Suerte, dice un antiguo proverbio, es saber aprovechar las oportunidades cuando se presentan. Pero al régimen castrista nunca le interesó, no supo o no quiso aprovechar las ocasiones que tuvo para establecer una relación respetuosa con los Estados Unidos.
La revolución cubana fue un acontecimiento histórico. En su etapa inicial contó con el apoyo mayoritario de la sociedad cubana, también del mundo intelectual latinoamericano y europeo. Fidel Castro pudo implementar en la Isla una auténtica democracia. Tenía todo a su favor. Cuba no era Haití ni El Salvador. Había bolsones de pobreza, falta de oportunidades y analfabetismo en el ámbito rural. Lo peor era la corrupción política.
Pero la capital y las cabeceras provinciales contaban con una infraestructura adecuada. En el ámbito económico, a finales de 1958, el empresariado local era dueño del 80 por ciento de los negocios más prósperos. La Habana de noche era una fiesta. Una pasarela de estrellas de la música para todos los gustos. El 'caballón' Bebo Valdés tocaba el piano en Tropicana. Chori rompía el cuero de su tambor en los cabaret de Playa.
Benny Moré calentaba la pista de baile en el Alibar. Bola de Nieve, con su frac negro y sonrisa amplia, tocaba el piano y cantaba en el bar-restaurant Monseigneur. Y una tal Fredesvinda García, antigua criada, conocida como La Freddy, con su impresionante voz dejaba mudos a los parroquianos. La Habana tenía rascacielos y televisión a color. El transporte público era eficiente y en las barriadas más céntricas se localizaban 134 cines.
Si Fidel Castro no hubiese engañado a la opinión pública, negando que fuera comunista, y hubiera implementado reglas democráticas, quizás la Cuba de 2021 fuera una potencia turística, contaría con una franquicia de béisbol en la MLB y competiría con Ciudad Panamá. Por ubicación geográfica, desarrollo sostenible y recursos humanos, La Habana sería la capital financiera, turística y económica del Caribe. Miami es ahora lo que La Habana no llegó a ser.
Pero regresemos a la realidad. Castro optó por aliarse al comunismo soviético y en la década de 1970, con su ejército participó en tres guerras de manera simultánea, en Angola, Etiopía y Nicaragua. Miles de millones de rublos soviéticos fueron dilapidados en subversiones y disparates económicos. Se pudo haber cambiado la historia y negociado con Jimmy Carter una transición a la democracia.
O al menos un modelo económico más eficiente. Como hizo China. Pero Fidel optó por el voluntarismo, la economía de comando y el discurso de patria o muerte. El embargo no surtía efectos entonces, porque el Kremlin abrió la billetera y entregó a Cuba un capital dos veces mayor al del Plan Marshall estadounidense a la Europa de la postguerra.
Cuando su hermano Raúl llegó al poder, sabía que caminaba por un precipicio. El modelo cubano era insostenible. Se necesitaban reformas de calado. Pero el temor a perder el control por las transformaciones lo llevó a frenar los cambios. Probablemente el mayor mérito del autócrata Raúl Castro fue negociar un trato con el presidente Barack Obama. Pero las fuerzas conservadoras internas frenaron la apertura.
Castro II no fue capaz de dar un golpe sobre la mesa y sepultar el inefectivo modelo político y económico cubano. Se regresó al pasado. Al discurso vacío, las promesas incumplidas y las mafias burocráticas con sus parcelas de poder. Todavía en el Palacio de la Revolución extrañan a Obama. La llegada de Donald Trump fue un huracán. Un día sí y otro también arreció el embargo económico y financiero e implementó medidas que afectan al capitalismo de amiguetes de las empresas militares.
Joe Biden llega a la Casa Blanca con mayoría demócrata en el Congreso y el Senado. Piensa retomar la Doctrina Obama hacia Cuba, pero antes debe enfrentar la pandemia del Covid-19 en Estados Unidos, lidiar con una economía en punto muerto, las tensiones geopolíticas con China y Rusia, reconstruir la alianza con Europa y retomar la agenda medioambiental, entre otras prioridades anunciadas.
El tema cubano pasa a un segundo plano. Por tanto, es el gobierno de Cuba el que debe mover fichas en el tablero. La Tarea Ordenamiento era necesaria para encarrilar una economía descapitalizada que hace agua por todas parte. Pero se aplicó en el peor momento.
La crisis económica toca fondo. Más del 90 por ciento de los renglones productivos están en números rojos. La subida de precios entre cinco y veinte veces en el sector minorista supera a los nuevos salarios que crecieron entre dos y cuatro veces. Es probable que a la vuelta de año y medio la inflación haya devorado el alza salarial y el Banco Central tenga que echar andar la máquina de producir billetes.
El régimen necesita negociar con Biden en un momento crítico en el plano político nacional. El descontento por el nuevo paquetazo económico es casi unánime. Los conatos de huelgas se multiplican en centros laborales de diferentes provincias. Las críticas al desempeño del presidente designado Miguel Díaz-Canel han aumentado, en las colas, dentro de taxis colectivos o en las redes sociales.
Si no ocurre un imprevisto, en el mes de abril Raúl Castro, quien el 3 de junio cumple 90 años, dejaría su cargo como Primer Secretario del Partido Comunista. Está viejo y agotado, pero a su alrededor hay un avispero pugnando por el trono. En las alcantarillas del poder se rumora sobre la existencia de dos grupos que aspiran a ser los mandamases: por un lado, los 'históricos' que hicieron la revolución y hoy ocupan cargos partidistas y estatales y, por el otro, los generales y altos mandos militares, quienes actualmente controlan las divisas que entran al país.
El futuro político de Cuba se decide dentro de tres meses. El que tenga el poder real, sea del ala civil o militar, negociaría con la nueva administración estadounidense. Los empresarios militares necesitan que se les levanten las sanciones. De lo contrario, los cerca de 20 mil millones de dólares invertidos en los últimos años en la construcción de hoteles y en la rama del ocio, se pueden convertir en agua y sal.
Un nuevo trato con Estados Unidos es la prioridad número uno del régimen. Ni Putin ni Xi Jinping van a otorgar créditos sin compensación. Venezuela está sumida en su propia crisis. Apostar por Irán o una entente con Corea del Norte es un suicidio político. La única salida razonable es sentarse a la mesa a negociar con Washington. Pero eso tiene su costo político interno. Estados Unidos va insistir en el respeto de los derechos humanos, la libertad de expresión y el multipartidismo.
Cuba no es China o los Emiratos Árabes. No tiene petróleo a raudales ni va en camino de ser la primera economía mundial. Tiene poco que ofrecer y mucho que perder. Por el tsunami económico de los hermanos Castro, los cubanos están tan empobrecidos que necesitan trabajar un año para poder comprarse un iPhone 12. Por tanto, hay que camuflar adecuadamente el autoritarismo y la falta de libertades. A Estados Unidos no le da asco negociar con una monarquía que descuartizó a un periodista en Turquía, pero a Cuba le va exigir la libertad de un periodista independiente preso.
En algo habrá que ceder. La administración de Biden tiene a su favor que no le apura ni considera prioritario negociar con un gobierno que está contra la pared. El embargo estadounidense es la soga que le aprieta el cuello al castrismo, cada vez más necesitado de divisas, de reflotar la economía y tratar de apaciguar el descontento ciudadano. La represión tiene un límite y las promesas de una sociedad próspera y sostenible también.
¿Qué debería hacer el gobierno cubano? Aprovechar los dos primeros años de la administración Biden con una estrategia política proactiva en lo económico y abrir un poco la puerta en lo político. Ampliar el trabajo privado. Concretar, sin tantos controles y apoyados en un marco jurídico razonable, las PYMES. Derogar normativas absurdas que frenen las inversiones extranjeras como las agencias empleadoras y autorizar el cobro directo de sus trabajadores. Potenciar la exportación de servicios médicos, cobrar un impuesto razonable, y dejar de explotarlos laboralmente. Anunciar en la próxima reunión con la emigración que queda abolido el uso del pasaporte para entrar a su patria a los nacidos en Cuba. Permitir inversiones de cubanos y emigrados sin importar su credo político. Respetar la libertad de expresión y, como dice el colega Reinaldo Escobar, despenalizar las discrepancias políticas. Sería un buen primer paso para seducir a la Casa Blanca.
Luego el camino será más fácil. Sentarse entre todos los cubanos y reparar el disparate. La pelota, nuevamente, está en la cancha del régimen.
Iván García
Foto del presidente Joe Biden realizada por la agencia alemana de noticias DPA. Tomada de Stuttgarter Nachrichten.
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