jueves, 11 de agosto de 2011

El edificio Rosara


Si se quiere conocer el alma de los cubanos, necesariamente se debe vivir en un solar o edificio múltiple. Es ahí donde se encuentra la diversidad. Historias de jineteras, chulos, gays, buscavidas, rateros y disidentes.

Les invito a conocer el edificio situado en el número 12 de la calle Carmen, entre 10 de Octubre y San Lázaro, en la barriada habanera de Lawton. Consta de una planta baja y otra superior y un total de 8 apartamentos, unos más amplios que otros. Cuatro interiores y cuatro exteriores, con terrazas a la calle.

Fue mandado a construir en 1957 por Rosara, una boticaria oriunda de Galicia. Luego de guardar durante años moneditas y billetes arrugados debajo de su colchón, la gallega decidió dar un salto en su vida y convertirse en propietaria.

La idea era buena, pero los tiempos eran malos. Fue inagurado en 1958. Un año después, Fidel Castro y sus barbudos tomaron el poder y nacionalizaron fábricas, centrales azucareros, refinerías e inmuebles. Rosara nunca pudo recuperar el dinero invertido.

Han pasado 53 años. La fachada del edificio no se ha vuelto a pintar completa. Comparado con las cuarterías inmundas del siglo 19 en la parte vieja de La Habana, que se derrumban al paso de un chubasco o vientos de mediana intensidad, Rosara es un hotel cinco estrellas.

Les presento a sus inquilinos. Por un estrecho pasillo lateral residen cuatro familias. Una madre con tres hijos, sin empleo y desajustes mentales, que come lo que aparezca y vive como una gitana.

En el otro apartamento, un vecino dedicado a la santería. Arriba, un matrimonio de antiguos leales a Castro. En su ocaso, sobreviven con la chequera de jubilación y remesas ocasionales giradas desde Miami.
Al lado, una familia mantenida por su hija. Desde Italia, ella les envía euros, para que puedan hacer dos comidas diarias y dormir con aire acondicionado.

En uno de los apartamentos de la planta baja, con terraza, habita un matrimonio de rectos modales con un hijo estudiante universitario. Contiguo, el clásico tipo generoso, a quien constantemente los vecinos del barrio molestan por dominar diversos oficios. En el piso superior, un especialista en estadísticas deportivas, serio y callado.

Es un edificio donde la gente acostumbra dar los buenos días, cosa rara en la isla. Y no piden dinero, azúcar o arroz prestado, costumbre en la mayoría de las cuarterías e inmuebles de la capital.

Tampoco suelen haber reyertas familiares violentas por asuntos nimios como zamparse el pan del hermano otorgado por la cartilla de racionamiento o vender la cuota de huevos de los padres, que ha ocasionado más de un hecho sangriento en el país.

El edificio Rosara es un trozo de la Cuba de hoy. Vecinos que se han marchado al exilio, personas que disienten públicamente y buenos trabajadores que acuden a las citas convocadas por el gobierno.

Dejo para el final al inquilino que habita en el apartamento 3. Es periodista independiente y tiene dos blogs. Desde hace dos años, intenta reparar su destartalado piso. Un día, aspira a vivir en él con su hija y su esposa.

Iván García

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