El martes 4 de junio estuve en la emisora Actualidad Radio de Miami, conversando con los periodistas Ricardo Brown y Roberto Rodríguez Tejera sobre Claudia Sheinbaum, la recién elegida presidenta de México.
El programa se dividió en dos secciones, una en la que conversé sobre la cuna roja de la camarada Sheinbaum, y otra sección en la que la escritora y periodista de investigación mexicana Anabel Hernández conversó sobre los fuertes vínculos de la Sheinbaum —y de su jefe Andrés Manuel López Obrador (AMLO)— con el narcotráfico mexicano.
De más está decir que la sección más importante e interesante del programa fue la de Anabel Hernández. Unos minutos repletos de informaciones sobre los orígenes de esa famosa frase con la que Obrador pidió que al Narco mexicano se le dieran “abrazos y no balazos”.
Del tiro, ya me compré el libro de Anabel Hernández, ya lo estoy leyendo y ya les puedo decir que no dejen de comprarlo y leerlo si quieren saber por qué no hay nada de casual en la famosa frase de AMLO, o en su decisión de liberar al hijo del Chapo Guzmán.
Aquí pueden escuchar la conversación de Ricardo y Roberto con Anabel Hernández. Y aquí pueden escuchar lo que dije sobre la nueva presidenta de México.
Todo encaja. La cuna roja de la Sheinbaum pueden comprobarla en el libro América Latina en la Internacional Comunista, un texto que yo cito mucho en “El Sóviet Caribeño”.
Si bajan ese libro, y buscan el apellido Sheinbaum, podrán ver que tanto el abuelo de Claudia, Jonas Sheinbaum, como su tío-abuelo, Salomón Sheinbaum, llegaron a Cuba en 1923, fueron fundadores del Partido Comunista cubano en 1925, y terminaron siendo expulsados hacia México en 1928.
En tierra azteca los Sheinbaum siguieron militando en el Partido Comunista Mexicano y se convirtieron, como otros comunistas de origen judío que pasaron por Cuba, en contactos de confianza de Fabio Grobart. Tanto Grobart como Jonas Sheinbaum fueron Secretarios de Organización del Comité Central de sus respectivos partidos latinoamericanos, una secretaría que siempre estuvo a cargo de coordinar el trabajo de Inteligencia dentro de esas organizaciones.
El padre de Claudia, Carlos Sheinbaum, también fue un militante comunista que entre 1952 y 1957 fungió, para más coincidencias, como Secretario de Organización de la Juventud Comunista Mexicana. En ese cargo Carlos tiene que haber trabajado en estrecha relación con Isidoro Malmierca, el comunista cubano que llegó a ser el Jefe Nacional de la Juventudes Masónicas en Cuba —infiltrado por el PCC.
En sus memorias, Malmierca reconoce que entre 1953 y 1959 él fue unos de los encargados de darles control y ayuda, de parte de los soviéticos, a los jóvenes comunistas mexicanos, una labor en la que necesariamente tiene que haber trabajado estrechamente con Carlos Sheinbaum.
Malmierca, como otros tantos comunistas cubanos que trabajaron para el aparato de Inteligencia del PCC, fue fundador de la Inteligencia castrista y transfirió al castrismo no solo sus experiencias como agente del partido, sino también sus conexiones y relaciones personales.
Si la Inteligencia castrista no usó esa larga historia de relaciones de los Sheinbaum con la Inteligencia del PCC, para reclutar a Claudia, entonces podemos decir que estaban hurgándose en las narices, y eso es algo por lo que ellos no se caracterizan.
Todo encaja. La droga también encaja.
El concepto de “drogas para las revoluciones” también tiene su origen en los comunistas cubanos.
La primera familia campesina que se sumó a la guerrillita de Fidel Castro, en la Sierra Maestra, fue la familia del patriarca Crescencio Pérez, el hombre que controlaba la producción y el contrabando de marihuana en esa región y que además fungía como guardaespaldas del líder comunista Romárico Cordero. Como consecuencia de eso, durante la lucha contra Batista los castristas no sólo dejaron tranquilo el tráfico de marihuana, sino que lo utilizaron para financiarse.
Ese fue el origen del concepto “drogas para las revoluciones”. Un concepto al que también pueden encontrarle un origen más profundo en el relativismo moral de los comunistas, o en esa idea marxista de que la ética y la moral son construcciones sociales que siempre responden a los intereses de una clase dominante.
Para los comunistas no hay principios morales ancestrales y universales, para ellos todo es relativo y ese relativismo es usado para justificar sus atrocidades, y para atraer a sus filas a sociópatas como el Che Guevara o Barack Obama, y a psicópatas como Fidel Castro o Josef Stalin.
Una galería en la que El Chapo Guzmán es un bebé.
César Reynel Aguilera
Aguilera blog, 5 de junio de 2024.