lunes, 7 de marzo de 2022

Por qué cayó la Unión Soviética*


Durante los años dominados por la figura de Brezhnev, la sociedad soviética no experimentó cambios significativos, si bien no cabe duda que la realidad estaba lejos de las expectativas de quienes habían imaginado a la Revolución de Octubre como “el comienzo del fin de la explotación del hombre por el hombre”.

Esa estabilidad era acompañada de un visible conservadurismo y de la existencia de jerarquías que desmentían en los hechos la propaganda del régimen que aseguraba que, desaparecidas las clases explotadoras, solo subsistían divisiones entre trabajadores y campesinos, un estrato de empleados (trabajadores de “cuello blanco”) y la intelligentsia. Sin embargo, como se ha indicado, fundamentalmente desde los años de Kruschov se produjo una notable mejora en las condiciones de vida del conjunto de la sociedad, acompañada de un apoyo significativo al régimen una vez que no quedaron dudas respecto a que el terror estalinista había quedado atrás.

Un elemento importante que se desprende de un estudio realizado sobre los refugiados rusos instalados en Europa era que cuando se les pedía que definieran las características que debía tener el ejercicio del poder “sentían poca necesidad del estricto aparato de garantías y derechos que caracterizaba a las democracias de Europa Occidental”. Sus aspiraciones eran diferentes: “buenos gobernantes, considerados, ‘preocupados’ por el pueblo y que no los sometieran al terror, ni los reprimieran excesivamente, podían aceptarlos, especialmente si proveían un aumento del nivel de vida y de las oportunidades para el desarrollo personal”. Es importante destacar esta visión porque se trataba de gente que había salido de la URSS pero podía considerarse representativa de lo que sentía el grueso de la población de ésta.

La modernización de la sociedad se verificaba claramente en el campo educativo. La difusión de la escolarización se manifestaba en todos los niveles: hacia principios de la década de 1980 el 58,5% de la población trabajadora había completado el nivel secundario y anualmente se graduaban en las universidades soviéticas alrededor de un millón de estudiantes. Una de las consecuencias de esta nueva realidad fue el surgimiento de una clase media, utilizando esta expresión para definir un estilo de vida sin vincularlo con la cuestión de la propiedad. Su base era fundamentalmente urbana y se asemejaba a las clases medias occidentales en cuanto a acceso a bienes culturales y hasta cierto punto bienes materiales.

A pesar de los cambios, las prácticas de control social continuaban siendo significativas. El PCUS supervisaba a través de sus diferentes departamentos los nombramientos en todos los niveles. Toda empresa, negocio, institución educativa, establecimiento agrícola, estaba controlado: tanto su creación como el acceso a un empleo en ellos era considerado, según los casos, de interés del Estado central, de la república correspondiente, de una región o de una ciudad, y en cada uno de esos espacios había una organización del Partido que entendía en la cuestión. Es decir que, junto a la burocracia estatal, y en muchos casos superponiéndose con ella, se encontraba la gigantesca burocracia del PCUS que operaba sobre el conjunto de los ciudadanos.

La población soviética estaba en principio clasificada de acuerdo al lugar de residencia, el que era controlado por medio de una autorización para residir acompañada de un pasaporte interno. Estos documentos habían sido introducidos en la época de Stalin y ya establecían una jerarquización. El status más alto correspondía a quienes residían en Moscú, el centro del poder, donde se encontraban los mejores empleos y el acceso más fácil a bienes y servicios. En los puestos siguientes de la jerarquía se encontraban Leningrado (San Petersburgo) y las capitales de las diferentes repúblicas; luego las ciudades de 500.000 habitantes o más, especialmente aquellas en las que estaban instaladas industrias militares o de tecnología avanzada. Los habitantes de esas ciudades gozaban de algunas de las ventajas de Moscú pero en menor medida. El acceso a ellas era restringido ya que el departamento de policía solo concedía permisos de residencia a quienes eran convocados a trabajar en una empresa de importancia.

Quienes vivían en las ciudades de menor relevancia encontraban grandes dificultades para instalarse en núcleos urbanos de mayor tamaño y hacerlo en Moscú legalmente era algo muy difícil de lograr. Peor era la situación de quienes vivían en las granjas colectivas, ya que hasta 1974 carecían de pasaporte y sólo podían abandonar su lugar de nacimiento si eran convocados para el servicio militar, circunstancia que era aprovechada por muchos para no retornar a su lugar de origen y tratar de encontrar empleo en las ciudades. Fue en esos años cuando la expresión nomenklatura pasó a ser de uso generalizado para caracterizar al grupo que detentaba una posición en la estructura del poder que le permitía disponer de un variado rango de privilegios que lo diferenciaba con nitidez del resto de la sociedad.

¿Constituía la nomenklatura una “clase dominante”? De acuerdo a la teoría marxista, ésta se caracteriza por la propiedad de los medios de producción, transmisible a sus herederos. Quienes disponían de poder en la Unión Soviética no cumplían con esta condición. Sin embargo, su posición política les permitía ejercer una forma ampliada de dominación que no estaba restringida al campo de acción de la economía sino que tenía una dimensión social y cultural. Los medios de producción nacionalizados eran “propiedad” de ese aparato unificado de poder considerado como una entidad corporativa, y este monopolio les permitía ejercer un control sobre el conjunto de la fuerza de trabajo.

Ese grupo dirigente, definido también como “burocracia” –concepto de larga utilización política desde los años de Lenin– ejercía una dictadura sobre el resto de la población pero existían en su interior divergencias importantes. Tomando como base el análisis realizado por Jerry Hough podemos discernir la existencia de tres grupos bien diferenciados, que a su vez presentaban tensiones al interior de cada uno de ellos: 1) El grupo dominante en el ámbito económico era el de quienes ocupaban cargos de responsabilidad en la industria, sin embargo estaban divididos de acuerdo al carácter de cada empresa; la industria pesada –el complejo industrial-militar– era favorecida en todo respecto del resto de las industrias, y también del sector de servicios; 2) En la cúspide del poder político existía una división generacional, ya comentada, entre la “gerontocracia” y quienes, formados a partir de los años de Kruschov, conformaban una dirigencia con ambiciones pero bloqueada en su acceso al poder; 3) Había asimismo una profunda división entre quienes ejercían el poder en Moscú y los dirigentes de la periferia.

La importancia alcanzada por el desarrollo industrial y el sector de servicios condujo a que la ampliación del nivel de estudios de la población brindara oportunidades para el ascenso social. El hijo de un campesino que lograba trasladarse a la ciudad tenía a su alcance el acceso a los estudios superiores y a partir de allí a empleos razonablemente remunerados que lo llevaban a integrarse en la numerosa y creciente clase media.

Es fundamental abordar cualquier análisis relativo al funcionamiento de la sociedad en estos años apelando a un concepto central: el de la existencia de un implícito “contrato social”, impulsado por el Estado y aceptado por la sociedad. Las bases eran las siguientes: el Estado garantizaba el pleno empleo, subsidio para los productos de primera necesidad, amplia cobertura de servicios sociales y políticas salariales igualitarias; como contrapartida los trabajadores soviéticos aceptaban la dominación del Estado en la economía y un control autoritario de la vida política.

El punto de partida del compromiso estatal en materia de mejora de las condiciones de vida de la población se encuentra en el Tercer Programa del Partido, aprobado en el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en 1961. En ese documento, ubicado muy en la línea optimista de Kruschov respecto de la evolución futura de la URSS, se enumeraban una serie de beneficios a otorgar por el Estado en materia de educación, vivienda, salud, protección a la niñez y a los discapacitados. Por otra parte, también se ponía en marcha una controvertida política de igualación de salarios; éstos tendían a ser similares entre empresas y sectores y, finalmente, tenían una escasa relación con la intensidad y calidad del trabajo y también con la performance de la empresa.

Durante los años de Brezhnev, la tendencia a la igualación de salarios se consolidó procurando además asegurar el pleno empleo. Los códigos de trabajo promulgados en la década de 1970 limitaban el derecho de los gerentes de empresas a despedir trabajadores, salvo en casos de violaciones disciplinarias. La política frente al comportamiento de la clase obrera era cuidadosa, consecuencia de la crónica escasez de trabajadores. Sus demandas eran objeto de atención y en general se llegaba a acuerdos rápidos, en caso contrario se contaba con la posibilidad de que el trabajador “votara con los pies”. El tema era diferente cuando se intentaba crear organizaciones independientes del control estatal. Como se tenía presente el ejemplo de Solidaridad en Polonia, en esas ocasiones se recurría a la represión sin mayores dudas.

Uno de los componentes importantes de la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos soviéticos era la enorme penetración de una serie de prácticas de intercambio de favores que, a falta de una expresión adecuada en un idioma occidental, ha sido definida por la palabra blat. Estos intercambios abarcaban un abanico de comportamientos muy amplio, que iban desde la posibilidad de acceder a un bien o servicio inaccesible por las vías naturales, la posibilidad de obtener un empleo en alguna esfera del Estado, un ascenso en el ámbito laboral, las facilidades para poder ser atendido por profesionales de prestigio, etc.

Uno de los rasgos del blat era el quid pro quo, un servicio que era brindado a cambio de algo valioso para el que lo otorgaba, llámese dinero, la promesa de apoyo en una circunstancia determinada, una mercancía demandada y de difícil acceso. Se tejían así redes de contacto cuya base fundamental era la confianza: la persona que hacía un favor sabía que en su momento podía solicitar una contrapartida. La mayoría de estas prácticas, en muchos casos ilegales o en la frontera de la legalidad, existía en todos los países; lo que caracterizaba al blat en la Unión Soviética era la amplitud de su difusión y el rol que cumplía –frecuentemente con la aquiescencia de las autoridades– para esquivar las rigideces de un sistema en el que la burocracia parecía empeñada en ejercer controles sobre la población que con frecuencia podían ser considerados ridículos y en definitiva perjudiciales.

Una de las formas de sorda resistencia a la que apeló la sociedad durante los años de Brezhnev fue el ejercicio del humor transmitido “boca a boca”. La anécdota (anecdoty) ha sido asociada a la reacción colectiva frente a las prohibiciones e irracionalidades del régimen. Su difusión fue masiva y era difícil encontrar un grupo en el cual no compitieran los participantes en la narración de anécdotas, que manifestaban irónicamente su desencanto por el mundo en que se desarrollaba su existencia o por el comportamiento de ciertos dirigentes. Estas prácticas cotidianas (y otras) han sido analizadas como mecanismos de adaptación frente a un sistema rígido, con un discurso, una ideología, una ética, al que en teoría reconocían –y hasta en algunos casos valoraban de manera positiva– pero en la realidad reinterpretaban en función de sus necesidades. Se trataba fundamentalmente de vivir de la mejor manera posible dentro de un régimen que, supuestamente, “iba a durar para siempre”.

En pocas palabras: el sistema proveía ciertas garantías sociales, pero el precio pagado por esa estabilidad era elevado: represión, corrupción creciente y degradación moral y cultural. Había una distancia considerable con lo que en Occidente se definía como “totalitarismo”, expresión cuyo recorrido intelectual a lo largo de los años de la Guerra Fría y en el escenario postsoviético ha sido analizado de forma magistral por Enzo Traverso. En su lugar, a partir de las puntualizaciones realizadas más arriba podemos definirlo, utilizando la terminología fundamentada entre otros por Zimmerman, como un “autoritarismo de bienestar”, que en su funcionamiento reflejaba la complejidad de un sistema industrial altamente militarizado con un importante desarrollo urbano, cuyas amplias e inevitables demandas eran afrontadas por instituciones del Estado.

* Fragmento del libro Por qué cayó la Unión Soviética: ¿muerte natural, suicidio o asesinato?, de Jorge Saborido, profesor titular de Historia Social General en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y profesor invitado en universidades de Uruguay, Chile y España. Publicado el 31 de diciembre de 2021 en Infobae.

Leer también: Así era Moscú cuando cayó la URSS y La vida sexual en la Unión Sovietica.
Mapa de las repúblicas que formaban la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Tomado de La Vanguardia.

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