lunes, 28 de octubre de 2019

"Estoy en manos de la Seguridad del Estado"



Después del mediodía, los barrios de La Habana entran en un letargo temporal hasta que ceda la canícula. Caminando por la Avenida 19, rumbo a casa de la profesora Omara Ruiz Urquiola, rebelde con causa y disidente por convicción, el despiadado sol de agosto parece que va reventar el asfalto.

La gente se esconde del calor en cualquier portal y los perros callejeros se cobijan bajo los árboles. En un agromercado en la calle 72, un dependiente ronca plácidamente encima de una tarima, en un garaje improvisado dos jóvenes reparan una moto eléctrica, y antes de llegar al domicilio de Omara, se escucha un reguetón que desafina con la abulia vespertina.

La vivienda de Omara, sin grandes pretensiones arquitectónicas, es un chalet de dos pisos construido a finales de la década de 1940, durante la expansión al oeste de la capital de la pujante clase media habanera. No más entrar, ella se excusa: “No mires el reguero, es que estamos intentando arreglar la casa”. Tres sacos de arena reposan en el piso. Por una escalera estrecha se llega a la cocina. En una repisa, un pequeño televisor de pantalla plana trasmite la competencia de clavados en los Juegos Panamericanos de Lima, Perú.

Omara, 46 años, se graduó de Historia del Arte en 1996. El sencillo vestido, con un estampado estilo hindú, y el hecho de estar descalza, le da una apariencia ghandiana. Lleva el pelo recogido, es muy delgada, tiene la frente amplia y es de hablar pausado. Una mujer con un respeto a prueba de bala por los valores cívicos y ciudadanos.

En una semana le han hecho numerosas entrevistas. “Casi una diaria”. Pero el tono de su voz no suena a molestia. Por el muro de la terraza, con una abundante vegetación, un hermoso gato blanco y negro camina en perfecto equilibrio. Luego de encender la grabadora de mi teléfono móvil comenzamos a hablar. “El apellido Urquiola es de origen vasco. En Cuba la mayoría de los Urquiola son oriundos de Pinar del Río, aunque hay también en Holguín”, aclara.

Las discrepancias familiares con la revolución de Fidel Castro llegaron cuando Omara era adolescente. “Mi papá, Máximo Omar Ruiz Matoses, fue detenido por la Seguridad del Estado en 1990. Tenía grado de coronel y era jefe del grupo de desarrollo científico del MININT (Ministerio del Interior). Cumplió 17 años de prisión. En esa fecha yo tenía 17 años. Recuerdo las visitas a la cárcel La Condesa y cómo nuestra familia se convirtió en una suerte de apestada social. Mi hermano Ariel y yo éramos los hijos de un ‘traidor a la patria’”, cuenta Omara y añade:

“Fueron años durísimos. Cuba entraba en pleno Período Especial, que afectó a la gente con apagones, escasez de todo tipo y hambre. Ya mi padre había confrontado a las máximas autoridades del país. Él, como muchos oficiales, conocía de la tenebrosa crisis económica que afectaría al país. Pero los altos cargos acallaron los deseos de cambio en el cuerpo militar con represión, cárcel y una limpieza a fondo en el MININT y las FAR (fuerzas armadas)”.

Ya en aquel tiempo, Omara comenzó a tener demasiadas preguntas sin respuesta sobre el modo de gobernar en Cuba. “Nunca quise ser de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas). Mi desilusión contra el sistema comenzó en la adolescencia. Fue un proceso lento, pausado. Un hecho que me marcó mucho fue la represión sin sentido desatada por la policía después que culminara un recital de Carlos Varela en el campo deportivo Eduardo Saborit. Allí con mis ojos vi la represión. Por gusto, la policía repartió golpes y bastonazos a los jóvenes que acudieron al recital”.

En el verano de 1996 se gradúa en Historia de Arte. Termina su servicio social en 1998 y comienza a dar clases en la Escuela Nacional de Arte. También fue profesora del Instituto Superior de Arte. Los dos trabajos los simultaneó hasta 2009. Llegó a ser jefa de departamento.

En 2005, a Omara le diagnostican un cáncer hereditario avanzado en uno de sus senos. Es precisamente su enfermedad el detonante del calvario, acoso y encarcelamiento que ha sufrido su hermano Ariel Ruiz Urquiola, doctor en Ciencias Biológicas. Repetidas veces, Omara ha tenido problemas con su tratamiento en el Instituto Nacional de Oncología. En ocasiones malos procedimientos de los doctores, negligencias, falta de medicamentos. Esa realidad ha provocado que la profesora denunciara el sistema cubano de Salud Pública.

Señala que “muchos pacientes estuvieron dos meses sin medicamentos. Esas vidas estaban en riesgo. Fue entonces que mi hermano Ariel decidió iniciar una huelga de hambre y sed hasta que no me entregaran los medicamentos”. En la Isla de los hermanos Castro hay tres cosas que el régimen autocrático no perdona: criticar a la revolución y sus gestores, exigir democracia y libertad de expresión, y hacer huelga, de hambre o laboral.

Ariel y Omara cruzaron esa frontera. Desde ese mismo momento comenzaron los operativos de la policía política, la intromisión en su vida privada y las detenciones arbitrarias. Omara está convencida de que detrás de su destitución como profesora del Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI) está la mano de la Seguridad del Estado.

“Varias veces he dicho que no me considero opositora. Aunque tengo amigos disidentes y periodistas independientes, no milito en ninguna organización. Pero cuando en Cuba tú ejerces como ciudadana, todo comienza a convertirse en un problema político. Ya sea exigir tus derechos o darle apoyo a un grupo minoritario”.

El jueves 25 de julio, su jefa la citó para una reunión extraordinaria el lunes 29 de julio. Nadie supo explicarle el motivo de esa reunión, ni siquiera Milvia Pérez, la decana del ISDI. “No sabemos nada de la reunión. Es una indicación de la dirección de la Universidad de La Habana”, le respondió Pérez.

El 29 de julio, a las diez de la mañana, comenzó el proceso para destituir a Omara Ruiz. “Fue un encuentro plagado de mentiras y mediocridades. Era evidente quien estaba detrás de aquella farsa. Técnicamente fui despedida, no expulsada. Se ha manejado el término expulsión, pues está claro que me dieron una patada. Legalmente fui separada de mi puesto de trabajo, porque, según ellos, no cumplí con los parámetros administrativos para seguir en el centro”, explica Omara y subraya: “Daré pelea legal, pero no voy a consumir mi existencia en ese proceso. Se sabe que en Cuba las instituciones jurídicas están secuestradas por la Seguridad del Estado”.

El acoso contra Omara no se detiene. Quieren invisibilizarla como profesional. Anularla como ciudadana. "Hace unos días, me comunicaron que he sido vetada para participar en el encuentro sobre el Centenario de la Bauhaus, que organiza el Palacio del Segundo Cabo y el Centro para las Interpretaciones de la Relaciones Culturales Cuba-Europa. Yo iba a ser panelista. Ese evento es auspiciado por la Embajada de Alemania y la Oficina del Historiador de la Ciudad y es esta Oficina la que veta mi participación. ¿Hay o no hay campaña en mi contra?”, se pregunta la profesora.

Intenta ver las cosas con un prisma optimista. En las redes sociales, varios alumnos suyos e innumerables personas, incluso algunas que coquetean con la cultura oficial, le han brindado apoyo. Se siente fuerte. “Vengo de luchar por la vida, de respirar, ellos (los del régimen) no tienen para enfrentarse a mí”, argumenta sin altanería.

Pero reconoce que es una simple ciudadana que batalla contra fuerzas poderosas. Los servicios especiales pueden atormentarla de diversas formas, demorando la entrega de sus medicamentos y prohibiéndole viajar al exterior.

Omara lo sabe. “Porque de cierta forma, yo estoy en manos de la Seguridad del Estado”.

Texto y foto: Iván García

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