Cuba se aproxima aceleradamente hacia un punto de inflexión en el que cualquier evento podría ocurrir, incluyendo una gran catástrofe social de magnitudes sin precedentes, ante la cual los linchamientos y saqueos del fin del machadato podrían parecernos meras riñas infantiles.
No estamos exagerando. El primero de enero de 2021, ambos firmantes publicamos y alertamos a esa dirigencia gubernamental, en lo que llamamos Conclusiones de un balance sobre Cuba al cierre del 2020, de que, si no se hacían en lo inmediato cambios radicales, el descontento “podría explotar multitudinariamente con graves consecuencias irreparables”. Y sin embargo, en vez de seguir esos consejos, empeoraron más la situación con medidas que agudizaban el estado ya de por sí muy lamentable del pueblo.
Luego, las manifestaciones del 11 de julio de ese mismo año, con miles y quizás decenas de miles de personas –si sumamos a todos los participantes de las diversas ciudades del país–, fueron pacíficas. La violencia la iniciaron luego las fuerzas represivas.
Pero ahora tenemos suficientes razones para temer que esta vez la protesta no solo no va a ser pacífica sino, muy probablemente, catastrófica. Es ya demasiado el sufrimiento y el resentimiento de la población para creer que nuevas reformas tan ineficientes como las que ya se han implementado van a resolver los graves problemas del país. Reforma, como la propia palabra indica, significa solo cambio de forma y no de la esencia de esos problemas.
El argumento de esa dirigencia para negar los cambios radicales es que significarían el fin de la “revolución”. La respuesta que hay que darles, de una vez por todas, es que esa revolución ya no existe desde hace más de cincuenta años, si es que vamos a utilizar el término tal y como lo define la Real Academia Española –“cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”–, porque en 1968, cuando finalmente terminaron expropiando al propio pueblo en la llamada ofensiva revolucionaria, confiscando a todos los pequeños propietarios, incluyendo a los más humildes trabajadores independientes como limpiabotas y vendedores de hamburguesas, no hubo ya, desde entonces, ningún otro cambio profundo.
¿Qué ha habido entonces en Cuba desde hace más de cincuenta años? El sistema político y socioeconómico que fue producto de aquella revolución, una dictadura totalitaria que llevó a prisión o pasó por las armas a antiguos compañeros de lucha que intentaron impedir aquella traición de incumplir las metas democratizadoras que ellos mismos habían prometido –restauración de la constitución y realizar elecciones libres– para imponer por la fuerza un régimen que hizo realidad los temores más sombríos que casi un siglo antes había albergado José Martí en carta a Máximo Gómez, sobre un posible caudillo que, “al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria”, convertiría a la República en un campamento de ordeno y mando.
Hablemos con propiedad: ya no hay un solo revolucionario en las filas del Partido Comunista o del Estado. Los verdaderos revolucionarios están manifestándose en las calles, o en las cárceles, como Luis Manuel Otero Alcántara, José Daniel Ferrer y Maykel Castillo Osorbo, quienes, como otros cientos de prisioneros, solo expresaron pacíficamente sus anhelos de una Cuba mejor, derecho consagrado por la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Sin embargo, fueron condenados a penas de cárcel superiores a los que recibieron los asaltantes del cuartel Moncada, que portaban armas de fuego y dejaron numerosos muertos. Y aun así, fueron amnistiados dos años después.
Ese sistema económico-social, que a pesar de todo siguen llamando “revolución”, ha sido el responsable de la destrucción de todo el país. Porque esa dirigencia, como Frankenstein, creó a un monstruo que luego no pudo ser capaz de controlar, una burocracia corrupta e ineficiente de miles de funcionarios elegidos no por capacidad sino por confiabilidad política, sin verdadero interés en la productividad, un modelo, por tanto, que solo genera una crisis permanente.
Esa crisis únicamente se alivia cuando existe un aliado externo capaz de subsidiarlo, y cuando ese aliado falta, es cuando realmente ese sistema se presenta tal y como es. Es en esos casos cuando acuden al recurso de los éxodos masivos para aliviar las tensiones sociales internas, un recurso que solo les sirve para ganar tiempo mientras se busca ese nuevo aliado capaz de suministrar los recursos que el país requiere para mantenerse en pie. Y eso es, justamente, lo que están buscando desesperadamente desde el quiebre de la economía venezolana.
Pero ese aliado no acaba de aparecer y, si no aparece, el sistema colapsará definitivamente. Por lo general, la magnitud de estos éxodos es directamente proporcional a la magnitud de la crisis, y este último éxodo ha sido el más grande de todos los tiempos, lo cual indica que están afrontando la crisis más profunda de toda su historia y las tensiones aliviadas por ese gran éxodo tienden a reproducirse en muy corto plazo, mientras que la situación internacional no permitiría, en tan poco tiempo, otro éxodo como el anterior.
Hemos llegado, pues, a un punto definitivo y decisivo donde las alternativas se presentan muy claramente: o esa dirigencia realiza en lo inmediato un cambio profundo, o las multitudes desesperadas barrerán con esa dirigencia de la peor manera.
Pero si ese liderato sigue haciendo oídos sordos a los reclamos que consecutivamente se le ha hecho de realizar esos cambios, si no tiene el interés ni el valor de enfrentar los graves conflictos del país de manera radical, no queda otra alternativa que apelar a los sectores más serenos y ecuánimes de ese pueblo para que se erijan como guías de esas muchedumbres.
Convocamos, por tanto, a la disidencia, a una unidad de todas esas alianzas que han venido realizándose en los últimos años, así como exhortamos al concurso de muchos intelectuales honestos y sensatos para que ejerzan su influencia.
Todos juntos constituirían una fuerza moral con suficiente poder de convocatoria para desplazar pacífica y armoniosamente a esa dirigencia fallida para evitar la tragedia, y conducir a ese pueblo, para el bien de todos, incluyendo la integridad física de esos mismos actuales dirigentes, sin venganzas ni revanchismos, hacia un proceso profundo de transformaciones sociales.
Cuba se levantará de sus cenizas, y será, para el mundo, un paradigma de libertad, paz y prosperidad.
Ariel Hidalgo y Elizardo Sánchez Santacruz
14ymedio, 10 de julio de 2024.
Leer también: El Hambre Nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.