lunes, 28 de noviembre de 2011

"Cuando trabajas con la vanidad, te conviertes en peor persona"


Choque con José Mourinho y salida del Real Madrid, donde ejercía como director general. El hombre de palabra y de corazón blanco lleva su autorizada y respetada voz a la cadena SER.

Este hombre ha vuelto a ser Jorge Valdano, argentino de Santa Fe, un exfutbolista de 55 años que fue campeón del mundo con su país y vivió días de gloria jugando con el Real Madrid, del que luego fue entrenador y (en dos épocas) director general, hasta que, a finales de mayo, el presidente Florentino Pérez optó por hacerle caso al entrenador José Mourinho y prescindir de quien había sido su mano derecha.

La historia del conflicto entre Mourinho y el director general del Real Madrid fue fulgurante. Al entrenador portugués no le gustaba que el director general tuviera el mando que tenía; primero hizo que desapareciera del contacto con el primer equipo, e incluso prohibió su presencia en los viajes. El punto culminante del desacuerdo fue una declaración televisada de Valdano indicando que, frente a la denuncia que hacía Mourinho (le faltaba, decía, un delantero), la evidencia era que uno de los mejores, Benzema, había estado todo el rato en el banquillo.

La tensión fue en aumento y, al final, como explicó en su despedida el propio Valdano, "Florentino Pérez ha dejado claro el vencedor" en ese choque de personalidades. Desde que dejó el club, ha vuelto a ser Jorge Valdano. Pero, como tal, que nadie espere que vaya más allá en su descripción de los hechos; el silencio que mantiene sobre la conducta de Florentino Pérez dice más que mil palabras. Respecto a Mourinho, detonante de este enfrentamiento de Valdano con el hombre que le llevó de nuevo al club, Valdano no pronuncia ni una palabra polémica ni un comentario desdeñoso, aunque de lo que dice o sugiere puedan extraerse metáforas.

Se diría que el exfutbolista que llevó el fútbol bien hablado a los campos de juego y luego a los micrófonos de la radio y la televisión cuida ahora aún más todo lo que dice, ha alimentado su discreción como un ejercicio de lealtad. Ha regresado a la cadena SER, donde estuvo en otro tiempo, como comentarista; en esa misma cadena interviene en Carrusel deportivo y en El larguero, y en las emisoras hispanoamericanas de Unión Radio comenta ahora el juego del equipo en el que ya no está, y lo hace con la disciplina profesional que le manda su idea del fútbol, sin que se advierta más allá de lo indispensable su corazón tan blanco.

En 1994, cuando estaban recientes sus éxitos en el Tenerife y volvía a triunfar, como entrenador, en el Real de sus amores, los hermanos Carmelo y Martín Rivero publicaron un libro que era, en cierto modo, la biblia de Valdano, Sueños de fútbol. Ahí es donde, recogiendo una frase de un cuento de su amado Mario Benedetti, explica la raíz de su pasión: "Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos". Relajado, aquí está, en un sillón del hotel Palace, en Madrid, bajo la cúpula donde Borges, otro de sus amores literarios, decía que era capaz de ver colores. Y por los sueños empezamos.


"Todos tenemos sueños, dijo Ale. Sí, pero los míos son sueños de fútbol". Eso escribió Benedetti. ¿Ha sido un sueño? ¿Qué le ha dado el fútbol como ser humano?

-El fútbol es un territorio claramente emocional, pero abierto a los sueños. Como todo aficionado, tengo conectado el fútbol a mi memoria sentimental. Desde niño los sueños fueron un motor de algo esencial para cualquier futbolista: la pasión. Me gusta pensar que el balón es una especie de vehículo que me llevó por el mundo entero permitiéndome conocer lugares, personas y emociones que de otro modo hubiera sido imposible. ¿Cómo no voy a estar agradecido de aquellos sueños?


Pero el sueño tiene también su componente de pesadilla... ¿El fútbol también?

-Las lesiones, por ejemplo. Cuando conviertes el fútbol en el punto neurálgico de tu vida, una lesión puede parecer una catástrofe. Incluso perder un partido te puede dejar una sensación de amargura desproporcionada... Es el defecto de todo aquello que convertimos en una obsesión. El fútbol no se inventó para profesionales; debe de ser una de las materias más democráticas del mundo, abierto a todos los biotipos, a todas las personalidades, a todas las nacionalidades. Es un fenómeno tan global como la tecnología, solo que la tecnología forma parte de lo moderno y el fútbol es parte de lo primitivo.


Un juego como de niños, pero con enormes connotaciones empresariales...

-El juego es lo que el hombre se inventó para escapar de la realidad. Lo que ocurre es que se ha llenado de intereses y esos intereses lo han devuelto a la realidad. Lo vivimos como juego porque hay algo de azaroso e incontrolable en él, pero también como negocio, porque, en tanto espectáculo, es parte importante de la industria del ocio. Así es el fútbol, un sueño y una empresa a la vez. No hay más que ver cómo es el comportamiento de la afición. Si toda esa gente no supiera imponer la fuerza de sus ilusiones sobre el negocio, no habría graderío.


Y ahí la victoria y la derrota forman parte del mismo sueño. Usted ha sufrido derrotas, enfermedades, lesiones. Sin embargo, la gente suele verle como un triunfador... Ante esos factores de desilusión y de fracaso, ¿cómo ha reaccionado?

-Para ganar todos estamos preparados. La solidez de una persona, un equipo o un club se demuestra en la derrota. Son momentos en los que se dan saltos de madurez. He convivido muy bien con todas las desilusiones que me he ido encontrando a lo largo de mi carrera y de mi vida, avatares que han acabado por hacerme mejor. Sin embargo, frente al triunfo y el éxito tengo más reparos. Cuando trabajas con la vanidad, te conviertes en peor persona.


Lo dijo usted en ese libro 'Sueños de fútbol': "Debemos ser ambiciosos sin que nos gane la vanidad".

-Si tengo que elegir un tipo de deportista, y hasta un ejemplo de madridista, porque a través del madridismo proyecto mucho de lo mejor del deporte, diría que Rafa Nadal representa muy bien esa actitud de ponderación ante el triunfo y la derrota. En calidad de aficionados, le cedemos nuestro orgullo al deportista, y Rafa nos lo sabe cuidar como nadie. Lo cuida cuando gana porque se deja la vida en el campo, y cuando pierde porque lo hace con nobleza.


Usted ha comentado que la afición es un monstruo de 100 mil cabezas, orgulloso y exigente; da la impresión de que el aficionado es como un asistente al circo romano, quiere que el suyo gane a cualquier coste...



-Hay mil maneras de entender el fútbol. El fanatismo tiene el defecto de estrechar el recinto mental y dejar espacios solo para nuestras obsesiones, nobles con respecto a nuestro equipo y demoniacas respecto al contrario. El aficionado es sectario por naturaleza, y eso es siempre un peligro potencial. Creo más en las mayorías silenciosas. En la sociedad afloran muchas veces conductas extremas y cada día más ruidosas que me espantan.


¿Y qué dice ahora la mayoría silenciosa y la afición del fútbol respecto a los clubes y a los futbolistas?

-El fútbol es un juego que tiene una enorme capacidad de contagio. Cada afición tiene algo de tribu y cada tribu tiende a tener un pensamiento único. No caben muchas ideas dentro de un grupo de fanáticos.


¿Cómo ve el fútbol español? ¿Cómo ha evolucionado?

-El fútbol español vive su época dorada y la selección lo ha demostrado. La selección expresa el progreso del fútbol español y su estilo es un ejemplo muy poderoso que va a influir sobre las próximas generaciones. España es hoy, para el mundo del fútbol, lo que en otros tiempos fue Brasil... A nivel de clubes también marca diferencias, pero solo a través de dos grandes clubes, el Barcelona y el Real Madrid. Dos poderosos que tienen como mercado el mundo entero y que están fagocitando el campeonato. Cada día son más importantes los Madrid-Barça. El estatus general del fútbol dentro de la sociedad ha cambiado en el último cuarto de siglo. Los medios de comunicación, una sociedad más infantil, el futbolista como héroe moderno, todo ha influido para que el fútbol se convierta en el poderoso espectáculo cotidiano que es.


¿Y cómo ve al futbolista en este proceso de cambio que ha hecho líder al fútbol español?

-El futbolista de primerísimo nivel es muy inteligente. Ha mantenido un equilibrio ejemplar. Cada vez tiene un papel más relevante en la sociedad, de manera que cada día es más fácil confundirse. Sin embargo, los futbolistas siguen muy centrados en su profesión y, en términos generales, emitiendo mensajes equilibrados a la sociedad.


Ese concepto del buen profesional se interrumpe de pronto, sobre todo a raíz de los enfrentamientos Madrid-Barça, que son también dos concepciones distintas del fútbol. Usted se encuentra ahí en medio de una historia que le incomoda hasta el punto de cesar en la dirección general del equipo que ha sido la niña de sus ojos.

-En el discurso de despedida dije que fui mucho más director general que Jorge Valdano. Tengo una sola manera de entender el fútbol, el Real Madrid. No puedo obligar a nadie a que piense como yo.


¿Imaginaba que estos dos trenes iban a chocar de una forma tan abrupta?


-Dije lo que tenía que decir en los sitios en que debía hacerlo y cuando debía hacerlo.


Ha habido una gestión de estos partidos (los siete Madrid-Barça de los últimos tiempos) que también se puede identificar con dos concepciones del fútbol. ¿Cómo analiza esos enfrentamientos?

-Hay una parte apasionante, que es la estrictamente futbolística, de tremendo choque de fuerzas. Luego está el discurso de cada uno. Si no somos capaces de moderarlo, va a terminar provocando algún terremoto en las franjas de las aficiones más apasionadas, las menos pensantes.


En el último partido de la saga, el Barça-Real Madrid de la final de la Supercopa, se puso de manifiesto ese peligro que usted denuncia. Los futbolistas y su entorno se pelearon de una manera física evidente. ¿Cómo lo vivió?

-No tengo humor para analizarlo públicamente. Está de más decir que no me hizo ninguna gracia. La violencia convertida en espectáculo es denigrante.


¿Cómo está su ánimo ahora?

-Estoy bien, tengo gran capacidad para pasar página. También una buena gimnasia: la vida me hizo pasar página muchas veces. Y aprendí también a separar lo importante de lo que no lo es. Cuando salgo de una actividad, lo que hago es meterme inmediatamente dentro de otra y santo remedio.


Pero con memoria, imagino...

-La memoria existe siempre. Lo que no voy a ser capaz es de cambiar mi visión del Real Madrid y del fútbol como juego, como fenómeno social, como espectáculo y negocio. He dado la vuelta entera alrededor del fútbol. He sido jugador, entrenador, ejecutivo, soy socio... Todo me ha ayudado a entender lo que es el fútbol. A veces se aleja de mi ideal, a veces se acerca, pero yo siempre estoy en el mismo lugar.


¿No tiene la sensación de que el fútbol está en momentos sombríos? Algunos de los ideales, o de los sueños, se están perdiendo...

-El mundo se está transformando. Si uno se va un año y regresa a este mundo, se encuentra con que Mubarak está encarcelado, Libia ya no es Libia, Estados Unidos ya no es AAA... Y las visiones que la gente tiene sobre las cosas también van cambiando. Tengo un amigo, David Koncevik, argentino que da conferencias en México, que desde hace tiempo habla de la revolución de las expectativas. Tener acceso al conocimiento acumulado por la humanidad a lo largo de la historia nos crea algunas ilusiones que no se cumplen... Lo cierto es que todo aquello que tiene un valor de cambio, una casa, un coche, un trabajo, es muy difícil de conseguir, si no imposible, y eso genera tremendas desilusiones. Las expresan los indignados cuando salen pacíficamente a ocupar la plaza pública, o los jóvenes ingleses cuando saquean aquello que la sociedad les promete, pero a lo que no tienen acceso.


¿Y eso se da en el fútbol?

-Sí, claro. Clubes como el Real Madrid se sienten beneficiados de todo lo que ese equipo ha conseguido a lo largo de su historia. Pero también se sienten obligados a llenar todas las expectativas... Y siempre se está al borde de defraudarlas. Si uno queda segundo, no es digno del Real Madrid; si uno no se comporta adecuadamente, no es digno del Real Madrid; si uno se equivoca en un adjetivo en una rueda de prensa, tampoco es digno del club... Toda esa expectativa desproporcionada hay que volver a equilibrarla para devolverla a una realidad muy simple: que el Real Madrid está compitiendo con un club que vive el mejor periodo de su historia. Hay que observar ese fenómeno sin resignación, con toda la ambición del mundo, pero respetando los valores del club...


¿No genera eso una enorme ansiedad?



-A lo largo de tantos años me he acostumbrado a escuchar estupideces de distinto calibre. Recuerdo que no hace mucho, dentro del Real Madrid, llegué a escuchar algo tan disparatado como que el resultado había dejado de importar, que el Real Madrid había llegado a tener una imagen tan potente que ganar o perder había dejado de ser relevante. Es difícil oír una estupidez mayor. Pero hay otro tipo de estupidez, más recurrente dentro del fútbol, la que dice que lo único importante es ganar. La desesperación por ganar ataca todos los valores de referencia. Y termina atacando también a la economía de los clubes. La desesperación por ganar es la piedra angular de todos los concursos de acreedores que hay en España en estos momentos.


¿Qué hacer?

-Creo que hay que entender que debe existir un equipo competitivo, a la altura de la historia y de las obligaciones que plantea el Real Madrid, y un club que cuide la cultura que el Real Madrid ha sabido construir. Si esos límites están bien establecidos, no hay ningún problema. Si esa línea no está bien marcada, es mucho más fácil confundirse. Los periodos más importantes en la historia del club fueron aquellos en los que se encontró un equilibrio entre el respeto a los valores y el respeto al resultado.


Buenos aficionados del Real Madrid ven riesgos de que esa falla se produzca ahora...

-Alrededor del Madrid hay muchos prejuicios y la mayoría con bases falsas. El Real Madrid es el equipo más popular de España, es un equipo que siempre ha representado el poder, pero su fuerza es eminentemente popular. Creo que la fuerza de la historia del club es tan grande que no vislumbro ningún peligro. Al final, el peso de la cultura se impone a todo porque está grabado a fuego en todo buen aficionado.


¿Cree que en esos famosos Madrid-Barça se están jugando dos concepciones del fútbol?


-No dos concepciones, pero sí dos estilos. Uno más táctico y más físico, y otro también táctico, pero que gira más alrededor de la pelota y cuya línea de diferenciación más clara con respecto a cualquier otro club, no solo de España, sino del mundo, es la técnica colectiva...


Lo que usted ha enseñado, como entrenador y como comentarista, va más por lo que hace el Barça que por lo que hace el Madrid en los últimos tiempos.

-Menotti dijo hace poco en EL PAÍS que el 95% de los entrenadores quieren ser Guardiola. Es indiscutible que lo que ha conseguido el Barça tiene algo de sueño platónico para todos los que queremos el fútbol. Reconocer eso no es una traición a la patria madridista, es el reconocimiento natural de una forma de hacer fútbol. Después de reconocerlo, lo que hay que hacer es encontrar la manera de superarlo. Pero no hay por qué abandonar la nobleza, ni los principios, ni la deportividad.


¿A qué le obliga el madridismo, esa 'patria madridista' a la que alude?

-Siempre he tenido la sensación de que estoy en deuda con el Real Madrid, sobre todo por lo que me enseñó, lo que me obliga al agradecimiento, fundamentalmente. He tenido la suerte de atravesar el club en distintas funciones. Hay que recordar que a mí, con 19 años, me trajo a España José María Zárraga, capitán de las cinco copas de Europa del Real Madrid. Él fue quien me ayudó a idealizar al Real Madrid. Luego he leído mucho y me he rebelado contra determinados prejuicios históricos. Hablar de que este es un club que se hizo grande durante el franquismo es una manera muy ladina de leer la historia. Cuando Franco tenía un peso específico igual a cero en Europa, el Real Madrid gana cinco copas de Europa consecutivas. Solamente esos brochazos gordos tendrían que servir para deshacer algunas ideas que se han extendido sobre el club.

Otra idea discutible es que al club solo lo han hecho grande los triunfos. El Real Madrid ha crecido enormemente en ciclos que no fueron triunfales. Por ejemplo, desde que se inaugura el Bernabéu y durante seis años el fenómeno madridista no deja de crecer, y en esos seis años no gana absolutamente nada. Otro ejemplo a analizar es la primera elección de Florentino Pérez. Su oponente acababa de levantar la séptima y octava copas de Europa; sin embargo, Florentino le gana la presidencia, hablando de valores. Por eso digo que el Real Madrid es un fenómeno muy popular, muy rico y muy sólido, que está por encima de cualquier hecho puntual.


Por cierto, el hecho de que este desencuentro suyo con el club se produjera con Florentino Pérez, que es quien le repescó para la dirección del club, ¿le ha dolido especialmente?

-No quiero abundar en ese tema. Florentino es el presidente del Real Madrid y está en su derecho de llevar al club adonde crea conveniente.


Este verano han surgido en el mundo del fútbol los fondos de inversión para fichajes. ¿Qué puede ocurrir con esta mercantilización tan evidente?

-Los fondos de inversión aplicados al fútbol van a terminar por generar un nuevo clima de sospecha. Si el mismo fondo de inversión tiene jugadores en distintos equipos, mucha gente entenderá que, por cuidar la inversión, a esos fondos les va a convenir que un equipo le gane a otro en algún momento de la temporada. Ese clima de sospecha ataca a la esencia misma de la competición. Además, los fondos de inversión ayudan a los clubes a disimular sus catástrofes económicas, pero también a profundizarlas, porque no se capitalizan. Si los jugadores son de los fondos, lo único que hace el club es cuidar de esa inversión y no disfrutar de los beneficios. Es un fenómeno que ya lo hemos visto en Argentina, y el resultado ha sido poca gente millonaria y muchos clubes quebrados.


Hablando de fichajes, ¿los futbolistas se hacen súbitamente del equipo al que dicen amar en cuanto llegan?



-Sí.


¿Seguro?

-Ponerse la camiseta y besar el escudo forma parte de la liturgia mediática, pero este es un juego que trabajaba muy bien sobre la identidad. Yo llegué a Vitoria y a los tres meses me sentía sinceramente 
representante del Alavés. Si jugábamos en Valladolid y perdíamos, me apenaba por la gente que había ido a vernos y a la que no habíamos sabido responder. Sí, se dan esos fenómenos de identificación, que son mucho más potentes si empiezas y terminas la carrera en el mismo club. Ahora hay mucha más movilidad que antes, los jugadores duran menos tiempo en un equipo, son muchos los que desde países muy remotos aterrizan en un club y tienen que empezar desde cero el proceso de identificación. Pero es real.


Vuelve a ser Jorge Valdano y se sitúa ante los micrófonos de la SER para comentar el juego de su equipo. ¿Le obliga eso a interrumpir su madridismo? ¿Qué siente en un Madrid-Barça?

-Me siento madridista y eso me obliga a ganarle al Barcelona, no a aborrecerlo. Creo que cada uno es hijo de una historia distinta; yo me siento muy orgulloso de la historia del Real Madrid, la defiendo y sufro por ella, pero no hasta el punto de abrazar aquello en lo que no creo.


¿El fútbol dicho es tan importante como el fútbol actuado?

-También en eso hay que hablar de un cambio. Usted y yo somos de la generación de la radio y las revistas deportivas. Hoy, a los jóvenes el fútbol les entra a través de la imagen, pero para mí el fútbol no es nada sin la palabra.


Volver a la radio, volver a decirle al aficionado lo que ve, ¿qué reto supone para usted?

-Volver a la radio es volver a la palabra, al mensaje. Lo he hecho a lo largo de mi vida a través de los libros, de los medios de comunicación, incluso mientras he estado en el fútbol en distintos cargos. Siempre he tratado de traducir el juego a un determinado tipo de mensaje.


A un aficionado al fútbol debe resultarle insólito que un profesional le meta el dedo en el ojo a otro. Si el fútbol es pedagogía, ese debe ser un hecho rechazable, ¿no?

-Nadie debe sentirse orgulloso de lo que pasó en ese partido. Cada uno debe ser responsable de sus actos y cada quien tiene que explicarlos a su manera. Cuando las cosas son tan visibles, no hace falta hacer un gran esfuerzo para interpretarlas. Las diferencias que ha habido entre Mourinho y yo durante el tiempo en que hemos estado juntos en el Real Madrid no me convierten en un mourinhólogo... Que cada uno se haga cargo de sus actos.



Evoquemos un nombre propio estimulante: César Luis Menotti, un maestro, paisano suyo, que también asocia el fútbol a las buenas palabras.



-Lo mejor que se puede decir de Menotti es que el fútbol argentino se ha ido alejando de su discurso y desde entonces no ha parado de empeorar. Volver a Menotti sería volver a la fuente; tarde o temprano es un camino que el fútbol argentino ha de recorrer.



En tiempos recientes, el árbitro ha vuelto a ser chivo expiatorio de las derrotas. ¿Cómo ve usted esa figura?

-Reducir el fútbol a una cuestión arbitral es una simplificación peligrosa, para el fútbol y para el club que entre en esa dinámica. Durante décadas, el Barcelona acusó a los árbitros de sus frustraciones deportivas, algo que en Madrid nos hacía mucha gracia. Luego se refugió en el fútbol y ha abandonado ese discurso victimista. Creo que el Madrid no debe caer en esa tentación. Si cae, reducirá la grandeza de la que tan orgullosos nos sentimos.



¿Cuál es, según usted, el porvenir de esa dicotomía Madrid-Barça que ha sido tan jugosa recientemente?

-El Madrid ya mira a los ojos al Barcelona, y eso tiene mucho mérito. Creo que su principal virtud fue ahogar al Barcelona en la salida (en los partidos más recientes). Recuperaba la pelota en posiciones adelantadas y cada robo producía sensación de peligro. Cada partido que vemos es un laboratorio para los entrenadores, y tengo mucha curiosidad por saber cómo va a resolver Guardiola en diciembre el tipo de dificultades que le ha creado el Madrid en estos últimos enfrentamientos.

Juan Cruz
Foto: Jordi Adriá, El País. 
Jorge Valdano.
El País, 18 de septiembre de 2011

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