Una de las críticas que puede hacerse a las Ciencias Sociales en los países del «socialismo real», es el anquilosamiento y empobrecimiento teórico que sufrieron, dada la imposibilidad de contrastar con un pensamiento, no ya de derecha o divergente, sino apenas crítico en su propio terreno. Ello no significó que el pensamiento crítico fuera inexistente, por el contrario, creó sus propios espacios, casi siempre académicos y en ocasiones coyunturales, pero también casi siempre apartados de un debate público.
Esta situación es resultado de una regularidad propia del modelo. Los sistemas políticos que se adaptan por mucho tiempo a monopolizar el contenido y flujo de la información y a invisibilizar la opinión pública, llegan a considerarse inexpugnables. Y es precisamente esa aparente fortaleza la que se convierte en su talón de Aquiles cuando la opinión pública logra emerger y establecer sus contenidos y canales de información. Al no haber tenido que entrenarse en la negociación y el diálogo, la nueva situación los encuentra desprovistos por completo de la inteligencia, capacidad de negociación y herramientas teóricas que les serían necesarias. Ello explica por qué solo reaccionan mediante la violencia y la prepotencia.
La llegada de internet a Cuba puso en solfa la autoridad ideológica tradicional. Como resultado, la respuesta desde el aparato de poder se manifiesta represiva, compromete incluso a la legislación recién aprobada y conduce a una escalada de enfrentamientos que proliferan de modo evidente, sostenido y alarmante. Cuando se derrumbó el campo socialista europeo, sus respectivos aparatos ideológicos no tuvieron que lidiar con una situación similar, pues Internet estaba en pañales y las redes sociales aún no existían.
El mitin de repudio en el cual un grupo de personas, nucleadas alrededor de un enorme afiche de Fidel Castro, violentó la entrada a la vivienda donde reside una familia con hijos menores y la vandalizó ante los ojos asombrados e indignados de muchos, fue el bochornoso escalón superior de otros actos de odio que han proliferado en los últimos tiempos, y que se remontan a un pasado reciente no superado.
Desmarcarse de esa violencia, como observé que hicieron varias personas en medios y redes sociales, es positivo pero no es la solución. La sociedad cubana está profundamente dividida, herida, vandalizada ella misma en su ética y en los valores que se supone debería desarrollar un sistema que asegura defender la solidaridad, el colectivismo y el humanismo. La Constitución aprobada en 2019 acaba de cumplir sus primeros dos años. Ella pudo ser un parteaguas al declarar a Cuba un Estado Socialista de Derecho, pero esa condición resultó una entelequia si comprobamos que ha sido burlada de todas las maneras posibles. Muchos son los culpables de tal deterioro.
Fue culpable la viceministra primera de Educación Superior, cuando -con el fin de justificar las expulsiones que se han producido en las universidades cubanas-afirmó en un artículo, que los profesores solo pueden laborar en ellas si respetan «las decisiones», defienden «a ultranza cada paso que se da en la Revolución» y se abstienen de criticar haciendo «llamado a los derechos humanos» desde la academia. Y luego, el Ministro de Educación Superior al defender a su funcionaria y levantar ante las cámaras de televisión una constitución de bolsillo —disminuida menos en su tamaño que en su espíritu—, con el fin de invocar el artículo 5 de su articulado que da derecho al Partido a situarse por encima de la ley.
Fue culpable un antiguo director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado quien, molesto al ver la ola de señalamientos y sátiras a la desacertada intervención televisiva del ministro de la Industria Alimentaria, expresó en Facebook que había que «aplastar como cucarachas» a los críticos. Utilizaba, quizás sin saberlo, la despectiva frase con que se referían los hutus a los tutsis en Ruanda durante el etnocidio de abril de 1994.
Son culpables los directivos del Instituto Cubano de Radio y Televisión por cada programa donde se criminaliza, en ocasiones sin prueba alguna, a personas acusadas de «mercenarias», «agentes de la CIA» y «pagadas por George Soros», o cuando divulgan interrogatorios a menores de edad cuyos derechos se desconocen impunemente. Fue culpable un joven juez de Matanzas que, violando la ética de su profesión se atrevió a decir públicamente en Facebook que la libertad de expresión no es para todos.
Fueron culpables medios como el periódico Granma, órgano del Partido, cuando cedió su espacio a un poeta que, cual discípulo de Platón, afirmó que la política es competencia exclusiva de los «cuarteles generales», donde están «los que saben»; o a un intelectual que puso en duda, en ese mismo periódico, que la república de Martí fuera con todos. También es culpable el sitio de noticias Cubadebate, que publicó su convocatoria a la muerte: «Machete, que son poquitos», la cual debió retirar poco después ante la ola de denuncias en redes sociales y medios alternativos.
Fue culpable el ministro de Cultura cuando propinó un manotazo a un periodista para arrebatarle su celular, e igualmente otros funcionarios que permitieron que manifestantes pacíficos fueran golpeados y sometidos por la fuerza ante el Ministerio de Cultura. Como mismo fue responsable cada persona que utilizó en las redes el hashtag #Yodielmanotazo, o que justificó al ministro por su «hombría desafiada», «su sangre caliente» o apeló a la «Ley de acción y reacción».
Es culpable una diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular que se refiere a los disidentes como «garrapatas de potrero», «chusma» y otras formas degradantes y peyorativas, y cuando comparte en su muro ofensas a intelectuales y personas que tienen un criterio diferente al suyo. Han sido culpables todos los funcionarios que, en sitios oficiales y muros de Facebook, creyéndose defensores de la Revolución, replican los videos del Guerrero Cubano, un youtuber anónimo que utiliza un lenguaje sórdido y violento.
Son culpables los que denigraron -hasta obligar a su disolución—- a un grupo de intelectuales que desde la plataforma Articulación Plebeya abogaron por el diálogo entre todas las zonas de opinión política que tienen por horizonte el respeto a la soberanía de Cuba, los cuales fueron presentados como una «contrarrevolución financiada desde el exterior» y «organizadores de un golpe blando al Estado cubano».
Resultan culpables los intelectuales y científicos sociales cubanos, a los que su sensibilidad, formación teórica y habilidad para interpretar hechos sociales les preparan para alertar a los dirigentes del país sobre los errores que se están cometiendo y, en lugar de ello, se pronuncian en cartas de apoyo y declaraciones meramente ideológicas que fomentan un estado de violencia. Igualmente son culpables aquellos intelectuales extranjeros que, desde supuestas posturas de izquierda, incriminan como «asalariados» y «agentes de la CIA» a sus colegas cubanos que han hecho reflexiones críticas y reivindican el derecho a expresar sus opiniones. Son libertades que dichos intelectuales disfrutan en sus países pero que no toleran en el nuestro.
Son culpables todas las ciudadanas y ciudadanos que han permitido se les oriente realizar actos de repudio. Esas personas, por su carácter civil, no poseen prerrogativa alguna para golpear, gritar, ofender e impedir el libre movimiento de otros, y actúan violando la ley arbitrariamente ante la mirada de los oficiales de Seguridad del Estado. También lo son, y mucho, los dirigentes y agentes del Ministerio del Interior cada vez que impiden salir de sus casas a personas que disienten desde cualquier postura, porque «la calle es de los revolucionarios», o los golpean, les arrebataban los celulares y los llevan, sin orden judicial, a interrogatorios en los cuales los amenazan con represalias a sus familias, incluso a sus hijos menores.
Son culpables todos y cada uno de los parlamentarios cubanos que no han exigido el cumplimiento impostergable de la Constitución. A pesar de que es un mandato suyo, aún las ciudadanas y ciudadanos esperamos porque los derechos y garantías sean «habilitados jurídicamente para defenderlos y concretar el Estado de Derecho». Ha sido culpable la Fiscalía General de la República en la medida que ignora, contraviniendo su función, a las ciudadanas y los ciudadanos cubanos que, respetuosos de la ley y utilizando los pocos espacios que esta permite, solicitan respuestas y presentan quejas y peticiones por sus derechos violados.
Y, principalmente, es culpable la máxima dirección del Partido Comunista de Cuba, institución que se considera por encima de la sociedad y del Estado, y que ni siquiera desde esa atalaya privilegiada aguza su perspectiva para comprender los peligros que depara este camino de violencia interna. En Cuba las personas no están autorizadas por ley a portar armas, de manera tal, cualquier combate interno se dirime en el terreno de las ideas. Ahí se podría comprobar el calibre de los argumentos y el alcance de las evidencias. Sin embargo, es justamente a ese duelo al que más le teme el aparato ideo-político, por lo que descalifican cualquier invitación a dialogar, a sabiendas de que aceptarla pondría de manifiesto sus falencias.
En ausencia del diálogo se pretende imponer el pánico, la violencia o terror de Estado, que consiste en la utilización de métodos ilegítimos por parte de un gobierno, orientados a producir miedo en la población civil. Si esas prácticas se estimulan entre la ciudadanía, si se convoca a utilizarlas y se las presenta como la vía para defender a la Revolución, ya es señal de que el proceso se ha malogrado.
Entre los muchos mensajes que recibo de lectores de La Joven Cuba, quisiera citar este, de NFD: «Me viene preocupando, y mucho, la nueva y creciente abundancia del burdo emocionalismo irreflexivo empleado en grandes dosis para sazonar los ilegales y bendecidos ataques a quien sienta y exprese el pensar diferente, en tanto siempre se consideró tal empleo en tan altas dosis como un presagio de la proximidad del fascismo o de las tiranías de cualquier color. Aprendí que había sido un regalo de la naturaleza la enorme suerte de que los humanos tengamos coincidencias en las ideas y en el pensar, pero a la vez, diferencias acerca de toda la visión de la realidad que nos cobija. Esas coincidencias y diferencias en la historia de nuestra especie nos ayudaron a desarrollar la comprensión de la vida, la sociedad, el universo, las ideas, el amor y la política o los gustos y preferencias de todo tipo».
Los compatriotas que se proclaman verdaderos revolucionarios y a los que preocupa que Cuba pueda retornar al capitalismo, deberían considerar que la situación es más alarmante: si continuamos por ese camino de actitudes filo-fascistas, vamos directo al abismo.
Alemania, 1919. En medio de una terrible crisis económica y de las presiones de potencias extranjeras, grupos de muchachos provenientes de las clases más humildes se manifestaban contra las grandes empresas con una retórica anti burguesa y anti capitalista. Protegían, en los actos públicos y en trifulcas callejeras, mediante golpes, gritos y lemas, las ideas del naciente Movimiento Obrero, Nacional y Socialista; que pronto se convertiría en Partido y trece años después en gobierno. Sus consignas eran: «Solo se puede acabar con el terror mediante el terror», y «Toda oposición ha de ser aniquilada». En la medida en que se fortalecían, despertaron el interés del grupo de poder económico y su socialismo inicial se fue tornando profundamente conservador hasta derivar en una ideología totalitaria y extremista. Se denominaban Sturmabteilung. En español: Secciones de Asalto (SA).
Alina Bárbara López Hernández
La Joven Cuba, 3 de marzo de 2021.
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