miércoles, 10 de agosto de 2011

Cuba: el síndrome de Benjamín Button


A los hermanos Castro y a la nomenclatura cubana les gustaría ser como el protagonista del relato de Francis Scott Fitzgerald, El curioso caso de Benjamin Button, que David Fincher llevó al cine en 2008, con Brad Pitt como protagonista. Es la historia de un hombre que nace con el cuerpo de un anciano y va rejuveneciendo con el paso del tiempo hasta que muere a los 85 años con el aspecto de un bebé.

La gerontocracia cubana desearía que su reloj biológico fuera como el de Benjamin Button para poder caminar hacia atrás en el tiempo. La cuadrilla de ancianos que gobierna Cuba desde hace más de medio siglo se resiste a aceptar lo inevitable. Su vida y su obra están a punto de fenecer. Pero ellos actúan como si fueran a vivir eternamente, como si su obra fuera a persistir. Viven encerrados en una caverna como la ideada por Platón, cegados por un vano solipsismo que les impide ver la realidad.

Es difícil creer que la revolución cubana va a continuar después de la desaparición física de sus hacedores. Produce estupor ver a Raúl Castro pegar parches con saliva en las velas desplegadas a todo trapo de un barco encallado. Sorprende ver al otrora Líder Máximo bendecir sin rechistar las "reformas" de su hermano que, entre otras cosas, legitiman a los merolicos, los trabajadores por cuenta propia a los que demonizó con acusaciones de "contrarrevolucionarios, bandidos, especuladores y lacra social explotadora".

Al sanedrín de ancianos que gobierna Cuba ya no les queda ni siquiera la vergüenza de enrocarse en sus "convicciones". Han dejado de ser lo que dicen que fueron. En 1959, Fidel Castro dijo: "Queremos liberar de dogmas al hombre (...) el problema es que nos dieron a escoger entre un capitalismo que mata de hambre a la gente, y el comunismo, que resuelve el problema económico pero que suprime las libertades tan caras al hombre".

Cincuenta y dos años después no se sabe muy bien en qué quedó aquella elección porque en Cuba no hay libertades y tampoco se ha resuelto el problema económico. Por eso Raúl Castro, en un más difícil todavía, parece inclinarse ahora por una mixtura entre comunismo y capitalismo, es decir que Cuba sea capitalista sin dejar de ser comunista. Como en el juego de Rayuela (se llama Pon, en Cuba), Raúl Castro salta a la pata coja de una casilla a otra para salir del purgatorio y alcanzar el paraíso con cuidado de no caer en el infierno.

En su libro Rayuela, Julio Cortázar propone al lector una búsqueda a través del caos. Y eso es lo que parece estar haciendo Raúl Castro. Después de destruir Cuba junto con su hermano, se postula ahora como arquitecto para reconstruir el país. El emperador cubano sueña con la Domus Aúrea, la Casa de Oro que Nerón edificó sobre las cenizas de la Roma que ordenó incendiar. Las "reformas" que ha puesto en marcha son un lavado de cara, un espejismo en medio del desierto para hacer creer que el sistema puede reformarse desde dentro.

Si damos la vuelta al famoso anatema de Fidel Castro: "Dentro de la revolución todo; contra la revolución, nada", podría decirse: "Contra la revolución, todo; dentro de la revolución, nada". A partir de esta premisa ¿se puede encarar el futuro de Cuba? Hay muchas variables en juego. No se puede trazar una línea divisoria entre los que miran al pasado y los que lo hacen al futuro. Dentro del régimen hay fuerzas contrapuestas entre los duros y los pragmáticos; fuera de él, la sopa de letras que forman el insilio y el exilio, hacen muy difícil un frente común contra la dictadura. Sin embargo, todos esperan el hecho biológico, la desaparición física de los hermanos Castro.

La monarquía cubana no tiene un heredero como en Corea del Norte o Siria. La revolución devoró a sus propios hijos y no queda nadie con el carisma suficiente como para aglutinar a las distintas "familias" que controlan el país. La lucha por el poder puede ser despiadada como lo fue en la URSS tras la caída del comunismo. No será por ideología sino por dinero. Como dicen los gánsteres de la película El Padrino, de Francis Ford Coppola, "no es nada personal, solo son negocios".

En el caso de que la nomenclatura resuelva la disputa a la rusa, quizá también como en Rusia alumbren a un aprendiz de brujo que quiera "blanquear" la revolución con un partido similar a Rusia Unida, de Vladímir Putin. Si a Enrique IV de Francia, París bien le valió una misa, el Putin cubano y su camarilla no tendrían inconveniente en someterse al veredicto de las urnas teniendo como tienen todos los resortes del poder en sus manos. Hay muchos intereses en juego y harán lo imposible por mantener el control sobre los recursos económicos del país.

Los partidos democráticos y sus líderes, desconocidos por el pueblo cubano, tendrán que decidir si quieren participar en un juego desigual con rivales experimentados y con las cartas marcadas o, por el contrario, se inclinarán por un borrón y cuenta nueva. Hay grupos radicales que rechazan todo contacto con la dictadura, pero otros preconizan un diálogo con los "reformistas" para negociar una transición pacífica a la democracia. El modelo español es una referencia para ellos. También, la Concertación de Partidos por la Democracia chilena, que aglutinó a los principales sectores de la oposición a Augusto Pinochet y derrotó al candidato de la dictadura en las elecciones presidenciales de 1989.

Es muy difícil especular sobre lo que va a pasar en Cuba. La tarea que se ha propuesto Raúl Castro para "actualizar" el modelo y garantizar la "irreversibilidad" del socialismo, es una quimera tan fantástica como el monstruo imaginario de la mitología griega que tenía tres cabezas, una de león, otra de cabra y otra de dragón que salía de su cola. Raúl Castro no echa fuego por la boca, pero sus palabras son cenizas. Lo que arde en Cuba son los rescoldos de una hoguera apagada imposible de avivar.

Los babalaos, los sacerdotes de la santería cubana utilizan un complejo sistema de adivinación para que el orisha o dios Orula les revele el futuro. En ninguna de sus predicciones aparece Benjamin Button, un hombre que nació con el cuerpo de un anciano y va rejuveneciendo con el paso del tiempo hasta que muere a los 85 años con el aspecto de un bebé. Pero los hermanos Castro sueñan con parecerse a Benjamin Button. No quieren darse cuenta de que su reloj no puede ir hacia atrás. Su reloj se detuvo hace mucho tiempo.

Vicente Botin*
El País, 9 de julio de 2011.


*Excorresponsal de TVE en Cuba. Autor de los libros Los funerales de Castro y Raúl Castro: La pulga que cabalgó al tigre.

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