lunes, 26 de agosto de 2024

El castrismo gramscista

El castrismo hoy no es marxista, es gramscista, una corriente político-ideológica en pos de un mismo objetivo antidemocrático, pero por vías diferentes. El régimen cubano es un protagonista destacado de ese movimiento geopolítico y social global que en Occidente se mueve contra Occidente, y en particular contra Estados Unidos.

No importa si la cúpula castrista y buena parte de la izquierda radical se niega a aceptar que el marxismo murió y está sepultado en las murallas del Kremlin, y que no sepan que ahora son seguidores de Antonio Gramsci (1891-1937), el más destacado teórico comunista para implantar el socialismo sin revolución ni violencia alguna.

Además, en el caso de Estados Unidos, para socavar la democracia liberal, esa corriente se beneficia indirectamente de millonarias donaciones desde el Medio Oriente. Qatar regaló 4.700 millones de dólares a decenas de instituciones académicas de Estados Unidos entre 2001 y 2021, según el Institute for the Study of Global Antisemitism and Policy (ISGAP) en 2022.

A cambio de esas donaciones "altruistas" en las universidades de Estados Unidos crece académicamente "una erosión de los valores democráticos" y una "retórica antisemita o antiisraelí", afirma textualmente el estudio del ISGAP. Eso favorece al gramscismo y a la subversiva inteligencia castrista en Estados Unidos.

¿Qué es exactamente el gramscismo? Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia (el más fuerte de Europa Occidental), fue un intelectual y dirigente político más astuto que Marx y Lenin juntos. Para Gramsci no era necesaria una revolución violenta, como postulaba Marx, e hizo Lenin, para implantar el socialismo, sino socavar la "hegemonía cultural" burguesa hasta acabar con ella y sustituirla. Por eso se distanció de Marx, Lenin, y de Stalin, que al morir Gramsci en 1937 (de hemorragia cerebral) estaba ejecutando o matando de hambre a millones de soviéticos.

El líder comunista italiano consideraba que el sector dominante de la sociedad puede ejercer su poder porque impone su filosofía, sus costumbres, el sentido común, que facilitan la identificación inconsciente del pueblo con la clase dominante. A partir de esa conclusión, Gramsci elaboró su estrategia para desplazar incruentamente del poder a la "burguesía", y que consta de tres pilares: 1) dominar los medios de comunicación y culturales; 2) dominar la enseñanza sobre todo en las universidades; y 3) acabar con la influencia religiosa en la población.

Ah, como habrán advertido, el gramscismo lo mismo puede servir para implantar un régimen comunista, que fascista o teocrático. Marx sostenía que los comunistas solo pueden llegar al poder "derrocando por la violencia todo el orden social existente", como proclama el Manifiesto comunista (1848). Y en El Capital luego sentenció: "La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva".

Según Gramsci eso fue un grave error de Marx, pues para llevar las clases dominadas al poder político solo hay que usar las mismas armas de la burguesía, pero al revés, penetrando las bases de la hegemonía capitalista hasta controlarla por completo. En el caso de Cuba, se da la paradoja de que el castrismo es hoy protagonista del empuje gramscista continental, luego de estar atacando furiosamente a Gramsci durante varias décadas.

También los Castro arremetieron indignados contra el "eurocomunismo", un movimiento político-ideológico lanzado por el Partido Comunista italiano en los años 70 que rechazaba el modelo comunista soviético y propugnaba una mayor proximidad hacia la clase media burguesa y la aceptación del modelo parlamentario pluripartidista, al que Marx llamaba "parlamentarismo idiota" y Fidel Castro "pluriporquería".

A aquel movimiento europeo "revisionista" (según el léxico soviético) se unieron los partidos comunistas de Francia y de España, que llegaron a declarar que luchaban a la vez contra la OTAN y contra el Pacto de Varsovia. Lo cierto es que hoy la dictadura castrista ya no dedica a su ejército de agentes de inteligencia, cubanos, y extranjeros pagados o voluntarios, a "crear dos, tres, muchos Vietnam" e incendiarlo todo, sino a minar el poder burgués desde dentro y acabar con su "hegemonía cultural".

Se infiltran en partidos políticos, gobiernos, sindicatos, instituciones sociales y académicas, organismos internacionales, y hasta en el mismísimo Pentágono y el Departamento de Estado de Estados Unidos, como la puertorriqueña Ana Belén Rocha y el boliviano Víctor Manuel Rocha. Esta ingeniería castrista de subversión antidemocrática opera con soltura en América, y casi todo Occidente.

Muy atrás quedó la "lucha armada como única vía para lograr la liberación nacional de los pueblos y derrotar al imperialismo", y la intervención militar de Cuba en 16 países de Latinoamérica y seis de Africa y Medio Oriente. Entonces el castrismo era marxista. Eso es ya historia antigua. La "conversión" de Fidel Castro al gramscismo se produjo al desintegrarse la Unión Soviética y fallecer el "paganini" Volodia que mantenía a flote la improductiva economía cubana.

Se acabó la plata (soviética) y el Proxeneta en Jefe aceptó enseguida las reglas del juego de la "pluriporquería". Se abrazó a Hugo Chávez, o más bien a su millonaria chequera, y el fanático venezolano comenzó a mantener a Cuba. Ambos sacaron de la manga el "Socialismo del Siglo XXI", gramscista al cien por ciento, como lo son el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.

Y hago aquí un paréntesis clave. Estoy convencido de que Fidel Castro nunca fue un marxista de verdad, por conciencia, como los antiguos militantes del Partido Socialista Popular, digamos. En su egolatría megalómana no creyó en otra ideología que no fuera la suya propia, utilitaria. Para obtener poder, fama, y vivir a costa de otros. Fue lo que hizo toda su vida. Fidel jamás creyó en nadie (ni en su madre) ni en nada que no brotase de su propio ego.

Gramsci tuvo un gran despiste cuando puso en el mismo plano a una sociedad libre y democrática con una tiranía totalitaria al concebir su tesis comunista "infalible" y establecer que el poder de las clases dominantes no se basa en la fuerza militar y represiva, sino en la "hegemonía cultural" ejercida por medio de la educación, los medios y las instituciones religiosas. Falso. Si el totalitarismo en Cuba ha durado 65 años ha sido por su monstruosa maquinaria de terror represivo. Y sin la KGB, la Stasi en Alemania Oriental, la Securitate en Rumanía, y las fuerzas represivas en los 35 países comunistas del siglo XX, el comunismo europeo no habría durado mucho tiempo. Y tampoco existiría en Asia.

En la Rusia bolchevique, para mantener el poder comunista Lenin asesinó o mató de hambre a varios millones de personas. Y Stalin a unos 20 millones. Otros millones de soviéticos sufrieron los horrores del Gulag, incluyendo tres mariscales, 13 generales de cuatro estrellas, 50 generales de tres estrellas, 154 generales de dos estrellas, y ocho almirantes. Son datos de varios historiadores y de la Enciclopedia Británica. En China se calcula que Mao Tse Tung mató o provocó la muerte de 65 millones de personas.

El "lavado de cerebro"” con la propaganda político-ideológica funcionó en Cuba para una parte de la población mientras Moscú pagaba los gastos. Se acabó el dinero y la farsa de la "revolución cubana" saltó en pedazos, llevándose por delante al marxismo-leninismo, al argentino Che Guevara y a Masantini el torero. Desapareció el supuesto pacto social comunista según el cual el Estado esclaviza al pueblo y a cambio le da escuela, salud pública, y un poco de alimentos.

Hoy en Cuba ya nadie aguanta eso de "los trabajadores en el poder", ni que "el futuro pertenece por entero al socialismo". No se tragan ya esa bazofia ni quienes en décadas anteriores sufrieron daño antropológico por la propaganda. Para resumir, la democracia, las libertades, derechos humanos y beneficios sociales y económicos logrados en Occidente en 200 años están en serio peligro. La humanidad sufrirá un retroceso multifacético si la izquierda gramscista sigue erosionando las bases del mundo moderno.

Y, finalmente, viene lo peor de todo esto. El gramscismo es cómplice de la alianza imperialista chino-ruso-iraní-norcoreana que pretende establecer un "nuevo orden mundial" de tintes medievales en pleno siglo XXI. Dicho lo anterior, la Administración Biden debe de sancionar y no hacerle más concesiones a la implacable dictadura castrista. Como muchos cubanos me pregunto: ¿por qué sin pedir nada a cambio?

Roberto Álvarez Quiñones
Texto y foto de Antonio Gramsci: Diario de Cuba, 5 de junio de 2024.

lunes, 19 de agosto de 2024

Cuba se acerca a una catástrofe social sin precedentes


Cuba se aproxima aceleradamente hacia un punto de inflexión en el que cualquier evento podría ocurrir, incluyendo una gran catástrofe social de magnitudes sin precedentes, ante la cual los linchamientos y saqueos del fin del machadato podrían parecernos meras riñas infantiles.

No estamos exagerando. El primero de enero de 2021, ambos firmantes publicamos y alertamos a esa dirigencia gubernamental, en lo que llamamos Conclusiones de un balance sobre Cuba al cierre del 2020, de que, si no se hacían en lo inmediato cambios radicales, el descontento “podría explotar multitudinariamente con graves consecuencias irreparables”. Y sin embargo, en vez de seguir esos consejos, empeoraron más la situación con medidas que agudizaban el estado ya de por sí muy lamentable del pueblo.

Luego, las manifestaciones del 11 de julio de ese mismo año, con miles y quizás decenas de miles de personas –si sumamos a todos los participantes de las diversas ciudades del país–, fueron pacíficas. La violencia la iniciaron luego las fuerzas represivas.

Pero ahora tenemos suficientes razones para temer que esta vez la protesta no solo no va a ser pacífica sino, muy probablemente, catastrófica. Es ya demasiado el sufrimiento y el resentimiento de la población para creer que nuevas reformas tan ineficientes como las que ya se han implementado van a resolver los graves problemas del país. Reforma, como la propia palabra indica, significa solo cambio de forma y no de la esencia de esos problemas.

El argumento de esa dirigencia para negar los cambios radicales es que significarían el fin de la “revolución”. La respuesta que hay que darles, de una vez por todas, es que esa revolución ya no existe desde hace más de cincuenta años, si es que vamos a utilizar el término tal y como lo define la Real Academia Española –“cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”–, porque en 1968, cuando finalmente terminaron expropiando al propio pueblo en la llamada ofensiva revolucionaria, confiscando a todos los pequeños propietarios, incluyendo a los más humildes trabajadores independientes como limpiabotas y vendedores de hamburguesas, no hubo ya, desde entonces, ningún otro cambio profundo.

¿Qué ha habido entonces en Cuba desde hace más de cincuenta años? El sistema político y socioeconómico que fue producto de aquella revolución, una dictadura totalitaria que llevó a prisión o pasó por las armas a antiguos compañeros de lucha que intentaron impedir aquella traición de incumplir las metas democratizadoras que ellos mismos habían prometido –restauración de la constitución y realizar elecciones libres– para imponer por la fuerza un régimen que hizo realidad los temores más sombríos que casi un siglo antes había albergado José Martí en carta a Máximo Gómez, sobre un posible caudillo que, “al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria”, convertiría a la República en un campamento de ordeno y mando.

Hablemos con propiedad: ya no hay un solo revolucionario en las filas del Partido Comunista o del Estado. Los verdaderos revolucionarios están manifestándose en las calles, o en las cárceles, como Luis Manuel Otero Alcántara, José Daniel Ferrer y Maykel Castillo Osorbo, quienes, como otros cientos de prisioneros, solo expresaron pacíficamente sus anhelos de una Cuba mejor, derecho consagrado por la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Sin embargo, fueron condenados a penas de cárcel superiores a los que recibieron los asaltantes del cuartel Moncada, que portaban armas de fuego y dejaron numerosos muertos. Y aun así, fueron amnistiados dos años después.

Ese sistema económico-social, que a pesar de todo siguen llamando “revolución”, ha sido el responsable de la destrucción de todo el país. Porque esa dirigencia, como Frankenstein, creó a un monstruo que luego no pudo ser capaz de controlar, una burocracia corrupta e ineficiente de miles de funcionarios elegidos no por capacidad sino por confiabilidad política, sin verdadero interés en la productividad, un modelo, por tanto, que solo genera una crisis permanente.

Esa crisis únicamente se alivia cuando existe un aliado externo capaz de subsidiarlo, y cuando ese aliado falta, es cuando realmente ese sistema se presenta tal y como es. Es en esos casos cuando acuden al recurso de los éxodos masivos para aliviar las tensiones sociales internas, un recurso que solo les sirve para ganar tiempo mientras se busca ese nuevo aliado capaz de suministrar los recursos que el país requiere para mantenerse en pie. Y eso es, justamente, lo que están buscando desesperadamente desde el quiebre de la economía venezolana.

Pero ese aliado no acaba de aparecer y, si no aparece, el sistema colapsará definitivamente. Por lo general, la magnitud de estos éxodos es directamente proporcional a la magnitud de la crisis, y este último éxodo ha sido el más grande de todos los tiempos, lo cual indica que están afrontando la crisis más profunda de toda su historia y las tensiones aliviadas por ese gran éxodo tienden a reproducirse en muy corto plazo, mientras que la situación internacional no permitiría, en tan poco tiempo, otro éxodo como el anterior.

Hemos llegado, pues, a un punto definitivo y decisivo donde las alternativas se presentan muy claramente: o esa dirigencia realiza en lo inmediato un cambio profundo, o las multitudes desesperadas barrerán con esa dirigencia de la peor manera.

Pero si ese liderato sigue haciendo oídos sordos a los reclamos que consecutivamente se le ha hecho de realizar esos cambios, si no tiene el interés ni el valor de enfrentar los graves conflictos del país de manera radical, no queda otra alternativa que apelar a los sectores más serenos y ecuánimes de ese pueblo para que se erijan como guías de esas muchedumbres.

Convocamos, por tanto, a la disidencia, a una unidad de todas esas alianzas que han venido realizándose en los últimos años, así como exhortamos al concurso de muchos intelectuales honestos y sensatos para que ejerzan su influencia.

Todos juntos constituirían una fuerza moral con suficiente poder de convocatoria para desplazar pacífica y armoniosamente a esa dirigencia fallida para evitar la tragedia, y conducir a ese pueblo, para el bien de todos, incluyendo la integridad física de esos mismos actuales dirigentes, sin venganzas ni revanchismos, hacia un proceso profundo de transformaciones sociales.

Cuba se levantará de sus cenizas, y será, para el mundo, un paradigma de libertad, paz y prosperidad.

Ariel Hidalgo y Elizardo Sánchez Santacruz
14ymedio, 10 de julio de 2024.

Leer también: El Hambre Nuevo.

lunes, 12 de agosto de 2024

Los primeros cacerolazos en Cuba

Actualmente, cuando se han hecho frecuentes los episodios de cubanos que en todo el país suenan los calderos en protesta contra los apagones y la escasez de alimentos, es oportuno recordar que los primeros cacerolazos que tuvo que enfrentar el régimen castrista ocurrieron hace 62 años, en junio de 1962, en Cárdenas y El Cano.

El 19 de junio de 1962, en Cárdenas, ciudad de la costa norte de Matanzas, a 150 kilómetros al este de La Habana, ocurrió el primer cacerolazo. Ese día varias decenas de cardenenses, principalmente mujeres, salieron a las calles a protestar por la escasez de alimentos, golpeando los calderos y profiriendo gritos en contra de la cartilla de racionamiento que había sido impuesta tres meses antes, el 12 de marzo de 1962.

Según alegó Fidel Castro, el racionamiento, que era consecuencia de “la guerra económica contra Cuba del imperialismo yanqui y la contrarrevolución”, era para distribuir con equidad los alimentos e impedir el acaparamiento y la especulación, y duraría “el tiempo que la situación del país lo requiriese”.

No bastándole los policías y milicianos para aplacar la atronadora protesta, el comandante Jorge Serguera, que era por entonces el jefe militar de la provincia Matanzas, ordenó sacar tanques de guerra a las calles de Cárdenas para intimidar a los manifestantes. Aquel desmesurado espectáculo represivo hizo que Serguera fuera sustituido y enviado como embajador a la recién independizada Argelia.

El presidente Osvaldo Dorticós, en un áspero discurso, culpó al “bloqueo” norteamericano de la escasez y calificó las protestas de Cárdenas como “una miserable provocación contrarrevolucionaria”.

Unos días después, a fines de junio, hubo también protestas contra el desabastecimiento en El Cano, un poblado al sudoeste de La Habana.

En la represión de la protesta en El Cano, hubo un miliciano muerto, varios heridos y decenas de detenidos. Luego vinieron las represalias del régimen: se reorganizó la milicia del poblado, cerraron varios establecimientos particulares y fueron confiscados autos y camiones de los habitantes.

Así, se creó una situación de paro forzoso para hacer que se integrara la mayor cantidad posible de vecinos a una granja experimental que instalaron en la zona, similar a otra que hicieron en Guane, Pinar del Río, mezcla de koljoz y kibutz, para probar cómo sería el comportamiento de los trabajadores en la sociedad comunista.

El experimento de la granja comunista, por suerte para los canenses, duraría poco. Pero en marzo de 1968 la llamada Ofensiva Revolucionaria acabó de sumir a los habitantes del otrora próspero poblado en la pobreza y la dependencia al Estado.

Luis Cino
Cubanet, 19 de junio de 2024.

lunes, 5 de agosto de 2024

Así viví el Maleconazo

En la noche del jueves 4 de agosto de 1994, el calor era insoportable. Resido muy cerca de la llamada 'Plaza Roja' de la Víbora, y justo a las 8 había comenzado un apagón de 12 horas.

Eran los años duros del ‘período especial’. Una guerra sin el rugir de cazabombarderos sobrevolando por la ciudad. Vivíamos en estado de sitio. De manera racionada, por decreto estatal, en cada barrio teníamos doce o más horas sin electricidad.

La jerga oficial los llamaba "apagones programados". El semanario Tribuna de La Habana, en la primera página interior, anunciaba el calendario de apagones. La temperatura no bajaba de 33 grados. A los habituales cortes de luz debíamos añadir el hambre. Siempre estábamos hambrientos.

La gente comía poco y mal. Lo que conseguía. Una libra de arroz costaba 150 pesos, igual que un aguacate. Las calles estaban desiertas. Los automóviles particulares dormían en sus casas, por falta de combustible.

El transporte urbano era una calamidad. Trasladarte de un sitio a otro demoraba dos o tres horas. Esa noche del 4 de agosto puse una sobrecama en la sala y con la puerta del balcón abierta me tiré a dormir, intentando coger fresco.

En un renqueante sillón pintado de amarillo, mi hermana le daba el pecho a mi sobrina, nacida el 3 de junio. Con una penca de guano abanicaba a la bebita. Sobre las 7 de la mañana desperté, empapado de sudor. Aún no había llegado la luz. Me bañé y salí a la calle. Muchos en el vecindario dormían en los portales o en la azotea.

No había nada que hacer. Solo charlar. De cualquier tema. Uno vecino me contó las últimas nuevas. “Dentro de 3 meses camiones militares van a repartir la comida por cada cuadra”. ¿Almuerzo y comida?, le pregunté. “Solo comida y un pedazo de pan", me respondió en voz baja.

Los soplones habituales trabajaban a destajo, enviando informes a los servicios especiales sobre lo que gente hablaba o hacía. Tirarse al mar en una balsa precaria se había convertido en un deporte nacional .

Entonces tenía 28 años. Cuatro de cada cinco amigos o conocidos hacían planes para construir una embarcación decente y viajar hacia Estados Unidos. No se hablaba de otra cosa. Solo de huir.

Todavía en la mañana del 5 de agosto ser balsero era un delito. Si te pillaban, podías cumplir una sanción de hasta 4 años tras las rejas. Pero la gente iba perdiendo el temor. A pesar de los chivatos del barrio, se construían balsas de todo tipo y tamaño, al amparo de los prolongados apagones. La Habana era una urbe de fragatas. Y luego estaban los más temerarios.

La gente andaba desesperada. Según una amiga, en su trabajo estaban planeando secuestrar un barco pesquero en el poblado de Batabanó. Por el barrio, un ex marinero se ofrecía como práctico. Aseguraba tener un plan para llegar sano y salvo a las costas de la Florida.

El hombre tenía un sextante y cartas náuticas. “Es una travesía complicada. Puedes ser merienda de tiburones si no se prepara bien la expedición”, decía. Por esos días, jeeps con militares de boinas rojas y AK-47 patrullaban la capital.

La Habana era como una lija de fósforos. Cualquier roce podía provocar un fuego. Todavía se comentaba el fatídico suceso del remolcador 13 de marzo, el 13 de julio. Las autoridades, para dar un escarmiento ante los numerosos intentos de fugas ilegales, a 7 millas de la bahía habanera, embistieron intencionalmente el viejo remolcador.

A bordo iban 72 personas. Murieron 41 personas. 10 eran niños. De acuerdo a los testimonios de 31 sobrevivientes, dos embarcaciones del régimen les negaron ayuda. Fue un crimen. A pesar de la censura y manipulación oficial, la noticia se había regado como pólvora por toda isla. Los robos y secuestros de embarcaciones del Estado no se detuvieron.

Hacer el viaje de 10 minutos en una destartalada lancha que cruza la Bahía rumbo al pueblo de Regla, se convirtió en algo peligroso. Efectivos policiales fiscalizaban a todos los pasajeros que subían a bordo.

Sobre las 12 del mediodía del viernes 5 de agosto, bajo un sol de plomo, un amigo, con la respiración cortada, llegó al grupo de jóvenes que estábamos sentados en una esquina. “Me acaban de llamar mis parientes en Miami y me dijeron que cuatro lanchas grandes habían salido rumbo a La Habana, a recoger a los que quieran irse. En el Malecón hay un montón de gente esperándolas”.

Un chofer de la ruta 15, hoy residente en España, nos invitó a tomar su ómnibus, para llegar más rápido. Se desvió del itinerario. Por el trayecto iba recogiendo personas que le sacaban la mano.

“Voy pa'l malecón”, decía. Cada uno que subía contaba una versión nueva de lo que estaba aconteciendo. “Han roto vidrieras de las tiendas y están robando alimentos, ropa y aseo. Han volcado carros de patrullas. Parece que ‘esto’ (la revolución) se jodió”, aseguraban.

El ambiente era de fiesta. Cerca del antiguo Palacio Presidencial, fuerzas combinadas de la policía, militares y agentes de la Seguridad del Estado detuvieron el ómnibus. Un grupo de leales al régimen intentaba contener las protestas antigubernamentales y los incipientes disturbios con consignas. Había una algarabía impresionante.

Nos apeamos y por calles interiores caminamos en busca de la Avenida del Puerto, paralela al Malecón. Desde el muro, infinidad de personas miraban ansiosas el horizonte. Cerca del hotel Deuville, un patrullero había sido destrozado a pedradas. Paramilitares llegaban en camiones, armados con bates, cabillas y tubos de acero. Eran obreros de brigadas de construcción creadas por Fidel Castro y que fueron movilizados con urgencia.

Por primera vez en mi vida escuché gritos de Abajo Fidel y Abajo la Dictadura. Lo que comenzó con un intento de fuga masiva a la Florida se estaba transformando en un motín popular.

El epicentro del Maleconazo fueron los barrios pobres y mayoritariamente negros de Jesús María, Belén, San Leopoldo, Colón y Cayo Hueso. Zonas donde la gente residía en solares ruinosos y con un futuro entre signos de interrogación. Cunas del jineterismo, juego prohibido y tráfico de drogas. Allí los hermanos Castro no son bienvenidos.

Pasada las 6 de la tarde, fuerzas del régimen parecían tener bajo control la amplia demarcación donde la gente se había tirado a las calles a robar, gritar o simplemente sentarse en el muro del Malecón, a esperar por lo que sucediese.

Camiones antimotines detuvieron a cientos de ciudadanos. Se regó el rumor de que Fidel Castro había llegado. Los AK-47 de los militares estaban sin pasador: listos para usarse. Cuando comenzó a oscurecer, ya los disturbios se habían controlado. Regresamos caminando y comentando los sucesos. Esa noche, ante el temor de otras revueltas, no hubo apagón.

Iván García

Foto: Multitud que el 5 de agosto de 1994, espontáneamente, se congregó frente al Hotel Deauville, en Galiano y San Lázaro, La Habana. Más fotos en A 15 años del Maleconazo.