El sábado 24 de febrero de 1996, desde muy temprano en la mañana, mi apartamento en el barrio de la Víbora, a veinte minutos en automóvil del centro de La Habana, estaba vigilado por agentes de la Seguridad del Estado y afiliados de la represiva asociación de combatientes.
La línea telefónica estaba cortada y en las dos esquinas de la casa había un auto patrullero. Al filo del mediodía hubo un apagón de cuatro horas. Esa mañana se conmemoraba el 101 aniversario del Grito de Baire y los vecinos hacían cola en la carnicería para comprar por la libreta de racionamiento media libra de mortadella por persona.
Sobre las dos y media de la tarde, según contó posteriormente la prensa oficial, las estaciones de radar de las fuerzas armadas detectaron tres objetivos aéreos desconocidos dentro de los límites de la frontera, los cuales tenían desconectados el código respondedor, mientras realizaban un vuelo paralelo a las costas cubanas. A las dos y cincuenta y siete de la tarde, cuenta la versión del régimen, el controlador de vuelo del ATC de La Habana informa a los pilotos de las aeronaves que estaban penetrando en una zona militar peligrosa, activada, y que su vuelo corría peligro.
Ante la advertencia, José Basulto, líder de Hermanos al Rescate contesta: "Estamos conscientes del peligro cada vez que cruzamos el área sur del paralelo 24, pero estamos dispuestos a hacerlo en nuestra condición de cubanos libres". En un operativo fulminante, dos aviones cazas, un MIG-23 y un Mig-29, pulverizan a dos avionetas desarmadas que habían despegado del aeropuerto de Opa Locka en Miami.
Tras el ataque perdieron la vida tres pilotos estadounidenses de origen cubano, Carlos Costa, Mario de la Peña y Armando Alejandre Jr. y el residente cubano Pablo Morales. En el noticiero de televisión de esa noche, la dictadura de Fidel Castro ofreció una versión diferente. El pretexto del derribo de las avionetas era el lanzamiento de proclamas antigubernamentales y el apoyo a ‘grupúsculos contrarrevolucionarios’ de la disidencia interna.
Posteriormente, tras una exhaustiva investigación de la Organización de Aviación Civil Internacional, se determinó que las avionetas fueron derribadas en aguas internacionales. Y que las autoridades de Cuba no cumplieron los protocolos de aviso establecidos, tampoco intentaron desviar las naves fuera de las zonas de peligro, ni ordenaron a los pilotos que aterrizaran en un aeródromo designado.
Tras conocerse el informe, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución 1067, con trece votos a favor, ninguno en contra y la abstención de Rusia y China, que condenó el uso de armas contra aviones civiles y llamó al régimen de La Habana a cumplir con las leyes internacionales.
La responsabilidad directa del crimen recae sobre el general de Ejército Raúl Castro, quien posteriormente confesó que se trató de una operación premeditada y personalmente dio instrucciones precisas para que las avionetas fueran derribadas: “Túmbenlos en el mar cuando se aparezcan”, dijo. El senador estadounidense Patrick O’Leary ha contado que en un encuentro en el Palacio de la Revolución de La Habana, Castro II le confirmó que él había dado la orden de derribar los dos aviones civiles.
A pesar de la confesión, el senador demócrata consideró que con el autócrata caribeño se podía negociar un nuevo trato en las relaciones diplomáticas. El derribo de las avionetas por parte del régimen cubano fue un intento de dar un golpe de autoridad sobre la mesa.
Pongamos el suceso en contexto. Con la caída del Muro de Berlín y el desaparición del comunismo soviético, el socialismo de corte marxista en la Isla entró en una etapa de indigencia. El PIB cayó un 35%, se descapitalizaron las industrias, regresó el arado manual y los bueyes a la agricultura, apagones de doce horas diarias y el hambre comenzaron asolar a la población.
Enfermedades provocadas por la desnutrición como la neuritis óptica y por la falta de productos de aseo, la sarna y los piojos se multiplicaron entre los cubanos de a pie que hacían una comida al día y apenas consumían carne o pescado.
La gente huía de Cuba como fuese. Secuestraban aviones, lanchas o remolcadores. Y se lanzaban a cruzar el peligroso Estrecho de la Florida en cualquier cosa que flotara. El 5 de agosto de 1994 miles de habaneros se tiraron a la calle gritando libertad y abajo la dictadura. La disidencia interna se fortalecía, igual que el periodismo sin mordaza.
Cuando comencé a escribir en la agencia Cubapress, en diciembre de 1995, sólo en La Habana funcionaban tres agencias de prensa independiente. El manager político de una camada de jóvenes intelectuales con inquietudes democráticas fue un brillante abogado, erudito y de hablar pausado que residía un apartamento de puntal alto en la calle San Mariano, casi esquina Heredia, en la barriada de La Víbora.
Se llamaba Jorge Bacallao Pérez. Falleció en 2001. Había coincidido con Fidel Castro cuando estudiaron Derecho en la Universidad de La Habana. Desde el mismo 1 de enero de 1959 fue un opositor silencioso y un valioso asesor. En casa de Bacallao conocí a los abogados disidentes René Gómez Manzano, Pedro Pablo Álvarez y Leonel Morejón Almagro, un joven jurista que pocos meses después de la crisis de los balseros en el verano de 1994, comenzó a gestionar un proyecto independiente de corte ecologista llamado Naturpaz.
Almagro fraguó la idea de un evento que aglutinara a la oposición pacífica en la Isla. Lo bautizó como Concilio Cubano. Precisamente el 24 de febrero de 1996, debió realizarse ese encuentro. Pero nunca llegó a ocurrir. La policía política detuvo a la mayoría de los participantes. Concilio fue una iniciativa que pretendía buscar consenso entre la disidencia local. Generó entusiasmo en curtidos opositores como Gustavo Arco Bergnes, Elizardo Sánchez Santacruz y Jesús Yánez Pelletier. También tuvo el apoyo de disidentes como Martha Beatriz Roque Cabello, Félix Bonne Carcassés, Vladimiro Roca Antúnez, Oscar Elías Biscet y Oswaldo Payá Sardiñas.
Hermanos al Rescate, un escuadrón de aviadores y organización humanitaria fundada en 1991 por José Basulto con la intención de rescatar en altamar a los balseros que trataban de emigrar de Cuba, salvándole la vida de decenas de balseros en el Estrello de la Florida. También apoyaban a la disidencia a liberarse de la dictadura a través del uso de la no violencia. Hermanos al Rescate siempre fue una prioridad para los servicios de inteligencia en Cuba, que lograron infiltrar en sus filas al menos a dos agentes, Gerardo Hernández y Juan Pablo Roque.
El paciente trabajo de Morejón Almagro en Concilio Cubano logró algunos éxitos. El primero, fue el consenso de una mayoría opositora. El segundo, apoyo internacional más allá del exilio en Miami. Días antes del 24 de febrero, Begoña Rodríguez, quien pertenecía a un partido político español, llegó a La Habana para participar en el evento que organizaría Concilio Cubano.
El viernes 23 de febrero, oficiales de la Seguridad del Estado detuvieron a Begoña. Cuenta mi madre Tania Quintero, quien durante dos décadas había sido periodista estatal y en ese momento pertenecía a la agencia de prensa independiente Cuba Press, fundada en septiembre de 1995 por el poeta y periodista Raúl Rivero, que al día siguiente, al pasar a recoger a Begoña para asistir al encuentro, que a falta de local Leonel Morejón iba a celebrarlo en el Parque Almendares, supo de su detención.
“A la mayoría de los disidentes y periodistas independientes nos habían cortado el teléfono y por eso desde la casa de una vecina llamé a la Embajada de España y al funcionario de guardia le informé de la detención de Begoña. Media hora después, por ese mismo número de la vecina, el consejero político de la embajada me localizó para darme la noticia de que fuerzas aéreas cubanas habían derribados dos avionetas de Hermanos al Rescate, que la situación era complicada y no se sabía que podía pasar”, rememora Quintero.
Tras el derribo de las avionetas llegó la repulsa internacional. Tanto Washington como la Unión Europea impusieron sanciones a Cuba. Bill Clinton firmó la Ley Helms-Burton. Aunque mantuvo inactivo el capítulo III. Con esa acción desproporcionada, el régimen castrista intentó enviar un mensaje intimidatorio a la oposición y a un amplio segmento de cubanos molestos por las penurias y falta de futuro.
Recuerdo que era comidilla en los barrios limítrofes a la costa norte de La Habana las proclamas que lanzaban los aviones de Hermanos al Rescate. En algún momento del otoño de 1995, un amigo que residía en la populosa barriada de Cayo Hueso, guardaba como si fuesen trofeos, varios carteles con consignas contra la dictadura que cayeron en la azotea de su edificio.
El derribo de las dos avionetas fue un intento de acallar por la fuerza el descontento ciudadano. Un crimen de Estado.
Iván García
Fotomontaje tomado de Diario Las Américas.
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