En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Carlos Marx comienza el texto con un famoso enunciado “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”, un cumplido a la frase original pronunciada por el filósofo alemán Friedrich Hegel.
En julio de 1953, 101 años después de publicado el libro de Marx, un joven llamado Fidel Castro, recién graduado de Derecho y pandillero político en la Universidad de La Habana, asaltaba sin éxito un cuartel militar en Santiago de Cuba, con el objetivo de intentar derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista.
La acción fue un fracaso. Un baño de sangre. En esa fecha nadie se tomó muy en serio al atolondrado guajiro de Birán, hijo de un acaudalado terrateniente gallego que todas las noches corría el perímetro de la cerca para agrandar su latifundio.
El Partido Socialista Popular (comunista) dirigido por Blas Roca y tutelado por el Kremlin, tildó el asalto como un golpe putschista organizado por un pequeñoburgués. Castro y el resto de los asaltantes fueron amnistiados tras dos años en el Presidio Modelo de Isla de Pinos.
En su celda, el futuro dictador de Cuba, comía espaguetis con camarones, fumaba tabacos H.Upmann y a su ayudante Melba Hernández, enviaba una carta en la que describía la estrategia a seguir en el futuro: “No es el contexto de entrar en polémica con otras corrientes políticas, cuando llegue ese momento los aplastaremos como cucarachas”.
El resto de esa historia que ha sido una tragedia para el pueblo cubano es conocida. Junto a otros 81 guerrilleros, en diciembre de 1956 desembarcaba por la costa suroriental de la isla en un yate comprado con el dinero del ex presidente Carlos Prío; tres años después llegaba a La Habana encaramado en un tanque Sherman e iniciaba su dinastía política.
El castrismo no es una corriente filosófica, ideológica, política, económica ni social. Es un confuso batiburrillo de teorías copiadas de las ideas de Hitler, Mussolini, Primo de Rivera y los consejos de Maquiavelo a un príncipe florentino, que se convertiría en una eficiente red propagandística y represiva con una increíble capacidad de sobrevivencia.
El actual régimen, como pollo sin cabeza, es un ferviente cultor del gobernante que despilfarró miles de millones de rublos que llegaban desde Moscú (dos veces el presupuesto que el Plan Marshall destinó a Europa después de la II Guerra Mundial), del tipo que en octubre de 1962 sugirió a Kruschov que iniciara un ataque nuclear a Estados Unidos, y del dirigente que sepultó la economía nacional.
Ahora mismo, Cuba es un país que naufraga. Los continuadores del castrismo sienten una irremediable nostalgia por la era soviética. Cuando el nonagenario Raúl Castro recuerda el pasado, se ve al frente de una maniobra de guerra con más de mil tanques T-62, decenas de lanchas torpederas Konsomol y varios aviones de caza Mig-23. Probablemente rememora con sus súbditos aquellos años felices en que gobernaban la isla con mano de hierro, con un 90 por ciento de apoyo (cubanos que simulaban apoyar la 'revolución’) y no existía el Caballo de Troya de internet.
Lo que decía el periódico Granma iba a misa. Lo demás era mentira. Castro II tal vez le cuente a su delfín Miguel Díaz-Canel, que siempre ha sido un furibundo seguidor del carnicero Stalin y de los métodos de enfrentar a la oposición de Dzerzhinski o Beria.
No pocos altos oficiales de las FAR y el MININT y mandamases del PCC que llevan seis décadas gobernando, rememoran con placer el chorro de combustible que nunca escaseaba y las vacaciones en Odesa o Sochi, tomando vodka como cosacos.
La etapa de colonización soviética en la Isla, que comenzó a aplicarse con mayor rigor después del sonado fracaso de la Zafra de los Diez Millones en 1970, le permitió a Cuba inscribirse en el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) y exportar cítricos, níquel a azúcar a Europa de Este a precios subsidiados, a cambio de alinearse con el Kremlin.
Los cubanos de a pie no añoran a los 'bolos', como le llamaban a los soviéticos. Es cierto que la libreta de racionamiento era más generosa, cada dos semanas por decreto estatal podías comer bistec de res y los pomos de jugos búlgaros de albaricoque o melocoón se vendían por la libre. Pero cuando en diciembre de 1991 desapareció la URSS, nadie extrañó su comida ni su complicada lengua.
Por el contrario, muchos cubanos agradecieron que de la televisión local desaparecieran los soporíferos dibujos animados del Tío Stiopa y de los cines aquellas interminables películas de guerra. Pero la actual casta verde olivo sigue añorando el cheque en blanco de la 'madre patria rusa'. Todavía hay militares y funcionarios del partido que conservan su colecciones de libros sobre el realismo socialista y los tratados de Lenin.
Mientras, la gente en la calle quiere saber cómo los nuevos castristas van a justificar la última pirueta ideológica. Y se preguntan:
¿Cuándo anclen los mega yates de multimillonarios rusos en el puerto de La Habana, los cubanos los podrán visitar como antes visitaron los buques escuelas y acorazados de guerra de la era soviética?
¿Cómo la prensa llamará a los oligarcas: camaradas, compañeros de viaje o líderes de la dictadura del proletariado?
¿Romperán relaciones diplomáticas con Ucrania para complacer a Putin?
¿Autorizará el régimen la apertura de nuevas bases militares en la Isla?
¿Qué significa el adiestramiento de militares cubanos en Bielorrusia?
A propósito de una excelente investigación de la colega Darcy Borrero, donde se revelan los hilos de la relación ruso-cubana en materia de telecomunicaciones y ciberseguridad, ¿prevé el régimen de Cuba, como el de Rusia y China, bloquear las redes sociales e implementar redes paralelas que les permita controlar y censurar aun más a la población?
¿El FSB (antigua KGB) comenzará a asesorar al Departamento de Seguridad del Estado en técnicas cómo envenenar y asesinar sin dejar pistas a los opositores?
¿Qué precio pagará Cuba por la servil concesión de tierras, industrias y hoteles exclusivos para los rusos?
¿Y qué pasará con el nuevo Código de las Familias, cuando empresarios rusos no permitan a personas LGBTIQ trabajar en sus negocios?
¿Es la dictadura cubana anti-imperialista o solamente anti-estadounidense?
¿Cómo pueden los medios estatales de la Isla condenar las guerras de Washington y callar las invasiones rusas y las trampas financieras chinas que han endeudado y empobrecido a naciones del Tercer Mundo? ¿Y dónde está la justicia social y la propiedad del pueblo que tanto pregonan?
¿Qué pasará con el regreso de una Rusia capitalista a una Cuba que se proclama socialista?
Ésas y otras preguntas se hacen hoy infinidad de cubanos de a pie. De momento, poco se se sabe. La opacidad informativa del neocastrismo oculta sus verdaderas intenciones. Un funcionario estatal dijo a Diario Las Américas que próximamente se abrirá un mercado ruso. La forma de pago sería con una tarjeta de crédito llamada MIR que los cubanos podrán obtener en los bancos.
“Estos rusos no son los 'bolos' soviéticos que en el pasado conocimos. Los rusos de ahora son capitalistas y como tales, negocian al duro y sin guante. Ellos aben que Cuba está arruinada y no quieren depender de las tarjetas MLC u otras del sistema financiero del gobierno cubano. Y cobrar en dólares en efectivo, que era una opción, se le dificultaría mucho para poder remitirlo a Rusia”, aclaró el funcionario.
Los cubanos, desesperados por el ajetreo diario para conseguir comida, medicamentos y combustible, intuyen que el gobierno está canjeando bienes rusos por una cuota importante de nuestra soberanía. Una subasta silenciosa del país. La historia con Rusia se repite. Esta vez como farsa.
Iván García
Ilustración de Lauzán tomada de Diario de Cuba.
Leer también: Vuelven los rusos a Cuba y La 'rusificación' de la continuidad.
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