viernes, 21 de septiembre de 2012

Vivir en guerra en un país sin guerra


beggar in Havana by elhabanero06.

El 'período especial', que aún no ha terminado en Cuba, es una guerra sin el tronar de los cañones. Es como vivir en un país en guerra. Cierto que no hay raids aéreos, ni bombas inteligentes. Pero la perenne crisis económica que se vive en la isla, dan para escribir varios tomos.

En 2012 los rigores del 'período especial' no son tan violentos como cuando estuvo en su apogeo, veintidós años atrás. Cómo olvidar, aquellos años duros de la década de los 90.

Recuerdo que la primera vez que escuché el pomposo calificativo fue en el verano de 1989. Unos meses después, el Muro de Berlín se vino abajo y la Unión Soviética, otrora una potencia mundial, se desmoronó a velocidad supersónica.

El comandante de verde olivo, en un discurso al inaugurar una fábrica de fusiles AKM, en la provincia de Camagüey, ya hizo mención del agujero negro que nos venía encima.

Luego, en un acto con mujeres, en el teatro Karl Marx, medio en broma -se sabe que Castro tiene atrofiado el sentido del humor- medio en serio, le dijo a las damas presentes, “guarden bien las ropas, en años venideros las van a necesitar”.

La gente en Cuba nunca vivió de manera sobrada. Siempre escaseaba algo. Además de faltar las libertades individuales, que los nacidos en los 60 no percibíamos, gracias a la tubería de petróleo, trigo y rublos desde Moscú, Papá Estado a cada uno de sus ciudadanos le otorgaba una vida pobre, pero digna.

Antes de esa guerra silenciosa que fue y sigue siendo "el período especial en tiempos de paz", podíamos comprar dos pantalones al año, tres camisas y un par de zapatos, con una libreta llamada de 'productos industriales'. Cosa rara, para la generación nacida en esa época: se pagaba en pesos, la moneda nacional.

La libreta o cartilla de racionamiento alimentaria era más abundante. No para tirar cohetes, pero la cuota no era tan magra como en la actualidad. Había alimentos en venta libre. Y la leche condesada o evaporada no eran artículos suntuarios.

Incluso, en las lecherías dejaban en horas de la madrugada las cajas con litros de leche fresca, yogurt, queso proceso o de crema, y a nadie le pasaba por la cabeza hurtárselos.

Pero nadie podía imaginarse lo que era vivir en 'período especial'. Fue terrible. La gente bajó de peso como si asistiesen a una sauna diaria. Siempre teníamos hambre. Se hacían colas para comprar unas pizzas que en vez de queso llevaban papa hervida.

Los ancianos, famélicos y desdentados, se agolpaban en los cafetines para tomar una infusión hecha con cáscara de naranja o toronja. Es cuando aparecen los engendros alimenticios, madre de la necesidad. De sus laboratorios gastronómicos, a la carrera el comandante sacó picadillo texturizado, a base de soya; masa cárnica; pasta de oca; fricandel; perros sin tripas y masa vegetariana, entre otros inventos.

Todo sabía a rayo. Pura bazofia. Todavía el dólar estaba prohibido y la gente vendía los pocos artículos de valor que le quedaban para comprar alimentos. Cuando Fidel Castro el 26 de julio de 1993 despenalizó el dólar, mi madre vendió su colección de discos de música popular brasileña por 39 dólares.

Otros vendieron los muebles o los cambiaron por un cerdo, que luego criaban en la bañadera de su apartamento, con un bozal, para que el marrano no chillase y diera la voz de alarma a los inspectores de salud.

Aparecieron enfermedades exóticas como la neuritis óptica y el beriberi. Mucha gente caía como moscas en las calles, por deficiencias en su locomoción. El transporte público desapareció. Los tractores se sustituyeron por bueyes y carretones tirados por caballos.

La bicicleta fue el vehículo oficial para el pueblo, adoptados por los jerarcas. Claro, ellos seguían moviéndose en coches. Se habló seriamente de la Opción Cero, un estado de sitio en el cual tropas del ejército repartirían raciones de comida por las cuadras.

Lo que apaciguó el desastre de convertirnos en la Corea del Norte del Caribe, y que la gente empezara a morir de hambre, fueron las medidas adoptadas por Castro.

Esas medidas fueron la tabla de salvación. Alejadas de la filosofía socialista, eran de corte liberal y de economía de mercado. Las empresas que funcionaron y eran rentables, fueron las de capital foráneo. Se permitió a la gente tener pequeños negocios. Se legalizó la tenencia de divisas. Dio resultados. Muchos ciudadanos mejoraron sus bolsillos y el gobierno guardó en sus arcas millones de dólares.

Luego en Caracas apareció el incontenible bolivariano Hugo Chávez y Castro vio resurgir el maná. Sacó sus cuentas. Las tímidas aperturas le habían otorgado libertad económica e independencia a unos cientos de miles de cubanos.

Pero eso erosionaba su poder monolítico. Entonces mandó al diablo ese 'coqueteo capitalista'. Le pidió a Chávez que le tirara un cabo. Y el de Barinas se lo tiró. Petróleo a raudales y una confederación de países rebeldes que podían ponerle la cosa mala a los poderosos.

Salió ganando en lo político. La revolución cubana estaba al garete. Chávez y compañía rescataron la bandera de la guerra sin cuartel contra el imperialismo yanqui.

Pero en 2008 surgió una crisis real que afectó a todo el planeta. Con la caída de los precios del petróleo, la situación interna y el despilfarro, el Santa Claus venezolano le sopló al oído de los Castro: me estoy quedando corto de plata.

Los hermanos de Birán recogieron el guante. Y ofrecieron el mismo discurso que durante décadas le han vendido al pueblo. Hay que ahorrar. Y abrirle un agujero al cinturón. Otro más. Y en eso estamos. Detenidos en medio de un temporal. Sin paraguas.

Con una economía que hace agua. Y unos socios extranjeros que miran con desconfianza al gobierno cubano, por lo absurdo de su legislación de inversiones, y lo tramposo que suele ser en sus tratos.

Además, con gran parte de la población cansada del añejo régimen, al que culpan por el mal funcionamiento de la nación. Todos esperan que se solucionen los verdaderos problemas. Comenzando por el cáncer de la corrupción.

De momento, siguen los habituales ataques a los países ricos y las campañas de patrioterismo. Es un rodeo. Los cubanos guardan en su memoria la cruda realidad del 'período especial' en la década de los 90. Ya saben cómo es vivir en guerra en un país sin guerra.

Iván García

Escrito en abril de 2010 y actualizado en agosto de 2012.

Foto: habanero06, Flickr.
Leer también: El país del futuro.

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