miércoles, 26 de junio de 2013

Época traumática (III)


Fueron muchas las innovaciones culinarias. El picadillo de cáscara de plátano verde, cuando se hervía, se ponía oscuro y creaba ilusiones en las mente de los cubanos. Había quien lo sazonaba bien, y se hacia la idea que comía picadillo de res. Lo mismo sucedió con el bistec de corteza de toronja, o de frazada de piso.

El combustible doméstico desapareció. Ningún cubano podrá olvidar las horas que tuvo que esperar por una guagua, que en ocasiones de una ruta sólo pasaban tres veces al día, llenas y con personas colgando de las puertas.

Los apagones siniestros eran los que duraban de más de doce horas. Los mechones de luz brillante te teñían los mocos de negro. Botellas con pequeñas dosis de keroseno y un trapo enrollado, iluminaban las calurosas noches, llenas de mosquitos.

Muchos ventiladores eran armados con motores de lavadoras, los mismos que tanta gracia le dieron al comandante cuando inició su revolución energética y los cambió por equipos electrodomésticos. Después de su desaparición, uno ahora se pregunta cómo pudimos dormir durante tanto tiempo, con el ruido que producían aquellos aparatos: parecían un avión en pleno vuelo. Mi mamá tenía uno. Echaba un aire que congelaba, sí, el ruido era tremendo, pero cuando te quedabas profundamente dormidos, no había calor ni mosquitos.

Para sustituir importaciones los cubanos también hicieron aportes. Uno de ellos fue "el nonó". Así le pusieron a un fogón ahorrador, como el personaje de una novela brasileña que era muy tacaño. Consistía en un tanque de metal de 55 galones, que encima se le ponía una rejilla donde se colocaba la cazuela. Por los laterales, huecos para que saliera la humacera, producto de la combustión del aserrín de madera o de la leña usada.

En materia de vestuario también hubo contribuciones. Como las zapatillas de tela, parecidas a las de ballet, pero con suela de cámara de tractor. Mi madre cortaba las patas de sus pantalones para hacerme shorts y blusas.

Una época que dejó secuelas y tristes recuerdos. El picadillo de soya o de proteína de vegetal, que sabía a rayo encendido. O el de vísceras de pollo, que mezclado con harina de castilla resultaba una especie de jamón-nada, "ideal" para untarle al pan de la merienda escolar.

Laritza Diversent

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