Antes de producirse la explosión de lo negro como parte ineludible de la “cubanidad” –proceso iniciado en la década de 1920 y profundizado en la de 1930– la cultura “cubana” se había representado en el punto criollo, en el zapateado, en la guaracha y en el bolero, pero no en las expresiones culturales de lo negro.
Eduardo Sánchez de Fuentes lo había asegurado con energía entre 1923 y 1924, cuando organizó conciertos de música popular y de la música nacional excluyó la rumba, el guaguancó y la conga, entre otros géneros, “porque esos ritmos bárbaros evocaban lo africano, que era extranjero a la idiosincrasia nacional”.
La Cuba blanca se representaba en el viejo Liborio, cuya imaginación sería combatida a fondo en Cuba hacia los 1930. Para esa altura, eran ya old fashion hasta sus patillas españolas. En 1933, Israel Castellanos explicó que incluso el guajiro, a medida que se habían ido americanizando los hábitos y costumbres cubanas, había ido recortando sus patillas “al extremo de que dentro de muy pocos años de la típica patilla, no restará más que el histórico dibujo de Landaluze”.
Pero el país tenía cosas más importantes para criticarle a Liborio que sus patillas.
El personaje, creado por Ricardo de la Torriente en 1900 –primero con el nombre de El Pueblo–, había expresado hasta entonces una noción de pueblo, que si bien había participado activamente de la lucha por la independencia, y poseía un firme sentido antimperialista frente a los Estados Unidos, permanecía “indocto” e “incapacitado” desde el punto de vista político. El personaje representaba a un sujeto entrado en años (canoso), blanco, campesino sin tierra, racista, de inteligencia “natural” y dependiente sentimental y materialmente del poderoso.
Tales rasgos no eran privativos de su versión en el humor ilustrado. En 1911, Enrique Barbarrosa le otorgó rasgos similares cuando utilizó a Liborio en una correspondencia ficticia con el presidente José Miguel Gómez (1909-1913) sobre los problemas de la República en esa fecha.
El personaje le recriminaba al Presidente, alias Tiburón, con tristeza y lealtad, varios aspectos de su gobierno. Gómez, con el paternalismo típico del caudillo, le respondía que había procurado amoldar su programa de gobierno “a los males y necesidades” de Liborio, pero se encontró con “escollos” y con una voluntad “más fuerte que la voluntad del hombre: la voluntad de Dios”. Al término de su carta, Tiburón le pedía a Liborio: “Ten calma y no te impacientes”.
La visión pasiva y dependiente del pueblo –ingenuo, pobre, agradecido y paciente, sujetado al latifundio y al caudillo–, representada por Liborio, contó desde temprano con críticos entre sectores populares. En 1909, Julián V. Serra criticó a fondo el imaginario de Liborio desde las páginas de Previsión, periódico del Partido Independiente de Color: “Alguien ha tenido la peregrina idea de personificar al grupo cubano en la típica figura del campesino blanco de este país. Esta premeditada ocurrencia carece de un detalle digno de ser tomado en consideración; y es que el tal Liborio es blanco, o parece serlo, y no se explica que siendo el pueblo cubano uno de los más heterogéneos del mundo, pueda estar bien personificado en la típica figura de este humilde ciudadano que por su tipo, no representan nada más que a una de las dos entidades étnicas que forman el total de la población cubana.”
En contraste, Serra proponía: “la no menos interesante figura de José Rosario (personaje de ficción de la raza negra), el cual tenemos el alto honor de presentar como cubano criollo también.” José Rosario era de “carácter enérgico y un valor rayano en la temeridad, con poca instrucción, con muy buen sentido práctico, de costumbres en extremo sencillas y sin pretensión alguna". Era beligerante y luchador, y no dejaba de “traer el (machete) yaguarama al cinto nunca; pues con ese contundente instrumento ha ganado todo cuanto posee”.
Serra le atribuía rasgos sociales negativos a Liborio. Este habría trabajado como “mayoral” al servicio del dueño esclavista y colonial, pero era discriminado junto a José Rosario por ser ambos “hijos del país”. No obstante, Liborio tenía “miedo atroz” a rebelarse.
En la crónica de Serra, José Rosario no olvidaba lo sucedido a Aponte ni a 'su primo' Plácido, pero no era “débil y afligido” como Liborio. José Rosario prometía tomar para sí la parte “más difícil” de la lucha, pero con la condición de que uno debía morir a manos del otro en caso de traición.
Serra concluía que “a eso obedece que Liborio esté disimulando los desaires que recibe por alcanzar la protección del vecino de enfrente (Estados Unidos), con la esperanza de que lo ayude a dejar impune la falta de cumplimiento de su palabra”. Liborio encubría su actuar ante José Rosario afirmando que “hay que tener en cuenta que la República es ‘con todos y para todos’.”
El argumento de Serra comprendía la beligerancia de José Rosario por sus derechos y lo que consideraba la astucia taimada del pueblo blanco cubano para encubrir sus traiciones y permanecer con el control y el beneficio del proceso al que ambos habían contribuido. Serra afirmaba algo que sería un núcleo permanente de las demandas del negro cubano en el escenario republicano: su aporte histórico a la construcción de la nación para legitimar sus merecimientos en el presente.
El personaje de José Rosario, marcado racialmente como “el ébano”, no podía prosperar como símbolo nacional en la Cuba cercana a 1912, el año en que fue cometida la más grande masacre racista perpetrada por el estado republicano cubano en toda su historia. En su lugar, Liborio continuó su andadura como “representación folklórica del pueblo cubano”. Así, décadas después, sería la imagen de la cerveza La Tropical, “la bebida de Liborio”, esto es, la cerveza “del pueblo”.
En 1944, Antonio Iraizoz explicaba aún que el personaje guardaba diferencias con otros símbolos nacionales, como el Tío Sam o John Bull, que no inspiraban conmiseración, sino cierta autoridad vigilante: “Nadie se los imagina capaces de ser burlados. Ellos mandan. Ellos dominan. La nación va íntegra en ellos. Ningún sector social queda fuera del símbolo. No pasa igual con nuestro Liborio. Nuestro Liborio lo vemos siempre infeliz, esquilmado, desatendido, ingenuo, inspirando lástima, nunca temor. Así que logramos la República, él la personificó. Penosos y reiterados hechos, la extensión de la desconfianza, trajo una falta de fe y de seguridad, que Liborio, siéndolo todo, ha acabado de no ser nada. Y sin embargo, es nuestro querido símbolo nacional.”
Después de la revolución popular de 1930-1933 contra el dictador Gerardo Machado, la gran mayoría de los sectores sociales cubanos no quería reconocerse en la imagen de Liborio. La demanda de una Cuba “nueva” expresaba la sospecha, e incluso el desdén, de muchos por esas características y por la forma en que los había combinado la república oligárquica.
En específico, la visión de Liborio como imagen del pueblo despolitizado, siempre sufriente, atomizado y solitario, sin organización social, con el recurso único de su “humor popular” para enfrentar su circunstancia, y sin capacidad, en consecuencia, de inspirar temor, era una imagen incompatible con el pueblo que había desarrollado en las calles y campos de Cuba una revolución popular de grandes proporciones y había ganado, a precio de sangre, conciencia cívica, estructuras de organización, votos por otorgar y presencia pública en las calles.
La descripción de Liborio por parte de Iraizos identificaba la escisión oligárquica entre Estado y nación, entre poder y pueblo, entre los que “mandan y dominan” y quienes “sufren y son esquilmados”. En contraste, los discursos de los actores populares emergentes en la revolución de 1930-1933 demandaba hacer más dependiente al Estado del pueblo, esto es, emplear al Estado como un recurso a favor de la ciudadanía, reconciliando al poder y al pueblo en un Estado efectivamente nacional, cuya cobertura republicana alcanzara tanto al Estado como al pueblo.
Por lo mismo, se pensaban como un vasto conjunto social que, cuando especificaba a los trabajadores, lo hacía como individuos pero también como sujetos colectivos, organizados en asociaciones, gremios y sindicatos.
En ello, la representación de Liborio debía experimentar cambios. En los 1930, en la revista Carteles el humorista gráfico Roseñada utilizó el símbolo con el nombre de Liborito. Aparecía escéptico como siempre, pero con criterio independiente, bien avisado, y bien colocado, sobre la circunstancia nacional, y ubicado espacialmente fuera del entorno campesino, aunque mantuvo guayabera y sombrero mambí.
En los años 50, apareció Liborito Pérez en las páginas de Zig Zag, de la mano de Castor Vispo y del propio Roseñada. Así lo ha explicado la historiadora Olga Portuondo:
“Liberado de la pluma de Torriente, Liborio sobrevivirá en la República posterior al machadato, porque la imagen esencial que el pueblo tuvo de sí mismo maduró en esas décadas. Así se convertiría en figura urbana (conservando el sombrero y la camisa del guajiro), irónico hasta el cinismo, con apariencia de tonto, pero sagaz e intuitivo; tal y como lo reclamaba una sociedad más ducha en materia de política, mejor armado en aquellas lides, profundo sabedor de una conciencia soberana. Éste es el Liborito que llegará hasta mediados de los años 50 del siglo XX.”
El personaje de Liborio ha sido asociado siempre, aún con estos problemas, con el “pueblo cubano”, pero no siempre apareció nombrado para representar la “cubanidad”. La explicación se encuentra en que ninguna versión exitosa de la cubanidad podía construirse sin hacer suya en pleno al negro cubano.
El discurso de la Cuba “nueva” –tan caro en la década de 1930– debía tener entre sus contenidos la renovación de la imaginación sobre la raza. El entonces joven poeta Nicolás Guillén, en dura polémica con Luis A. Baralt le espetó en 1935 que: “Es triste tener que sacar de su error al doctor Baralt. Es triste, porque habrá que decirle que esa Cuba “nueva” que él sueña es una Cuba viejísima. Una Cuba unilateral, falsa, hitlerista, compurga de sangre, abecedaria y socialera, que por fortuna no pasará de mera exposición periodística, de tema para conversaciones familiares, de ardiente aspiración que la realidad se encargará de aplastar brutalmente. Porque no habrá revolución verdadera sin que las masas hoy ahogadas cuenten en ella y sin que nuestra patria deje de ser una colonia asentada sobre las cenizas, todavía demasiado calientes, de la esclavitud.”
Como he comentado antes, diversas propuestas procesaron reclamos como el de Guillén y formularon diferentes versiones de la nacionalidad y del pueblo cubanos. Se trata de algo poco visibilizado: la definición sobre el lugar del negro se encuadraba en varios proyectos de nación beligerantes entre sí en esa fecha. Entre ellas, la versión mesticista de la nacionalidad y del pueblo haría acto de presencia, con el nombre de “cubanidad”, y disputaría, también por este lado, la hegemonía del campo político cubano, tema al que dedico el siguiente, y último texto de esta serie.
Julio César Guanche
On Cuba Magazine, 4 de mayo de 2018.Caricatura de Liborio, personaje creado por Ricardo de la Torriente. Tomada de Liborio en el cielo.
Leer también: Nación e integración desde los albores del siglo XX cubano.
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