miércoles, 29 de junio de 2011

Sin sitios para hacer el amor


Por no disponer de una vivienda común, Ernesto y Saúl, pareja homosexual con 15 años de relación, siempre debían improvisar para estar juntos.

“Aquellos tiempos, cuando lo hacíamos en parques o terrenos deportivos abandonados han quedado atrás. Ya somos adultos, profesionales y maduros. Gracias a parientes en el extranjero que nos giran dólares, podemos darnos el lujo de alquilar una habitación en alguna casa de citas de las muchas que abundan en La Habana”, cuenta Saúl.

Desde 1994, en la capital han surgido domicilios donde parejas gays y heterosexuales, pueden intimar decentemente. Aunque no todos poseen suficientes divisas para pagar tres horas de sexo.

Pero es una buena opción. Antes que el “período especial” trastocara el estilo de vida del cubano, y las carencias se agudizaran aún más, existía una amplia red de posadas administradas por el Estado, que por una módica tarifa permitía mantener relaciones sexuales.

Las posadas presentaban un estado constructivo lamentable, con paredes repletas de grafitis groseros y pequeños huecos donde los rascabuchadores (mirones) del barrio se masturbaban, además de sábanas sucias e higiene precaria, pero eran de los escasos sitios con techo y cama donde las personas podían hacer el amor. Claro, no se aceptaban a homosexuales.

Había posadas decentes con aire acondicionado y neveras. Lejos de la ciudad y muy caras al bolsillo promedio. Las otras opciones ya se conocen. Escaleras de edificios, solares yermos, parques públicos, donde con antelación los muchachos se dedicaban a romper las bombillas.

Luego, con la llegada del “período especial”, las jóvenes parejas e incluso muchos matrimonios se las vieron moradas. Los motivos son varios. Uno de ellos, en la isla son contados los jóvenes que pueden tener su propio hogar. Por lo general, bajo el mismo techo conviven tres generaciones diferentes.
En una misma habitación, un estudiante y su novia, en caso de que los padres lo permitan, duermen junto a un hermano menor.

Quienes sufren esas adversidades, la mayoría, no le queda otro remedio que 'templarse' (follarse) a su pareja en cualquier rincón. Incluso en los arrecifes del malecón o en el asiento trasero de un ómnibus por la madrugada. “Por las mañanas, camino al trabajo, estoy siempre atento a sitios abandonados y discretos, para por la noche ir con mi novia”, dice Gerardo, ingeniero de 26 años.

Si difícil es para la gente joven encontrar un sitio tranquilo y agradable para hacer el amor, imagínese usted a un matrimonio con hijos, que por lo general comparten con ellos la misma habitación.
Es el caso de Rosendo, 39 años, padre de 3 hijos.

“Me paso meses sin tener sexo. Ya me he adaptado. Antes subíamos a la azotea del edificio. Pero desde que nos enteramos que los vecinos de inmuebles aledaños nos espiaban, las ocasiones para ‘templar’ son mínimas. Imagínate, dos de mis hijos duermen en una cama al lado. En nuestra casa, además de mis padres, viven mi abuela y mi bisabuela. Nunca tenemos chance”, confiesa Rosendo.

La situación es diferente para los cubanos que reciben remesas del extranjero, tienen negocios por debajo de la mesa o son dueños de una paladar. Suelen ir a casas que alquilan habitaciones por hora.
El confort está garantizado. Cuartos climatizados. Agua fría y caliente. Neveras cargadas de cervezas y también 'saladitos' (tapas) de chorizo y queso gouda. En una gaveta sitúan condones. Y en el techo y las paredes, espejos para despertar el erotismo.

El problema son los precios. Tres horas de sexo cuesta 10 dólares. Sin tomar cerveza ni comer nada. “Por norma, una pareja gasta de 20 a 30 dólares. Los clientes habituales son gays maduros, jineteras con sus 'yumas' (extranjeros) y una élite de gerentes con sus queridas jóvenes”, señala Regino, dueño de una casa de citas en el populoso municipio 10 de Octubre.

Aunque existen parejas de homosexuales acomodados, como Saúl y Ernesto, que pueden gastarse 20 dólares cada vez que desean tener sexo, la mayoría de los gays copulan en parques y pasillos oscuros.
“En los cines y en todas partes existen rascabuchadores. Cuando los descubren, la emprenden a golpes o les tiran cubos de agua fría”, dice Rolando, 42, peluquero.

En tiempos de crisis sufren todos. Las parejas por no tener sitio para hacer el amor. Y los mirones, porque les falta el dinero para pagar una puta barata y saciar su apetito sexual.

Iván García

4 comentarios:

  1. Hola Ivan ,mis saludos ,un gusto leer tus narraciones,gracias por mantenernos actualizdos con las vivencias tragicomicas en nuestro pais

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  2. Saludos Ivan me complace seguirte en esta nueva bitácora con tus siempre interesantes artículos sobre la in-vida de los inditos que se encuentran dentro de la jaula mas grande del caribe.

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