viernes, 31 de octubre de 2014

Los 80: ¿una década feliz?



Contínuamente escucho a compatriotas que idealizan la década de 1980. En particular a comunistas que se desmerengaron por hambre en el 'período especial' y a los que ahora les aletea el corazón gracias al zarévich Putin.

Añoran los tiempos de las becas en Kiev, Uzbekistán o Kirguizia; los contratos del CAME para trabajar como semi-esclavos en Checoslovaquia o la República Democrática Alemana; los relojes Poljot, los radios VEF y Selena; las lavadoras Aurika, los tocadiscos Akkord y Melodyia; los Moskvich (a los autorizados a comprarlos); el vodka Stolishnaya; los viajes a la URSS como premios del programa 9550; las latas de carne rusa y de coles rellenas búlgaras.

También echan de menos los mercados paralelos, los juguetes básicos, no básicos y dirigidos por la libreta de productos de productos básicos; la carne de res que venía a la carnicería cada nueve días por la libreta de abastecimiento; la cerveza a 60 centavos; la tienda del Palacio de los Matrimonios; la vuelta turística a Cuba por 250 pesos o viajar a los países socialistas por 1,500; los zapatos plásticos (no sé si también los hongos en los pies que causaban, y por ende, el micocilén para curarlos); las camisas Yumurí y los pantalones Jiquí; las revistas Sputnik y Novedades de Moscú, y el perfume Moscú Rojo.

¿Nos conformábamos entonces con tan poco y tan malo? ¿O es que las existencias de menesterosos que llevamos hoy nos hacen caer en las trampas de la memoria?

Hoy que la revolución se vuelve borraja disuelta en el agua de sentina del capitalismo mercantilista-timbirichero de estado y con lineamientos económicos, resulta patético sentir nostalgias anticipadas por las supuestas bondades de un sistema que no era ni siquiera regular. Solo que parecía menos malo, porque procuraba guardar la forma y que no fuera tan evidente la brecha entre los discursos y la realidad.

Ahora, ni eso. Son pasmosos esos nostálgicos que lloran los años 80 como un paraíso perdido -ay, Milton- y no recuerdan que entonces, aunque no existía la dualidad monetaria, tampoco alcanzaba para mucho el salario, la tenencia de dólares era un delito que se pagaba con años de cárcel, al igual que entrar en tratos con extranjeros para que te compraran algo en el diplomercado.

La universidad era sólo para los revolucionarios. Y cientos de cubanos morían o quedaban mutilados en Angola, para gloria de los jefazos que jugaban a la guerra por control remoto desde su bunker habanero.

No se enteraron esos nostálgicos de que se violaban los derechos humanos y que las cárceles, en condiciones aun más dantescas que hoy -lo que es mucho decir- estaban llenas de presos políticos.

Muchos intelectuales desmemoriados dicen echar de menos la activa vida cultural de los 80, los muchos eventos, los debates en el plano artístico que se distanciaban de la política cultural del Estado.

Olvidaron la suspicacia paranoica del régimen en aquellos años contra los creadores, a los que no les valió de mucho el empleo de un diluvio de símbolos, símiles y metáforas. ¿Acaso ya nadie recuerda las exposiciones clausuradas y cómo terminó Arte Calle? ¿La brutal agresión de agentes del MININT mal disfrazados de civiles contra un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba la poetisa Carilda Oliver, reunidos para una lectura de poemas en la Librería El Pensamiento, en Matanzas, en 1988?

¿Los papeles que le hicieron tragar a la poetisa María Elena Cruz Varela antes de bajarla a rastras por la escalera del edificio donde vivía en Alamar para llevársela detenida? ¿Las arremetidas policiales contra freakies y rockeros? ¿Las brigadas de respuesta rápida que vigilaban a los asistentes a los cines donde se proyectaba Alicia en el pueblo de Maravillas, aquella película de Daniel Díaz Torres que asustó tanto al régimen que faltó poco para que disolvieran el ICAIC?

Si aquel hubiera sido un tiempo idílico, la Embajada de Perú en La Habana no se hubiera repletado -hasta el tejado y la copa de los árboles- en solo horas, de personas que huían del Edén revolucionario, ni varios miles se hubieran ido por el Mariel en cuatro meses, declarándose gusanos, putas, maricones, delincuentes, antisociales, en fin, escoria, y cualquier otra cosa que les exigiesen que se declararan. Todo con tal de escapar. Y eso, a pesar de la barbarie desatada por las turbas azuzadas por el régimen.

¿Fue feliz una década que se inició con los fascistoides mítines de repudio en el verano de 1980 y concluyó con las purgas en el Ministerio del Interior, los juicios estalinistas y los fusilamientos de la Causa Uno de 1989?

Se me antoja jugar con el tiempo histórico, y estirar o contraer la década, como si fuera el fuelle de un melancólico acordeón -ruso, ¡faltaba más!- pero no hay modo: la década empezó mal y terminó peor, donde quiera que ubiquemos su final.

Así, se pudiese extender hasta 1991, cuando el fin del subsidio soviético lanzó a Cuba de cabeza a la peor crisis de su historia. O acortarla y situar su final en 1987, cuando el comandante emprendió el camino diametralmente opuesto a la perestroika, en un llamado “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”.

Luego que el máximo líder anunció, para desconcierto de todos, “ahora sí vamos a construir el socialismo”, empezaron a vaciarse los mostradores de las tiendas y los mercados, los salarios alcanzaron menos, porque les aumentaron las normas a los que trabajaban “vinculados” y “por ajuste”, y la policía la emprendió contra "macetas”, los "merolicos”, los artesanos de la Plaza de la Catedral y “los bandidos de Río Frío”, como le decían en la capital a los campesinos de los mercados agropecuarios.

Discúlpenme si abuso de términos, palabrejas y motes fidelistas de la época, pero ya que estamos nostálgicos…

También pudiese ubicar el final de la década en marzo de 1990, con el llamamiento del general Raúl Castro al IV Congreso del Partido Comunista, o más bien, en octubre de 1991, cuando dicho congreso, que fue justamente lo contrario de lo que se esperaba, defraudó todas las expectativas de sensatez.

Luego vino el "período especial en tiempos de paz", que como nunca lo han dado oficialmente por terminado, se entronca con desbarajuste actual.

A menudo oigo a muchos fidelistas convencidos quejarse de todo lo que no pudo ser y culpar al “bloqueo yanqui”, a “los errores de los camaradas soviéticos”, a Gorbachov, a los corruptos. Es muy duro dar el brazo a torcer y reconocer que la vida entera se les fue siguiéndole la rima a un disparate.

Todo lo que no ha sido es resultante de lo que fue y del modo en que fue. También en los 80. Nunca escampó. Y aquellas aguas trajeron el lodazal en que hoy nos revolcamos.

Luis Cino
Cubanet, 11 de agosto de 2014.
Foto: El pintor cubano Raúl Martínez adaptó la obra pop del estadounidense Andy Warhol con temas como el de este cuadro, titulado La alegría de vivir en Cuba.
Leer también: La isla de la infelicidad.

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