Las tiñosas vuelan a baja altura en busca de carroña y el cielo encapotado anuncia un aguacero de verano. Los truenos se dibujan en el horizonte cuando una destartalada ambulancia Mercedes Benz arriba a la rampa del cuerpo de guardia principal del hospital Calixto García, en la barriada habanera del Vedado.
Patricia, una trigueña que sobrepasa los cuarenta años, es ayudada por el personal paramédico que a gritos pide una camilla y respiración artificial. En el cuerpo de guardia no hay una camilla disponible. Una señora que limpia el piso con un desinfectante de olor desagradable encuentra una silla de ruedas y con dificultad logran sentar a la paciente, aquejada de un fortísimo ataque de asma.
La madre de Patricia no para de refunfuñar. “Nosotros vivimos en Alamar -un barrio dormitorio al este de La Habana- y estuvimos más de doce horas esperando que la ambulancia la trajera para el hospital”.
Una estudiante colombiana de medicina atiende a su hija y la remite a una sala de observación. De nuevo comienza el suplicio. Ya los ambulancieros se marcharon y la silla de ruedas ya no está aparcada fuera de la consulta.
Tuvieron que caminar, hasta la sala de observación. Patricia sosteniendo el inhalador de oxígeno con una mano y la madre apoyándola en su hombro. Cuando llegaron, dos médicos charlaban en un idioma incomprensible y ninguna enfermera se encontraba en la sala.
Tras veinte minutos sentadas en una silla plástica sin que nadie las atendiera y después que la madre de Patricia protestara, le consiguieron una cama, un doctor la atendió, el enfermero le inyectó Aminofilina y le puso un suero en vena a la paciente asmática. Los aires acondicionados no enfriaban.
El resto de los cubículos estaban atestados de pacientes que esperaba el dictamen del galeno, para ingresar en el hospital o marcharse a casa. “Es que hay un brote de enfermedades gastrointestinales que ha provocado incluso muertes entre algunos ancianos. No damos abasto”, se justifica el enfermero.
Una señora con cara de sueño, que acompañaba a su esposo enfermo, le dijo a la madre de Patricia: “Mira ver si pueden cambiarte de cama, mi’ja, que en esa cama se han ido del aire (fallecido) dos viejitas y creo que ni las sábanas las han cambiado ”. El enfermero, que ha escuchado lo que dijo la señora, responde que él cambió las sábanas, "lo que pasa que están empercudidas" .
La madre de Patricia comenta en voz alta: “Es que como no tenemos dinero ni regalos para ofrecerle a los médicos y los enfermeros, nos atienden como si fuéramos apestadas”.
Al día siguiente en la mañana, el doctor decide ingresar a Patricia. Una tía se queda cuidándola, mientras su madre va a Alamar, a buscar un par de sábanas limpias, un ventilador, un cubo de agua, una frazada de piso y algo de comer. Hay familiares que llevan al hospital hasta el televisor de su casa, aunque lo peor es la comida.
Fundado el 23 de enero de 1896, el ahora Hospital Docente Universitario Calixto García, dispone de casi 1,200 camas en 28 pabellones, igual número de salones de operaciones y cuatro cuerpos de guardia. El director del centro hospitalario más grande e importante de La Habana es el Dr. Carlos Alberto Martínez, miembro del Consejo de Estado renovado tras la llegada a la presidencia de Miguel Díaz-Canel, el pasado mes de abril.
El cuerpo de guardia principal radica en Avenida Universidad y Calle J, Vedado. Se nota que recientemente ha sido reparado, la pintura de las paredes están aún frescas, las puertas y ventanas son de aluminio y cristal y han puesto luces LED, para ahorrar energía eléctrica. Pero por falta de mantenimiento, los aires acondicionados funcionan con dificultad y los baños no los limpian con la frecuencia requerida y están sucios.
La indetenible pérdida de valores en la sociedad cubana ha provocado que personas con escasos modales educativos y comportamientos barrioteros trabajen en el sistema nacional de salud. Dos enfermeros cotillean en un pasillo cuando el familiar de un paciente los llama para que le tomen la presión arterial. Uno de los enfermeros hace un gesto de desaire con la mano y dice: “Mi hermano, das tremendo chucho, aquí no pagan pa' trabajar tanto”.
Llamémosle Delfín. Enfermero con quince años de experiencia, hace un lustro vino en prestación de servicios desde Santiago de Cuba, 900 kilómetros al este de La Habana, y aprovechó para quedarse a vivir en la capital.
“Los habaneros no quieren trabajar. Laborar en Salud Pública es durísimo. Hay que tener mucha vocación, pues los salarios son una mierda. Yo gano mil pesos al mes (unos 45 dólares) y no he pedido la baja porque estoy esperando una misión en el extranjero, preferiblemente a Qatar o Sudáfrica, a ver si resuelvo mis problemas”, confiesa.
A pesar que la autocracia verde olivo explota abiertamente al personal médico-sanitario que presta servicios en el exterior, apropiándose hasta un 70 por ciento de sus salarios, para muchos doctores, técnicos de salud y de enfermería, constituye una oportunidad de oro de reunir 5 mil o 6 mil dólares que le permitan reparar sus viviendas y mejorar su raquítica calidad de vida.
Ahora mismo, más de 50 mil médicos, especialistas, técnicos y enfermeros laboran en 65 países de América, África, Medio Oriente, Asia y Europa (Portugal). Según estadísticas oficiales, la exportación de servicios médicos constituye la primera industria del país, con alrededor de 11 mil millones de dólares anuales en 2017. En segundo lugar, la entrada de remesas familiares: 3,575 millones en 2017, solo de cubanos residentes en Estados Unidos.
A las remesas, hay que sumar el entramado que el castrismo ha montado para exprimir al máximo a los emigrados, ya sea situándole altas cotas al pago del pasaporte, recargas telefónicas, cobrándole abusivas tarifas en divisas por recibir paquetes enviados por vía postal o vendiéndole a precios exhorbitantes alimentos, electrodomésticos y materiales de la construcción a través del comercio electrónico a los cubanos radicados en el extranjero.
La solución, considera Arturo, quien recientemente fue operado de una rodilla por técnicas de mínimo acceso en el hospital Luis de la Puente Uceda, en el municipio de Diez de Octubre, es tener contentos a los médicos y enfermeras. "¿Cómo? -se pregunta y él mismo responde: Pagándoles o haciéndoles regalos. Si vas a una consulta ordinaria, le llevas un sandwich con un refresco o una malta. Si quieres que te hagan un chequeo a fondo, al doctor le das 10 o 20 cuc. Y si necesitas que te operen, la cantidad sube a 150 cuc, además de invitarlo a comer en una paladar. Si no lo haces así, y te vas por la libreta (no pagar ni regalar), entonces te atienden mal y no puedes conseguir medicinas”.
Yamila, está convencida que con pesos convertibles por debajo de la mesa, el trato es diferente. “Si pagas te sacan la muela con anestesia buena. Tuve que hacerme una endoscopía y me dijeron que no había anestesia. Pero cuando en la bata al médico le colé 15 cuc, como por arte de magia apareció un anestésico yuma (foráneo). Con dinero, el médico te atiende como si tú fueras un familiar cercano”.
En la Cuba neo castrista, supuestamente, la salud pública es gratuita. Pero si haces buenos regalos. la atención es de primera. El dinero marca la diferencia.
Iván García
Foto: Tomada de Mirada Cubana.
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