Con la brutal represión desatada y la imposición de largas condenas de prisión a cientos de los participantes en las multitudinarias protestas del 11 de julio de 2021 y el encarcelamiento de los dos miembros más prominentes del Movimiento San Isidro, Luis Manuel Otero y Maykel Osorbo, la dictadura creyó haber creado suficiente terror para que no ocurrieran nuevas revueltas.
Cuando unos meses después el dramaturgo Yunior García Aguilera y el grupo Archipiélago convocaron a una marcha cívica para el 15 de noviembre, el régimen se asustó tanto que, descolocado, en violación de sus propias leyes, desencadenó un descomunal esfuerzo represivo y una paranoica y ridícula campaña mediática para hacer creer que la marcha, inspirada en un manual de guerra no convencional del US Army, buscaba provocar una intervención norteamericana en Cuba.
Finalmente, la marcha cívica no fue, el régimen logró abortarla. Yunior García, que había asumido un liderazgo que le quedaba varias tallas grande, cedió ante las amenazas de la Seguridad del Estado y, tan pronto le quitaron el cerco a su vivienda, se fue a España. La decepción con Yunior y el fracaso de la marcha en la que tantas expectativas estaban cifradas originó gran desaliento entre los opositores al régimen.
Posteriormente, la campaña de acoso e intimidación de la Seguridad del Estado contra integrantes de Archipiélago, artistas contestatarios, activistas prodemocracia y periodistas independientes, consiguió que varias decenas de ellos se exiliaran.
Los mandamases tuvieron un respiro hasta que estallaron las protestas por los apagones, que alcanzaron su clímax los días 29 y 30 de septiembre en numerosos barrios de La Habana. Y de nuevo, como hicieron el 11J, recurrieron a la represión. Esta fue particularmente brutal contra los manifestantes que bloquearon la calle Línea, en el Vedado.
Los represores no vacilaron en golpear a mujeres y menores de edad. Y ya está en marcha la cacería contra los que participaron en las protestas, quienes, acusados de sedición y otros cargos, serán juzgados de forma sumaria y expedita por “atestado directo”.
La dictadura, aterrada, sabiéndose en su peor momento, no sabe otro modo de enfrentar los reclamos populares. De nada valen la demagogia ni los ridículos intentos de los voceros oficialistas en inventar historias rocambolescas y absurdas para hacer creer que las protestas son instigadas y financiadas desde el exterior y están vinculadas con “actos de terrorismo”.
Solo un puñado de cretinos, sulacranes y cínicos simula creerse esas mal hilvanadas historietas. Lo que la mayoría de los cubanos perciben es una asfixiante agonía de hambre, apagones, prohibiciones y obligatoriedades arbitrarias impuestas por una élite de mezquinos gordiflones a la que solo le importa recoger dólares y mantener el poder absoluto.
A palos y mediante el nuevo Código Penal, de inspiración estalinista, que para coartar más las libertades y criminalizar el disenso hace uso indiscriminado de la legislación violando instrumentos jurídicos establecidos por el propio régimen, podrán intimidar a algunos, hacer que momentáneamente se sientan desalentados, pero no conseguir respeto ni credibilidad. La ruptura entre el régimen y el pueblo es irreversible.
Las protestas vuelven a estallar cada vez que la dictadura, decrépita y al borde de la postración, sufre una de sus cada vez más frecuentes isquemias, de las que no logra recuperarse con sus torpes movidas y empecinamientos en políticas fracasadas.
El oficialismo trata en vano de hacer ver que “la mayoría de los que protestan, los que no son pagados por la CIA, son personas no necesariamente contrarrevolucionarias, confundidas por la propaganda enemiga en las redes sociales, que no entienden los esfuerzos que hace la dirección del país para, a pesar del bloqueo, normalizar la situación del sistema electro-energético nacional y la alimentación del pueblo”.
Si los mandamases aguzaran los oídos y la terquedad les abriera un poco las entendederas, comprenderían que el problema no es la luz ni unas cuantas libras más de boniato, plátano, yuca o malanga.
Las noches del 9 y el 10 de octubre, volvieron a estallar protestas en San José de las Lajas, Bejucal, Güines, Quivicán, Santa Cruz del Sur, Jagüey Grande, Matanzas y otros poblados y ciudades. Y ya la gente no se limita a sonar los calderos y reclamar solo que “pongan la corriente”. Cada vez se escuchan más gritos de “libertad”.
Luis Cino
Cubanet, 12 de octubre de 2022.
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