lunes, 21 de marzo de 2022

Lo que queda del legado soviético en Cuba



El acompasado galope del caballo resuena en el húmedo sendero de tierra. Una ligera neblina oculta la salida del sol y un gallo canta en la lejanía de la campiña, mientras Giraldo, 77 años, conduce un carretón cargado de sacos de rollos de alambre hasta su rústica finca en el poblado pinareño de Mantua, a 200 kilómetros al oeste de La Habana.

Hace 56 años, recuerda Giraldo, en el otoño de 1962, ayudaba al padre a sembrar yuca en la antigua hacienda familiar cuando un jeep militar con varios oficiales a bordo parqueó en un trillo al costado de su casa. “Era una orden de decomiso. Por asunto de seguridad nacional teníamos que entregar la finca. Nos dieron un terreno en otro sitio, porque en nuestra finca y sus alrededores iban a instalar una base militar. Por esos días se notaba tremendo ajetreo de soldados cubanos y rusos. Luego supe que el gobierno iba a emplazar cohetes nucleares en la zona”, rememora Giraldo.

Diego, un jubilado medio sordo, en los días de la crisis de los cohetes estuvo emplazado en una unidad de tanques en el poblado de Managua, al sur de La Habana. “Entonces estaba convencido de la superioridad militar de la Unión Soviética sobre Estados Unidos. Muchos cubanos no teníamos conciencia de lo que era una guerra nuclear. Yo pensaba que después que terminara la tiradera de cohetes íbamos a ocupar la Casa Blanca y poner la bandera cubana en su cúpula. En el campamento nos atiborraban con películas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial. Estábamos idiotizados. Desconocíamos qué cosa era un ataque nuclear”.

Años después se conoció que Estados Unidos superaba a su contraparte soviética en cabezas nucleares. Y gracias a la información del coronel del Ejército Rojo Oleg Penkovski, quien espiaba para la CIA, John F. Kennedy supo que contaba con ventaja militar.

Rubén, licenciado en ciencias políticas, asegura que “cuando se repasa la documentación desclasificada de la Crisis de Octubre es para espantarse. La irresponsabilidad de Fidel y el gobierno cubano fue mayúscula. Por inmadurez política no supieron prever las consecuencias de aprobar el emplazamiento de armas nucleares en suelo cubano. Es cierto que Estados Unidos amenazaba con iniciar una guerra convencional. Pero eso no justificaba esa decisión aventurera. Puso al país en peligro de ser barridos del mapa. Y la petición de Fidel a Kruschov de iniciar primero un ataque nuclear fue más insensata todavía”.

Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos una institución no gubernamental, reveló en 2012 a la BBC “que la crisis de los misiles cubana no terminó el 28 de octubre de 1962, Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de La Florida”. Según los archivos personales de Anastas Mikoyan, número dos de Moscú y el hombre encargado de negociar con el gobierno cubano, Castro le rogó quedarse con algunas armas nucleares tácticas. Creía Fidel que los servicios especiales estadounidenses no las habían detectado.

Más de un millón de cubanos fueron movilizados en aquel otoño de 1962. Según la narrativa del régimen castrista, a propuesta del mandatario soviético Nikita Kruschov, se emplazaron 24 plataformas de lanzamientos, 42 cohetes R-15, unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos Ilyushin IL-28, un regimiento de aviones caza que incluía a 40 aeronaves MiG-21, dos divisiones de defensa antiaérea, cuatro regimientos de infantería mecanizada y otras unidades militares, unos 47.000 soldados en total.

Un estadista responsable debió analizar las severas consecuencias de instigar a las dos potencias a un conflicto nuclear. Pero Castro se consideraba un iluminado, un redentor. Veinte años después, en 1982, con financiación y apoyo técnico de la antigua URSS, se inició en el poblado de Juraguá, provincia de Cienfuegos, a 300 kilómetros al sureste de La Habana, la construcción del primero de los cuatro reactores nucleares de 440 MW de potencias.

El único reactor que se construyó nunca entró en funcionamiento. En la actualidad es una mole gigantesca de hormigón y acero reforzado donde la maleza y el salitre arruinaron al último monumento soviético de la Guerra Fría en el Caribe. Lo que sí se inauguró fue un conjunto de edificios chapuceros siguiendo el modelo de Chernobyl. Por la calzada de asfalto destrozada que circunda la llamada Ciudad Nuclear todavía ruedan automóviles de la era soviética.

En Juraguá continúan residiendo ingenieros y especialistas en centrales nucleares que jamás ejercieron su profesión. Se graduaron en universidades de la desaparecida URSS y cuando regresaron a Cuba, un abatido Fidel Castro les informó la paralización de las obras constructivas por falta de dinero. La mayoría ya se jubiló o cambió de oficio.

Ruslán es uno de ellos. Se adiestró en Kaliningrado como especialista en reactores atómicos y ahora es dueño de un taller de chapistería en un barrio al sur de la capital. “Estudié todo lo concerniente a los reactores VVER-440/V-318, que eran los que se instalarían en la central nuclear de Cienfuegos. Había diferencias con respecto a los reactores de Chernobyl. En esa central termonuclear se utilizaban los RBMK que después del accidente demostraron que eran inseguros. Los VVER, entre otras características, contaban con un muro de contención. Ahora uno se pregunta qué hubiera pasado si hubiese ocurrido un accidente en Cuba, pues en la construcción de la central cienfueguera se violaron normas técnicas”.

La huella soviética trajo consigo un retroceso en el urbanismo del país. Antes de 1959, en Cuba se siguió el modelo estadounidense de desarrollo urbanístico, con grandes comercios, supermercados, tiendas por departamentos, que posteriormente propiciarían conocimientos arquitectónicos que posibilitaron las construcciones de rascacielos con técnicas novedosas como los edificios Focsa y Someillán y hoteles como Capri, Riviera y Habana Hilton, en el Vedado. Pero después de la llegada de Fidel Castro y sus barbudos, la arquitectura de la Europa comunista empezó replicarse en Cuba, con cientos de edificios prefabricados de mal gusto.

Jordan, arquitecto, reconoce que “en un futuro, si en el país se produce una reforma económica que propulse una ola de nuevas construcciones, lo más sensato es demoler o remodelar los espantosos bloques de apartamentos construidos siguiendo las pautas urbanísticas de la antigua URSS. En los inicios de la revolución, cuando Cuba aún no pertenecía al campo socialista europeo, en el sector del diseño, urbanismo y arquitectura se crearon buenos proyectos como el reparto Camilo Cienfuegos, en la Habana del Este, y la Escuela Nacional de Arte en el municipio Playa, al oeste de la ciudad. Después comenzó la fiebre de construir ciudades-dormitorios sin la adecuada infraestructura”.

A treinta años de la caída del comunismo ruso, las fuerzas armadas aún conservan el armamento, las doctrinas y la jerarquía militar de la URSS. En desvencijados túneles soterrados, supuestamente para preservarlos de una guerra contra Estados Unidos, se guardan miles de vehículos blindados y tanques de guerra T-55 y T-62. En Camagüey, provincia a unos 550 kilómetros al este de La Habana, en 1989 se inauguró una fábrica para ensamblar los famosos fusiles de asalto Kalashnikov.

Por las calles y carreteras de la isla siguen circulando anacrónicos autos Lada, Volga y Moskvich, fabricados en la URSS. También camiones ZIL, GAZ, Kamaz o KP3. En 2022, un carro de la era soviética se cotiza entre q15 mil y 30 mil dólares, según las prestaciones del vehículo, dice Roberto, dueño de un Lada 2105. “Al no existir un mercado de automóviles modernos a precios razonables, el Estado vende coches de segunda mano a precios exorbitantes. Por eso los viejos autos americanos y soviéticos se han revalorizados tremendamente. El que tengo, en 1988 el Estado se lo vendió a mi padre, cirujano, en 4 mil pesos, alrededor de 600 dólares según el cambio de esa época en el mercado negro. Ahora un Lada con motor diesel moderno, caja con cinco velocidades, aire acondicionado y frenos japoneses puede costar 30 mil dólares. Una locura”.

El régimen verde olivo es un albacea fiel de algunas instituciones soviéticas. El omnipresente Departamento de Seguridad del Estado, adiestrado con el manual de la KGB, sigue el mismo guión de prohibir cualquier atisbo de oposición. La disfuncional economía planificada, el uso de la propaganda partidista y medios controlados por el Estado son copias fieles de la metodología practicada en la antigua URSS.

Aunque la gastronomía soviética no cuajó en Cuba, en la Avenida Malecón número 25, entre Prado y Cárcel, Centro Habana, se encuentra la paladar Nazdarovie. Es fácil de reconocer: en el balcón ondea la bandera roja de la hoz y el martillo, la misma que por más de setenta años identificara a las quince repúblicas que conformaron la URSS. Según el barman del Nazdarovie, los turistas procedentes de Rusia y los rusos que residen en el país (se calcula que la colonia rusa la integran unos seis mil ex soviéticos y sus descendientes) , son los que suelen visitar el restaurante. “No creo que la comida rusa pueda competir con las pizzas y las hamburguesas. Pero muchos cubanos, sobre todo jóvenes, vienen a la barra a tomar vodka con jugo de naranja. Nuestra paladar es un sitio de culto y nostalgia”.

El impacto del legado soviético en Cuba es más institucional que cultural. Ni la moda, la música y las costumbres de los 'bolos', apodo popular por la tosquedad de los nacidos en la URSS, dejaron huellas entre los cubanos de a pie. Lo que sí quedó fueron nombres rusos como Tania, Iván, Laritza, Vladimir, Mijaíl, Tamara o Boris. Poco más.

Iván García

Foto: Restaurante Nazdarovie en la Habana Vieja. Tomada de Cuba Absolutely.

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