Fue un niño inquieto y travieso. Querían ponerle Vladimir, por Lenin, pero entonces en Cuba no inscribían a nadie con nombres foráneos, menos si era ruso. Y se lo 'cubanizaron' añadiéndole una o. A ciencia cierta no se sabe por qué desde pequeño su familia le decía Pepe, apodo con el cual sigue siendo conocido entre sus allegados.
Cursó la primaria en la escuela pública número 118, de la barriada habanera de La Víbora. Luego sería aprendiz de cajista en el diario Hoy, limpiador de cristales en un estudio fotográfico y piloto de cazas Mig-15. En 1987 se graduó de especialista en Relaciones Económicas Internacionales. Hoy es un hombre de la tercera edad con un fino sentido del humor, que ha convertido su oposición a los Castro en un auténtico sacerdocio.
Vladimiro Roca Antúnez nació en La Habana el 21 de diciembre de 1942. Es el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Dulce María Antúnez Aragón, luchadora feminista nacida en Sancti Spiritus, fallecida en 1995, y el líder comunista Blas Roca Calderío (Manzanillo 1908-La Habana 1987). Durante más de dos décadas, Blas estuvo al frente del Partido Socialista Popular, que la mayor parte del tiempo estuvo clandestino en la Cuba republicana.
Desde su infancia, Vladimiro y sus hermanos supieron lo que era vivir bajo la zozobra y el acoso policial. En los años duros del régimen de Fulgencio Batista, la familia Roca Antúnez tuvo que mudarse con frecuencia de casa. Las detenciones de miembros del PSP eran constantes. El BRAC, cuerpo dedicado a cazar comunistas, los acechaba. Esa vida de gitano fortaleció la personalidad de Vladimiro Roca.
Cuando Fidel Castro entró en La Habana, el 8 de enero de 1959, la crema y nata del PSP, llámese Blas Roca, Aníbal Escalante, Lázaro Peña, Carlos Rafael Rodríguez o Salvador García Agüero, había dado un giro en el enfoque a la figura de Castro. Había pasado de la indiferencia y la condena a raíz del asalto al cuartel Moncada en julio de 1953 al reconocimiento en 1958, cuando la dirección de partido envió algunos de sus hombres a las montañas orientales a contactar con el líder guerrillero.
El papel desempeñado por el PSP para que el Kremlin apoyara a Fidel Castro se puede leer en el libro El soviet caribeño. La otra historia de la Revolución Cubana, de César Reynel Aguilera. Castro tenía su juego particular. Controlar el poder, por tanto tiempo como fuese posible, y manipuló a los curtidos comunistas, quienes poseían una vasta experiencia en el ámbito sindical y político. Cuando el castrismo triunfó, Vladimiro tenía 16 años y su ilusión era volar en aviones de combate.
“A los 19 años fui a estudiar para hacerme piloto de Mig-15 en una región al sur de la antigua URSS. El curso duró 9 meses. Allí pasé la crisis de los cohetes, en octubre de 1962. Regresé en marzo de 1963”, cuenta Vladimiro sentado en la cocina de su casa en el reparto Nuevo Vedado. Puede que haya olvidado aquellas clases, pero no el consejo de oro que le dio su padre: piensa por cabeza propia.
Ya en la isla, se incorpora a la base aérea de San Antonio de los Baños. A los pocos meses lo trasladan al aeropuerto militar de Holguín. Fue en 1964 cuando Vladimiro comenzó a dudar del respeto a la ley y el carácter represivo de los Castro.
“Ese año hubo un complot en la base. En juicios sumarios condenaron a pena de muerte a 19 personas, fusiladas veinte minutos después de una apelación relámpago. Las autoridades locales aprovecharon la situación para pasar por las armas a dos civiles que se dedicaban a vender marihuana. La ilegalidad y el irrespeto a la vida humana fue un hecho que me marcó”, confiesa.
Vladimiro prepara un café fuerte y continúa hablando. “Después se celebró una reunión con Raúl Castro sobre las consecuencias de dicho complot. Fue una depuración al mejor estilo estalinista. Al año siguiente, me sancionaron 6 meses por un accidente en la base de San Julián. Fue la primera vez que ingresé en una cárcel, militar en este caso, en La Cabaña. Aunque sólo estuve una semana, en una galera de presos militares condenados por delitos comunes”.
Por su carácter, con tendencia a la liberalidad y a juzgar en voz alta las decisiones de los mandarines verde olivo, Vladimiro siempre tuvo problemas. En la Cuba de los años 60, los cuestionamientos y las dudas ideológicas eran casi un sacrilegio. El gobierno disparaba a matar a todo lo que se le opusiera. Se había producido el sectarismo de Aníbal Escalante, quien creía cumplir con los estatutos del partido, y a Fidel Castro no le tembló el pulso para de un manotazo condenarlo al ostracismo.
Cuando en 1969 el régimen movilizó al país a una zafra que intentaba producir 10 millones de toneladas de azúcar, Vladimiro sintió cierto sentimiento de culpa, por dudar de las buenas intenciones del comandante. Entonces decidió leerse todos los clásicos del marxismo. “La conclusión que saqué fue devastadora: Fidel era un tipo que llevaba al país hacia el precipicio. La ilusión de mi padre, de que la Constitución de 1976 que él ayudó a redactar, pudiera encauzar al gobierno por los marcos legales, fue en vano”, señala.
Ser opositor en un gobierno autoritario no es cosa de coser y cantar. Es un proceso lento y traumático. Como una operación a corazón abierto sin anestesia. La persona que escoge ese camino conoce sus consecuencias. Humillaciones públicas. Actos de repudio. Y el poder omnímodo del aparato estatal que te puede convertir en no persona o internarte en una celda de la Cuba profunda.
Vladimiro Roca lo sabe mejor que nadie. Cuando en junio de 1990 comenzó a manifestarse abiertamente como disidente político, fue apartado de su trabajo en un ministerio del Estado. En 1996 es uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata de Cuba, no reconocido por la autocracia. En 1997, junto a la economista Martha Beatriz Roque Cabello, el abogado René Gómez Manzano y el profesor universitario Félix Bonne Carcassés, crean el Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna. Su objetivo: analizar la situación socioeconómica nacional.
En junio del 97 el grupo redactaría La Patria es de Todos, un análisis profundo sobre el V Congreso del Partido Comunista donde se pedía abandonar el sistema dictatorial y respetar los derechos humanos. El documento fue un buen pretexto para que el régimen arrestara violentamente a los cuatro en sus domicilios y tras 19 meses detenidos, el 1 de marzo de 1999 fueron juzgados por el delito de “sedición y acciones en contra de la seguridad del Estado cubano”.
Vladimiro cumplió una condena de 5 años, de 1997 a 2002, en la prisión de Ariza, Cienfuegos. La cárcel no doblegó los criterios y principios del hijo de Blas Roca. A los 70 años, Vladimiro es un convencido opositor de Fidel y Raúl Castro. No pierde la esperanza de ver el día que Cuba se integre al grupo de naciones democráticas del planeta. Siente que ha sido fiel a su manera de pensar. Los hijos, como alguien dijera, se parecen más a su tiempo que a sus padres.
Iván García
Publicado en este blog el 1 de marzo de 2013.
Foto realizada por Lázaro Yuri Valle Roca en diciembre de 2012, en la cocina de la casa donde Vladimiro Roca Antúnez conversó con Iván García, de espaldas, con una camiseta de Kobe Bryant.
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