lunes, 23 de noviembre de 2020

Por qué no se termina la dictadura en Cuba

 

Muchos entusiastas, desde Miami, se sienten con el derecho de empujar a los cubanos que viven en el interior de la isla para que nos lancemos a la calle. Para ello, arengan con exaltación desmedida por las redes, sin escuchar las explicaciones de que las circunstancias no están creadas y, finalmente, como es lógico, el día de la convocatoria nada ocurre, y muchos hasta se sienten decepcionados, enfadados y critican y ofenden a los que estamos dentro de la isla, “porque tienen lo que merecen”.

Algunos lo hacen como si nos hicieran un favor, como si consideraran que ellos ya pasaron a mejor vida y no les compete enfrentar ningún riesgo. La mayoría de los entusiastas con que me ha tocado el debate, una vez que les pregunto el día que arribarían a La Habana para participar en la fecha señalada, se justifican con que sería imposible “porque los arrestarían apenas pisen suelo en el aeropuerto”. Les he dicho que es el menor sacrificio que pudieran prestar, que sería una suerte para ellos que los detengan y envíen de regreso a suelo norteamericano, incluso, hasta sería mejor suerte la de ir a prisión sin ser golpeados, comparando con lo que les ocurrirá a los que se lancen a las calles a exigir la libertad de Cuba. Pero, además, para los quienes fuera del archipiélago piden ese alzamiento popular, correr algún riesgo los haría coherentes consigo mismos, según lo que exigen.

Por estos días he visitado la casa de Pánter Rodríguez Baró, uno de los que fueron llamados "Clandestinos", que vertieron sangre de cerdo sobre las estatuas de José Martí en enero de 2020. Aunque soy martiano, nunca lo critiqué porque comprendí que puede ser un discurso alternativo e interesante y que no agraviaban al Apóstol, al contrario, creo que lo exaltaban. Desde mi lectura, era la sangre de tantos cubanos sacrificados, que se habían perdido de múltiples maneras en estas seis décadas de férrea dictadura. Desde su detención, Pánter ha permanecido varios meses encarcelado en el Corredor de la Muerte, o el 47, en la prisión de máxima seguridad del Combinado del Este.

La madre, una anciana a cargo de sus dos hijos, cumpliendo los roles de abuela, madre y padre, me dijo que casi nadie se había ocupado o preocupado por ellos en todo este tiempo. La persona que llamaba desde Miami para enviarles los míseros dólares de pago por las acciones, lo hizo en una oportunidad, y le dijeron que a ese teléfono, de propiedad de la hija de Pánter de 20 años, no podía llamar. No le dijeron más porque imaginaron que inferiría que el teléfono estaba controlado por la policía política, una vez que lo devolvieran, después de varias semanas en su poder.

Lo cierto es que mientras aparecían los bustos de Martí ensangrentados y muchos bailaban como si la dictadura se estuviera cayendo por esa acción de entretenimiento, yo permanecí en silencio porque respeto la lucha y los esfuerzos de cada cual; pero una vez que fueron apresados, tuve total certeza de lo que me temía. Habían usado a un joven enfermo de adicción, y sin la menor preparación para ejecutar tales acciones. Es como ponerle en la mano a una persona una bomba o un niño al timón de un auto, y no explicarle los procedimientos. Exactamente eso fue lo que ocurrió y, particularmente, así lo hice saber en las redes, se trataba de un abuso. Estoy en contra de que expongan y sacrifiquen a jóvenes, a cambio de “espejitos”, a la manera de los conquistadores, y les desgracien sus vidas, así como la de su familia, y para colmo, después los abandonan al pairo. Eso es tan criminal como todos los abusos que comete la dictadura.

Como se pudo apreciar en las imágenes que aparecieron en la televisión cubana, Pánter y su acompañante, durante los hechos, desfilan frente a las cámaras de vigilancia como si pasearan por el Prado. No tenían la menor preparación ni actitud para acometer tales acciones. Desde las elecciones para la Constitución del 2019, en las que repartieron proclamas por varios puntos de la ciudad, ya la Seguridad del Estado estaba tras de ellos, tenían sus imágenes, sólo que no habían podido tener un perfil completo de sus rostros para identificarlos. De hecho, a uno de ellos lo confundieron con el fotógrafo y opositor Claudio Fuentes, al que en una detención le quisieron achacar aquellas acciones de las proclamas cerca de la Universidad de La Habana, y que luego Pánter confesara en sus interrogatorios.

En otro orden, y esto lo he dicho también con anterioridad, después de que Pedro de la Caridad Álvarez Pedroso y Daniel Santovenia Fernández se pasaran 27 y 28 años respectivamente en prisiones de mayor seguridad, han sido tratados con el mayor desprecio por parte del exilio. Ellos no son de importancia para los que mueven noticias, influencias y dineros desde distintos ángulos del planeta, principalmente desde Miami, y que dicen estar dedicados al esfuerzo de alcanzar la democracia en Cuba o defienden los derechos humanos. Peor sucedió con Armando Sosa Fortuny, y una vez que murió fue usado como estandarte, pero para la gran mayoría de los cubanos, antes no habían escuchado su nombre y tuvo que pasarse todas esas décadas viviendo miserablemente en la prisión y, a veces, hasta pidiendo cigarros a otros.

Me consta que muchos de los presos políticos reciben burlas de los guardias carceleros, así como de los presos comunes, al ver las vicisitudes y miserias que viven ellos y sus familiares. Los vecinos les echan en cara que han sido usados a cambio de nada, y también se niegan a cooperar con las familias porque sienten que han sido burlados por nada. Y si de dejarse usar se trata, prefieren al contratador del régimen, que al menos les entrega beneficios directos.

Por supuesto, el sacrificio de cualquier opositor es, en primer lugar, por la vergüenza personal. Pero eso no quita que sean acompañados en espíritu y en asuntos materiales, necesarios para sobrevivir dentro de las cárceles cubanas, sobre todo la familia, que tiene que hacer extensos recorridos cuando el régimen, exprofeso, los envía a lugares distantes de la provincia donde residen. Mantener las necesidades de un preso en Cuba es harto difícil, como lo es para todo ciudadano de a pie que viva en la isla. La Fundación Plantados, con su mayor esfuerzo, a los presos políticos les envía 48 dólares mensuales y algunos alimentos. Y se les agradece, pero es un monto ínfimo para los que viven en las cárceles políticas en Cuba o bien sean opositores presos en la cárcel mayor: la Isla. Muchos de ellos solos, sin salarios y hasta sin familia.

El régimen no le permite trabajar a Pedro Álvarez y a Daniel Santovenia. De mi bolsillo les envío hasta donde he podido y más. Me consta que en disímiles ocasiones, Antonio Rodiles les ha enviado ayuda, también Claudio Fuentes. A veces Pedro y Daniel no tienen dinero para pagar la electricidad o el lugar donde se alquilan -recuerden que ellos vivían en Estados Unidos con su familia. A veces no tienen alimentos. Es muy triste lo que les está sucediendo, y los cubanos debemos sentir vergüenza de no hacer nada, y en cambio verlos sobrevivir de esa manera después de haber entregado sus vidas a la libertad de Cuba.

Me pregunto si no sería más factible que esas demostraciones de las caravanas que se hacen en Miami contra el régimen, se ahorraran ese combustible y se reunieran los dineros y se les enviara a los familiares de los presos políticos. Esos contenedores de alimentos, tanto el costo de los que los aportaron como el del envío, también se pudo haber usado para los presos políticos o activistas de derechos humanos quienes también pasan muchísimas vicisitudes debido a la represión constante; pero, cuando se dice todo esto, algunos piensan que los están atacando, solo pretenden que se les dediquen adulaciones y silencios. De esta manera y sin darse cuenta, repiten las viejas fórmulas intolerantes del castrismo, creyéndose incuestionables.

Hay que soportar que, después de haberse equivocado en sus gestiones, digan a pleno rostro de los cubanos que viven dentro de la Isla, como si fuéramos ingenuos o tontos, que ahora tenemos que hacer nuestra parte, y se trata, nada más y nada menos, que de ir a Mariel a exigir las latas de ayuda que nos tocan, “pero qué pensaban, que se las íbamos a poner en la boca”,dijeron. ¿Era una ayuda o la manipulación para que terminaran encarcelados o muertos?

Considero que es una falta de respeto, sobre todo cuando se dice desde el aire acondicionado y a noventa millas de distancia. Hay que tener cordura y respeto para tratar a un pueblo. Suficiente con estos 61 años de mantener una bota sobre nuestros derechos, para que los nuestros, los que se supone están del mismo lado, ahora también nos vilipendien.

Y en todas estas explicaciones radican la razones por la que los cubanos temen lanzarse a la calle o tener una proyección que pudiera ser politizada por el régimen: el no tener el respaldo adecuado que cuide de ellos y sus familias, una vez que sean sancionados. A la población, ésa a la que se le pide se lance a la calle, le basta con observar la realidad, las miserias que tienen que enfrentar los opositores y sus familias, cómo tienen que sobrevivir una vez que la policía política los incluye en la lista negra.

Cuando José Martí fue apresado por segunda vez y tuviera que enfrentar la deportación por segunda ocasión también, mientras se encontraba en los calabozos, fueron a visitarlo trescientos amigos y, cincuenta de ellos, sacaron pasaje en el mismo barco para acompañarlo en la travesía. Eso se llama solidaridad. Se llama patriotismo. Se llama sentido de pertenencia. Y se llama vergüenza.

Para colmo, la moda de los últimos tiempos es amedrentar y presionar para que, los que reciben Grants dentro de Cuba, no solo declaren el monto, los impuestos, sino en qué los usan. Y, si no lo hacen, lo sacan de los récords públicos y lo exhiben. Realmente me dan risas, sobre todo cuando se ponen de ejemplo, “desde Miami”, y dicen que ellos pueden hacerlo sin dificultades y, por otra parte, dan ganas de llorar también, cuando exponen de esa manera a lo que se encuentran dentro de Cuba. Este uno de los actos más cínicos que he presenciado.

El horror del orgullo y ambiciones personales es el cómplice número uno de la dictadura cubana. Son quienes hacen el trabajo de la policía política. No encuentro un calificativo mayor que inhumano para los que señalan sin pudor a los opositores dentro de la isla, cuando tienen que saber que a pesar de las diferencias políticas que puedan tener, los de acá tienen los días contados en libertad y hasta los de sus vidas, porque en la primera oportunidad el régimen se aprovechará para actuar contra ellos sin el menor escrúpulo.

Y para los que piensan que defiendo a Rodiles, no lo hago. De hecho, hace meses que no me comunico con él por diferencias de criterio que él me ha respetado y decidimos tomar por caminos diferentes, pero que, en definitiva, nos conducen al mismo lugar, a la libertad de Cuba. Antonio Rodiles siempre será mi hermano de lucha, y lo digo a pesar de nuestras discrepancias, porque ni él ni yo ni nadie, somos perfectos. No comparto esa urgencia de honestidad que Rodiles quiere alcanzar; al menos, creo que no es el momento de lucha adecuado, que los esfuerzos hay que invertirlos en mejores acciones.

En lo personal, no estoy en la oposición para confrontar y criticar a otros que enfrentan la dictadura, aunque no comparta sus maneras de hacerlo. Siento que esa no es mi labor; aunque, por encima de todo, sigo pensando que Antonio Rodiles es un líder honesto y obsesivo con la verdad. Me consta todo el trabajo que se hace y todo el dinero que se invierte para lograrlo, centavo a centavo. De eso no tengo la menor duda.

No tengo partido político ni veo la lucha por la libertad de Cuba como a equipos de pelotas o de fútbol. Esto no es un deporte. Es una causa y nos estamos jugando la vida. Yo vine a la lucha a perder mi libertad, mis cosas materiales que había ganado con mi literatura. Perder fue mi primera convicción una vez que decidí incinerarme frente al régimen y abrir un blog. Asumí lo que entendía que era mi deber.

Rezo porque a Rosa María Payá le vaya bien en todas sus gestiones políticas, porque entonces me irá bien a mí. Suplico que se le mantenga la libertad a José Daniel Ferrer, porque así me sentiré libre yo también. Mientras exista un preso político, todos tenemos comprometidos un pedazo de nuestras vergüenzas y conciencias con él. Quiero que las variantes de luchas sean encaminadas a lo que todos queremos: la libertad de Cuba.

No hay por qué desgastarnos desde ahora en discutir quién será el presidente o qué Constitución asumiremos una vez que el régimen caiga. Esos son fuegos artificiales, entretenimientos por no tener nada que hacer. Un show mediático para justificar y ganarse el pan de cada día. Lo que sí debemos hacer es aprender de las experiencias históricas, de José Martí: hallar y fortalecer lo que nos une, no lo que nos divide.

En mi caso, jamás he tenido un sueldo con el trabajo que he compartido con Estado de Sats ni en ningún otro espacio como opositor. También sé, y para contestar a muchos que denigran sin razones o pruebas, que el modesto apartamento de Ailer González fue adquirido con la venta del Lada de su padre en Santiago de Cuba. Pero a la vez soy de los que piensan que, en el caso de habérsele comprado un apartamento con el dinero que se envía, es lo menos que se hubiera podido hacer por ella, cuando la Seguridad del Estado la acosaba e intentaba chantajear con deportarla a su ciudad natal por no tener dirección en La Habana; sobre todo, Ailer merecía, después de tantos años entregando el mayor sacrificio desde la primera fila a cambio de nada, ese espacio para sobrevivir.

Me consta que Ailer reunía menudos para luego tomarnos un helado o comernos una pizza; que si Antonio Rodiles guarda dinero lo tendrá en una caja de zapatos en los Estados Unidos, porque en Cuba entrega todo a la causa, desde ayudas a familiares de presos políticos hasta muchas actividades silenciosas y que solo se podrán saber cuando la dictadura caiga. Recordemos que la Seguridad del Estado pudo llegar a la caja fuerte de su casa y extrajo y copió todo lo que allí había. Es risible cuando escucho exigir que Rodiles diga en qué lo invierte. Yo solo puedo asegurar que se invierte todo y más, y con ello se le hace mucho daño al régimen.

Un ejemplo de ese silencio necesario, como decía José Martí en su carta póstuma, son los cinco mil dólares que recientemente me fueron entregados en el premio Václav Havel, y que han sido donados a una causa justa y humana. Por supuesto, no me interesa el crédito, pero tampoco se puede decir a quién y para qué será usado, aún cuando ese dinero está justificado y puedo entregarlo o guardarlo para mi uso personal, pero ni siquiera así se puede hacer público.

Que la oposición en Cuba reconozca que recibe dinero es un suicidio, sería darle un argumento al régimen para condenarnos a prisión por el resto de nuestras vidas. Por menos motivos que ése, setenta y cinco disidentes y periodistas independientes fueron encarcelados en 2003, el llamado Grupo de los 75. Entonces, cómo alguien puede pedir que un opositor dentro de Cuba diga, ante las narices del régimen: “Sí, yo recibo dinero del exterior para mantener la lucha contra ustedes”. ¿A qué están jugando? ¿A cuántos se les ha olvidado la realidad dentro de la Isla? ¿Por cuáles otras conveniencias se puede vender a la dictadura a otro opositor que no sea la de quitarlo del medio?

Una de las cosas que más he admirado de José Daniel Ferrer es que cuando lo han invitado a responderle a Antonio Rodiles, ha dicho que no. Él no comparte esa visión de lucha. Antonio Rodiles no forma parte de su tiempo y de su esfuerzo por una Cuba libre. En cambio, otros, para ganar una controversia, se comportan con tanta “ingenuidad” que no sé si reírme o asustarme, son tan torpes que es como si le hicieran el trabajo sucio a la Seguridad del Estado, aunque estoy seguro de que no lo son, y así lo siento. Por orgullo o querellas políticas no podemos coincidir con el régimen. Jamás, bajo ninguna de las razones, un opositor puede intentar avanzar con el discurso de la dictadura o darles beneficios a través de nuestros actos y palabras. En esos casos es mejor hacer silencio. Y, de paso revisarnos porque, si coincidimos con la dictadura, algo mal estamos haciendo.

Cualquier opositor fuera de Cuba puede tener, además del régimen, un contrario dentro de la Isla, aun siendo un opositor, y hasta considerarlo su enemigo político, pero de ahí a intentar regalarlo al régimen, es un acto de deshonor, es una traición a lo que ellos mismos profesan, porque antes tienen que comprender que es un hombre necesario que está disparando por ti desde la primera fila, y hasta puede recibir la bala que nunca rozará tu cuerpo, y eso hay que respetarlo, por necesidad para la libertad de Cuba, y por humanidad. Pero, sobre todo, porque cuando tuviste la oportunidad de hacer lo mismo, por múltiples razones, justificadas o no, preferiste irte, algo que tampoco critico, porque el exilio es el grito de nuestro dolor. Cada vez que nos golpean acá, ellos gritan allá. Y así nuestro dolor no es en vano.

Mientras el dinero continúe repartiéndose en Miami, no habrá cambio en Cuba. Mientras la oposición no tenga comida ni zapatos para luchar, cada vez seremos menos. Mientras sigan intentando quedarse con el show en Miami, para mantener entretenidos y con la mirada sobre su programa político o artístico, y quieran ser los actores para que su rostro permanezca en las cámaras y lucrar con ello, no se caerá la dictadura.

Mientras el foco de atención esté fuera de la Isla, mientras las familias de los presos políticos se sientan abandonadas, los Castro y sus acólitos se mantendrán en el poder. Mientras intenten manipular y hacer creer que el régimen se tumbará desde el exilio, no sucederá la anhelada caída del régimen. Mientras el exilio no comprenda que su labor es apoyar a la oposición interna, no quedarse con el dinero e ignorarlo, no habrá libertad para Cuba. Y mientras, mientras, mientras todo esto suceda, no habrá esperanza, y los Castro se lo agradecerán mucho.

Ángel Santiesteban
Diario Las Américas, 1 de octubre de 2020.
Video de la entrevista que en diciembre de 2019 el opositor Antonio Rodiles le hiciera en La Habana a Pedro de la Caridad Álvarez Pedroso y Daniel Santovenia Fernández y condenados a 30 años de prisión y que finalmente cumplieran 27 y 28 años respectivamente. La entrevista, realizada para Estado de Sats, primero salió en Radio Televisión Martí.

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