Dictadura fue la de Franco, la de Videla, la de Pinochet, donde la sangre corrió, donde hubo muertos, masacres, donde ocurrieron barbaridades, dicen los defensores a ultranza de la Cuba ficticia para esquivar la clasificación, como si el asunto se tratara exclusivamente de los muertos y no de pensar en el estado de las cosas, en el sistema imperante que le pone cuño a la realidad.
En Cuba, y esto es la esencia del asunto, al régimen no le hace falta asesinar y, por ende, no lo hace, pero hay quienes han muerto tratando de escapar de la mordaza que ata al país, el molde fundamentalista de un Estado que se considera comunista.
Esa mordaza define a la dictadura cubana: esto es un país de partido único, el comunista, donde todas las instituciones y organizaciones son de un estado soberano, por lo que no está permitida la libre asociación; donde la prensa labora subordinada al aparato de propaganda del partido; donde los ciudadanos no eligen directamente al presidente del país y éste no es la persona de más poder, sino el primer secretario del partido comunista. Un país donde se criminaliza el disenso político, el pensar distinto; donde el sistema está por encima de los derechos humanos e individuales de las personas. Por tanto, al articular una idea contraria a quienes gobiernan, a sus indicaciones, doctrinas y fundamentos, puedes ir a la cárcel o quedar tachado para siempre y volverte una suerte de peste bubónica, porque al trabajo que vayas te rechazarán, al sitio que ingreses te mirarán con cara de asco; si tienes una obra artística o intelectual, en ese preciso momento la desestimarán e incluso el régimen podría impedirte salir del país o de tu domicilio, sin fundamento legal alguno.
El régimen cubano no tiene la más mínima intención de pegarle un disparo en la sien a nadie, para luego lanzarlo a una cuneta en un campo perdido, porque le es innecesario. Con asesinarte cívicamente tiene; estrangularte en el día a día es su estrategia: aniquilar la mente, para apoderarse del cuerpo, de los cuerpos todos, de la masa.
Un ejemplo reciente: en diciembre pasado, Luis Robles, de 28 años, un informático de Guantánamo que decidió venir a buscar trabajo a La Habana hace ocho años y que encontró un puesto como técnico de equipos electrodomésticos en un pequeño negocio privado, decidió tomar un pedazo de cartón y escribirle apenas tres frases: “libertad”, “no + represión” y “#Free_Denis”. Por esos días Cuba ardía de rabia: el Movimiento San Isidro y otros activistas de la sociedad civil acababan de terminar una huelga de hambre para exigir la liberación del rapero Denis Solís, en prisión por un supuesto caso de desacato, una de las figuras legales a las que más ha recurrido el gobierno para encarcelar a disidentes, periodistas independientes y artistas contestatarios.
Luis Robles llegó al boulevard de San Rafael, en La Habana Vieja, vestido de negro y con una mochila de donde sacó el cartel. Ante la mirada de las personas que caminaban por allí, levantó las manos sosteniendo las tres frases. Caminó un mismo tramo de alrededor de 10 metros, dos veces hacia adelante y dos veces hacia atrás, hasta que varios policías lo hicieron lanzar el cartel al suelo y lo detuvieron. Del boulevard lo trasladaron a Villa Marista, sede central de la Seguridad del Estado. Allí, le impusieron una multa de mil pesos cubanos al amparo del decreto 272, Artículo Nº 11 del código penal, que prevé sanciones por “afear el ornato público” con vallas. Además, lo acusaron de alterar el orden público y de desacato, aunque luego desestimaran dichos cargos porque varios videos en las redes sociales se esparcieron como pólvora y demostraron que el joven ni siquiera se había resistido al arresto. Después de varios días de detención e interrogatorio, a la familia de Luis Robles le notificaron la verdadera causa penal por la cual lo estaban procesando: “actos contra la seguridad del Estado”, delito que se castiga según el capítulo IV del código penal con privación de libertad de 10 a 20 años. Para ello, el gobierno debía encontrar alguna pista que incriminara a Luis Robles como un sujeto movido por algo más allá de su libre expresión.
A su casa en el municipio Cerro, donde residía con un amigo, llegaron los investigadores y registraron su teléfono móvil en busca de esa prueba inexistente, porque Luis Robles no pertenece a ninguna organización política de la oposición. Pero, ¿cómo alguien va actuar por sí mismo?, ¿cómo va una persona a salir a la calle con un cartel y pedir libertad sin que haya alguna fuerza que lo obligue?: “Algo está mal aquí, algo no encaja, hay que encontrar su relación con la CIA, con el gobierno extranjero que le está pagando. Es imposible que un ciudadano se rebele de semejante manera ante el Estado”, se dice el gobierno, desde su autoritarismo.
Santiago A. Alpízar, abogado, le dijo a Diario de Cuba sobre el caso: “Las autoridades no logran entender que la acción de Robles fue totalmente espontánea y tratan de buscar alguna prueba, por muy superficial o endeble que sea, para decir que él fue incitado a esa acción desde el exterior”. A Luis Robles lo trasladaron de Villa Marista al Combinado del Este, una cárcel de máxima seguridad, a espera de que culmine la investigación que aún no es concluyente. En la prisión lo colocaron en la sección “depósito”, donde se encuentran los reclusos que esperan juicio. Por la pandemia, a los presos les suspendieron las visitas de familiares y sólo tienen derecho a que, cada dos semanas, les envíen alimentos y medicamentos. Según reportó el portal Cubanet, Luis Robles padece de reflujo gástrico y los medicamentos que le han enviado no le han sido entregados, al menos, en dos ocasiones. En febrero, cuando exigió las medicinas, los carceleros le respondieron que no se las entregaban para que se muriera de una vez.
Como protesta, Luis Robles se puso un pulóver blanco donde escribió: “Libertad para Cuba” y “Abajo la dictadura”. Los carceleros le respondieron con una golpiza. Luego, lo desnudaron con la ayuda de otros presos y lo encerraron en una celda de castigo, de donde lo sacaban cada dos horas para exhibirlo sin ropa ante otros presos. Le retiraron sus pertenencias, incluido su colchón. Estuvo dos días completos desnudo y durmiendo en el suelo hasta que lo colocaron, con sus cosas de vuelta, en el piso 1 sur. Al llegar a la nueva celda, le aclararon que si seguía contando por teléfono lo que sucedía dentro de la prisión, le suspenderían para siempre las llamadas. Una de las últimas veces que pudo tener acceso al teléfono, Luis Robles le contó a Cubanet que no sólo estaba siendo víctima de los tratos despiadados y degradantes que ya se conocían, sino que también estaba recibiendo amenazas hacia su familia y que le habían puesto una cucaracha a su plato de comida. En enero, la organización Prisoners Defenders, que lleva el conteo de los presos políticos en la isla, declaró a Luis Robles “preso de conciencia”. La organización cuenta hasta hoy 135 presos como él.
Que un ciudadano como Luis Robles lleve más de cien días en prisión, soportando tratos inhumanos por portar un cartel en un boulevard, basta para desmontar la idea ilusoria de que Cuba es una isla “progre” y encantadora. Sé que no faltarán quienes se saquen de la chistera el absurdo argumento de que no todo puede ser perfecto en una sociedad que aboga por el bien de sus ciudadanos, olvidándose que en nuestras vidas lo primordial y más importante es el derecho inalienable al respeto de nuestros derechos humanos, entre los que están la libertad plena, hoy inexistente en Cuba. Así lo quiere el régimen, pues es la única manera de perpetuarse en el poder tras más de seis décadas.
De todos modos, si no lo convenzo a usted y piensa que me he inventado todo esto del estado dictatorial cubano, lo invito a que visite la isla. Tiene una casa en la mía para que, con sus propios ojos, pueda observar, entre otras cosas, que el estado de la educación y la salud pública no es como dicen; que en las escuelas hacen falta de profesores y sus salarios son paupérrimos; que en los hospitales, las condiciones son las peores; que La Habana se ha vuelto una ciudad en ruinas que parece haber sobrevivido a una larguísima guerra; que la famosa solidaridad médica que el gobierno le brinda a los “pueblos del mundo” no es un acto de altruismo, sino un servicio que es el segundo renglón económico del país y que a los médicos de estas misiones los tratan como a esclavos, según informes de la Organización de las Naciones Unidas; y que la escasez en el país es tal que los ciudadanos duermen sobre las ramas de los árboles toda la madrugada para evadir el toque de queda por la pandemia y para, una vez que sale el sol, poder estar delante en las enormes filas de los mercados y tiendas, y así alcanzar los pocos productos en venta que, por demás están racionados.
Que todo esto, en esencia, sucede porque Cuba es un país controlado y administrado por militares, que gastan los recursos del país en construir hoteles propios, los mismos que registran las ganancias de las bonitas playas, los sabrosos rones y tabacos, y la buena música de esta isla.
Abraham Jiménez Enoa
Gatopardo, 19 de marzo de 2021.
Gatopardo, 19 de marzo de 2021.
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