Cuando una mañana de 1982 en los archivos de la revista Bohemia descubrí una foto de un mulatico oriental, flaco, con espejuelos de armadura plástica negra que en la década de 1960 cantaba en clubes nocturnos habaneros, ya yo era fan de Pablo Milanés. En aquella foto, todavía no andaba con "espeldrum". Y al ser tan joven y delgado, le decían Pablito.
Aunque ya en 1963 él había compuesto Tú, mi desengaño, y en 1964 Ya ves, no fue hasta que escuché Mis 22 años que me convertí en fiel seguidora de Pablo Milanés. Eso ocurrió un domingo de 1965, cuando Elena Burke en el teatro Amadeo Roldán estrenó Mis 22 años, una canción que para muchos es un nexo entre el feeling y la naciente nueva trova cubana.
Además de ser mestizos, Pablo y yo éramos contemporáneos: él nació en Bayamo el 24 de febrero de 1943 y yo en La Habana el 10 de noviembre de 1942. No solo teníamos casi las mismas edades, también procedíamos de familias humildes y trabajadoras.
Si en La Habana hubo un matrimonio extranjero que adoraba a Pablo Milanés, ése fue el de Estela Bravo y su esposo Ernesto, estadounidense ella, argentino él. Cuando a mediados de la década de 1970 los conocí y comencé a visitar el apartamento de Estela y Ernesto, en el primer piso de un edificio situado en 5ta. Avenida y 10, Miramar, ellos y yo éramos incondicionales a Pablito, como entonces le decíamos. Al ser una periodista de a pie, que decía lo que pensaba, los Bravo solían pedirme opiniones sobre los más diversos temas.
Y aunque nunca coincidí con Pablo en el apartamento de Estela y Ernesto, siempre Pablo estaba presente en nuestras conversaciones: tanto ellos como yo amábamos a Pablo y queríamos lo mejor para él. A diferencia de otros jóvenes artistas, Pablo, mulato de pueblo, escuchaba consejos de las personas mayores y en particular de aquellas amistades que él sabía que de verdad lo querían, valoraban y respetaban. Uno de esos consejos fue que creara su propio grupo, algo que ya Estela y Ernesto me habían comentado y me había parecido fabuloso. Si en ese momento había en Cuba un compositor de primera y un cantante con una voz única, un músico fuera de serie, era Pablo Milanés. La vida se encargó de demostrarlo.
En 1986, cubriría el lanzamiento del disco Querido Pablo en una residencia de protocolo que la Universidad de La Habana tenía en Nuevo Vedado y que quedaba a un costado de la casa donde vivía mi primo Vladimiro Roca Antúnez. Fue una de las muchas veces que como periodista de la redacción cultural de los Servicios Informativos de la Televisión Cubana reporté el quehacer artístico de Pablo Milanés.
No recuerdo por qué, aquel día le pregunté sobre la canción Buenos Días, América, que no aparecía en ese álbum (le daría título a un disco lanzado en 1987). Pablo me dijo que la fuente de inspiración fue el programa homónimo de la Voz de América, emisora de Estados Unidos muy escuchada en Cuba. Unos meses después, alrededor de las nueve de la mañana llegué a la casa donde estaba viviendo con Zoé Álvarez, su tercera esposa y madre de su hija Haydée, cerca del Zoológico de 26, en Nuevo Vedado. Pabló había acabado de llegar de Brasil y mientras desayunaba huevos fritos con pan, jugo de naranja y café, lo que me contó del viaje lo convertí en una primicia informativa.
A todas las mujeres que marcaron su vida, fueran novias, esposas o amantes, Pablo les compuso canciones. A Zoé le escribió Comienzo y final de una verde mañana. La más famosa de todas las canciones es Yolanda, dedicada a Yolanda Benet, su segunda esposa, con quien tuvo tres hijas: Lynn, Liam y Suylén, fallecida en enero de 2022. Para vivir, ese himno al desamor, lo habría escrito tras divorciarse de Olga Ayoub, su primera esposa, con quien estuvo casado ocho años y no tuvo descendencia. A Sandra Pérez, su cuarta esposa y madre de su hijo Antonio, la recordaría con Sandra.
Recientemente, la actriz Lily Rentería confesó que Pablo le dedicó La felicidad. Desconozco el título de la canción o canciones que le dedicaría a su quinta y última esposa, la española Nancy Pérez Rey, pero sí que en 2014 ella, en un gesto de amor, le donó un riñón que en ese momento mejoraría su precaria salud. En esa fecha, ya eran padres de dos gemelos, Rosa y Pablo, los hijos más pequeños de los siete que en total tuvo Pablo y que le hicieron abuelo de nueve nietos.
En 1987, Suelí y su hija Mariana, amigas brasileñas de Sao Paulo, las dos fans de Pablo Milanés, viajaron a La Habana. A toda costa querían conocerlo. Por esos días, Pablo ensayaba con su grupo en el cine Chaplin, en el edificio sede del ICAIC, en 23 y 10, Vedado. Sin prometerles nada, hasta allí me fui con ellas. En un receso me acerqué a Pablo y se las presenté. Tomaron varias fotos. Antes de irnos, le pregunté a Pabo si la canción Mírame bien se basaba en una experiencia personal. Riéndose me respondió: "Muchas de las canciones que compongo se basan en experiencias de otros".
Desde 1987 y hasta 1991 fui realizadora de Puntos de Vista, programa televisivo de 27 minutos de duración que salía una vez a la semana, primero por el Canal 2 (Telerebelde) y después por el Canal 6 (Cubavisión). El tema de presentación era No vivo en una sociedad perfecta, uno de los nueve números que Pablo incluyó en su disco Yo me quedo (1982).
El estribillo (no vivo en una sociedad perfecta, yo pido que no se le dé ese nombre, si alguna cosa me hace sentir esta, es porque la hacen mujeres y hombres) estaba acorde del contenido del espacio: opiniones a favor y en contra vertidas por ciudadanos entrevistados al azar en las calles, acerca del tema del programa que se estaba realizando, y que lo mismo podía ser el problema del transporte urbano, la falta de conciencia jurídica o la pasión por las telenovelas.
A principios de los 90, para un Puntos de Vista que estaba preparando, me llegué hasta la casa que el cantautor compartía con Sandra, su tercera esposa, en una urbanización por la Novia del Mediodía, en las afueras de La Habana. En el portal, una placa en un mosaico decía Villa Haydée. Fue la última vez que hablé con mi querido Pablo.
Llevo 19 años residiendo en Suiza como refugiada política, pero gracias a You Tube sigo escuchando a Pablo, quien en solitario o acompañado, posee una de las discografías más variadas y extensas de un intérprete y compositor de la isla a partir de 1959. Aunque de niño en su Bayamo natal cantaba corridos mexicanos, su inigualable voz y su extraordinaria musicalidad le permitió cantar casi todos los géneros de la música popular cubana: trova, son, guaracha, montuno, bolero... y atreverse también con el tango, el bossa nova y el jazz.
Como escribió mi colega Luis Cino en CubaNet, "por muy extremas que sean las posiciones políticas, de una u otra bandería, hay que ser muy obtuso y roñoso para no reconocer las numerosas virtudes musicales de Pablo Milanés, su feeling, la incomparable segunda voz que hacía cuando cantaba a dúo, la belleza de sus canciones, que, estemos dispuestos a admitirlo o no, por ser parte importante del soundtrack de la vida en Cuba en las últimas cinco décadas, han marcado a más de dos generaciones de cubanos".
Tania Quintero
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