasta sus últimos días. Antes de regresar a España, hizo estas declaraciones que aparecieron en Literatúrnaia Gasiéta: “Al regresar a España volveré a las trincheras. Allí está mi puesto, allí está el lugar de cada español honrado que, no de palabra, sino de hechos, se esfuerza por ver a su patria y a todo el mundo libre de fascismos”. Unas trincheras que no pisaron ninguno de los otros adoradores del déspota del Kremlin.

Y aunque no menciona a Stalin, quiero dar noticia de un poema que es toda una curiosidad. Lo digo porque al autor que lo firma nadie lo asociaría con la poesía de carácter político, sino con los versos románticos de amor y desamor, de desencanto y melancolía. En el número correspondiente al 4 de octubre de 1942, la revista Bohemia publicó este poema de José Ángel Buesa, que pienso merece ser reproducido íntegramente:

“Oda al Ejército Soviético”

I
Aquí la noche es clara y hay rosas en los huertos,
y la brisa del trópico trae un rumor de olas...
Allá, sobre ciudades de ruinas y de muertos,
los Stukas nocturnos siembran siniestras amapolas.
Aquí cantan los pájaros en cada nuevo día,
y la mujer sonríe, y el niño se divierte;
Aquí la vida es bella todavía:
¡Allá, la vida es solo luchar hasta la muerte!
Pero allá, en las cenizas de los campos de trigo,
inconmoviblemente, frente al teutón frenético,
dando siempre la cara al enemigo,
está el Ejército Soviético!
Allá estás, camarada, defendiendo tu idea,
y ni cien mil cañones acallarán tu voz,
pues donde el garabato de la suástica ondea,
la Luna, como un símbolo, tiene la curva de una hoz!
Por eso, nada importa si el invasor avanza,
pues tú, retrocediendo, combates hasta el fin,
y te anima, en el odio y la venganza,
la sombra augusta de Lenin!
Que entren los mariscales de monóculo y fusta,
y el rebaño de nazis de cerebro sintético;
que allí, fusil en mano, detrás de las trincheras,
está el Ejército Soviético!
Que entren, con un estruendo de máquinas guerreras,
vociferando himnos en su idioma confuso;
que allí, fusil en mano, detrás de las trincheras,
los espera a pie firme el pueblo ruso!
Que entren, y que, paseen su jactancia prusiana,
rajando las trompetas en su triunfo hipotético:
Detrás de cada árbol, desde cada ventana,
los acecha el Ejército Soviético!
El agua, porque es pura, se evapora a su paso,
y el viento, porque es libre, los increpa;
y en su avance orgulloso, de la aurora al ocaso,
solamente conquistan el gran silencio de la estepa!
Que entren, ya esa tierra los conoce,
y el fango del otoño, y el horizonte hermético;
y, como en el glorioso 1812,
los detendrá el Ejército Soviético!
II
Camarada del frente:
Todos los hombres libres, con un gesto viril,
muy pronto empuñarán resueltamente
su fusil!
Tú, que ensanchas el tórax ante el viento funesto:
Allá, en una trinchera, mi puesto está vacío
pero quizás mañana ya iré a ocupar mi puesto,
pues lo que tú, defiendes, que es tuyo, es también mío!
Tú te bates por todos los hombres libres de la tierra;
Por un concepto eterno das tu vida fugaz;
y todos nos iremos a ganar, en la guerra,
el derecho supremo de morirnos en paz!
Por eso iremos todos —y ya se acerca el gran instante—:
Por eso iremos todos a luchar como tú,
y con tu misma decisión triunfante
de Stalingrado y de Moscú!
Todos acudiremos, compañero del frente,
porque esta vez no ha de morirse en vano;
porque esta vez, definitivamente,
blanco, amarillo y negro, se estrecharán la mano!
Sí: Yo veo una aurora tras la noche sombría,
una aurora inmortal que ya se expande:
Por eso, camarada, afina bien la puntería,
porque vas a matar por algo grande!
Todos los hombres libres lucharemos contigo,
y en un esfuerzo unánime lograremos vencer;
y, una vez más, tendrá la estepa su horizonte de trigo;
y habrá otra vez en tus canciones una sonrisa de mujer!
Por los cielos pacíficos verás pasar las golondrinas,
y el humo de las fábricas anocheciendo el sol;
y surgirán alegres ciudades de las ruinas
de Leningrado y de Sebastopol!
Por vez primera, entonces, será alegre el trabajo;
Por vez primera, entonces, todos los hombres se sonreirán,
pues para entonces, en el mundo no habrá arriba ni abajo,
y los hijos de todos los hombres tendrán pan!
Por eso os digo a todos: ¡Buena suerte!
Feliz el que regrese, porque tendrá una hermosa bienvenida.
No, hombres libres del mundo: No será inútil nuestra muerte,
que esta vez moriremos viendo nacer la vida!”.

Retomo este repaso a los poetas que dedicaron obras a Stalin. En esa nómina se inscribe el español Pedro Garfias, quien en la revista Nuestro Tiempo (diciembre de 1951) publicó su “Romance de Stalin en el 72 aniversario de su nacimiento”. Está incluido en sus Poesías Completas, donde también figura un “Canto a Stalin”, dedicado a Juan Rejano. Tras el fallecimiento del dictador, en las páginas de esa misma publicación vio la luz “Y los pueblos de España…”, de César M. Arconada (julio de 1953), quien unos meses antes había dado a conocer en la revista España Popular su “Eternamente Stalin”. En ese mismo número apareció un texto en prosa titulado “Stalin”, firmado por María Teresa León.

Otro autor que quiso expresar poéticamente su dolor por la muerte de Stalin fue Jorge Semprún (1923-2011). Lo hizo en “Juramento español en la muerte de Stalin”. El poema fue leído ante miles de refugiados políticos españoles, que se hallaban reunidos en una sala de París, en un acto en homenaje a la memoria de Stalin, y de él son estos versos: “Se nos ha muerto el padre, el camarada,/ se nos ha muerto el Jefe y el Maestro,/ Capitán de los pueblos, Arquitecto/ del Comunismo en obras gigantescas./ Se nos ha muerto. Ha muerto. No hay palabras./ Redoblen los tambores del silencio./ Se nos ha muerto Stalin, camaradas./ Apretemos las filas en silencio”.

Acerca de aquel texto, en su Autobiografía de Federico Sánchez (1977) Semprún recordó: “Escribí este poema en el mes de marzo de 1953, a las pocas horas de anunciarse oficialmente la muerte de Stalin. No lo escribí por encargo, fue algo que salió espontáneamente de lo más profundo de mi conciencia enajenada. El poema fue leído al final de un acto conmemorativo, ante miles de refugiados políticos españoles reunidos en la Sala Pleyel, en París. No se dijo quién era el autor de aquel poema. Fue la mía una voz anónima, la voz de los comunistas allí congregados. Luego se publicó. (...) Vuelvo a ojear ese poema con la desesperada tristeza que hoy provoca en mí”.

Aparte de Pablo Neruda, la otra figura icónica de la intelectualidad comunista fue sin duda el español Rafael Alberti. Su espíritu militante y comprometido hizo que durante la Guerra Civil se dedicara a dar mítines, emitir soflamas radiofónicas y publicar folletos, boletines y una revista para los combatientes. Sin embargo, a diferencia de Miguel Hernández, que no dudó en compartir la suerte de los combatientes, Alberti nunca llegó a ser soldado ni a luchar en el frente. A él y a su pareja María Teresa León se les veía vestidos con mono azul y pistola al cinto, desarrollando una frenética labor para que el Frente Popular lograse la victoria. Eso sí, siempre se cuidaron de mantenerse lejos del peligro. En 1953, Alberti escribió un extenso y sentido poema en homenaje al camarada Stalin, quien acababa de morir. Pero de ese texto y de otros aspectos de su trayectoria me ocuparé en el trabajo de la semana próxima.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 10 de noviembre de 2023.
Foto: La Puerta de Alcalá en Madrid durante la II República. Tomada de Cubaencuentro.

lunes, 1 de enero de 2024

Loar a dictadores y genocidas (I)

“Ya no tocan trompetas por él,/ y en Siberia ya hiberna hasta el oso,/ pues después se detuvo el sollozo/ y más tarde cayó el muro cruel./ Todavía le queda algún fiel/ que no pudo aceptar su caída,/ solo queda su estatua derruida/ y el lamento en una triste oda…/ ¡Yo levanto mi voz de rapsoda/ contra todo opresor homicida!”.

Estos versos los he tomado de la “Oda en repudio a Stalin”, que el escritor argentino Rubén Rada dio a conocer en 2018. Como bien expresa en ellos, hoy casi nadie entona loas a quien en vida fue enaltecido como ejemplo de “esa unión de la fuerza, y determinación incorruptibilidad, organización, humildad, indignación y sensibilidad que caracterizan a un comunista”. Pero que tras su muerte, pasó a ser reconocido como lo que realmente fue: uno de los dictadores más sanguinarios y brutales de la historia. Un hombre que, tras la muerte de Lenin, convirtió el Partido Comunista en sus dominios personales.

La verdad sobre la ola de crímenes, hecha de purgas y deportaciones, empezó a ser revelada en el “informe secreto” leído por Nikita Jrushov, su sucesor, en febrero de 1956 en el XX Congreso del PCUS. Por primera vez se atacaba públicamente la figura del dictador, lo cual significó en su momento un giro de 180 grados para la historia de la Unión Soviética y del siglo XX.

La Unión Soviética inició entonces un largo y tortuoso camino para sacudirse el engorroso y vergonzoso legado de su líder. Al referirse al mismo, en un editorial del diario francés Le Monde del 7 de marzo de 1953, se expresaba: “El estalinismo se reduce a esto: es una revolución sin romanticismo, conducida con una voluntad implacable, sin concesiones al sentimentalismo ni a la piedad, con el objetivo de imponer la felicidad a la humanidad”.

Hoy, como expresa Rada, ya nadie se atreve a hacer sonar las trompetas por Stalin. Es cierto que quedan intelectuales de la izquierda postmarxista que no se han despojado aún de su idiotez, pero se cuidan muy bien de no hacerla pública. Pero cuando el déspota del Kremlin estaba vivo, ¡cuántos autores de renombre le dedicaron loas y cantaron sus grandes méritos políticos y sus inmensas cualidades humanas! Valdría la pena recoger sus textos en una antología para que las nuevas generaciones tuviesen una idea de la ceguera o de la infamia, según se mire, de esas figuras.

Por cierto y antes de referirme a ese tema, vale la pena recordar un aspecto de la personalidad de Stalin hoy olvidado. Como ha comentado el escritor vallisoletano Eduardo Voga, “antes de hacerse un virtuoso de la matanza, Stalin escribió seis poemas en alabanza del paisaje, la historia y la literatura georgianas”. Fue una breve faceta de su niñez y adolescencia, para la cual adoptó el seudónimo de Soselo, apelativo de cariño con el que su familia lo llamaba. Aunque se conservan pocos de aquellos escarceos como autor, algunos de ellos vieron la luz en prestigiosas revistas literarias de su país natal.

Empiezo esta ojeada a quienes dedicaron poemas a Stalin, aunque aclaro que me limitaré a los de habla hispana. Lo haré con un texto que no sé si los cubanos de las nuevas generaciones conocen. Al mismo pertenecen estos versos: “Stalin, Capitán,/ a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún/ A tu lado, cantando, los hombres libres van:/ el chino, que respira con pulmón de volcán,/ el negro, de ojos blancos y barbas de betún,/ el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán./ Stalin, Capitán./ Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón./ Mil siglos se desploman rodando sin contén./ (…) Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…/ A tu lado, cantando, los hombres libres van:/ el chino, que respira con pulmón de volcán,/ el negro, de ojos blancos y barbas de betún,/ el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán…/ ¡Stalin, Capitán,/ los pueblos que despierten junto a ti marcharán!”.

El poema se titula “Stalin, Capitán” y lo escribió Nicolás Guillén (1902-1989), quien lo inicia pidiendo para el homenajeado la protección de dos de las divinidades afrocubanas. Apareció por primera vez en la compilación Ofrenda lírica de Cuba a la Unión Soviética (Frente Nacional Antifascista, La Habana, 1942). Posteriormente su autor lo incluyó en El son entero. Suma poética 1929-1946 (1947), donde figura como “Una canción a Stalin”. En su libro Mea Cuba, Guillermo Cabrera Infante comentó que, a pesar de sus versos a Stalin, a Lenin y a la Unión Soviética, Guillén no había sido un intelectual estalinista: “Nunca fue un bon mourant sino un bon vivant y un artista inseguro al que el comunismo le ofrecía un nicho en la noche”.

Hay dos libros cuyos títulos no dejan duda de su contenido: Canciones a Stalin (1944) y Oda a Stalin (1945). El primero es de la cubana Emma Pérez Téllez (1900-1988), y es la única obra suya que nunca he podido consultar. En la Biblioteca Nacional José Martí no la tienen, tampoco en la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami. De modo que me limitaré a apuntar que fue escrita durante la etapa en que ella se vinculó al Partido Socialista Popular. En esos años tuvo una columna fija en el periódico Noticias de Hoy.

Sobre el peruano Alberto Hidalgo ya he escrito en este mismo diario. Fue un personaje que se distinguió por su afán provocador. Escribió libelos como Hombres y bestias, Jardín Zoológico y Muertos, heridos y contusos, pues se consideraba “un libelista nato”. Uno de sus poemarios se titula Odas en contra, y en él justifica el panfleto como género literario. Al igual que el libro de Pérez Téllez, su Oda a Stalin no he podido leerla, pues en las librerías de segunda mano los ejemplares que hay en venta tienen precios inaccesibles.

En opinión de su compatriota Julio Teodori de la Puente, Hidalgo tuvo un “ego” desmesurado, era homofóbico, antisemita y racista. Y expresa que “no extraña, entonces, que se ubicara en posiciones ideológicas inconciliables (como el socialismo y el fascismo) solamente para llamar la atención, escandalizar, o zanjar cuentas contra alguien”.

Y en cuanto al asunto por el cual aparece citado aquí, Teodori de la Puente sostiene que “si Alberto Hidalgo escribió un libro encomiástico hacia un tirano, como la Oda de Stalin, se debe, según nuestra interpretación, a que «proyectaba» su narcisismo (para decirlo según la jerga del psicoanálisis) a individuos que fomentaban el «culto a la personalidad», lo cual era muy característico de sí mismo”.

Pero seguramente el poema sobre esta temática que vendrá a la mente de muchos lectores es la controvertida Oda a Stalin del chileno Pablo Neruda (1904-1973). Es también de todos el poema que más tinta ha hecho correr, pues lo firmó uno de los grandes poetas de nuestro idioma. El poeta que había defendido la república española y dedicado versos para denunciar las masacres cometidas por el franquismo, prestaba su pluma para cantar y hacer el elogio fúnebre del dictador que solo en 1938 hizo ejecutar a 48 mil dirigentes del Partido Comunista.

A fines del mismo año en que éste murió, Neruda recibió el Premio Stalin de la Paz, que otorgaba la Sociedad de Escritores Soviéticos. El poeta revela en sus memorias que antes de su fallecimiento, el propio Stalin lo ayudó a recibir aquel galardón. En 1952, al enterarse del nombre de los galardonados, preguntó por qué Neruda, quien formaba parte del jurado, no estaba entre los premiados. Advertido sobre esta inquietud, Neruda no asistió a las sesiones del jurado para discutir los seleccionados de 1953 “debido a haberse encontrado con su salud resentida”. Se sintió muy honrado al recibir el premio y declaró: “No puedo olvidar que esta recompensa por la paz lleva el nombre de Stalin, lo que es una responsabilidad nacional e internacional”.

Ya de sus primeros versos, Neruda plasma la honda impresión que le causó el fallecimiento del dirigente a quien antes llamó “el más humano de los hombres”: “Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,/ descansando de luchas y de viajes,/ cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano./ Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una ola grande./ De algas, metales y hombres, espuma y lágrima estaba hecha esta ola…”.

Es oportuno anotar que aquel texto casi llega a dejar a su autor sin el Premio Nobel. De acuerdo a las actas que la Academia Sueca desclasificó en 2022, algunos miembros del comité criticaron su filiación comunista y, en especial, su estalinismo. Pero acabaron por otorgárselo, mientras que no se le concedió a Jorge Luis Borges por haber recibido una condecoración de Augusto Pinochet, durante su visita a Chile en 1976.

En su extenso poema, Neruda no escatima elogios para el recién fallecido: “Junto a Lenin/ Stalin avanzaba/ y así, con blusa blanca,/ con gorra gris de obrero,/ Stalin,/ con su paso tranquilo,/ entró en la Historia acompañado/ de Lenin y del viento./ Stalin desde entonces/ fue construyendo. Todo/ hacía falta. Lenin recibió de los zares/ telarañas y harapos./ Lenin dejó una herencia/ de patria libre y ancha./ Stalin la pobló/ con escuelas y harina,/ imprentas y manzanas./ Stalin desde el Volga/ hasta la nieve/ del Norte inaccesible/ puso su mano y en su mano un hombre/ comenzó a construir./ Las ciudades nacieron./ Los desiertos cantaron/ por primera vez con la voz del agua./ Los minerales/acudieron,/ salieron/ de sus sueños oscuros,/ se levantaron,/ se hicieron rieles, ruedas,/ locomotoras, hilos/ que llevaron las sílabas eléctricas/ por toda la extensión y la distancia./ Stalin/ construía./ Nacieron/ de sus manos/ cereales,/ tractores,/ enseñanzas,/ caminos,/ y él allí,/ sencillo como tú y como yo,/ si tú y yo consiguiéramos/ ser sencillos como él./ Pero lo aprenderemos./ Su sencillez y su sabiduría,/ su estructura/ de bondadoso pan y de acero inflexible/ nos ayuda a ser hombres cada día,/ cada día nos ayuda a ser hombres”.

Desde 1945, Neruda militaba en el Partido Comunista Chileno, que durante casi todo el siglo pasado se distinguió por ser uno de los más sumisos de todos los partidos de esa ideología. En su historial acumula hechos tan ignominiosos como haber aplaudido el aplastamiento de la Primavera de Praga, la construcción del muro de Berlín, la invasión soviética a Afganistán. Su total sometimiento a las directivas del Kremlin fue tal, que en el ambiente político nacional se acuñó la frase “cuando llueve en Moscú, los comunistas chilenos abren los paraguas en Santiago”.

Cabe entonces pensar que al dedicar su poema al fallecido Stalin, Neruda no hizo más que aquello a lo cual lo obligaban. En su inteligente artículo “Neruda, el Poema de la Maldad”, Fernando Mires aporta un razonamiento digno de atención: “¿Orden del Partido? Y aunque así hubiera sido. Neruda era quizás el único comunista chileno que podía permitirse no acatar alguna orden del Comité Central sin recibir ninguna sanción. Su prestigio era muy grande, y su pertenencia al comunismo chileno era un capital enorme que «el Partido» jamás podría despilfarrar. No, eso no cuenta”.

Mires además añade otro aspecto que resulta difícil obviar: “El problema es que la ‘Oda a Stalin’ no sólo no es un poema malo (hasta Neruda tiene algunos), es un poema grandioso; es extraordinario. Por Dios, no nos hagamos más los huevones: estamos frente a un poema sinfónico, ante estrofas maravillosas; frente a versos cósmicos. Cualquiera que entienda algo de literatura no puede sino decir, si es honesto, que la ‘Oda a Stalin’ es una «obra magna». Y ahí, justo ahí, reside el nudo del problema. No se trata de un poemilla de medio pelo, sino de una de las más bellas dedicatorias a la maldad escritas por algún ser humano. ¿Cómo manejar tan tremenda contradicción?”.

Hay quienes justifican que Neruda escribiera ese poema con el argumento de que, al igual que muchos intelectuales de izquierda, desconocía la magnitud de los crímenes cometidos durante el estalinismo. Se trata de un juicio difícil de sustentar. Las acusaciones hechas por Jrushov en el XX Congreso solo vinieron a sacar a la luz lo que desde hacía años constituía un secreto a voces. No hay más que recordar que décadas antes varios escritores se atrevieron a denunciar lo que estaba ocurriendo. Lo hizo Evgueni Zamiatin en su novela distópica Nosotros (1920). Lo hizo André Gide en su Regreso de la URSS (1936), donde califica a la Unión Soviética como “un país de verdugos, víctimas y aprovechados”. Lo hizo, en fin, George Orwell en sus novelas Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1948).

¿Puede aducirse entonces como disculpa que el autor de la “Oda a Stalin” desconocía esa realidad porque vivía en las nubes? Quien firma estas líneas comparte, por el contrario, la opinión de Mires de que Neruda, “como sucedió con cientos de intelectuales occidentales, fue un cómplice de la maldad”.

En su autobiografía Confieso que he vivido (1974), Neruda asegura que aquel fue el único poema que dedicó “a esa poderosa personalidad”. Sin embargo, quienes se tomen el trabajo de leer su obra y repasar libros como Tercera residencia (1947), Canto general (1950) y Las uvas y el viento (1954), comprobará que desde sus inicios la figura de Stalin está presente en su poesía y constituye un tema cardinal de ella. Y ya que aludí a Confieso que he vivido, reproduzco este fragmento en el cual se autoexculpa por su idolatría por el dictador: “Esta ha sido mi posición: por sobre las tinieblas, desconocidas para mí, de la época estalinista surgía ante mis ojos el primer Stalin, un hombre principista y bonachón, sobrio como un anacoreta, defensor titánico de la revolución rusa. Además este pequeño hombre de grandes bigotes se agigantó en la guerra; con su nombre en los labios, el Ejército Rojo atacó y pulverizó la fortaleza de los demonios hitlerianos”.

Es justo decir que, aunque hasta el fin de sus días se mantuvo fiel a su militancia comunista, su poesía experimentó un cambio. Lo hace notar Hernán Loyola en la introducción a una de las ediciones de sus obras completas, al resaltar que desapareció el “utópico horizonte político” que había impregnado su visión del mundo en Las uvas y el viento y en las Odas elementales. Asimismo, Mario Amorós ha señalado que “en su obra posterior encontramos sonoras críticas al estalinismo, como el durísimo perfil de Stalin que trazó en el poema ‘El culto (II)’, o el rechazo a la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia que expresó en el poema ‘1968’, ambos incluidos en su libro Fin de mundo (1969)”. Pero de igual modo, conviene no olvidar que su acérrima defensa del régimen soviético lo llevó a apoyar la represión de escritores rusos disidentes como Boris Pasternak o Joseph Brodsky, algo que le reprocharon varios de sus colegas y de sus más entusiastas admiradores.

Y como este es un trabajo acerca de algunos de los poemas escritos a mayor gloria de Stalin, quiero cerrarlo con estas palabras del gallego Enrique Clemente referidas a la “Oda a Stalin” de Neruda: “Esas estrofas laudatorias provocan el mismo escalofrío que leer los Cuadernos negros de Heidegger, una de las cumbres filosóficas del siglo pasado, en los que muestra su entusiasmo por el nazismo”.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 4 de noviembre de 2023.
Dibujo de Xulio Formoso tomado de Proceso al estalinismo.