La Vía Blanca, una carretera de cuatro carriles y 138 kilómetros de longitud, conecta a La Habana con Matanzas, cruza por industrias alrededor del puerto y serpentea por playas en la costa norte. La Vía Blanca sirve de frontera entre los municipios Guanabacoa y Regla, probablemente donde más se practican las religiones afrocubanas. Justo en el semáforo que divide ambos municipios, a la izquierda, se encuentra Regla, un poblado marítimo de poco más de 43 mil habitantes al otro lado de la Bahía habanera.
Después del mediodía, la gente escapa del feroz calor sentándose en un parque donde corre una brisa cargada de salitre que adormece. A un costado de la iglesia y muy cerca del muelle, se encuentra una tienda privada. En la capital existen muchas similares. Suelen funcionar en salas y habitaciones de viviendas familiares. Las de más calibre tienen probadores con espejos, armarios atestados de prendas femeninas y masculinas de vestir y anaqueles con calzado deportivo. La oferta es variada. A precios siderales venden ropa de marca comprada en Miami, Panamá o Cancún y a menor costo, toda clase de pacotillas. Los pulgueros, en las afueras de la ciudad, suelen ser más baratos.
Por eso Marta, pediatra de 60 años y su hija, fueron desde Marianao, donde residen, hasta un tenderete en Regla buscando precios asequibles. “A partir de 1959, vestirse en Cuba ha sido un problema. En 1962 implantaron dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. La de alimentos sigue vigente, pero la otra desapareció a fines de la década de 1980. Por la libreta de productos industriales se podia adquirir una muda de ropa y un par de zapatos al año, fueras mujer, hombre o niño. También ropa interior y cepillos de dientes, entre otros artículos de producción nacional, todos de baja calidad y pésimo diseño", recuerda la doctora.
Poco después, la oferta mejoraría con la apertura de una red de comercios denominados Mercado Paralelo, que además de alimentos, a precios altos vendía ropas y zapatos de regular calidad importados de la Unión Soviética, Bulgaria, Polonia, Albania, Hungría, Checoslovaquia y otros países socialistas de la Europa del Este.
Pero las tiendas estatales siempre tuvieron la competencia del mercado negro. René, ex marinero, cuenta que “la tripulación del barco mercante en que yo trabajaba compraba bultos de ropa a precios de saldo en la zona del Canal de Panamá. Cualquier cosa que compráramos, gafas, pañuelos de cabeza o chancletas, las vendíamos diez veces más caro al regresar a la isla. En aquella época el gobierno cotizaba a uno por uno el dólar. A los marineros nos daban un estipendio que era una miseria pero lo reinvertíamos en comprar pacotillas. Había gente que te daba el dinero para que le compraras un televisor a color o un ventilador”.
Otra forma que tenían los cubanos para proveerse de ropa y calzado era conseguir dólares en el mercado negro, arriesgándose a ir a prisión porque era una moneda prohibida (Fidel Castro despenalizó el dólar el 26 de julo de 1993). En los 80 un dólar se cotizaba entre 4 y 7 pesos. Con esos dólares se contactaba a un estudiante o un técnico extranjero, incluso a diplomáticos, quienes a cambio de dinero, te compraban mercancías en las tiendas exclusivas que ellos funcionaban en Cuba.
Julio, residente en Kentucky, aclara que fue por esa época cuando surgió la palabra jinetero, posteriormente asociada a la prostitución. “Los cambistas de dinero merodeábamos por las inmediaciones del Vedado a la caza de turistas. Les ofrecíamos comprar dólares a mejor precio que el Estado. En las cajas de los hoteles les daban un peso por cada dólar y los jineteros de entonces les ofrecíamos 6 o 7 pesos por cada dólar. Después negociaba con un estudiante africano, de los miles que estudiaban en el país, para que me comprara pacotillas por cantidad. Por cada dólar que me compraba le daba dos pesos. Un pitusa (jean) que costaba 7 dólares lo vendía en 120 o 150 pesos. Igual hacía con aquellas camisas 'bacterias (hawaiana). A las zapatillas (tenis) de suela gorda le sacaba hasta 100 pesos de ganancias en cada par que vendía. Era un negocio super lucrativo. Eso sí, tenías que hilar fino. Si te pillaba la policía, te sancionaban de cuatro a seis años de cárcel”, rememora Julio.
Jorge, ex modisto, expresa que “los cubanos vestíamos de forma horrible. Vivíamos en una burbuja, no existía internet y vestir a la moda no era una prioridad. La mayoría de los jóvenes andaban con botas rusas y usaban horribles pantalones hechos en Cuba”. En su opinión, el comienzo de los vuelos de la comunidad cubana asentada en la Florida marcó un antes y un después en los gustos y tendencias a la hora vestir de la población en la Isla.
"No es que nuestros compatriotas tuvieran buen gusto ni vistieran de etiqueta, por lo general era lo contrario. Pero esa ropa sencilla visualmente era atractiva. Hoy mucha gente se escandalizaría, pero el concepto de vestir a la moda en ese momento era sinónimo de un par de tenis, un vaquero o un short fosforescente y un pulóver con la imagen de Bruce Lee. Esa vestimenta se impuso en Cuba por los envíos de paquetes de parientes y amigos o eran compradas en el mercado negro, pero era de más calidad que la ofertada en las tiendas estatales. A partir de los 80, el gobierno quiso darles más visibilidad y protagonismo a los diseñadores locales de moda. No sé logró mucho: los cubanos continuaron vistiéndose con lo que podían conseguir. La moda la marcaba lo que la gente veía en filmes y revistas foráneas", subraya Jorge.
En 1990, ya con el Período Especial, una aguda crisis económica con apagones de doce horas y una comida caliente al día, en un congreso femenino, Fidel Castro aconsejó conservar por mucho tiempo la ropa, porque “vendría una etapa compleja donde el Estado no podrá distribuir ropa ni calzado”. Así fue. Desaparecida la libreta de productos industriales que anualmente garantizaba una muda de ropa y un par de zapatos, para vestirse y calzarse, los cubanos tienen que pagar precios de escándalo.
Dinorah, administradora de una tienda comisionista, reconoce que desde hace más de treinta de años, el Estado no puede garantizar un suministro estable y a precios módicos de ropa y calzado. “La opción más barata era importar contenedores de ropa reciclada o de segunda mano que se vendía en determinados establecimientos. Pero desde hace tres años dejaron de importarse y venderse. Ahora donde se puede adquirir ropa y calzado de uso es en las 'ventas de garaje' que los particulares montan en sus casas. Ropa y calzado nuevo, solamente en las tiendas por divisas o que te lo manden de afuera. Los ciudadanos tienen que 'inventar' si quieren estar bien vestidos”.
Yaima, empleada bancaria y madre de tres hijos, afirma que “en mi familia, las piezas de vestir, así como las sábanas, toallas y manteles son usados de una generación a otra. Cuando mi hija cumplió los 15, solo pude regalarle un vestido y un par de zapatos. Si comer en Cuba es una odisea, vestirse es un dolor de cabeza”.
Los precios en el mercado negro son estratosféricos. Un calzado deportivo pirata no baja de 5 mil pesos, el salario mensual de un profesional. Javier, alumno de secundaria, dice que “un par de tenis Converse original puede costar 10 u 11 mil pesos. Y unos Nike 20 mil pesos”. Daimara, estudiante universitaria, señala que “marcas baratas en el mundo como Shein o Zara, en el mercado informal habanero las venden tres o cuatro veces más caras que su valor de costo. Es una locura”.
Volvamos a la doctora Marta y su hija. Después de recorrer varios tenderetes privados en Regla, salieron con las manos vacías. "Vamos a las tiendas alejadas del centro de La Habana para comprar a mejor precio, pero todo se ha puesto muy caro. Es que cada vez que sube el dólar o el euro en el mercado informal, no solo suben precios de los alimentos también los de la ropa ”, confiesan.
Mientras esperan un ómnibus en una parada de la Vía Blanca, Marta comenta que van a ir al pulguero de La Cuevita, en San Miguel del Padrón, porque les dijeron que "allí todavía se consigue ropa barata". Ojalá tengan suerte.
Iván García
Foto: Comprando ropa de segunda mano en una 'venta de garaje' en La Habana. Tomada de ADN Cuba.
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