En 1991, dos años después que una oleada incontenible de alemanes del este derribó el anacrónico muro de Berlín, el sindicato Solidaridad pactaba el poder en Polonia con el general Jaruzelski y decenas de tanques en Moscú pretendían apoyar un fracasado golpe de Estado a Mijaíl Gorbachov, la isla de Fidel Castro estaba al borde una bestial crisis económica. Cuba estaba a punto de iniciar un largo viaje por el desierto con una mochila llena de apagones, gente hambrienta y enferma. La agricultura de subsistencia apenas producía alimentos.
En 1989, el año en que llegaron los vuelos de Luanda con los féretros de cubanos fallecidos en la absurda guerra civil en Angola, Etiopía y otros países africanos, un joven intelectual negro, Manuel Cuesta Morúa, recién graduado de historia, daba sus primeros pasos en la disidencia, entonces una oposición pacífica minúscula, liderada por Ricardo Bofill, Gustavo Arcos Bergnes y Elizardo Sánchez. Esa oposición, gestada por las discrepancias con la revolución inconclusa de Fidel Castro, fue creciendo.
Manuel Cuesta Morúa, Leonardo Calvo, Dimas Castellanos y José Antonio Madrazo daban el pistoletazo de arrancada de una oposición negra con una visión socialdemócrata, pero haciendo énfasis en un fenómeno subyacente en la sociedad cubana: el racismo dentro de la revolución, a pesar de que el discurso oficial lo desconocía. Esa vertiente, le granjeó la antipatía de un puñado de disidentes racistas y el acoso de la policía política. Esta gente no solo era negra o mestiza. Eran demócratas. Anticastristas. Y contaba el relato del negro en la Cuba prerevolucionaria y dentro de la revolución, muy alejada de los manuales de la historia oficial.
Ha llovido mucho desde entonces. Cuesta Morúa, más viejo, aún mantiene una excelente condición física, sin perder la sonrisa y su tono familiar para hablar de cualquier tema. Le preguntamos si se ha sentido discriminado en las innumerables veces que ha sido detenido por la Seguridad del Estado y le pedimos un breve análisis de por qué en la disidencia cubana abundan los negros y mestizos.
“En algún lugar escribí que el racismo es estructural y tu pregunta me obliga a precisar que es también transversal. En la policía política ha estado y está presente. Enmascarada y con cierta perversión, a veces sutil, a través de la figura simbólica del capataz negro o mulato. El agente afrodescendiente que te envían como un guiño antirracista, viene a recordarte, con la apropiación narrativa por parte de la llamada Revolución del concepto de agradecimiento -esa sujeción moral del dominado que proviene del antiguo catolicismo- que si estás dónde estás y tienes lo poco que tienes, se lo debes a la Revolución: una combinación nada revolucionaria entre la gracia y el agradecimiento católico en versión policial. En su manifestación más dura hay un plus represivo contra la oposición afrodescendiente. Como un refuerzo justificativo de la represión: si no agradeces y encima te opones, recibes doble ración. Siempre pensé que el abandono de Orlando Zapata Tamayo en su huelga de hambre se debió a que era un negro, pobre y rebelde. Con un agregado: era oriental. Otra de las esquinas del racismo cubano”.
Cuesta Morúa considera que, en su caso particular, la policía política ha tratado de ser muy cuidadosa. “Tengo un par de ideas trabajadas en torno al tema y no se trata de abarrotar la cesta de agravios en la discusión. Sí recuerdo un ataque sorpresivo y curioso para mí. En una ocasión, por allá por 2008, uno de los agentes de turno quiso explotar en mi contra, como para desmoralizarme, mi parentesco con Martín Morúa Delgado, el de la Enmienda Morúa que prohibía entre otras cosas, los partidos de base racial. La pretensión era triple: qué haces tú animando ahora lo que tu antepasado negaba; qué moral tienes frente a los tuyos si tu antepasado los traicionó y todo lo que pretende es un partido afrodescendiente, esto último como para aislar dentro del resto de la oposición. Un tipo de operación de inteligencia psicológica que solo se puede afrontar con inteligencia emocional”.
En su opinión, en la disidencia ahora mismo hay muchos negros y mestizos por tres razones: “Por ese proceso robusto de autoemancipación cultural, psicológica y moral que se expresa con radicalidad de quienes decimos que no le debemos nada a quienes se empeñan en hacernos ver que le debemos todo a la llamada Revolución. Es bastante difícil para los afrodescendientes autoemanciparse y no asumir las bases culturales de la democracia, de lo que podríamos hablar en otro momento, pero que se explica por su ruptura con un proyecto político totalitario. Salta así uno de los elementos claves del racismo estructural: dónde están y cuál es el papel de los afrodescendientes en las estructuras del poder. Y hay otra razón para esta afluencia. La respuesta de salvación económica del régimen fue profundamente racista y reestructuró violentamente, afianzándolo, el racismo de base estructural en la economía”, detalla y agrega:
“Fíjate bien que a finales de los 80 y principio de los 90 del siglo pasado se podían contar con los dedos de la mano los afrodescendientes dentro de la oposición. Todos los nombres se sabían de memoria. A partir de 1995, el flujo no se ha detenido hasta hoy. Y el asunto llegó para permanecer. Toda una ganancia cultural y simbólica que va a tener un profundo impacto en el modelo democrático que nos demos”, concluye Cuesta Morúa.
El periodista independiente Jorge Enrique Rodríguez, corresponsal del periódico español ABC y habitual colaborador de Diario de Cuba y ADN, coincide con Cuesta en muchas aristas, pero opina que existe un racismo intenso en un sector de la oposición dentro y fuera de la Isla. “Después del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, brotó dentro de la oposición cubana un racismo preocupante, bien enraizado, y además de personas que en este minuto, son líderes de la oposición, que están hablando de libertad y democracia para Cuba, pero que mis temores es que esa supuesta libertad y democracia va a venir con un racismo intrínseco que esas personas tienen. Estoy hablando de Liu Santiesteban, Eliecer Ávila y Francisco Iglesias, los tres ejemplos más puntuales, los he estado siguiendo en las redes sociales a partir del asesinato de George Floyd y sus declaraciones han destapado su veta racista”.
Al periodista independiente, más que el racismo dentro de Cuba o el que pueda ejercer el régimen o la Seguridad del Estado, le preocupa esos prejuicios en un sector opositor que radica en Miami, que es la más empoderada, la que administra capitales y que es la que tiene más posibilidades de hacer lobby dentro de las estructuras políticas en Estados Unidos. Y se pregunta: “¿Qué habrá un día después del día después? Fue la primera pregunta que me hice al corroborar las posiciones de éstos y muchos otros opositores que, como te dije, mayormente están en la diáspora y en lobbys de poder”.
Rodríguez considera que ha aumentado el número de disidentes negros y mestizos porque precisamente eso significa lo racista que ha sido el régimen en sus sesenta y un años en el poder. “Ya nuestra comunidad abrió los ojos. En ese sentido, hay que ser justo con Roberto Zurbano, quien en 2013 escribió aquel artículo para el New York Times donde dijo: la revolución no ha terminado con los negros”.
En la provincia de Guantánamo, a poco más de mil kilómetros al este de La Habana, reside Rolando Rodríguez Lobaina. Ex campeón nacional de karate, se graduó de ingeniero informático en La Habana, y desde 1996, destacó como líder juvenil opositor al fundar la Alianza Democrática Oriental, cuyo activismo contestatario se ha diseminado por las calles de las cinco provincias orientales. Actualmente, Rodríguez Lobaina es director de Palenque Visión, una agencia que sin medias tintas muestra con crudeza la realidad de una Cuba que el castrismo pretende ignorar.
Para Rolando, hablar de racismo en Cuba es complicado. “Es muy común incluso escuchar en personas negras o mestizas decirle a su similar ‘tenía que ser negro’. Muchos de esos actos racistas ocurren por reflejos condicionados. El racismo en Cuba viene de diferentes formas. Yo noto que en las provincias orientales, los prejuicios por el color de la piel han pasado de moda. En provincias como Holguín y Camagüey, históricamente con mucha discriminación hacia los negros, hoy es común ver chicas blancas con personas mestizas o negras”.
El director de Palenque Visión opina que en la región oriental se da un fenómeno más grave que el racismo: la pobreza extrema que crece cada año, la falta de futuro y el alto índice de alcoholismo. Aunque el racismo sigue latente. “Por ejemplo cuando se mencionan las estadísticas de robos, asaltos o asesinatos se responsabiliza a los negros por esos delitos. Pero es interesante analizar por qué los negros y mestizos viven en peores condiciones de insalubridad, barrios muy pobres, los conocidos llega y pon. Es evidente, a pesar de la pobreza extendida por las malas políticas del régimen, de que el desarrollo psicosocial de los negros no es igual al promedio de blanco e incluso mestizos. También habrá que analizar por qué tienen menos oportunidades".
El régimen no ha tenido en cuenta esas disparidades, ni tiene un plan para resolver un fenómeno que crece por día. "Por ese abandono social, en los últimos años un gran número de mestizos y negros se ha sumado a la disidencia. Pero no creo que sea una oposición netamente negra, mestiza o blanca, hay un equilibrio. No predomina una raza sobre otra. Lo que no impide que haya prejuicios. Los opositores de de raza negra lo pasan mal cuando los arrestan. Tienen que soportar los epítetos usados por los militares de ‘negro de mierda, ingrato’ y cosas por el estilo. Nunca olvidaré lo que le hicieron a Orlando Zapata. Es el mejor ejemplo de un opositor negro que sufrió discriminación racial en la prisión hasta su muerte por una huelga de hambre en febrero de 2010”, concluye Rolando Rodríguez Lobaina.
Iván García
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