viernes, 21 de junio de 2013

Época traumática (I)



Una época traumática. Así califico al período especial, ese lapso de tiempo que comenzó cuando tenía 9 años, y que aún no ha terminado. No hubo un día ni un mes que marque exactamente la fecha de su inicio. Tampoco hay esperanza de cuándo acabará. Lo cierto es que marcó una línea indeleble en mi memoria infantil.

Estantes vacíos en bodegas y mercados y reducción de la cuota subsidiada. Resultado: un cambio radical en los hábitos alimenticios y en el vestuario. Había habido un antes, cuando con 0.40 centavos podías comprar chucherías: coquitos y yemitas a medio (0.05 centavos) y helados a 0.15 centavos. De pronto desaparecieron las manzanas, los panquecitos, las pasas, las chucherías, y hasta el papel cartucho.

Recuerdo a mi abuelo sentado en la sala fumando brevas (hojas de tabaco). Se las llevaba a la boca, sujetas con un gancho de pelo para aprovecharlas hasta lo último. El pobre, siempre se quedaba con las ganas.

En la cocina, mi madre, aumentaba el arroz con pedacitos de papa, fideos, calabaza, col... para que alcanzara para todos. Y yo llorando en la puerta de la casa, y ella junto conmigo, porque no tenía leche que tomar y se me iban a caer los dientes.

Después llegaba el triste y único pan nuestro de cada día, marcábamos dos y tres veces en una cola que se formada a partir de la una de la tarde, para a las 7 de la noche coger el pan que sobraba por la libre, a razón de dos por persona.

En la carnicería, si entraba algo, “parecía que iba hablar Fidel”, como entonces se decía. La voz corría por el barrio y la gente salía corriendo para la carnicería. No importa lo que fuera, se hacían largas colas hasta por la pasta de oca, una masa que cocida en baño maría salía una especie de jamón-nada. Única forma de digerirla.

Casi se extinguieron los gatos, hay la gente decía que sabían igual que los conejos. “Ojos que no ven corazón que no siente”: los perros, descuerados, se hacían pasar por carneros, y la azúcar quemada por puré de tomate.

A cada rato cierro los ojos y me ubico en aquella época. Todo lo recuerdo. Se acabó el "yo quiero esto", y comenzó el "esto es lo que hay". Sin introducciones previas ni períodos de adaptación. De pronto todo cambió. Un castigo sin haberme portado mal.

Laritza Diversent
Foto: Joffley, Flickr

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