miércoles, 4 de junio de 2014

La difícil tarea de almorzar y comer en Cuba



Imaginar a un nutricionista cubano en un centro de salud, es empinar un papalote sin aire. Estos especialistas del buen comer, en su afán de indicar una alimentación adecuada a pacientes con obesidad, colesterol alto o diabetes, dada la escasez, se convierten en magos de circo.

¿Quién puede orientar qué comer para mejorar la salud, cuando no puede disponer de alimentos tan esenciales como leche, carne de res, pescado, mariscos, cuando la malanga llega a veces y la papa se ha vuelto incapturable?

A Carmen, especialista en nutrición de varios hospitales, la entristece su trabajo. “Todos sabemos las carencias que padecemos. Me duele ver las miradas de los ancianos que preguntan qué comer y se quejan de los inalcanzables precios del pescado, de una piña, de naranjas, de los alimentos sanos, que debo recomendarles para recobrar su salud”.

La mayoría de la población -Carmen incluida-, no puede adquirir frutas con sus míseros ingresos. Imagine una anciana que el pago de la seguridad social no le alcanza ni para medicinas o una madre soltera que no cuente con el apoyo económico del padre de su hijo.

La nutrición balanceada es necesaria para controlar ciertos padecimientos, pero también es vital para preservar la salud. La bazofia “alimenticia” que ingerimos los cubanos, va más allá de ser una afrenta al paladar, es responsable de la baja estatura de los jóvenes de estos tiempos, de la pérdida temprana de la dentadura, del uso de bastón -entre muchos que no rebasan los 70 años- por desgaste en sus huesos.

Es imposible escapar de contraer alguna enfermedad, alimentándonos con la ración mensual de “picadillo enriquecido” (cuyos componentes nadie conoce), del pedacito de pollo que se recibe a cambio de no dar pescado; y otras “reliquias”, nacidas en los 90, años del fatídico período especial que nunca termina.

Quién diría a los cubanos de la Isla que su alimentación sería muy inferior a la dieta que, en los siglos XVIII y XIX, los colonos les ofrecían a sus esclavos. En el barracón de la plantación no faltaban el tasajo, el bacalao, la carne de res, la leche y otros alimentos de gran valor proteico.

El reglamento de esclavos de 1842, especificaba que a los amos darán a sus esclavos de dos a tres comidas al día, con ocho onzas (230 gramos) de carne, tasajo o bacalao y 4 onzas (1,15 gramos) de arroz u otras harinas, acompañadas de seis u ocho plátanos diarios, o su equivalente en boniatos, ñames, yucas u otras raíces alimenticias (tomado de El Ingenio, de Manuel Moreno Fraginals).

Antes de 1959, Nitza Villapol, se hizo popular con sus recetas en el programa Cocina al minuto. Luego, para subsistir en revolución, la Villapol (ya militante del partido) las adaptó a la lánguida libreta de abastecimiento. Y hasta llegó a ofrecer la receta de bisté de toronja.

El mismísimo Fidel Castro no escapó a la tentación de dar recetas de cocina. Recomendó a los cubanos beber el chocolatín con leche. Parecía una burla: “¿qué chocolate y qué leche?” se preguntaban en los hogares las desesperadas madres, que no sabían qué inventar para alimentar a sus hijos.

Es absurdo, que el régimen no pueda garantizar un vaso de leche a cada ciudadano, y no permita al cubano crear empresas privadas para el abasto de leche y carne. Es hipócrita echarle la culpa del bajo rendimiento de la ganadería al hurto de ganado, que no es más que otro producto de la miseria.

¿Qué podemos esperar? Los esclavizadores de hoy se niegan a flexibilizar el monopolio estatal, causante de que los cubanos no puedan tener una alimentación balanceada. ¿Qué puede responder la nutricionista Carmen, cuando un anciano carente de vitaminas le pregunta qué debe almorzar y comer?

León Padrón Azcuy
Cubanet, 4 de abril de 2014

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