En 1959, ansiosa por trabajar, supe que en la Havana Business Academy, en Monte entre Romay y San Joaquin, al doblar de mi casa, por ocho pesos al mes se podía aprender mecanografía y taquigrafía en inglés y español.
Se lo dije a mi padre y estuvo de acuerdo, no sin antes advertirme: "Trata de aprender en un mes, porque ocho pesos es demasiado dinero". Por suerte, con un mes me bastó. Las clases se impartían cuatro horas cada día, de lunes a viernes.
La directora era una mulata china, elegante y culta. Pero su refinamiento no le impedía que se viera con un señor en uno de los dos cuartos que para esos menesteres alquilaba Delia, una portuguesa que vivía en el primer piso de nuestro edificio.
Si las "maestricas" se ganaban la vida dando clases en la escuelita que todos los veranos montaban en la cuadra donde vivíamos, en Romay entre Monte y Zequeira, Delia se buscaba los pesos con una discretísima casa de citas.
En uno de esos dos cuartos, años después, viviría Jorge Luis Piloto, famoso compositor radicado en Miami desde 1980. Jorge compartía el cuarto con Beba, su madre. Lo recuerdo alto y flaco como una vara de pescar, siempre acompanado de la guitarra con la que regresó después de pasar el servicio militar.
A la casa de Delia acudían personas cuya respetabilidad no les impedía "pegar tarros". Hombres y mujeres bien vestidos llegaban furtivamente y se encontraban dentro de la habitación con su pareja. Todos eran heterosexuales.
Uno de los asiduos visitantes se llamaba Reinaldo Castro y no estaba emparentado con los otros Castro. Cuando le conocí, era ya un "subversivo", pero yo no lo sabía. Despues del triunfo de la revolución nos enteramos que había sido uno de los asaltantes al cuartel Moncada y en Santiago de Cuba había perecido.
En La Habana existía una fábrica que llevaba su nombre y cuando pasaba por allí y veía su nombre en un letrero, me costaba creer que una fría placa representara al hombre jodedor que yo había conocido en casa de Delia la portuguesa.
En 1984 conocí en La Habana a Oswaldo França Jr., escritor brasileño ya fallecido, y cuando lo traté me recordó a Reinaldo Castro. Oswaldo también era muy alegre y jaranero, pero a diferencia de Reinaldo, no vestia de cuello y corbata.
Junto a Thiago de Mello, Frei Betto y otros intelectuales brasileños, Oswaldo integró el jurado del Premio Casa de las Américas de ese año en la categoría de lengua portuguesa. Se hospedaron en el hotel Habana Riviera, en Paseo y Malecón.
Un sábado por la tarde, junto con Oswaldo y tres o cuatro brasileños más, salimos a caminar por el Vedado. Subimos por todo Paseo y al llegar a Línea me recordé de los encuentros sabatinos en la residencia del Sr. Kuhn, embajador de los Países Bajos. Un tipo chévere, a quien le gustaba recorrer la ciudad en bicicleta.
Le propuse a los brasileños llegarnos hasta la mansión del embajador holandés, en la calle 2 entre 17 y 19. El portón estaba abierto. Entramos y a mis amigos les mostré a algunos de los artistas e intelectuales asistentes aquella tarde: el actor Mario Balmaseda, la teatrista Miriam Lezcano, el escritor Miguel Barnet, el poeta Pablo Armando Fernández, el ensayista Jose Prats Sariol y su esposa Maruchi, profesora de la escuela de ballet, entre otros. A quien sí les presenté fue a Don Ernesto, el padre del Che, que estaba acompañado por Ana María, su joven esposa.
Tania Quintero
Foto: Dibujo del escritor brasileño Oswaldo França Jr. (1936-1989). A los 17 años se hizo piloto, pero su carrera fue bruscamente interrumpida por el golpe militar de 1964, según se puede leer en Literatura & Historia, de donde tomé el dibujo.
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