lunes, 29 de noviembre de 2021

Cuba y la excepcionalidad (II y final)


Para principios de los años 90, la caída del sistema de socialismo real en la Europa del Este comunista y la posterior desaparición de la URSS —el mecenas generoso y tolerante de una Cuba castrista despilfarradora— sorprenden a un régimen que no estaba preparado para perder de la noche a la mañana la fuente que había sido fundamental para la supervivencia del modelo totalitario autóctono y diferenciado, y para su expansión internacional. El golpe sería brutal. Un Período Especial inauguraría una nueva etapa en la Cuba castrista, donde el país estaría sin un mecenazgo hegemónico por primera vez en su historia como nación.

Los estudios sobre Cuba reflejarían esta nueva situación e inicialmente pronosticaban un futuro nada promisorio para la mayor isla-nación del Caribe, que bien podía terminar con el control castrista o, en el mejor de los casos, en un deterioro considerable de su capacidad excepcional de operar en los contextos doméstico y exterior. El libro compilado por Carmelo Mesa Lago, Cuba After the Cold War (1993), es quizás el mejor resumen del impacto de implosión del comunismo europeo sobre Cuba. En los diez ensayos de esta antología se expone con certera claridad que los problemas cubanos no comenzaron con la caída de la Cortina de Hierro; ya desde mucho antes la economía cubana era inoperativa y el proceso de colapso era inminente, solo se había retrasado por la permanencia de los subsidios y la ayuda del campo socialista.

Los probables resultados de esta pérdida de mecenazgo para una economía ineficiente y parásita se exponen en el libro: la permanencia del statu quo, el crecimiento de la represión sin cambios de política económica, la continuidad del autoritarismo con reformas de mercado significativas, democratización y reformas de mercado, o la caída del régimen. Pero el régimen no colapsó y la represión sin cambios en política económica mínimamente significativos se incrementó; por tanto, los estudiosos del tema Cuba modificaron el foco de sus estudios a tratar de explicar cómo pudo sobrevivir el régimen sin mecenazgos y sin ceder un ápice en el terreno político y económico.

El análisis más interesante llegaría de Damian J. Fernández. Para él, las políticas de pasión y de afección habían sido cruciales en el desarrollo de la historia de Cuba durante el siglo xx. La búsqueda de políticas de pasión llevaría al pueblo cubano a aglutinarse alrededor de líderes carismáticos como Fidel Castro, que posibilitaron la construcción de escenarios de desafección y desconexión que alejaron aún más a la nación cubana de sus absolutos morales. Al mismo tiempo, se imponían otras de afección, materializadas en el cuidado de la familia y los amigos, estableciendo mecanismos que evadían las estructuras de gobierno —que, paradójicamente, socavaban el régimen estatal y, a su vez, le permitían mantenerse en el poder—, al posibilitar la creación de redes informales de supervivencia que proveían lo que el Estado no quería o no podía. Esas redes resultaron cruciales durante el Período Especial. Un excepcionalismo cubano que Fernández desarrollaba desde los de abajo, y no desde los de arriba.

La subida al poder de Hugo Chávez en Venezuela, en 1999, con el apoyo y la guía cubana, marcaría otro parteaguas en la historia de la Cuba bajo el control castrista. Para los primeros años del nuevo siglo, la Venezuela chavista se convertiría en el nuevo mecenas cubano que, ahora en un rol subordinado y no hegemónico, subsidió a la Isla mediante el suministro de petróleo y la compra de sus servicios profesionales; principalmente de la salud, educación, deporte y militar. Esta integración de Cuba con Venezuela —ya adelantada con la estrecha interconexión que había tenido La Habana (y Moscú) con la Nicaragua sandinista— rompía con el excepcionalismo que se había producido por la integración cubana al eje soviético en 1960 y su salida oficial de los mecanismos de integración regional. Ahora Cuba, con esta integración dinámica con Venezuela, regresaba de manera protagónica al foro latinoamericano.

Lo cierto es que la crisis de los años 90, arreciada por una voluntad estadounidense de apretar el engranaje del embargo económico, produjo un cambio extra fundamental: se modificaría la otra condición excepcional positiva que había catapultado al país como una nación con los mayores índices de desarrollo humano del hemisferio, posibilitado por una infraestructura social envidiable construida con dinero soviético.

Por décadas, el socialismo cubano había sido la gran excepción latinoamericana y tercermundista, que la crisis acelerada por la caída del socialismo real había derribado. Ahora, una Cuba sin recursos y sin la capacidad para generarlos, operaba en un contexto de recrudecimiento de las sanciones estadounidenses, de totalitarismo agravado hacia lo interno, con un Fidel Castro envejecido y una élite que comenzaba a parecerse a sus contrapartes latinoamericanas. El modelo de excepcionalidad ejemplar comenzaba a resquebrajarse.

Esta realidad se reflejó de inmediato en la literatura sobre Cuba. Un artículo muy citado de Miguel Ángel Centeno planteaba de manera directa que el fin del excepcionalismo cubano en Latinoamérica había llegado. Según este autor, las últimas cuatro décadas habían visto a Cuba alejarse de los patrones típicos de América Latina, aun cuando la Revolución no había podido revertir su dependencia histórica del financiamiento externo, resolver sus desigualdades raciales ni fomentar la democracia: la Cuba de Castro, lejos de ser un régimen exitoso, fue cuna de oportunidades perdidas. Para Centeno resultaba evidente que, con la crisis producida por la caída del socialismo europeo y el colapso económico cubano, se habían erosionado todos los avances en materia de bienestar social de la Revolución. Cuba comenzó a parecerse cada vez más al resto del continente y reflejaba los problemas centrales de la región. Era el fin de su excepcionalidad.

Sin embargo, esta visión no sería compartida por todos. La supervivencia de la Revolución —aunque se hubiesen erosionados todos los pilares que apuntaban a su excepcionalidad positiva— eventualmente produciría otro tipo de trabajos académicos y periodísticos que provenían de una izquierda rendida ante el poder propagandístico del régimen cubano. Después de años de pérdida de interés por el tema Cuba en ciertos círculos de la izquierda europea y estadounidense, retornaría con fuerza, reflejando ahora una Cuba socialista, ejemplar, solidaria, sobreviviente, única, y con fuerza moral para un universo progresista —sobre todo latinoamericano—, que resistía junto a la Nicaragua sandinista y la Venezuela chavista los embates de fuerzas diversas que buscaban su derrota.

Este es el caso de Democracy and Revolution, de D. L. Raby, que argumenta que Cuba, junto a Venezuela, había servido de inspiración para todos los movimientos antiglobalizadores y anticapitalistas en todo el mundo. Para Raby, el socialismo cubano demostraba que otro mundo era posible: ¡pero solo a través de estrategias políticas efectivas para acceder al poder bajo bases democráticas y populares! La manera para construir un futuro mejor bajo la guía de los movimientos progresistas mundiales, según él, era bajo la guía “audaz y decidida” de amplios y flexibles movimientos populares que se inspirasen en el modelo cubano.

Incluso, fue más lejos al plantear, al analizar las relaciones de los pueblos con figuras que habían reproducido el modelo cubano de liderazgo, que los ejemplos del éxito de estos modelos demostraban que era más necesario que nunca para los movimientos sociales progresistas acceder al poder político de una manera pacífica o por la fuerza, utilizando la ventaja otorgada por la “unidad popular” que los respaldaba. Cuba y su estrategia de toma y mantenimiento del poder representaban para Raby la verdadera alternativa anticapitalista para el siglo XXI.

Una serie de acontecimientos acaecidos a partir de la enfermedad y salida del poder de Fidel Castro en 2006 producirían una nueva situación paradigmática para la Isla: por primera vez, la Cuba castrista estaba dirigida por alguien diferente al líder que había concentrado en su persona todos los instrumentos de poder político. Con la subida de Raúl Castro, en una transición hereditaria del poder sultánico castrista, se produjeron análisis tanto fuera como dentro de Cuba que especulaban sobre una posible transición hacia un modelo de liderazgo más abierto.

La política de apertura hacia la Isla impulsada por la administración Obama, que abrió el espacio para que se posibilitase la normalización de las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos, le dio más combustible a los estudios optimistas sobre el futuro del modelo cubano. La entrega paulatina entre 2018 y 2021 de todos los cargos oficiales de Raúl Castro, alimentarían aún más la narrativa de que el régimen podía cambiar desde adentro. Nada más errado.

Estas esperanzas se reflejaron en los trabajos académicos y en la prensa. Diarios importantes alrededor del mundo comenzaron a prestar una inusitada atención al tema cubano, con visiones muy entusiastas sobre el régimen socialista y el futuro de sus reformas en la Isla; como aquellas que se reflejaron en los reportes del corresponsal del diario El País, Mauricio Vicent, a raíz de la subida al poder del Raúl Castro, que dibujaban un panorama que presagiaba una Cuba aún antidemocrática, pero más inclusiva en lo económico y abierta a un capitalismo de Estado modelo chino o vietnamita.

En lo académico, libros relativamente recientes, como el de Margaret Randall, a pesar de la estrepitosa caída de dos los indicadores que habían destacado a Cuba como una esperanza para el mundo subdesarrollado en los años 70 y 80, y de un aumento de la represión gubernamental en un contexto de empobrecimiento preocupante de la población cubana, se concentraban en señalar el extraordinario ejemplo cubano en materia de salud, nivel de vida, educación, cultura, deportes y o cooperación internacional.

Todo expuesto de una manera muy simple y manipuladora, mientras describían a un liderazgo cubano pasado y presente con una benevolencia descarada, señalándolos como humanos que comenten errores, pero que se guiaban por una identidad “revolucionaria” que los definía y que se sacrificaba en la búsqueda de un bien común colectivo y no individual. Estos líderes han posibilitado, según este modelo de análisis expuesto por Randall, la supervivencia del sistema cubano contra todo pronóstico. Cuba como ejemplo positivo extraordinario, y su permanencia, era vital para esta autora occidental que concluye su libro con una frase escalofriante:

“Cuba ha resistido inimaginables ataques con un millón de actos de heroísmo. Los innumerables problemas que Cuba enfrenta hoy tienen sus orígenes en una mezcla compleja de realidades estratégicas, tácticas, y culturales. Un cierto nivel de coerción y de sofocación de la voluntad popular es algo que vale la pena criticar, pero no podemos de ninguna manera conocer qué peligros pueden acechar si las libertades individuales pueden ser dispensadas de una manera mas liberal”.

Esta línea de análisis, apologética, de realce de una mitología acrítica del modelo socialista cubano, aún continúa entre sectores importantes de la academia y la prensa occidental. Libros como el del periodista canadiense Keith Bolender, o el de la académica británica Helen Yaffe, ambos publicados en 2020, constituyen ejemplos de cuán arraigada está la línea de análisis que considera al régimen comunista cubano como una excepción positiva.

Bolender, en Manufacturing the Enemy: The Media War Against Cuba, culpa a los principales medios de comunicación en Estados Unidos. Para el autor, durante los últimos sesenta años estos han convergido con los objetivos neocoloniales de política exterior del Estado para crear una narrativa sesgada y mal informada contra la Revolución cubana. Bajo esta lógica, el sistema socialista cubano es infalible y justo. Ha sido para Bolenger la propaganda originada principalmente desde medios de prensa estadounidenses —multiplicada durante la administración Trump— las que han creado una realidad ficticia, que describe a Cuba como un régimen totalitario e impopular.

Las violaciones de derechos humanos, la falta de libertades individuales, las carencias materiales, las protestas populares y toda la pléyade de problemas reales que afectan a Cuba son, de esta manera, un espejismo creado por una maquinaria de propaganda que tiene como objetivo último el cambio de régimen en la Isla. No sorprende que su libro haya sido promocionado desde embajadas cubanas y grupos de “solidaridad” con Cuba en Occidente.

Por su parte, la obra de Yaffe —profesora muy activa en los grupos procastristas occidentales— cerraría un círculo de estudios muy enfocados en realzar la positividad única de un sistema social cada vez más difícil de defender. El libro, titulado We Are Cuba!: How a Revolutionary People Have Survived in a Post-Soviet World, es una defensa panfletaria y decadente de la Revolución cubana que, como indica ella misma en su introducción, “debe su existencia al pueblo cubano cuyos principios de intransigencia y resiliencia revolucionaria mantuvieron su sistema durante la era postsoviética".

El análisis de los años del Período Especial sirve como partida para su defensa del modelo cubano. Copiando de una manera desvergonzada parte del análisis de Damian J. Fernández sobre las políticas de afección, pero adaptándolo a un enfoque acrítico, Yaffe plantea que el ingenio del pueblo cubano y la determinación del liderazgo cubano en un momento de una adversidad fulminante logró la verdadera proeza de hacer sobrevivir a la Revolución, lo que se constituyó en un verdadero homenaje a la genialidad del pragmatismo cubano.

Como muchos otros trabajos del estilo adulador que le precedieron, Yaffe narra los avances del país en biotecnología, atención médica y educación, sin plantearse un enfoque crítico de cómo estos avances fueron logrados, cómo estos han prácticamente sido anulados y cómo aquellos que no lo han sido, se han mantenido a un costo enorme frente a otras prioridades en un contexto de precariedad generalizada.

Lo increíble es que Yaffe se ha autoerigido como la vanguardia de aquellos que se han dedicado a los estudios sobre Cuba desde una posición superior, que “observa a Cuba como un país, no como una doctrina”, en oposición a aquellos que se han enfocado en el análisis de la historia posterior a 1959 como una ruptura, en un contexto antidemocrático, donde la transición política es inevitable. Según ella, su campo, el de los “cubanistas” opuestos a los “cubanólogos”, tiende a investigar el tema Cuba con imparcialidad, donde transiciones económicas funcionan como ajustes temporales, que a la larga llevarán a la Isla al anhelado socialismo.

Lo cierto es que en este largo camino de análisis de la deriva de las investigaciones sobre Cuba y su Revolución han conducido a un consenso de que el proceso revolucionario que llegó al poder en 1959 —y que se materializó en una dictadura unipersonal totalitaria enraizada en una cobertura ideológica marxista-leninista— no solo fue excepcional, sino también paradigmático. Si bien esa excepcionalidad paradigmática ha sido analizada desde ángulos muy diferentes y ha variado con el tiempo.

Lo excepcional en los años 60 se convirtió en lo común en los 70 y 80, pasando a una nueva condición de singularidad en los 90, que se modificaría con la entrada del nuevo siglo. La singularidad, como variable, también tendría connotaciones opuestas de acuerdo al ángulo ideológico que se analizara, donde incluso la dicotomía derecha-izquierda era rebasada —con mucha de la izquierda tradicional, por ejemplo—, rechazando la exaltación del modelo socialista cubano como auténtico.

Lo trascendente es que la división entre aquellos que a lo largo de sesenta años han adoptado visiones positivas o negativas sobre el tema Cuba posterior a 1959 se mantiene invariable. Aún persiste un enfoque muy maniqueo, a pesar de las pretensiones de muchos de posicionarse en postura “neutral” que de una manera objetiva y desapasionada trabaje la singularidad cubana. Ello se debe a que una realidad sobresale por encima de cualquier consideración académica o periodística: el régimen impuesto después de 1959 es totalitario y ha conducido a una Cuba que, para el año 2021, está en condiciones infinitamente peores que las que existían en 1959. Siendo esta una excepcionalidad que, por desgracia, compartimos con aquéllos que han copiado el modelo que muchos todavía consideran digno de imitación.

Oscar Grandío Moráguez
Hypermedia Magazine, 24 de septiembre de 2021.
Video del canal Cuba sobre ruedas. Aclaración: la palabra escasez, que sale al inicio, termina en z, no en s.

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