A continuación, un fragmento del artículo Los Castro en Cuba, publicado por la revista colombiana Semana.
Los ríos de dinero y poder que acumularon los capos colombianos en los años ochenta no habrían sido posibles sin la complicidad de Gobiernos de la región. Carlos Lehder no fue la excepción, incluso fue pionero en aliarse con el Gobierno de Bahamas, donde se convirtió en el dueño y señor del negocio criminal. Lo mismo ocurrió con otros narcos en Cuba, con la dictadura de Fidel Castro; en Panamá, con complicidad del general Manuel Antonio Noriega, y en Nicaragua, con el vigente presidente Daniel Ortega.
Lehder fue testigo de cómo estos Gobiernos se sentaron en la mesa con narcotraficantes y recibieron millones de dólares que producía la cocaína. Lehder era un adelantado entre los llamados “extraditables”, educado, bilingüe, conocía el mundo y rápidamente se dio cuenta de que el camino para llevar coca a Estados Unidos era la diplomacia de la droga, puso sus ojos en la recién independizada isla de Bahamas (...)
Regresó a Colombia con sus socios los extraditables y vio cómo, al igual que él, los tentáculos del narcotráfico habían cooptado otros Gobiernos, como el de Fidel Castro, en Cuba. En el caso de la isla, se asociaron con Pablo Escobar Gaviria y Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano. La punta de lanza fue el educado y diplomático Lehder, quien ya tenía las puertas abiertas.
Según narra en su libro, “la dictadura castrista, por intermedio de la Cipac, la agencia de inteligencia y operaciones especiales de La Habana, se había valido de una doctora cubanoamericana, pariente de una antigua compañera mía, para enviarme una invitación formal a visitar la isla, con todos los gastos pagos por el Gobierno”.
En su primera visita de “negocios” lo recibió “un grupo de oficiales vestidos de civil, y en una sala de espera conocimos a los jefes de esta misión, liderados por el coronel Antonio de la Guardia, jefe de la Corporación de Importadores y Exportadores de Cuba (Cimex), agencia de ‘operaciones especiales’ de la dictadura castrista”. Creían que la visita era para comprar langosta, ron y cigarrillos, pero él fue claro en que necesitaban la isla como trampolín para el contrabando de droga.
La respuesta abrió la puerta de un inmenso negocio con la isla gobernada por los Castro. “Por ahora, solamente le puedo confirmar que necesitamos todos los dólares que podamos conseguir”, dijo el coronel Antonio de la Guardia. Le autorizaron en un primer momento usar “Cayo Largo, una isla de veinte kilómetros de extensión, con una buena pista de aterrizaje, ubicada a cuarenta kilómetros del puerto de Cienfuegos”.
El asunto era de dólares, así que el negocio se puso sobre la mesa. “En la fase uno, Cimex necesitaba recibir cinco millones de dólares en efectivo para cubrir los gastos del Gobierno en esa isla (…) Usted tendrá las habitaciones que requiera en el segundo piso del hotel para residir allí con sus trabajadores; además, abriremos la cocina. No sabemos cuánta cocaína usted traerá a la isla, pero mientras más sea, mucho mejor; solo tendríamos que negociar el precio por kilo aterrizado”.
Pero Lehder apuntaba a la cúpula, a relacionarse con los Castro, y pidió que le presentaran a Raúl Castro. El encuentro se dio bajo reglas que De la Guardia describió así: “Escúcheme bien: el protocolo obliga a respetar estrictamente el tiempo. Son cuatro minutos máximo para saludo de mano, frase de cortesía y despedida. Usted no mencionará su nombre propio”.
Lo requisaron, le quitaron el pasaporte, lo llevaron a una sala donde, luego del anuncio de un estafeta, “apareció entonces un hombre de gafas que, mirándome astuta y fijamente, me dijo: –Mucho gusto, bienvenido a Cuba libre –me saludó, y me extendió su fría mano con el gesto glacial del potentado que saluda a un lustrabotas”.
Las cortas palabras del menor de los hermanos Castro, que nada tenían que ver con el negocio, cerraron el acuerdo. “Aquí en Cuba hemos logrado muchísimos avances en educación, medicina y agricultura. Nuestro comercio está creciendo, a pesar del bloqueo yanqui; la Revolución cubana es invencible. Disfrute su estadía. Puede retirarse”, se lee en las memorias del exnarco.
Pablo Escobar delegó a Gustavo Gaviria para el negocio, así que, según dice el libro, “Gustavo, el Mexicano y yo éramos los socios que estábamos metidos en el primer cargamento de cocaína enviado a Cayo Largo. Nuestra responsabilidad era hacerlo llegar a la isla”.
Vinieron muchos cargamentos, el manejo del tráfico desde Cuba lo llevaba Gustavo Gaviria; el coronel De la Guardia era el encargado de llevarlo a Bahamas, donde Lehder aún tenía contactos oficiales con el Gobierno –que seguía siendo cómplice con la condición que no viviera en la isla–; desde ahí la coca se convertía en dólares en Estados Unidos, todo con la venia del régimen de Fidel Castro.
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