Quedé desconcertada al ver esas fotos de niños jugando pelota descalzos en Manzanillo, provincia Granma, a unos 740 kilómetros al sureste de La Habana. Parece que a Javier Prada también le pasó lo mismo y por ello escribió Cubadebate, el béisbol y la miseria como propaganda.
El desconcierto volvió cuando leí sobre vendedores ambulantes, en La Habana. En particular me llamó la atención este párrafo: "Vendo pomos de perfume vacíos", dice una vendedora informal que ocupa la entrada de una escalera en la calle Belascoaín, Centro Habana. "Hay gente que quiere echar colonia barata en un pomo bonito y yo los compro de casa en casa, los friego bien y los vendo aquí. Algunos no duran nada entre que los saco y me los compran. Esta semana he tenido suerte pues me encontré buenos pomos botados en la basura en Playa y todos eran de calidad, de los que se pueden volver a rellenar, prácticamente me los arrebataron de la mano nada más que empecé a venderlos". La mujer también ofrece latas de crema Nivea vacías y fosforeras sin gas para quienes quieran volver a llenarlas.
Cuando veo las fotos de esos niños manzanilleros jugando descalzos a la pelota y cuando leo que una mujer, joven o vieja, blanca o negra, no importa, se dedica a rebuscar en la basura y comprar por las casas envases vacíos de perfumes y cremas y fosforeras sin gas, no porque sea coleccionista, como tantos que hay en el mundo, de cualquier cosa, si no para venderlos y poder tener un poco de dinero para comer lo que por pesos encuentre, no puedo dejar de pensar que procedo de una familia muy humilde, una madre ama de casa y un padre con dos oficios: como barbero ambulante cobraba 0.50 centavos por pelar a niños y 0.80 centavos a los adultos y un peso si también se afeitaban, y como escolta de Blas Roca, aunque nunca supe su salario, debe haber sido de 100 pesos, los sueldos 'buenos' de aquellos años (1940-1950.)
Mi padre le daba a mi madre un peso diario para los mandados. Ya he contado lo que entonces mis padres y yo solíamos comer. Por el alquiler y la luz pagaban poco, pues hasta 1959 en el mismo piso convivimos tres familias del PSP. Los modestos ingresos nunca impidieron que yo tuviera cuatro zapatos: los de salir (blancos en verano, negros de charol en invierno), los escolares, de piel negra, y dos para andar, los más gastados para jugar en la cuadra o en el parque y los mejores para ponerme después que me bañaba y bajaba a ver la televisión en casa de los vecinos de enfrente. Olvidaba: y un par de tenis US Keds, altos, blancos, para las clases de educación física.
Los uniformes de las escuelas públicas eran baratos en las tiendas donde los vendían y más baratos aún eran si comprabas la tela en la calle Muralla y tenías quien te los hiciera. Los libros los daban en las escuelas, los lápices, libretas y otros materiales se adquirían en las quincallas que habían en todos los barrios. Mi padre nunca fumó ni bebió, y a pesar de que medía 6 pies y pesaba más de 200 libras, no solo no comía demasiado, si no que no comía de todo: no le gustaba la leche ni el café, ni todo tipo de galletas de sal ni de panes, no era amante del pollo, decía que tenía muchos huesos y del pescado que tenía muchas espinas, no todos los potajes le gustaban, tampoco los arroces amarillos. La carne de res y de puerco sí, pero sin pellejos ni gordos.
A Carmen, mi mamá, oriunda de Sancti Spiritus, le gustaba la harina de maíz, los dulces caseros, frutas como el anón, guanábana, chirimoya y... las sopas (en eso los espirituanos se parecen a los camagüeyanos, que a diario tomaban sopa), pero mi padre decía que "los guapos no toman sopa". Jamás lo vi tomando un plato de sopa. La comida china (arroz frito, chop suey, maripositas) le gustaba, también la comida cubana que hacían unos chinos que tenían una fonda en Castillo entre Monte y Estévez. Cuando los chinos cocinaban arroz blanco, frijoles colorados, carne con papas y plátanos maduros fritos, mi padre me mandaba con la cantina a comprar tres raciones (1.80 las tres).
Uno de sus 'lujos' eran los zapatos Florsheim, tenía dos pares, un par carmelita y otro negro, los compraba en una tienda que había en la esquina de San Rafael y Galiano, frente a la tienda El Encanto. El otro era llevarme a La Moderna Poesía, antes que empezara el curso, a comprarme el material escolar, incluyendo un par de libros de mi preferencia, un diccionario y un mapa. Es que en ropa para mí apenas tenía que gastar, porque toda, al menos hasta los 12 o 13 años, me la hacían mis tres tías paternas, que eran modistas. Ellas me hicieron esa batica con unos animalitos por mi segundo cumpleaños en 1944 que puede verse en mi blog, o la bata blanca con un pasacintas que era de color rojo, estrenada a los 6 años, en 1948.
El disfraz de mexicana me lo alquilaron para una fiesta escolar, creo que en cuarto grado, tendría unos ocho años. La novedad son las sandalias negras, no porque las llevo con medias, si no porque me las compraron expresamente para la ocasión: que yo recuerde, ni mi madre ni ninguna de mis tías, paternas o maternas, usaban sandalias ni chancletas, al menos para salir a la calle, decían que 'echaban a perder los pies' y tal vez por eso nunca en mi niñez y en mi adolescencia usé sandalias ni chancletas.
La foto que encabeza este post es de 1945. Yo tenía tres años, aparecemos mi madre, de 30 años, con vestido y peinado de la época, a la izquierda yo, con un globo, y a mi lado, con una muñequita, Tamila del Pino, hija del líder campesino camagüeyano Gilberto del Pino y de Nicolina, ama de casa, igualmente camagüeyana, y una de las tres familias que compartían la casa, en el segundo piso de Romay 67 entre Monte y Zequeira, Cerro. Una imagen improvisada, a la hora en que mi madre estaría realizando las faenas domésticas y Tamila y yo jugando, una mañana cualquiera. Como se puede apreciar, las tres estamos limpias, con ropa sencilla, las niñas con los lazos de moda, pero un poquito despeinadas.
De esas fotos han pasado más de 70 años y cuesta creer que una familia negra y mestiza, de bajos recursos, y encima comunista (la materna), no solamente sus adultos anduvieran bien vestidos y calzados, si no que sus hijos usaran ropa y zapatos bonitos y apropiados a sus edades.
Tania Quintero
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