lunes, 25 de julio de 2016

Razones de un viajero para no volver a La Habana



Viajar a La Habana con el propósito de pasar unos días en familia o entre viejos amigos de la infancia, se está convirtiendo cada vez más en una decisión que acarrea la inversión de elevadas sumas de dinero y el padecimiento de “grandes dolores de cabeza”.

El primer escollo que debe sortear el viajero se presenta en el Aeropuerto Internacional de Miami, al momento de integrarse a una interminable cola repleta de personas que, por lo general, exceden el límite de peso exigido por las autoridades aduaneras en Cuba, pero que las compañías de vuelos chárter en el sur de la Florida permiten “siempre y cuando paguen los clientes” por las libras extras.

De acuerdo con las regulaciones vigentes “hasta la fecha” (es útil la salvedad entre comillas porque las normas cambian con frecuencia), cualquier pasajero puede llevar consigo 55 libras de efectos personales para su uso: ropa, calzado, artículos de tocador, aseo, perfumería y bisutería, definidos genéricamente como Misceláneas.

Pero también el viajero puede entrar a Cuba con 11 libras de regalos para familiares y amigos, entre ellos confecciones, zapatos, artículos de tocador, aseo, perfumería, bisutería, productos para el hogar y alimentos. Aparte, se le permiten 22 libras de medicamentos, que deben transportarse en un equipaje independiente.

Sin embargo, esas disposiciones solo las cumplen muy pocos viajeros, por lo cual en ese primer escenario que enfrenta el pasajero en la cola, el común denominador es observar dos o más bultos por persona, que deben ser forrados con película plástica o 'rapeado', como se dice en el argot popular, para evitar robos que, según la aduana cubana, “hoy son menos frecuentes, pero posibles”.

Después de media hora o cuarenta y cinco minutos, en el mejor de los casos, y ya frente al buró que atienden empleados entrenados para dar órdenes, usando un tono de voz alto e impositivo, el pasajero encuentra ante sí el segundo gran problema. Si la agencia que le vendió el boleto de viaje le informó que pagaría 1 dólar por cada libra extra a partir de las 44 que habitualmente permiten las compañías chárter, esto no siempre resulta una verdad verdadera.

La temporada del año en que se viaje determina el valor a pagar por las libras de más, que oscila entre 1 y 4 dólares por unidad. En días de baja afluencia de viajeros o meses como abril y agosto, el valor puede variar de 1 a 2 dólares. Pero en Navidad y fin de año, por ejemplo, una libra extra puede llegar a costar hasta 4 dólares, según estimaciones extraoficiales. Cabe precisar que ninguna entidad ejerce control sobre estos precios.

Pero si el pasajero piensa que sus problemas están resueltos, emerge una tercera talanquera. Por cada bulto, maleta o equipaje de más de 20 libras, el cliente -a estas alturas ya obstinado- recibe otra noticia que le toca directamente el bolsillo: por cada pieza de su equipaje grande, debe pagar 10 dólares, que se suman a los 20 pagados por unidad en los pequeños negocios de forraje, estratégicamente situados en los alrededores de los mostradores que atienden viajeros con destino a Cuba, en el Aeropuerto Internacional de Miami.

El paso siguiente es someterse a los rigores de los controles de seguridad, a través de la puerta G. Después de casi quedar desnudo, algunos mostrando sus medias de marcas reconocidas (que nadie tiene en Cuba), el pasajero se ve obligado a esperar el avión asignado en una sala atiborrada de gente quejándose del calor. Los únicos espacios donde la temperatura es más agradable son los baños, pero el mal olor ahuyenta a los sudorosos pasajeros.

En el marco de este cuarto suplicio nace un quinto, que se ha convertido en una constante. Casi por regla general, los vuelos a Cuba nunca salen a tiempo. Aunque las conexiones aéreas directas entre Cuba y Estados Unidos aún no están permitidas oficialmente, las compañías Envoy Air, Sun Country Airlines y Swift Air ofrecen de dos a tres vuelos chárter diarios entre Miami y La Habana, con serios problemas en el cumplimiento de los horarios.

La sexta contrariedad surge a 30 mil pies de altura, y aunque algunas personas lo consideren un tema tonto, decenas de vidas corren peligro por la barrera del idioma. La mayoría de los pasajeros son cubanos que solo hablan español, y a duras penas saben decir Yes, pero las instrucciones de cómo afrontar una emergencia, los auxiliares dentro del avión las brindan en inglés. Otros mensajes, como los del capitán cuando se aproxima a La Habana, también se dan en inglés.

El vuelo de menos de 45 minutos, en el que solo algunas veces reparten un minúsculo vaso de refresco, le significa al usuario entre 329 y 399 dólares. En temporada alta ha llegado a tener un valor de 429 dólares. La buena noticia es que los precios de los tickets entre Miami y La Habana podrían bajar, con la entrada de la aerolínea American Airlines, que proyecta unos diez vuelos diarios hacia territorio cubano desde Miami y otras ciudades de Estados Unidos.

En la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional José Martí se reanudan las molestias para el pasajero, sobre todo para el que lleva cinceladas en su mente las palabras rumba y gozadera. En ese establecimiento aeroportuario, por donde desembarcan los aviones procedentes de Estados Unidos (pasajeros que para el régimen son “gusanos”, y así los tratan), solo operan dos esteras para el equipaje, pero en el típico clásico comunista, alrededor de 40 empleados de la aduana atienden a los viajeros, esperando favores en dinero o en especie.

El séptimo trastorno ocurre cuando somete su equipaje de mano a las máquinas de rayos X, en la primera inspección de la aduana cubana. Además de las 55 libras de efectos personales y las 11 libras de regalos, es permitido ingresar dos teléfonos celulares y una tableta electrónica o, en su defecto, un computador portátil. Quienes no conocen estas restricciones reciben multas onerosas como, por ejemplo, 30 cuc por cada aparato celular extra (a partir de cinco son objeto de decomiso) y 60 cuc cada tableta, aparte de la permitida.

El paso siguiente es esperar el equipaje grande. Según testimonios recogidos entre los viajeros frecuentes, es el momento de mayor tensión. No obstante, ese octavo escollo se puede catalogar como circunstancial: algunas veces el equipaje llega completo, pero otras no, sin que nadie brinde una explicación satisfactoria. Algunos pasajeros alegan que “algunos bultos no llegan porque traen otros que se quedan en Miami de vuelos anteriores”.

Luego de sortear el noveno obstáculo, el pasajero podrá salir de la terminal aérea. Cuatro o cinco horas antes, desde el segundo puesto de inspección de la aduana, se puede ver a las personas que detrás de unas vallas metálicas, esperan por los suyos.

Ya para ese momento, la tensión se ha agudizado. Los empleados de la aduana conceden algunos 'privilegios' a los yumas (extranjeros), a quienes se les permite una mayor cantidad de equipaje, que deben declarar y pagar “por valoración”. A un yuma, un bulto extra puede significarle alrededor de 100 dólares, pero al cubano o les decomisan el equipaje adicional o por cada uno debe pagar entre 150 y 200 dólares.

Finalmente, el pasajero abandona el aeropuerto. Familiares o amigos han ido a recogerlo en un “almendrón” y al salir del estacionamiento la tarifa es de 3 cuc. Si decide irse en un taxi estatal, y su destino final es Miramar, el pago será de 20 cuc.

Cualquiera de las dos opciones, no lo exime de dirigirse a una casa de cambio, a cambiar dólares por pesos cubanos convertibles, cuyo valor establecido por el régimen es de 15 centavos por encima del circulante estadounidense.

En este instante, es probable que el pasajero tenga diez razones para no querer regresar más a La Habana.

Daniel Castropé
Diario las Américas, 27 de abril de 2016.
Leer también: Escenas cubanoamericanas; Entrar a Cuba con una 'ayudita' y La maleta.
Foto: Terminal 2 Aeropuerto de Boyeros.

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