El 7 de mayo de 2023, en su edición en inglés, On Cuba News publicó el ensayo Cuba in new cold war: three scenarios, de Roberto M. Yepe. En dicho trabajo el autor identifica tres posibles políticas exteriores cubanas en el actual contexto internacional, al menos de aquí a 2030:
1. Alineamiento con los Estados Unidos.
2. Alineamiento con Rusia y China.
3. No Alineamiento.
Según Yepe, de ocurrir la caída violenta del régimen actual quienes lo sustituyan en el gobierno de la Isla elegirán la primera de dichas políticas. Para él, por tanto, la única manera en que la política exterior cubana alcanzara a proponerse algo más allá del alineamiento con los Estados Unidos es el mantenimiento del actual régimen político. No obstante, no deja de reconocer que incluso aunque no se diera el escenario de una discontinuidad política, el actual régimen podría evolucionar en la dirección de ese alineamiento con los americanos; en especial a la muerte de todos los miembros de la llamada Generación Histórica. Con lo cual de manera implícita reconoce que es precisamente en esa dirección que la realidad tiende a empujar a Cuba.
Yepe es un nacionalista, cubano, y como tal tiene profundos traumas y complejos sentimientos hacia nuestros vecinos. Mas debemos reconocer no es un nacionalista radical, de esos cuyo credo es más bien un antiamericanismo acérrimo e irredento, fundamentado en la idea de que mientras los Estados Unidos estén ahí, en pie, a Cuba solo le cabe la misión moral de enfrentarlos, y por lo tanto de aliarse a cualesquiera sean sus enemigos. Yepe es un reformista, o sea, alguien que está por intentar hacer una vida lo más normalmente posible junto a nuestros vecinos, aunque manteniendo la distancia; no es un talibán, uno de esos otros quienes les dan a sus vidas, y a la de la Nación, un objetivo y un destino de cruzada milenarista: enfrentar a los Estados Unidos: ¡Hasta la Victoria, Siempre!
Es desde esa filiación “reformista” que en este ensayo intenta convencer a los miembros de la élite dirigente cubana, a quienes va dirigido, de no dejarse arrastrar por una política exterior de alineamiento con China y Rusia, y en cambio adoptar una de No Alineamiento. Al tiempo que los convoca, además, a “…developing a coherent and comprehensive strategy to positively influence U.S. society and political system…” con el objetivo de incentivar que los Estados Unidos regresen a la política Obama.
Yepe, en consecuencia, lo que hace en este ensayo no es otra cosa que defender una propuesta reformista de política exterior para el régimen cubano, en el nuevo contexto internacional y para el porvenir inmediato. La cual también incluye sus guiños hacia la actual administración Biden. Como cuando dedica un párrafo a explicar que el régimen cubano demostraría carecer de inteligencia y juicio propio si se distanciara de China y Rusia, mientras los Estados Unidos mantienen su actual política hacia el régimen cubano. Los Estados Unidos, o de modo más exacto su grado de hostilidad hacia La Habana, escribe, son la variable independiente que decide qué dirección tomará la política exterior cubana. Por lo cual, concluye, si ese país desea evitar que Cuba derive hacia un mayor alineamiento con China, y con Rusia, debe decantarse por una política menos hostil.
En resumen, con este corto ensayo el autor le presenta a la élite dirigente del régimen una propuesta reformista, y a su vez intenta hacerle entender al establishment político americano, ya no solo a la administración demócrata, que el que esa propuesta logre imponerse o no, como la política exterior cubana, depende en esencia de sus propias decisiones políticas.
Los suspicaces habituales de siempre podrán decirme que no, que aquí el autor, al presentar las posibilidades otras de política exterior que Cuba tiene, sobre todo la de su alineamiento con China y Rusia, lo que intenta es condicionar a los Estados Unidos, para a través de esa amenaza conseguir un regreso de Washington a la política Obama. Lo cual es exactamente lo mismo que antes, porque en esta variante lo central sigue siendo la visión reformista de que el régimen puede, y necesita, vivir sin partir de la idea de una misión de Cuba como el contendor moral de los Estados Unidos. Algo que no puede dejar de ser visto más que como un paso adelante, hacia dejarse llevar por una tendencia que no puede sino arrastrarlos más que en una dirección: aquella contra la que han batallado desde por lo menos el remoto verano de 1960, y en cuyo esfuerzo han sustentado su legitimidad política.
En lo que sigue analizaré las posibilidades concretas de las dos alternativas de política exterior preferidas por Yepe, y expondré las razones de por qué creo sólo aquella de la cual quiere escapar, a toda costa, es la única realista.
Hay una diferencia clave entre los actuales poderes globales enfrentados a los Estados Unidos, y la Unión Soviética: sin duda el pragmatismo en la defensa del interés nacional tuvo su importancia en la política exterior soviética, pero no fue lo determinante. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tenía una concepción política universalista, según la cual todos los humanos, y todos los países, por las leyes históricas del desarrollo socio-económico, avanzaban hacia un único destino común. Al pensarse a sí mismos como los más adelantados en ese camino, se sentían éticamente obligados con cualquiera que les pidiera ayuda para avanzar por él; no importa si el solicitante se encontraba dentro de su área de influencia, o no.
En contraste, la China de hoy no antepone su muy diluida visión ideológica universalista, a sus intereses nacionales mondos y lirondos y a estrictos criterios de rentabilidad económico-financiera. En cuanto a Rusia, su ideología es abiertamente el imperialismo. Las élites dirigentes de ambas superpotencias no le proponen ningún proyecto o destino común al resto de los seres humanos, solo buscan posicionar a su propia gente, y claro, a sí mismas, entre los mejor situados en una jerarquía imperialista de poderes globales. En consecuencia, en lo inmediato lo que persiguen, tanto una como la otra, es un área de influencia que les sea respetada por los demás superpoderes; a cambio, claro, de respetar las ajenas. A la espera, por lo menos en el caso chino, de que en un futuro algo más distante se pueda soñar con la hegemonía planetaria para sí mismos.
En este contexto, esperar desde Cuba que Rusia, y China, mantengan hacia ella la misma relación que en su momento la Unión Soviética, es dejarse llevar por la nostalgia para no entender la profunda diferencia entre esta multipolaridad, y la que la precedió. No solo no se puede esperar lo mismo en cuanto a ayuda material, de know how, o financiera, sino incluso en cuanto a apoyo político y militar —prácticamente incondicional entonces, al menos mientras Cuba mantuviera su voluntad y determinación de construir el modelo del cual la Unión Soviética era su principal proponente a nivel planetario.
Con mucha imaginación, Cuba solo podría esperar un apoyo semejante, de cualquiera de los dos superpoderes globales que desafían el poder hegemónico americano, durante el tiempo en que los Estados Unidos continúen negándose a aceptar la división del mundo en esferas de influencia. Una vez los americanos acepten esa división que aquellos le proponen, una vez alcanzado ese acuerdo entre los tres grandes superpoderes, Rusia y China, mientras no se sientan lo suficientemente fuertes para intentar hacerse con la hegemonía global, respetarán con religiosidad las áreas de influencia ajenas… y sin duda la situación de Cuba es muy adentro de la americana, casi en su propio centro.
Rusia, por ejemplo, hoy apoya a La Habana. Pero habría que preguntarse qué ocurrirá en caso de que Donald Trump lograse recuperar la presidencia de los Estados Unidos para enero de 2025, y Vladimir Putin hubiera conseguido mantenerse en el Kremlin hasta ese entonces. En tal caso, de Trump continuar con su política previa de admitir un área de influencia rusa, para convertir a Moscú en un aliado frente a China, la actual decisión rusa de apoyar a La Habana dependerá de las relaciones del presidente americano con el Exilio cubano, y de la capacidad de este último para mantener su influencia en la política americana hacia Cuba. De la administración Trump apostar por la hostilidad hacia La Habana, de más está decir que el Kremlin no va a poner en peligro todo aquello por lo que ha venido trabajando desde hace más de una década, al interior de la política americana, para mantenerse firme junto al ineficiente, contradictorio, menesteroso régimen de un señor tan impresentable y aburrido como Miguel Díaz-Canel.
En cualquier caso, el apoyo, la ayuda que Rusia hoy le proporciona a La Habana, o incluso con la que se podría soñar en el futuro de aquí a 2030, no da para mucho, si es que para algo. Dado que ese país ha pasado de ser la potencia industrial que fue en los tiempos soviéticos (en 1989 el primer productor mundial de acero), a en lo esencial un exportador de materias primas. Rusia mantiene su estatus de superpoder solo en razón de conservar el primer arsenal nuclear del planeta, y a su inmensa extensión territorial, porque ni por lo demográfico, o por lo industrial, puede ya considerarse como tal.
En cuanto a China, quien aún a lo interno ha antepuesto los criterios de eficacia económica a los ideológicos, es evidente su nula disposición a echarse encima a un sistema económico, y a una clase política o empresarial, tan ineficiente como la cubana. La élite china demuestra haber comprendido muy bien que lo único que el régimen cubano puede venderles es apoyo político antiamericano, al costo demasiado alto de financiarles el modelo socialista del despilfarro, que los cubanos tomamos más que de Marx, de su yerno, el santiaguero Pablo Lafargue. Porque incluso si todavía no hubiera acabado de entender al régimen cubano, lo cual no parece ser el caso, el mandarinato chino se da plena cuenta de que una isla con tan escasos recursos solo vale algo por su cercanía a los Estados Unidos: como punto comercial, o como molesto vecino, y ya que mientras se mantenga el embargo lo primero es inviable…
Pero la realidad es que eso de ponerle un molesto vecino a los Estados Unidos, en sus narices, no es algo que a los mandarines les interese gran cosa: la República Popular China —esa modernización del Celeste Imperio—, que aprendió a desarrollarse al mantener la distancia de los antagonismos de la Guerra Fría, prefiere seguir una política exterior más sutil, y por demás lo de evitarse un aliado tan ineficiente es un incentivo añadido de mucho peso para no gastar su dinero en pagarle molestas vecindades a Washington.
En su lugar la República Popular China se ha cuidado de enviarle señales a los Estados Unidos de que para ellos Cuba es cosa de los americanos, probablemente con la intención de que a su vez estos admitan que los mares de China Oriental, y Meridional, pero sobre todo Taiwán, son asuntos suyos. Aquí, claro, siempre le quedará al régimen cubano la esperanza de que dado que Taiwán es para Washington de una importancia estratégica infinitamente superior, por su posición geográfica o por su producción de chips, los americanos nunca aceptarán semejante arreglo. Por lo que a medida que la situación alrededor de Taiwán empeore, cabría esperar que Pekín pierda la paciencia y abandone la sutileza en su política exterior, o hasta los criterios de eficiencia económica, para decidirse a pagar por el molesto vecino.
El problema, aparte de la proverbial paciencia de los orientales, más que demostrada en la manera en que la República Popular ha llegado a convertirse en la segunda superpotencia económica global, es que de ocurrir de esa manera los cubanos nos veremos obligados a vivir en una zozobra semejante a la de los taiwaneses hoy en día, a cambio de ganarnos a un mecenas tan cicatero como siempre lo será China. Porque si bien hasta ahora los americanos han considerado que no ameritaba intervenir en Cuba, de solo sospechar que ese archipiélago a 90 millas podría escalar hasta convertírseles en un Taiwán propio, su visión del asunto cubano cambiará de manera radical.
En resumen, entrar como aliados —en realidad como satélites— de Rusia o China, no le garantiza nada ni siquiera a las élites postcastristas. Tarde o temprano lo que aquellas potencias harían con Cuba es negociarla con Washington, para avanzar en su sueño de un mundo dividido en tres áreas de influencia. En ese diseño de las relaciones internacionales, a Cuba solo le cabe ser patio trasero de los Estados Unidos.
José Gabriel Barrenechea
Cubaencuentro, 5 de junio de 2023.
Foto: Edificio sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en la barriada habanera del Vedado.Tomada de Diario de Cuba.
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