lunes, 6 de abril de 2020

Cuba: disidentes como monedas de cambio



En 1959, y durante los primeros años de la década de 1960, la estrategia de Fidel Castro contra sus opositores y presuntos asesinos del ejército y la policía de Fulgencio Batista, era simple: juicio sumario, pelotón de fusilamiento y tiro de gracia en la sien.

En 1999 conocí en La Habana a Jorge González, un ex verdugo del Ejército Rebelde, posteriormente oficial de las FAR, que había perdido la cuenta de las ejecuciones en las cuales tomó parte. Tenía 48 años y parecía un anciano. Residía en un bloque de apartamentos en el reparto Alamar, al este de La Habana. Un día me contó que sufría de una pesadilla recurrente. Soñaba que estaba al frente de un pelotón de fusilamiento y después de dar la orden de fuego, al ultimar a la víctima con un tiro en la cabeza, el fusilado era él mismo.

González, ya fallecido, consideraba que aquellos juicios sumarios de 1959 eran un espectáculo. “A nosotros, los del pelotón de fusilamiento, nos alistaban antes del juicio, pues de antemano se sabía el veredicto. Se fusilaba en cualquier parte. En el famoso juicio a los pilotos de Batista en Santiago de Cuba, que se repitió porque el fiscal no los sancionó a pena capital, se les fusiló en el monte y luego con una buldócer se abrió una zanja para enterrarlos". La crónica sobre Jorge González la titulé El llanto del verdugo, y en el 2000 salió en Cubanet. En 2009, cuando me enteré que se había ahorcado escribí La última ejecución, en 2012 reproducida en mi blog.

A raíz del fallecimiento de Fidel Castro, el 25 de noviembre de 2016, la BBC refería que "Archivo Cuba, organización con sede en Miami, señala que en el más de medio siglo que lleva la Revolución, se fusilaron 3,116 personas y otras 1,166 fueron ejecutadas extrajudicialmente, aunque reconoce que es muy difícil saber los números exactos".

Las muertes por fusilamiento después de celebrar juicios sin garantías jurídicas, provocó un escándalo internacional y Fidel Castro se vio obligado a amortiguar la carnicería revolucionaria. Se continuó fusilando, pero a discreción. Tras la invasión de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, Castro puso en marcha otra estrategia: menos sangre y más tiempo en la cárcel. En los años duros de la instauración del comunismo criollo (1959-1979), cifras sin confirmar mencionan más de 20 mil presos políticos en la Isla. Las cifras bajarían a cerca de 8 mil presos políticos entre 2010 y 2016, de acuerdo a la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

A Fidel Castro no le importaba tanto el número de prisioneros políticos, como los nombres e historiales de algunos de ellos. A más de tres mil combatientes de Bahía de Cochinos los canjeó por compotas para bebés y alimentos en conservas Made in USA. Los presos disidentes más conocidos se han utilizado como arma de presión en negociaciones con la Unión Europea, para complacer a instituciones internacionales, al Vaticano o un congresista estadounidense.

Era habitual que los funcionarios occidentales que se reunían con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución llevaran un listado de presos políticos, para intercambiarlos por acuerdos comerciales o trueques políticos. Castro leía la lista, levantaba el teléfono de su oficina y comenzaba el regateo. Si por ejemplo la lista contemplaba veinte reclusos, Fidel liberaba solo a cinco. Siempre tenía las prisiones repletas de opositores. En una coyuntura determinada, le podían servir como piezas negociables.

Con la caída del comunismo en la Unión Soviética y la Europa del Este, el maquiavélico juego perdió valor. En la Primavera Negra de marzo de 2003, que coincidió con la invasión de Estados Unidos a Irak, encarceló a 75 disidentes pacíficos, entre ellos 27 periodistas independientes. La intención era menguar la agresividad del presidente George W. Bush hacia la dictadura castrista y tener en el bull pen una cantidad presos políticos que a Castro, en un futuro, le permitiera canjear por los cinco espías de la Red Avispa cumpliendo sanciones en Estados Unidos.

El modus operandi de Fidel Castro era encarcelar opositores durante las administraciones republicanas, las más enemigas del socialismo fidelista, y luego, tras negociaciones, excarcelarlos cuando en la Casa Blanca estuviera un demócrata. Con la llegada al poder de Raúl Castro el 31 de julio de 2006, la estrategia cambió. Todavía en las cárceles quedan más de un centenar de presos políticos, algunos cuestionables, pero muy pocos prisioneros de conciencia declarados por Amnistía Internacional y casi ninguno demasiado conocido en el exterior.

Últimamente, las detenciones son breves y en caso de encarcelarlos, las condenas no superan los cinco años. El gobernante elegido a dedo, Miguel Díaz-Canel, continuó con el procedimiento raulista. Pero, con el aumento de una incipiente sociedad civil, periodistas alternativos y artistas e intelectuales contestatarios, las líneas maestras de la represión buscan legitimar jurídicamente las sanciones, imponiéndoles elevadas multas o deteniendo, enjuiciando y mandando a prisión a disidentes, activistas, periodistas e intelectuales críticos con el estado de cosas.

La autocracia verde olivo ha aprobado Decretos como el 349 y 370, que buscan deslegitimar a periodistas y artistas incómodos al régimen e inclusive camuflar sanciones a disidentes bajo el pretexto de supuestos delitos comunes. El plan es tener a mano una lista de presos "contrarrevolucionarios" que puedan servir para negociaciones futuras. La probable sanción a varios años de privación de libertad a José Daniel Ferrer, así como el acoso a varios periodistas independientes y el próximo juicio al artista visual Luis Manuel Otero Alcántara van en esa dirección.

Mientras más reconocimiento internacional tiene una figura opositora, más valiosa resulta como moneda de cambio para el régimen. Las sanciones del presidente Donald Trump al régimen de La Habana, la crisis socioeconómica de Venezuela y el descalabro de la economía cubana, por su escasa productividad y falta de liquidez, tienen al gobierno de la Isla al borde del precipicio. A eso se suma el descontento social, la burocracia e ineficiencia de las instituciones estatales y el pésimo servicio en la gestión pública del transporte, agua, gas licuado y recogida de basura, entre otros.

La respuesta del régimen siempre fue huir hacia adelante. Detener el crecimiento de sectores disidentes como el periodismo y enviar un mensaje de ida y vuelta a los creadores, artistas e intelectuales: si continúan el desafío, podemos encarcelarlos. Ahora le ha tocado el turno a Luis Manuel Otero Alcántara, mulato de 31 años.

Como muchas cubanas, su progenitora, María del Carmen Alcántara, ejerció de madre y padre. Vivían en la barriada pobre y marginal de El Pilar, en el municipio Cerro. Ella optó por criarlo dentro de la casa. Para entretenerse, Luis Manuel construía sus propios juguetes, de madera. "Desde pequeño tuve ese don, no sé de quién lo heredé, porque en mi familia no hay ningún artista. Me pasaba horas hablando solo, creando escenas y personajes imaginarios", me contaba Luis Manuel en una entrevista que le hice en diciembre de 2018.

A la escuela primaria y secundaria siempre iba con un pedazo de madera en las manos. Vestía ropa de uso y solo tenía un par zapatos que siempre estaban rotos. Antes de inclinarse por las artes, Otero estuvo cuatro años entrenándose como corredor de medio fondo en una pista de arcilla de la Ciudad Deportiva. “Al deporte le agradezco la disciplina y compromiso. Corría 1,500 y 5 mil metros planos. Tenía perspectivas. Entrenaba durísimo en busca de mi propósito, escapar de la pobreza. Pero en una competencia en Santiago de Cuba, a pesar de ser favorito, quedé en cuarto lugar. Entonces decidí dejar el atletismo y estudiar y probar suerte en la escultura y las artes visuales”.

El único delito de Luis Manuel es emplazar al régimen desde las artes visuales con un sesgo crítico. Puede gustar o no su actitud y sus performances, pero Otero, al igual que miles de jóvenes cubanos, es libre de expresar sus puntos de vista. Le he entrevistado en diversas ocasiones y le conozco bastante. Es un tipo jovial, convencido de que la democracia se impondrá en Cuba. Entre junio de 2017 y el 1 de marzo de 2020, había sido detenido en 21 ocasiones.

Claudia Genlui Hidalgo, especialista en historia del arte y actual novia de Otero, el miércoles 4 de marzo lo visitó en Valle Grande, prisión del municipio de La Lisa donde esperará la celebración de un "juicio sumario abreviado", según han denunciado sus colegas del Movimiento San Isidro, fundado en 2019 y cuyo antecedente es el Manifiesto de San Isidro, lanzado en septiembre de 2018 por creadores, artistas, realizadores audiovisuales, músicos, poetas, productores y cualquier ciudadano que se considere libre e independiente.

A Otero Alcántara tenían previsto condenarlo de dos a cinco años de privación de libertad, por los delitos de 'ultraje a los símbolos patrios' y 'daños a la propiedad', le dijo la instructora que lleva el caso a Michel Matos, del Movimiento San Isidro. "Ese tipo de delitos no necesita juicio, sino llamar a la fiscalía, ordenar los papeles y en menos de ocho horas ya está procesado. Por eso hay que hacer toda la presión que se pueda", pidió la activista Iris Ruiz tras consultar al abogado del artista.

El periodista guantanamero Roberto Jesús Quiñones Haces y el habanero Luis Manuel Otero Alcántara son dos de las monedas de cambio con que el régimen cuenta para mejorar su posición negociadora. Matan tres pájaros de un tiro: al encarcelar a los 'incómodos', envían un mensaje de miedo a la población y cuando éstos son liberados, los obligan a emigrar. Otro punto a favor del castrismo es que las instituciones internacionales y la UE canjean a los opositores con promesas de no sancionar a Cuba en foros internacionales o por alguna migaja de carácter económico. Eso permite al régimen actuar en lo que mejor se le da: reprimir, acosar, amenazar y mandar a prisión a los disidentes más críticos. Luego le tienden puente de plata para que se vayan del país. Un plan que les ha funcionado desde hace 61 años.

Iván García
Foto: De cuando en febrero de 2018 entrevisté a Luis Manuel Otero Alcántara. La foto fue realizada por Yanelys Núñez, su pareja en ese momento.

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